EL CIELO COMO PLENITUD DE LA GRACIA

 

1. Carácter oculto de la gracia.

El cristiano vive ya dentro del mundo en el reino, bajo el imperio de 
Dios. Pues está dominado por Cristo iniciador y heraldo del reino de 
Dios. No es su yo, sino el yo de Cristo quien vive en él (Gal. 2, 20). 
Cristo tiene poder sobre tal hombre; éste está en la órbita de la 
muerte y resurrección de Cristo. Existe en el campo de acción del 
amor y de la santidad que aparecieron en la historia en Cristo mismo. 
Ha sido, por tanto, recreado para la verdadera santidad y justicia. 
Desde Cristo glorificado fluye hasta él el Espíritu Santo para 
penetrarlo y dominarlo totalmente. Por medio de El es enviado el amor 
de Dios al cristiano. El cristiano está sellado con el Espíritu Santo y 
marcado, por tanto, como propiedad de Dios, el Señor, verdad y amor 
dominadores. En él actúa el Espíritu Santo como nuevo principio vital. 
Por Cristo en el Espíritu Santo está el Padre presente en el cristiano, 
que se apodera de él y lo domina. 

El reino de Dios significa para los hombres participación en su vida 
divina. Ya durante los días terrenos de la peregrinación tiene, por 
tanto, vida imperecedera. Quien tiene al Hijo tiene la vida eterna. 
Como Cristo mismo es la indestructible vida celestial, del unido a El se 
puede afirmar que también ha sido trasplantado al cielo (Eph. 1, 20). 
Pero la vida celestial está todavía oculta. El reino de Dios no se ha 
impuesto todavía del todo. Por eso la vida concedida al cristiano 
durante la vida de peregrinación, su salvación y justificación, su 
alegría y paz son todavía objeto de esperanza. Los cristianos están ya 
unidos con Cristo, pero todavía no se ha revelado lo que serán (1 lo. 
3, 2). Están seguros de la presencia de Dios por la fe y no por la 
visión. Hacia este estado se mueven sólo en la esperanza. 

EP/CIELO: La esperanza se cumplirá cuando Cristo se muestre en 
su gloria (Col. 3, 4). Cuando esto ocurra se acabará el camino de 
peregrinación. Al morir el hombre llega a la casa del Padre (lo. 14, 2). 
Allí tiene preparada una morada. Mientras no está allí está de camino. 
Cuando llegue estará en la meta, en casa, en la patria, no en el 
extranjero ni en tiendas (2 Cor. 5, 4). Aquí se queda ya. La casa del 
Padre no es una construcción provisional que sirve para una corta 
estancia, sino una habitación permanente para la familia de los hijos 
de Dios que vuelven de una peregrinación. En esa casa sólida y 
ajustada para la eternidad vivirán con el Padre una vida alegre de 
comunidad. Para esta vida han sido predestinados por Dios (Mc. 10, 
40; Mt. 25, 34; 41; cfr. 214). Es lo último y supremo que tratan de 
alcanzar peregrinando. Más allá de ello no hay camino ni esfuerzo, 
porque no hay nada. También en la imagen de la cosecha, usada por 
Cristo (Mt. 13, 24-30) se expresa que la vida del cielo significa 
Plenitud definitiva. La cosecha es la meta, el fin del crecimiento y 
maduración. Las gavillas maduras en los graneros son una imagen de 
la plenitud que el cristiano alcanza en el estado del cielo. 

2. Relación y diferencia entre el cielo y la vida de gracia en la tierra. 
CIELO/GRACIA:
Hay, pues, entre la vida de la época de peregrinación y la vida 
divina del cielo una íntima relación y a la vez una gran diversidad. 

a) La relación está atestiguada en aquellas palabras de Cristo: "Si 
conocieras el don de Dios..., el que beba del agua que yo le diere no 
tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente 
que salte hasta la vida eterna" (lo. 4, 10-14). La diferencia es 
atestiguada en los contrastes siembra-cosecha, extranjero-patria, 
tienda-casa, ocultación- revelación. Esta relación puede ser 
comparada con la que hay entre la bellota y la encina. Pero al hacer 
esta comparación hay que cuidarse bien de ver el cielo como una 
continuación orgánica de esta vida. Entre la vida de peregrinación y la 
vida en casa del Padre hay más diferencia que entre la bellota y la 
encina. El cielo no crece ni nace de esta vida, sino que es concedido 
gratuita y libremente por Dios. Es Dios quien obra la transformación 
que convierte en celestial la forma terrestre de vida. A pesar de la 
relación, el acento está en la diferencia. Podemos comparar el 
proceso y sus términos a lo que ocurre entre la oruga y la mariposa, 
en la oruga no puede adivinarse la levedad y variedad de colores de 
la mariposa. La diferencia es mayor que la semejanza. Por eso nos es 
imposible imaginar la vida futura. El cielo es un misterio; sólo nos ha 
sido revelado en imágenes y metáforas y sólo en símbolos podemos 
hablar de él. Todas nuestras afirmaciones sobre el cielo no tienen 
más que valor analógico. Las diferencias no son tan grandes que, 
como dice la filosofía idealista, desaparezcan el ser personal del 
hombre o la relación de la vida del cielo con la vida de la tierra. 

b) La diferencia fundamental consiste en que la vida del cielo 
transforma y penetra el ser total del hombre hasta su hondón y en 
todos los ámbitos, de forma que en ella puede verse inmediatamente 
la semejanza a Dios. En el estado de revelación y potencia ocurren en 
especial la unión con Cristo, la participación en la vida trinitaria de 
Dios y la inflamación e iluminación del yo humano por la verdad y 
amor divinos que llamamos gracia santificante. La descripción 
analógica del cielo implica, pues, la descripción de la comunidad de 
los hombres con Cristo y con Dios trinitario. 

EL CIELO Y LA RESURRECCIÓN 
La vida celestial, en su forma definitiva, no es sólo vida del espíritu, 
sino que es además vida de la realidad del cuerpo. Presupone, por 
tanto, la resurrección de los muertos. El estado intermedio entre la 
muerte de cada uno y el día del juicio universal no es, por tanto, la 
plenitud definitiva, porque falta el cuerpo en la vida de la persona 
espiritual. Al estudiar la vida celestial que los bienaventurados hacen 
antes de la resurrección de los muertos no puede olvidarse la 
ordenación del alma al cuerpo y su re-unión con el cuerpo glorificado. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961