EL CIELO COMO AUTOCONSERVACION Y ENTREGA DE SÍ

Del mismo modo que la unión e intercambio vital con Dios no aburre 
ni hastía, tampoco la convivencia de los bienaventurados entre sí 
cansará o hartará. Durante la vida terrena es ineludible el deseo de 
un espacio de soledad en que el hombre pueda existir para sí mismo. 
En la vida celestial, en cambio, no nos veremos obligados a 
apartarnos del tú y buscar la soledad porque no habrá ningún peligro 
de disipación, abandono o pérdida de sí mismo. Todos estarán 
traspasados por el amor de tal forma que podrán regalarse totalmente 
al tú sin traicionar la fidelidad a sí mismo. En el intercambio recíproco 
no podrá haber aburrimiento alguno porque hasta cada yo y hasta 
cada tú fluirán incesantemente la luz y el amor que manan de la 
fuente inagotable que es Dios. Ocurrirá lo que C. F. Meyer dice en la 
poesía Der romische Brunnen: "Asciende el surtidor y se derrama 
cayendo,/llena la concha de mármol en torno, / que, desfigurándose, 
fluye / hasta el fondo de la segunda concha; /la segunda da, se hace 
demasiado abundante, / y su ola llena la tercera, / cada una acepta y 
da a la vez / y corre y descansa." Los bienaventurados viven en la 
dicha de amar y ser amados sin cansarse jamás. En la bienaventurada unión con Dios y en la recíproca comunidad por Dios fundada viven como un feliz coro luminoso en ser eternamente floreciente. 

La bienaventuranza no sería perturbada tampoco si un bienaventurado no encontrara en el cielo alguno de sus parientes o amigos. Pues en tal caso vería en Dios la plena justicia e incluso la necesidad de tal condenación y afirmaría de total acuerdo el juicio de Dios. Tendría que reconocer incluso que se ha cumplido la voluntad del condenado. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VII
LOS NOVISIMOS
RIALP. MADRID 1961