El cielo como plenitud del anhelo humano de vida y como felicidad eterna 

ORDENACIÓN DEL HOMBRE A DIOS 

I. Generalidades

La unión con el Padre en el cielo causada por Cristo en el Espíritu 
Santo significa enriquecimiento y plenitud de la naturaleza humana. 
Para comprender esta afirmación hay que partir de que el hombre 
sólo puede hacer una vida plena y llena de sentido encontrándose 
con lo que es distinto de él. Sin este encuentro se queda cerrado en 
su propia estrechez. La falta de movimiento conduce a propio 
raquitismo. 

Para que el propio yo crezca y madure en el encuentro, el 
encontrado tiene que ser distinto de él mismo. Sólo cuando no es 
igual a mí puede traerme lo que no tengo todavía, puede hacerme lo 
que no soy aún. Sin embargo tiene que haber cierta semejanza que 
una a los que se encuentran. De otro modo no puede haber contacto 
y ordenación mutuos, ni convivencia. El encuentro será mucho más 
fecundo cuando el encontrado no sólo sea distinto sino mejor y más 
grande. Ningún hombre puede saber a priori qué encuentro será para 
él el más saludable y fecundo y qué encuentros lo perjudicarán y 
corromperán. 

ATEO/FRUSTRACION:Sin embargo, un encuentro es inevitable 
para la vida y la salvación: el encuentro con Dios. Mientras el hombre 
no esté unido con Dios, algo de él permanece insatisfecho, y no en 
sus estratos superficiales, sino en el espacio más íntimo de su ser. El 
hombre existe orientado hacia Dios. La razón de ello está en su origen 
divino. Su procedencia de Dios acuña su esencia y su existencia. El 
hombre existe como imagen de Dios. Dios es su modelo. Está por 
tanto, ordenado a Dios como la imagen al modelo. Como tiene 
carácter divino, está inclinado hacia Dios. Esta ordenación existe 
incluso cuando el hombre no es consciente o no es claramente 
consciente de ella. Pues no es sólo un proceso intraanímico, sino una 
determinación del ser. La ordenación ontológica a Dios se expresa 
psicológicamente en el hecho de que el hombre tiene que mirar y 
moverse sobre sí mismo, de que no puede estar satisfecho consigo 
mismo. 

H/RELACION-D:El hombre es, por tanto, una realidad que tal como 
es actualmente no puede ser entendido desde sí mismo. No se acaba 
dentro de los límites de lo mundano y natural o humano. Está por 
disposición creado para Dios y ordenado para ser dominado por Dios 
y arrastrado a la viva participación de Dios. El hombre no es ningún 
ser autosuficiente ni limitado a sí mismo. Es un ser que se trasciende 
a sí mismo, tal como formula magníficamente el fragmento 434 de 
Pascal: l'homme passe infiniment l'homme. "No se realiza en el 
desarrollo de las disposiciones humanas, cerrado en sí mismo, sino 
en el hecho de que trascendiéndose a sí mismo es arrastrado a la 
comunidad de vida con Dios. La necesidad de trascenderse es 
justamente la naturaleza más profunda del hombre. La renuncia a la 
autotrascendencia significa, tal como ha sido expresada en la idea de 
la naturaleza autosuficiente, fórmula última de la imagen burguesa del 
hombre, sea naturalista o humanista, individualista o colectivista, la 
destrucción de su propia naturaleza" (R. Guardini, Christliches 
Bewusstsein, 99 y sigs.). 

H/A-NUCLEO: El origen de Dios puede determinarse todavía más 
exactamente. Es un origen del amor. Pues Dios es el amor y creó el 
mundo por amor. El proceder del abismo del amor de Dios da, por 
tanto, al hombre su sello más íntimo. El amor es, por tanto, el núcleo 
más hondo de la mismidad personal humana. Si el hombre es imagen 
de Dios, es imagen del amor en su ser más íntimo. El amor es su 
modelo. El yo tiene que dirigirse, por tanto, hacia el tú. (Reconocieron 
esto, sobre todo, los filósofos y teólogos del romanticismo.) Pero no 
se trata de una concepción histórica de la filosofía y teología 
románticas, sino de una idea siempre válida. 

H/C/RELACION:El hombre sólo puede vivir con sentido en el 
encuentro con el tú (en la comunidad). Signo exterior de este hecho 
es el lenguaje humano. A la vida del yo humano pertenece el 
lenguaje. En el hombre queda, por tanto, un vacío cuando no puede 
dialogar. Vive este vacío en el sentimiento de la soledad. El encuentro 
con el tú ocurre en la amistad, en el amor, en el matrimonio, y en 
último término cuando el hombre es poseído por el tú divino. El 
hombre tiene que dirigirse a Dios porque procede de su amor y está 
acuñado por él desde lo más íntimo. Por tanto, está siempre de 
camino hacia Dios, lo sepa o no lo sepa, lo quiera o no lo quiera. Sólo 
cuando se entrega a Dios obra conforme a su ser. Sólo entonces 
satisface sus disposiciones naturales. Sólo entonces es lo que debe 
ser. Sólo puede llegar a su verdadera mismidad en el tú que le sale al 
paso y en definitiva sólo en el tú de Dios. Al dirigirse a Dios se 
alimenta de su modelo. Cuanto más se acerca a Dios tanto más se 
formará en él el modelo. La suprema unión con Dios en la forma de 
existencia del cielo es la suprema configuración del yo humano. Quien 
se cierra en sí mismo, quien da vueltas en sí y alrededor de sí, 
cerrándose frente al tú, violenta su propia naturaleza y se destruye a 
sí mismo. La negación y odio de Dios significan en último término 
autodestrucción (enfermedad del espíritu). Sólo en Dios llega el yo 
humano a su propia plenitud. Para el hombre que quiere llegar a sí 
mismo no hay camino más corto que el camino infinito hacia la 
infinidad de Dios. Todos los demás caminos no llevan a la meta. 

II. Ordenación al Dios trinitario 

Ahora bien, Dios ha determinado que el hombre sólo pueda 
poseerlo sobrenaturalmente, es decir, Dios sólo se le comunica al 
aceptarlo por medio de Cristo en la vida intradivina. El hombre llega a 
ser él mismo al ser dominado por Dios y ser elevado a la participación 
de su vida trinitaria. 

No se puede entender esto como si el hombre sólo llegara a ser 
hombre por Dios y en Dios de forma que Dios fuera un elemento del 
ser hombre y el hombre careciera de un elemento esencial de su 
naturaleza al carecer de él. Ello sería una confusión naturalista y 
monista de Dios y del hombre. Con la afirmación de que el hombre 
sólo es él mismo participando de la vida trinitaria de Dios, por medio 
de Cristo, se dice que la ordenación esencial del hombre a Dios sólo 
encuentra su última plenitud sobrenaturalmente, que no hay plenitud 
natural. La verdadera y perfecta humanidad no es, por tanto, 
accesible sin Cristo. En último término no hay plenitud del hombre 
puramente natural. La unión suprema con Dios no es, por tanto, una 
evolución o desarrollo de lo previamente dado en la naturaleza 
humana. La participación en la vida trinitaria divina ocurre de forma 
que Dios, la verdad y el amor, fluye en el yo humano a El abierto. El 
hombre es capaz de recibir al Dios trinitario porque procede de El. La 
aceptación de la verdad y amor manifiestos trasciende la capacidad 
del ser humano. Pero Dios, que quiere regalarse al hombre, cambia la 
capacidad humana. La transforma y aumenta mediante el lumen 
gloriae. 

La realidad personal con que el hombre tropieza en el encuentro 
con el Dios trinitario es radicalmente distinta de él mismo. Justamente 
por eso puede el hombre enriquecerse y trascenderse a sí mismo y su 
propia imperfección y limitación. El hombre sólo puede ser, por tanto, 
verdadero hombre, es decir, hombre completo, hombre del modo en 
que Dios lo ve y lo quiere desde la eternidad, cuando Dios lo hace 
participar, por medio de Cristo y más allá de todas las esperanzas y 
exigencias, más allá de toda evolución y manifestación de la 
naturaleza humana, de su vida trinitaria, es decir, cuando el hombre 
es más que hombre. Al hombre sólo se le concede tal cosa cuando se 
incorpora a Cristo en la fe. Pero alcanza su último desarrollo en la 
visión beatífica del cielo. Así se entiende lo que S. Ignacio de ANTIOQUIA escribe a los romanos de camino hacia el martirio, para que no intervinieran a favor suyo (cap. 6; BKV, 139): "No me impidáis alcanzar la vida; no queráis mi muerte. No deseéis para mí el mundo, porque quiero ser de Dios, ni me engañéis con lo terreno; dejadme recibir la pura luz. Cuando llegue allá seré hombre."

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961.Pág. 592-595