OPINIÓN
Resurrección, Infierno y Cielo
 Josep Miró i Ardèvol.
josepmiro@e-cristians.net 15/04/2004

 

Contaba hace tiempo en un artículo, titulado La vida después de la muerte, que a pesar de todo la mayoría de nosotros, al igual que sucedía en el pasado, cree que con la muerte no llega el fin. Es una idea, una sensación teñida de duda, difícil de imaginar ¿Qué será lo que no muere de mí? La respuesta que da nuestra cultura (herencia de un cristianismo cultural, a su vez impregnado en exceso de filosofía griega) llama Alma a esa parte que vive sin fin. Un concepto lo suficientemente abstracto, al menos hoy, como para necesitar de un acompañamiento más sensitivo. "Alma", como bien explica Julián Marías en su libro La perspectiva cristiana, puede interpretarse como otra forma de referirse a "yo mismo", es decir, a mi singularidad, mi conciencia diferenciada como persona. Soy yo quien perduro, no algo o alguien.

Pero el hecho cristiano, para escándalo de los filósofos griegos, introdujo un elemento radicalmente nuevo: la resurrección de la carne. Cuando San Pablo predica en Atenas, su confrontación con el pensamiento helénico no se da en la idea de inmortalidad, sino en la de resurrección. Ésa es la piedra angular de la fe cristiana: la resurrección. Lo dice a las claras aquel apóstol en su Carta a los Corintios: Los cristianos seríamos una banda de desgraciados si la resurrección fuera mentira. Porque la Cruz, sólo la cruz, es la historia de un gran fracaso. Pero ella se inscribe coherentemente, con preludio de victoria, en esa Resurrección que, a su vez, se articula con otra ruptura cristiana: la Encarnación.

La plenitud del Génesis, la creación del mundo y el proceso de creación del hombre (que compartimos con musulmanes y judíos), se alcanza en el Verbum caro factum est et habitavit in nobis de los cristianos; la Encarnación de Dios, Jesucristo, en la condición humana, porque "el Verbo se hizo carne y habitó en nosotros". Debería dar que pensar al mundo que, después de 2.000 años, seamos tanta gente la que continuamos creyendo a morir aquella afirmación de Juan Evangelista: "El verbo se hizo carne…". Resurrección, Encarnación de Dios, parece como si el cristianismo acumulara, como tan bien razona Julián Marías, todas las dificultades inimaginables para la comprensión humana. Pero, a pesar de ello, aquí estamos, más de los que parece, reconociéndonos (a veces con alegre sorpresa) por la palabra y el testimonio. ¿Y si esas aparentes dificultades de concepto resultasen inteligibles desde la fe y dotasen a ésta de una capacidad extraordinaria de razonar el misterio, como lo demuestran personajes de nuestro tiempo tan diferentes como Newman o Urs von Baltahasar?

Y hablar de resurrección de la carne significa hablar también de Infierno y Cielo. Ambos son los grandes olvidados de nuestro tiempo, pero su ocultación no niega su existencia. Nuestra vida ganaría en entidad si la viviéramos a partir de este dato. Es obvio que no son "un lugar", como algunos periodistas parecen descubrir extrañados en razón de unos comentarios del Papa. En la Edad Media, incluso en un mundo moderno enmarcado por el paradigma de la física newtoniana, la tentación de representarlos como "lugar" era quizás normal (aunque esa nunca ha sido la versión cristiana). Pero una sociedad que vive en la física de la relatividad o la todavía más compleja de las supercuerdas de N-dimensiones, que está inmersa en una cultura pop, donde los "agujeros negros" son famosos (aunque un 98 por ciento de la población no tenga ni idea de qué son y el 100 por 100 no sepa "a dónde" conducen), no puede extrañarse de que la eternidad, Cielo e Infierno, no se vinculen a un lugar y, por tanto, a 4 dimensiones. Eso sólo refleja la estúpida trivialidad de nuestro tiempo.

El Infierno tiene mala prensa porque significa aceptar juicio y culpa por una parte, mientras por otra parezca contradecir el Amor infinito de Dios. En realidad, el Infierno es la consecuencia lógica de nuestra libertad. Es un estado al que sólo las personas pueden acceder, porque es el fruto de nuestra capacidad de optar. Pocas gentes como una mujer, Adrienne von Speyer, han sondeado estos abismos. Ella nos acerca a la impresión de lo que no se puede describir, aunque debamos esforzarnos en ello. Es el estado donde uno es completamente extraño a sí mismo, y esta negación consciente es puro horror y miedo innombrable. El Infierno puede ser el sufrimiento como absurdo absoluto, en un estado intemporal donde todo pasado y futuro está ausente: "Sólo existe el ahora y, a pesar de ello, se da un agravamiento", dice Adrienne. En ese mismo estado, todo lo que parezca amor y esperanza ha desaparecido. En nuestra época que abomina de todo riesgo a pesar de cantar la libertad, mentar el Infierno y, por tanto, la responsabilidad última de los propios actos genera rechazo. También cuenta, claro está, el abuso histórico de las "penas del infierno", del olvido que Jesucristo vino a salvar. Pero los rechazos y los errores propios no son razones suficientes para el olvido. En definitiva, el Infierno sigue ahí.

Pienso que el Cielo resultaría más atractivo y políticamente correcto si no fuera porque también tiende a recordar el juicio, la responsabilidad del ser persona. Por otra parte, las ideas sobre el Cielo tienden a ser desdibujadas, poco atractivas. Sería una buena tarea presentar en términos más inteligibles para nuestro tiempo una aproximación sensible de esa vida perdurable, en la que toda realidad será iluminada y conocida y podremos ser radicalmente auténticos en nuestra vocación, donde las limitaciones de edad, género, carácter y condición desaparecerán y sólo quedará nuestra capacidad positiva de ser "a tope" nosotros mismos. El Cielo puede significar la máxima realización personal en la Plenitud infinita de Dios, la comprensión definitiva de nuestra semejanza y filiación divinas.

En todo esto, la radicalidad de la ruptura cristiana es tan fuerte que no han bastado 2.000 años para extenderla y conseguir que impregne la vida de este planeta. De todas formas, para los cristianos, no existe un problema de tiempo y, si me apuran, ni siquiera de "éxito". Conocemos el final de la película.