EL ANUNCIO EVANGÉLICO SOBRE SALVACIÓN Y PERDICIÓN
SEGÚN LOS Evangelios, también Jesús había hablado de salvación
y perdición; también había visto la salvación como absolutamente
vinculada a su propia misión en el nombre de Dios Padre para el
establecimiento del Reinos 15; también había chocado con rechazos
patentes y encubiertos y los había vivido dolorosamente,
suponiéndolos postura imputable a las personas y no resultado
mecánico de fatalidades 16. Finalmente, también se había
representado la perdición como castigo 17
Una característica especial tienen las referencias de Jesús a la
perdición; y es que El, según los textos evangélicos, las expresa
comúnmente en lenguaje apocalíptico y llama a la perdición gehenna
18, Hades o infierno 19, fuego eterno 20. El hecho de que este
lenguaje se use muy poco en Pablo y desaparezca totalmente en
Juan, nos invita a ser muy cautos en utilizarlo para guiar nuestra
interpretación teológica. Pero ese lenguaje está ahí y ha tenido un
gran influjo en los desarrollos doctrinales posteriores. Para ver qué no
podemos y qué podemos aprender de él, examinemos con alguna
detención los pormenores histórico-literarios que iluminan el
significado de ese lenguaje.
Ante todo pongamos directamente la pregunta más fundamental:
¿es que forzosamente hay que explicar por el lenguaje del infierno la
perdición 21 y la exclusión del Reino 22 de que principalmente habla
Pablo y el perecer 23, verse confundido en el juicio 24 y no tener vida
25, de que habla Juan? O, al revés, ¿es que el infierno ha de tomarse
sólo como una imagen plástica del gran mal que significa perderse la
salvación de Dios y hay que explicarlo analizando lo que significa esta
pérdida, porque hoy las imágenes nos la oscurecen en vez de
aclararla?
Para contestarnos a esta pregunta observemos que, en la tradición
del lenguaje religioso judío, la palabra sheol es la que más se
corresponde con lo que los griegos llamaron Hades y los latinos
infierno, o «partes inferiores». Esa palabra sheol significó
primitivamente y durante largos siglos «el lugar de todos los muertos»,
tanto de los impíos como de los bendecidos de Dios 26. Sólo cuando
se plantea entre los judíos el problema de una salvación o perdición
posterior a la muerte, cercanos ya los tiempos del Nuevo Testamento
27, empieza a diferenciarse en el sheol o infierno una profundidad
entendida como lugar de castigo, que acaba por dar su significado al
total de lo que designa la palabra infierno. Pero este desarrollo del
significado de la palabra sheol ni siquiera es recogido por los textos
evangélicos, de modo que en éstos ella no sirve en absoluto para
guiar nuestro análisis de lo que podría ser concretamente la
perdición.
El nombre del lugar de perdición usado por esos textos evangélicos
y puesto por ellos en boca de Jesús es gehenna, la cual se asociaba
entonces estrechamente con castigos divinos, tormentos y fuego.
Suele relacionarse etimológicamente esa palabra con el valle de
Hinnon (Ge-Hinnon), situado en la vecindad de Jerusalén y
considerado proverbialmente entre los judíos como el lugar maldito
por excelencia. Originariamente esa maldición se relacionaba con el
hecho de que el valle había sido escenario de los cultos idolátricos
sacralmente más condenados 28, de modo que era también lugar de
impiedad. Pero además la basura de la ciudad vino posteriormente a
llevarse allí para ser quemada, lo cual hacía que se asociara a la
gehenna la suciedad inmunda y la imagen del fuego. En este sentido
hablaría Jesús del ser arrojado a la gehenna.
La alusión al fuego de la gehenna se hace explicita en muchos
pasajes 29, pero el fuego nombrado por sí solo como perdición de los
impíos también aparece en bastantes pasajes 30 y tiene una tradición
literaria propia. Ella se remonta al libro de Isaías 31 y continúa como
un hilo a través de toda la literatura apocalíptica. En ésta el fuego no
se sitúa en ningún lugar concreto y se enumera asociado a la muerte
por espada, al llanto, a la oscuridad, al crujir de dientes 32.
INFIERNO/FUEGO: La fusión definitiva de estas tradiciones
referentes a castigo o tormento de los impíos en una imagen unitaria
de infierno, es claramente posterior al Nuevo Testamento. Como él no
las ha unido, hay que leer dichas tradiciones en los Evangelios
conforme al género literario y al significado que a cada una de ellas le
es propio. Y es un género poético en que claramente valen como
imágenes y no como pronunciamientos del lenguaje que llamamos
literal, en que el pan es pan y el vino vino. Por eso puede decirse, por
ejemplo, en Isaías 66,20 ss. que traerán a los justos de las naciones
hacia Dios en caballo, en carro, en litera, en mulo y en dromedario, y
que esos justos verán al salir de Jerusalén los cadáveres de los que
se rebelaron contra Yahvé, «cuyo gusano nunca morirá y cuyo fuego
nunca se extinguirá».
Entonces el significado que hemos de atribuir a la mención del
fuego que hacen los Evangelios, lejos de ser localizable, o
materializable en cierta clase de existencia castigada, es el de
subrayar cómo los que se resisten a Dios acaban en la ignominia y en
la derrota.
Recalquemos este punto. El hecho de que el fuego y la gehenna no
tengan en el Nuevo Testamento el significado literal o materializable
atribuido luego en el lenguaje popular a la palabra infierno, no quiere
decir que no tengan ningún significado propio. Sí lo tienen, y es
precisamente el nombrado: ruina y desastre total de los que se
resisten a Dios. Pero lo que es esa ruina no puede entenderse a
partir de una descripción de la gehenna y el fuego, sino todo lo
contrario: lo que significan materialmente la gehenna y el fuego hay
que entenderlo a partir de la ruina entrañada para el hombre en la
resistencia ejercida en vida contra la misión y testimonio históricos de
Jesús. Ahora bien, tal resistencia, según el peso del testimonio
evangélico de conjunto, no es compensable ni remediable con
ninguna otra clase de comportamientos o suplencias, o hechos
extra-históricos de trasvida. Si lo fuera, la mediación de Jesús
quedaría reducida a algo sustituible. Pero esto contradice a lo central
de la fe, consecuentemente desarrollado por Pablo y Juan cuando
éstos vinculan el rechazado de Jesús con la total ruina del hombre 33,
con la exclusión del Reino 34, con la confusión y condena en el juicio
35, con el no tener vida 36.
Volvemos con ello a nuestro tema. Hemos dicho que la teología de
un posible rechazo del Reino se matizó relativamente poco en las
primeras comunidades cristianas, que de ello se derivó cierta variedad
de posturas en las generaciones siguientes con respecto a cuestiones
más tarde tenidas por fundamentales y que, finalmente, a partir de las
discusiones en tomo a ORÍGENEs, el conjunto de la Iglesia antigua
asumió una uniformidad doctrinal más matizada. Es para valorar esta
uniformidad doctrinal relativamente tardía para lo que hemos
reconsiderado el anuncio de Jesús y la forma en que se desarrolló la
comprensión de éste. Dicha comprensión clarifica las posiciones en
cuanto al carácter absolutamente definitivo, temporalmente
irredimible, de la perdición. Y es importante observar que, aunque la
clarificación en el siglo V se hace asumiendo la significación concreta
y cosmológica de la palabra infierno, a la que se entiende como
designación de un recinto localizable donde se sufren castigos
eternos, no debemos fundir la cuestión de la irreversibilidad de la
perdición, derivada del quedar la vida al margen de la salvación de
Cristo, con la cuestión de asumir una determinada imaginaria infernal.
Lo primero, es decir, que se pronuncie como perteneciente a la fe el
carácter irreversible de la perdición de quienes en vida hubieren
rechazo auténticamente a Cristo, aparece entonces como algo
tocante a la revelación de la mediación única de Jesús hombre y Dios.
En cambio la imaginería del infierno eterno y ardiente no aparece
como tocante a revelación ninguna, ni de Jesús, ni del demonio, ni de
una geografía del más allá. Propiamente hablando expresa de nuevo
la misma ruina de quienes rechazaron la mediación única de Jesús,
añadiendo a este pronunciamiento elementos poéticos y simbólicos,
pero no concreciones reales.
A partir de aquí pueden entenderse las direcciones que ha tomado
la teología contemporánea en lo referente a la posible perdición
definitiva, bajo el peso de las dificultades que presenta el entender
cómo puede perderse un ser humano ante el Dios de Jesús. A mi
juicio, es conveniente que distingamos cinco lineas explicativas
distintas, aunque ellas suelen presentarse entremezcladas en la
mayoría de los autores, oscureciéndose el valor real de las diferentes
formas de argumentación.
Estas cinco Iíneas explicativas serían las siguientes:
- Teoría de la opción final.
- Recuperación transformada de la interpretación pedagógica de los
pronunciamientos de perdición.
- Depuración de las interpretaciones míticas, con reafirmación plena
de los contenidos llamados tradicionales.
- Revisión de la doctrina de la resurrección.
- Replanteamiento del sentido global del lenguaje del Nuevo
Testamento sobre los riesgos de la esperanza.
Observemos que la respuesta se busca, con arreglo a las cuatro
primeras orientaciones, dentro de los planteamientos clásicos de la
teología del lenguaje de la revelación. La quinta tendencia propone
en cambio una búsqueda diferente, que se cifra en hallar si los
pronunciamientos del Nuevo Testamento sobre salvación y perdición
nos comunican cuestiones sobre hechos o dimensiones de la opción
de fe. Examinaremos este interrogante en la parte final del presente
estudio. Ahora pasamos a presentar y a evaluar las otras cuatro
lineas explicativas de la posibilidad de perdición.
6 Interpretaciones teológicas
a) Teoría de la opción final
SV/OPCION-FINAL: LA DIFICULTAD principal a la que hace frente
esta teoría es la de cómo Dios puede crear una libertad tan
condicionada por la vida como es la libertad humana, para juzgarla
luego según unos códigos morales que de hecho se quebrantan por
mil causas poco indicadoras del valor profundo de una persona.
Los teólogos que siguen esta linea de reflexión encuentran que eso
es absurdo y mantienen que Dios no juzga definitivamente al hombre
sin haberle dado la posibilidad de un juicio justo en que él tome
postura por Dios o contra Dios con todo conocimiento de causa, en
condiciones en las que aparezca la trascendencia que ello tiene y uno
no se vea inconvenientemente presionado por las circunstancias. Una
tal toma de postura ocurriría en el momento de la muerte, en el cual
Dios descubriría a cada uno las verdaderas dimensiones de lo que
puede esperar y de lo que puede perder 37.
Esta explicación suele considerarse por la mayoría de los teólogos
dogmáticamente aceptable, pero teológicamente insatisfactoria.
Aceptable, porque no contradice abiertamente a lo que nos propone
la revelación. Pero insuficiente, porque fuera de no apoyarse en
indicios de la Escritura ni de la antigua tradición teológica, tiende a
desvalorizar el proceso que ha seguido el día a día de la vida de los
hombres, haciendo depender el destino de éstos de algo ajeno a la
conducta terrena real. Además puede conducir a dejar en la sombra
la mediación única de Jesucristo y de la Encarnación, lo cual sería
anticristiano. Y finalmente, enfrentándose primariamente con el
problema de cómo Dios puede ser bueno y crear una libertad tan
peligrosa como la humana, deja de lado la dificultad que surge al
intentar compaginar lo victorioso de la voluntad salvadora de Dios con
la posibilidad real de la existencia de condenados.
Es verdad que la teoría de la opción final ha ido matizándose en la
discusión teológica para responder también a estas dificultades,
particularmente con el reconocimiento de que es una opción que no
puede dejar de tomarse en relación con el conjunto de la vida anterior
y de la referencia de ésta a Cristo. Pero entonces apenas añade nada
a lo que el Dios Creador y Padre de Jesús conoce sobre la
profundidad de los corazones. Por eso actualmente no es una linea
de explicación que encuentre muchos seguidores 35.
b) Recuperación transformada
de la interpretación pedagógica
de los pronunciamientos de perdición
YA EN EL siglo lll ORÍGENES interpretó los pronunciamientos
neotestamentarios de perdición como amenazas pedagógicas que
Jesús habría hecho, sabiendo que nunca iban a ser cumplidas. Desde
la primera misión al mundo la Iglesia se habría mantenido en esa línea
y los cristianos maduros no deberían llamarse a engaño por ello, a
sabiendas de que la amenaza pedagógica es el proceder que se
adapta a los niveles populares reales y que por eso hubo de usarse y
debe seguirse usando.
Actualmente no se acepta la división que establecía ORÍGENES
entre unos cristianos gnósticos o sabios, que deberían saber cómo no
puede existir un infierno eterno, y la masa de los cristianos, que
tendrían que ser enseñados a temer la perdición eterna. Tampoco se
considera bien enfocada una lectura del Evangelio que atribuya a
Jesús esas segundas intenciones pedagógicas. Ellas, fuera de
resultar malamente maquiavélicas, no se corresponden en absoluto
con la actual imagen, históricamente fundada, de Jesús 39.
Entonces lo que viene a decirse, conforme al intento explicativo que
ahora comentamos, es que los pronunciamientos de Jesús definen las
posibilidades reales últimas que tiene la humanidad: salvarse con
Jesús o perderse por quedar al margen de Jesús. Pero se añade que,
al no proponernos las Escrituras ni la fe de la Iglesia un solo caso de
condenación, debemos asumir consecuentemente la fe en la bondad
y en la gracia victoriosa de Dios y confiar en que ninguno puede
llegar a condenarse. Cómo tiene lugar el proceso concreto de la
entrada en las bendiciones de Dios es algo que no suele aclararse en
esta línea explicativa, fundida por algunos con la teoría de la opción
final.
Este enfoque responde sobre todo a la necesidad teológica de
reconocer consecuentemente el compromiso salvador de Dios para
con los hombres. Pero da a este poder un carácter como mágico, que
actúa y salva en desconexión con la marcha histórica y visible de la
conducta, y en desconexión con el proceso de encuentro real que se
supone darse entre Cristo y la historia, entre la humanidad y la Iglesia.
La seriedad con que esto se toma en el conjunto del Nuevo
Testamento queda reducida a muy poco. Y últimamente parece que
da igual la forma en que uno se haya conducido con relación a Jesús,
y a los débiles, pobres y dolientes en los que Jesús se hace presente
40.
Por eso, en las publicaciones teológicas es difícil encontrar casos
en los que se argumente rigurosamente con arreglo a esta línea
explicativa, aunque en la práctica pastoral no es hoy día raro
encontrarlos 41.
c) Depuración de las interpretaciones míticas
con reafirmación plena de los contenidos
considerados como tradicionales
LOS QUE TRABAJAN en esta línea se esfuerzan por purificar las
creencias referentes a la salvación/perdición, de los aspectos
culturalmente accesorios que han intervenido en las formulaciones
tradicionales. Llegan a la conclusión de que los núcleos esenciales a
que estas formulaciones responden son coherentes con lo requerido
por la reflexión teológica sobre Dios y sobre el hombre.
En cuanto a la imagen teológica de Dios, entienden que la doctrina
nuclear de la posible perdición no tiene por qué atribuirle ni una
predestinación para condenación, ni una acción creadora del infierno,
ni un castigar que implicara aplicación formal de ciertas penas 42. Por
otra parte consideran que la voluntad salvífica de Dios no debe
suponer un estilo de providencia que convierta a los hombres en
marionetas de un buen destino, quitando valor transcendente a las
decisiones profundas de la libertad 43..
Por supuesto que el criterio diferenciador de las vidas perdidas y
salvadas no lo ponen en códigos morales exteriores, ni en actos
sueltos sentenciados desde fuera por ningún juicio, incluso de Dios.
Son las mismas actitudes profundas del sujeto las que cristalizarían
dentro de él en el momento de la muerte, haciendo que él, o bien se
reencuentre definitivamente con las fuentes abiertas de su ser, o bien
aparezca en el existir correspondiente a un rechazo definitivo de la
bondad y la verdad. A este salir a la luz de la realidad de cada uno en
la hora del morir, conforme a lo que según esta Iínea explicativa se
sigue de una filosofía del hombre bien fundada, es a lo que en
lenguaje de imágenes se habría llamado juicio y premio o castigo.
Pero Dios de hecho no actúa juzgando al hombre desde fuera, o
castigándole, sino que lo ha creado de forma que llegue a ser lo que
su propia libertad escoge.
Esta Iínea explicativa da gran importancia a la autonomía de la
libertad y a la naturaleza ética del hombre. La oposición entre el bien
y el mal adquiere en ella un rigor absoluto. Ahí es donde ella sitúa lo
más misterioso del existir y, de rechazo, lo más misterioso y central del
ser mismo de Dios en quien se funda la oposición bien/mal y la
dignidad de la libertad. Entre los teólogos católicos actuales, éste es
un enfoque muy generalizado y K. RAHNER lo ha trabajado con
especial profundidad 44.
Personalmente encuentro que se trata de una interpretación muy
sobrecargada de elementos filosóficos, y por cierto de una filosofía a
la que apenas podría llegarse sin partir de unas formas de entender
el cristianismo muy vinculadas a la cultura alemana de la ilustración.
Las dificultades que uno puede tener para optar por esta
interpretación de la salvación y perdición serán por eso antes
filosóficas que teológico-sistemáticas, aunque tal vez se puedan
experimentar también ciertas reservas frente a la imagen demasiado
ética, racional y metafísica de Dios que se desprende del modo global
de razonarse esta postura.
d) Revisión de la doctrina de la resurrección
LA DIFICULTAD de fondo que ha dado lugar a este intento
explicativo ha sido la que no pocos experimentamos para conciliar la
imagen del Dios de Jesús con la creación de un orden del mundo y
del hombre, abierto hacia formas de existencia eternamente
frustradas y vacías de posibilidades. Ni la radicalidad de la oposición
entre el mal y el bien humanos parece ser tanta como para fundar una
distancia eterna y absoluta entre salvados y no salvados, ni el valor
de las realizaciones autónomas de la libertad parece compensar ante
el Dios bueno, especulaciones aparte, que se vuelva posible la
existencia eterna de hombres condenados.
Asumiendo estos supuestos, los que siguen esta línea explicativa
creen también que no se pueden eliminar de las Escrituras ni de la fe
de la Iglesia la seriedad de la oposición entre el acoger a Cristo y el
rechazarle, que es el salvarse y el no salvarse. Los intentos de reducir
esta oposición a una amenaza pedagógica o a otra clase de
malentendido cultural les parecen inadmisibles por las mismas
razones expuestas más arriba.
Ante el problema resultante, se orientan hacia la posibilidad de que
la perdición eterna de las fuentes teológicas pueda interpretarse
como no-existencia, a sabiendas de que es una posibilidad ya
anteriormente ensayada en la historia de la teología y considerada
por la mayor parte de los teólogos católicos como inadmisible y
herética. Pero a mi modesto entender ningún intento teológico
merecería tal censura mientras se haga manteniendo la comunión con
la Iglesia y la voluntad de expresar fielmente la fe de la misma Iglesia.
Por otra parte me parece que se aportan elementos nuevos y antes
no considerados en la actual versión de esa linea explicativa y que
ello invita a que se la tome de nuevo en cuenta.
Expongamos brevemente el planteamiento sistemático de este
punto de vista y sus argumentos bíblicos, así como su interpretación
de la enseñanza del magisterio.
Sistemáticamente plantean el llamamiento de la humanidad a la
participación en la vida de Dios como oferta de gracia, cuya
aceptación por parte del hombre ha de ser libre y. se consuma en la
resurrección. El que rechaza esa oferta es libre de hacerlo y no es
perseguido por Dios con castigos, ni Dios ha creado un orden del
mundo en el que el mal uso temporal, y siempre relativo, de la
libertad, atraiga sobre nadie consecuencias eternas y absolutas;
éstas se considerarían desproporcionadas. Él se pierde, eso si, la
grandeza y maravilla de entrar en la vida insondable de Dios; pero tal
entrar es pura gracia, absolutamente desproporcionada con la
condición humana, y no se ve desposeída de nada propio la vida de
quien no entra en Dios por haber rechazado la invitación que Él hace.
Eso supondría que el sentido o sinsentido específicos de la vida
habrían de pensarse, de suyo, terrenamente. Y en efecto, los que
siguen esta linea explicativa creen que en la vida pueden buscarse
muchos sentidos, religiosos y no religiosos, y que Dios no persigue ni
rechaza a los que luchan por otros sentidos que los que Él ofrece, ni
tiene por nulo lo que en ese campo vale y se consigue. Al contrario:
Dios habría creado las condiciones de la grandeza moral. Pero la
salvación de Dios no es eso ni se merece con eso; es un don de la
gracia que Dios aporta generosamente a los que acogen a Jesús o se
entregan a la causa de Jesús, al mismo tiempo que deja valer a todos
los otros dones por lo que son en si mismos.
También pertenece a esta manera de pensar un rechazo de la
filosofía de la inmortalidad. El hombre seria naturalmente mortal y sólo
por gracia inmortal, no habiendo problema de principio en ello sino
para aquellos que desvalorizan lo temporal por especulaciones
idealistas. La vida terrena estaría de suyo abierta a muchísimos
valores temporales aunque no dure siempre; tiene por eso sentido
que Dios la cree, aunque sea finita y limitada, y se acabe.
Entonces el riesgo de la libertad es aún grande, porque puede
hacerse el mal y eso es un mal aunque nadie lo castigue. También se
puede hacer el bien, y eso es un bien aunque no tuviera premio. Pero
una libertad que acoge a Cristo se ve además asumida hacia Dios, no
por sus méritos ni por las estructuras del mundo y del hombre, sino
por gracia de Dios.
Bíblicamente, las bases principales de esta forma de pensar se
desarrollan a partir de la lectura del Evangelio que hace Pablo, el cual
no conoce en sus cartas más que la resurrección de los que son en
Cristo ni parece dar cabida a otro tipo de resurrección 45.
Además se ponderan los términos que usan otros autores del
Nuevo Testamento para hablar del resucitar para muerte, del surgir a
juicio de los que rechazaron a Dios y del serle a cada uno retribuido
según sus obras, no encontrándose tampoco en ellos una dificultad
insalvable para esta linea explicativas 46.
Finalmente, se insiste en que el primitivo concepto cristiano de
resurrección no se corresponde con el concepto helenístico, mucho
más tardío, de una restauración de la unidad alma/cuerpo, ni con el
concepto apocalíptico de una revivificación ordenada al cumplimiento
de los designios divinos en el eón definitivo. A diferencia de estos
conceptos, la idea cristiana de resurrección tomó su forma propia del
reconocimiento de la resurrección de Jesucristo y de la posibilidad de
participar en ella. Por esta causa sería imposible entender
teológicamente cómo puede aplicarse fuera del campo de los que son
en Cristo, y al menos habría de reconocerse que quienes llegan a
aplicarla lo hacen desde posiciones filosóficas siempre discutibles.
La consideración de la tradición de la fe es lo que presenta
mayores dificultades para la fundamentación teológica de esta linea
explicativa, tanto si se toma esa tradición de la fe en sentido amplio lo
que han creído los fieles cristianos a lo largo de los siglos como si se
la toma en sentido católico fuerte, lo mismo que han creído los fieles y
estaría expresado en los documentos del magisterio.
Quien quiere atenerse a esta linea explicativa, trabajará en ella con
dos supuestos bastante firmes. Primero: en la lectura correcta de los
textos del magisterio una hermenéutica histórico-crítica es tan
admisible y necesaria como en la lectura de la Biblia, aunque ésta sea
una clase de trabajo que se practica muy poco. Segundo: los textos
escatológicos del magisterio de la Iglesia son generalmente de un
lenguaje muy arcaizante, puesto que se siguen utilizando en ellos
secularmente las mismas palabras bíblicas en vez de rehacer e
innovar la terminología según tiempos y cambios culturales, como ha
ocurrido por ejemplo en Cristología o en la confesión de la Trinidad.
En base a estos dos principios se establece el criterio de que los
textos escatológicos del magisterio necesitan una hermenéutica que
diferencie lo que es repetición fiel de las expresiones bíblicas y lo que
son desarrollos conceptuales de éstas. Los contenidos bíblicos habría
entonces que intepretarlos conforme a lo que piden los resultados de
la critica bíblica (vg. terminología de infierno, tormento, juicio, Reino,
etc.). Una vez hecho esto, muchos desarrollos conceptuales derivados
de una comprensión infundada de los términos quedarían sin base;
entonces habría que examinar cuidadosamente si enuncian
contenidos expresa e intencionadamente enseñados como desarrollo
de la concreción de la fe, o si más bien suponen repetir lo que
siempre estuvo en la fe de la Iglesia, utilizándolo como marco de
referencia para las actuales enseñanzas nuevas. En el primer caso,
un teólogo católico tendría que aceptarlos; en el caso de que se
utilizaran como marco de referencia, un teólogo no tendría mayor
razón para atenerse a ellos que para creer, por ejemplo, que
realmente Jonás viajó a Nínive y consiguió convertir a toda la ciudad,
dado que Jesús se refiere a esta creencia de su tiempo para explicar
su propia misión 47.
Pues bien, los seguidores de esta linea explicativa, examinados
cuidadosamente los documentos del magisterio que hacen referencia
a una inmortalidad condenada, creen poder reinterpretarlos en el
sentido de una perdición consistente en la no existencia total 48. Y en
esta misma forma creen que sería posible reinterpretar la tradición de
la fe de los creyentes, puesto que ella, o es mucho menos precisa, o
lo que pretende es mantener y vivir lo que enseña la Iglesia docente.
Según mi valoración. personal, planteamientos sistemáticos de esta
línea explicativa se corresponden mejor que los de otras con la
imagen del Dios de Jesús y de la valoración de la vida humana,
implicadas en la fe. Su hermenéutica bíblica tiene ya algunas
dificultades, aunque no carece de sólida probabilidad. Finalmente, es
la cuestión de la coherencia con la tradición de la fe lo que parece
más duro de asumir. Y sin embargo, no estoy nada seguro de que las
interpretaciones de la bondad y de la justicia de Dios que se hacen en
la teología más aceptada, resulten teológicamente más fáciles de
asumir, por muy acostumbrados que estemos a ellas.
Para cerrar esta parte de mi exposición con unas observaciones de
conjunto, yo subrayaría que ninguno de los intentos explicativos
presentados en ella se libra de serias dificultades. Efectivamente,
resulta poco clara la forma de compaginar lo que de una parte
parecen proponemos las fuentes teológicas sobre el amor bondadoso
y salvador de Dios, y de otra lo que nos plantean sobre la
transcendencia del rechazo de Cristo.
En tal situación no es extraño que se intenten caminos nuevos,
revisando el sentido que puede tener para nosotros el lenguaje en
que se nos comunican ambos mensajes referentes a la esperanza. Es
lo que vamos a considerar en la última parte de esta exposición.
7 El mensaje del Nuevo Testamento
sobre los riesgos de la
Esperanza
LA OBRA en que más importancia se ha dado a este tipo de análisis
ha sido la Dogmática de KARL BARTH y sus propuestas han
encontrado interpretaciones fuertemente divergentes. Para unos
BARTH viene con ellas a distanciarse de la doctrina tradicional sobre
el carácter absoluto de la perdición 49, mientras que según otros
mantiene consecuentemente esa posición tradicional, aunque
reinterpretándola 50.
A mi entender, no se puede situar bien a BARTH con los criterios de
la llamada doctrina tradicional. Y es que según él hay algo viciado en
la manera de articular nuestras preguntas sobre las oscuridades de la
doctrina tradicional. De esta forma viciada de articular en preguntas
nuestras oscuridades, nacería entre otros el interrogante de si la
perdición de los condenados es eterna o no es eterna. BARTH opina
que es imposible hallar una respuesta teológicamente satisfactoria
para este interrogante, pero no porque crea que está mal fundada la
idea del carácter absoluto de la perdición, sino porque cree que esa
idea no puede aclararse de ninguna forma correcta cuando ella
intenta concretarse en desarrollos temporales. Dicho de otra manera:
para BARTH el asumir con toda seriedad la interpelación evangélica
de que el rechazar en vida a Jesús es perdición irreparable, no
llevaría en rigor a poder deducir que la perdición dura eternamente,
pero sin embargo tampoco permite conjeturar que la perdición puede
redimirse en la muerte o después de la muerte.
A primera vista, diríase que esta posición es imposible de mantener,
puesto que si uno piensa que el carácter absoluto de la perdición no
implica en rigor la duración eterna de esa perdición, parece que él
hace sitio para pensar que la perdición puede redimirse. Pero sin
embargo, consideradas atentamente las posiciones generales de
BARTH sobre el lenguaje teológico, se aprecia que hay en él algo más
que paradojas y juegos de palabras.
BARTH subraya que lo que se nos propone en el Nuevo
Testamento no son explicaciones de cosas o de la naturaleza de las
cosas; ni siquiera interpretaciones de las potencialidades que tendría
la naturaleza humana analizada en sí misma, al margen de las
intervenciones de Dios. Lo que se nos propone es lo que ocurre en el
encuentro entre el hombre y Dios hecho presente en Jesús, pero de
tal forma que el ser y la iniciativa de Dios se reconocen en su señorío
y transcendencia soberanos. Entonces los pronunciamientos
escatológicos no se nos presentan como desvelamiento de cosas o
posibilidades futuras, sino como desvelamiento de la profundidad que
tiene cada «ahora» de un encuentro con Jesucristo. En ese ahora»
vale decir el sí o el no, y las virtualidades de cada uno de esos
«ahora» son el objeto de la consideración de la fe. Pero lo que ha de
ocurrir cuando cada «ahora» se convierta en un «luego», eso no
puede en rigor teológico decidirse ni definirse como una potencialidad
del hombre por la cual Dios luego se viera atado o constreñido, ni
siquiera en el sentido de que la libertad de Dios pudiera alguna vez
verse restringida por unas supuestas decisiones previas de condenar
o salvar, tomadas por el mismo Dios. Eso seria un burdo poner
tiempos en Dios y además convierte a Jesús en «hecho» salvador del
que el hombre dispone, no siendo en realidad «hecho» ni segunda
instancia de lo que dispone el hombre, sino hacedor con él y siempre
la primera instancia.
Esta manera de enfocar el tema se reflejaría exactamente en
muchos pasajes del Nuevo Testamento. Cuando los discípulos
preguntan a Jesús si son muchos los que se salvan, Él responde
interpelándoles directamente a ellos en su ahora: «Forcejead para
abriros paso por la puerta estrecha» 51. Y Pablo, después de
reflexionar sobre el rechazo de la fe por parte de Israel, añade: «Tú
no seas soberbio y ándate con cuidado» 52. En la misma linea estaría
la respuesta que da Jesús a Pedro, según Juan, cuando Pedro le
pregunta sobre el destino del mismo Juan: «Tú sígueme» 53. En
todos estos pasajes se insistiría en que, ante la interpelación del
Evangelio, la respuesta correcta no es preguntarse uno qué pasará
con él o con el otro, haciéndose como espectador del destino, sino
creer en Jesús y seguirle en cada ahora a que el hilo de la vida nos
lleva 54.
Por eso seria impío, según BARTH, que nos atreviéramos a
asegurar la salvación final de los que resistieron a Jesús, pero
también seria Limplo que nos atribuyéramos la posibilidad de conocer
el desarrollo irremediable de los juicios de Dios. La escatología no
tendría como tarea conveniente ni posible el definirse sobre lo que al
fin va a ocurrir, sino enseñarnos a reconocer aquí y ahora la
grandeza del señorío de Dios, que nos pone ante Jesús como ante el
único camino.
Entre los teólogos católicos no se han investigado con demasiada
atención los supuestos e implicaciones de estos planteamientos
escatológicos de BARTH. Pero algo muy parecido encierra, según mi
apreciación, la reflexión presentada por G. FESSARD con el titulo
Infierno eterno o Salvación universal 55.
Este trabajo se concibió en confrontación con las opiniones
expuestas por BERDIAEFF en los años 20, a propósito del proceso
discursivo que habría llevado a la teología de la Iglesia occidental a
establecer la tesis de la eternidad de las penas del infierno 56,
BERDIAEFF opinaba que los supuestos filosóficos de la teología
occidental habrían llevado a ésta a cosificar los mensajes de la fe, o a
objetivar lo contenido en esos mensajes, reconstruyéndolos en
enunciados referentes a dimensiones de la naturaleza de las cosas.
En este caso los mensajes sobre salvación y perdición se habrían
retraducido en la forma de una teoría del más allá, dimensionada
temporal y psicológicamente. De ahí, y solamente de ahí, habría
nacido la representación de las penas eternas del infierno 57.
FESSARD mantiene, frente a este punto de vista, que la teología no
puede renunciar a objetivar psicológicamente los contenidos de la
interpelación evangélica; pero reconoce que la misma teología ha de
ser rigurosamente consciente de los límites y posibilidades de tal
objetivación. Para ejemplificar su punto de vista recurre a los
planteamientos de la doctrina de la perdición que se proponen en el
Libro de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola.
Según FESSARD, Ignacio empezaría en su libro por subrayar hasta
el limite las objetivaciones psicológicas y naturalistas de la enseñanza
evangélica sobre la posibilidad de perdición, pero dando a éstas como
función el despertar los sentidos místicos del destinatario del mensaje
y el engendrar en él un movimiento de conversión a la bondad
salvadora de Dios, conversión por la cual vendría a superarse, para
todo ejercitante, el riesgo del infierno con todas sus antinomias.
Una tal superación vendría a incluir, según los mismos Ejercicios,
dimensiones de acción bajo el signo del seguimiento de Jesús 58 y
dimensiones de participación en los dolores y Resurrección del
Cuerpo de Cristo 59. Pero esa victoria sobre las antinomias del riesgo
del infierno, nacida de la consideración de la voluntad salvadora de
Dios manifestada en Cristo, no podría significar en los Ejercicios
ninguna libertad instalada en cierta autosuficiencia de la seguridad
última de salvación. Y es que si surgiera en el ánimo tal
autosuficiencia, el ejercitante se encontraría de nuevo en el nivel de la
llamada «Primera Semana», que es el que corresponde a la
confrontación con los propios pecados. Entonces se vería llevado otra
vez a confrontarse con la conminación de la posibilidad del infierno.
Es curioso que FESSARD, cuando siguiendo a Ignacio intenta hacer
una hermenéutica espiritual de la posición del ánimo creyente ante el
mensaje salvación/perdición, llegue a unas conclusiones tan
semejantes, según mi opinión, a las de BARTH. Con ellas quiero
terminar esta exposición ya demasiado larga.
La presencia de la interpelación de Jesús en nuestra vida se nos
descubre como llamada a una inmensa gracia y amistad de Dios, una
increíble llamada a nuestra libertad, sin cuya aceptación no es en
absoluto pensable que tengamos acceso a lo que se nos ofrece. El
poder no aceptar; he ahí el riesgo. El poder confiar; he ahí la
esperanza. Si en nosotros hemos de vencer las antinomias que
representa el temor de una perdición definitiva vivido ante el rostro de
Dios, precisamos reconocer humildemente, ante ese mismo rostro,
que no puede nacer de nosotros ninguna seguridad frente a Él.
ANDRÉS
TORNOS CUBILLO
ESPERANZA COMO RIESGO Y PERDICIÓN DEFINITIVA
Cátedra de Teología Contemporánea
Colegio Mayor CHAMINADE. Madrid 1984. Págs 45-80
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15. Ver por ejemplo Mt 12,41 s.
16. Mc 14,21; Lc 13,34.
17. En muchísimos pasajes, en conexión con la gehenna, fuego, etc.
18. También en muchísimos pasajes, por ejemplo Mc 9,42.46, etc.
19. Mt 11,23; Lc 16,23, etc.
20. Por ejemplo, Mt 18,8.
21. Por ejemplo, Rm 9,22.
22. Por ejemplo, 1 Cor 6,9.
23. Jn 3,16.
24. 1 Jn 2,28.
25. 1 Jn 3,15; 4,12.
26. Los diccionarios o vocabularios bíblicos pueden consultarse sobre esta palabra.
Por ejemplo articulo «Infierno., de MICHT, en J. B. BAUER, Diccionario de Teología Bíbllica, Herder, Barcelona, articulo «Infierno», col. 513-515.
27. Ver Pozo, Teología del más allá, BAC, Madrid 1980,2, pp. 424-429.
28. Ver nota 26.
29. Vg. Mt 5,22 y 18,9.
30. Vg. Mc 9,43.47; Mt 3,10; 18,8.
31. Ver 24,6; 27,11; 47,14; 66,15. 16. 24.
32. Ver pasajes citados de Isaías.
33. Por ejemplo Flp 3,18.
34. Jo 3,3 con 3.18; Eph 5,5.
35. 1 Jo 2,28.
36. 1 Jo 3,15.
37. Ver exosición de esta línea explicativa en Ruiz DE LA PEÑA, La otra Dimensión,
Eapsa, Madrid 1975, pp. 317- 325.
38. Se distancian, por ejemplo, de ella POZO, ALFARO, RAHNER y RUIZ DE LA PEÑA. BOROS la ha defendido mucho tiempo.
39. Según esta imagen, la forma de expresarse de Jesús y su llamamiento al Reino
no se hacen desde un tipo de conocimientos que pudieran permitir esa táctica pedagógica.
40. Cf. Mt 25, 31-46.
41. En su obra La Vida Etema, recientemente publicada en Cristiandad, Madrid, KUNG parece en
deter minados momentos inclinarse por este punto de vista; pero más adelante se desvía claramente de él.
42. Nos hemos referido a ello en la parte II de este estudio: ver más arriba.
43. Ver RAHNER, K, Sentido teológico de la Muerte, Herder, Barcelona 1965
44. Me refiero a la misma obra Sentido teológico de la Muerte.
45. Esto lo reconoce, por ejemplo, RUIZ DE LA PEÑA. La otra Dimensión, Eapsa, Madrid 1965, p.
194.
46. No es de este lugar revisar todo el estudio filosófico. El texto más difícil para esta linea explicativa sería Acta 24,15, pero entienden que la interpretación de éste también es salvable.
47. Ver Mt 12, 41 y paralelos.
48. Un ejemplo típico sería la Constitución Benedictus Deus, de BENEDICTO Xll. En ella lo único
directamente enseñado sería la no dilación del destino de los
hombres después de la muerte, contra Juan XXII; lo demás seria marco de referencia.
49. Ver POZO. C., Teología del mas allá, BAC Madrid 1980, 2, p. 447.
50. KRECK. W., Die Zukunft des Gekommenen, Kaiser Verlag. München 1966; pp. 142 y ss.
51. Ver Lc 13,23 ss.
52. Rm 11,21.
53. Jn 21,20-22.
54. En este parecer sigo a KRECK, W., Die Zukunft des Gekommenen. Kaiser Verlag,
Manchen 1966.
55. Publicado en CASTELLI, RICOEUR, COTTA, etc., Le Mithe de la Peine, Aubier-Montaigne, Paris 1967, pp.223-255.
56. Cf. nota 55, pp.226-228.
57. Ver en BERDIAEFF De la Destination de I' Homme, p. 358 (citado según
FESSARD).
58. Las explanadas en la Segunda Semana del Libro de los Ejercicios.
59. Explanadas en las Semanas Tercera y Cuarta.