JUICIO TEXTOS
1.
JUICIO/QUÉ-ES:
1. El juicio no es proceso dramático en el sentido humano. Las descripciones del Tribunal
ante el que el alma es presentada, de la balanza en que pesan las obras buenas y malas, del
libro en que todo está apuntado y que Dios abre para juzgarnos, son metáforas y símbolos del
misterio del juicio. El juicio es, en definitiva, un misterio impenetrable, porque en él es el mismo
Dios quien sale al encuentro del hombre. Podemos, sin embargo, intentar comprenderlo
analógicamente. En el juicio revela Dios al hombre, en una iluminación celestial, su estado
ético-religioso y la suerte que le corresponde permanentemente. San Agustín dice del libro del
juicio (Ciudad de Dios XX, 14): JUICIO/LIBRO:"Por libro del juicio debe entenderse una fuerza y
virtud divinas gracias a las cuales el hombre recuerda todas sus obras de manera que puedan
ser vistas por él, acusarlo y absolverlo."
2. Durante su vida terrena el hombre practica el arte de olvidar sus malas acciones y,
además, puede velar y deformar los verdaderos motivos de sus obras. En el juicio a que habrá
de someterse nada más morir, la omnipotencia omnisciente de Dios revocará a su memoria toda
su vida anterior, y ante sus ojos aparecerá todo detalle y la totalidad entretejida de todas las
acciones y decisiones. No podrá apartar la vista de su vida ni de sí mismo; dibujado por la luz de
Dios con toda precisión y penetrado por ella hasta el estrato
más íntimo de su ser, se verá perfectamente a sí mismo. Es infundada e insostenible la
opinión de que el hombre ve inmediatamente después de su muerte a Dios o a Cristo y
reconoce así su propio estado. Ver a Dios cara a cara sería para el hombre el cielo. Pero
siente la proximidad de Dios Santo con más fuerza que en toda su vida terrena. La visión de
sí mismo implica el juicio de sí al morir, el hombre se convierte en su propio juez. Debe
hacer sobre sí el juicio al que le obliga la omnipotencia omnisciente de Dios, la luz clarísima
y penetrante del Señor. El juicio de Dios se convierte en un juicio de sí mismo, a que Dios
le obliga. El hombre no podrá contradecir el juicio de Dios, sino que tendrá que reconocer
su justicia y validez, porque tiene que contemplarse y valorarse a la luz de Dios. El juicio de
Dios le parecerá justísimo y no podrá criticarlo.
3. El juicio a que el hombre deberá someterse después de morir es la coronación de
todos los juicios que sobre sí mismo hizo y padeció durante la vida terrena. Mientras dura la
vida de peregrinación, el hombre se orienta por el dictado de su conciencia. En el dictado
de la conciencia hace Dios juicio sobre los hombres; cuando el hombre se somete a la voz
de la conciencia se somete al juicio condenatorio o absolutorio de Dios. Pero en esta vida
el hombre puede adormecer la voz de su conciencia y librarse de su juicio. Un modo
especial de juicio celestial sobre el hombre en esta vida es el sacramento de la Penitencia.
En el sacramento de la Penitencia, el Padre, representado en el sacerdote, juzga al
penitente que desempeña el papel de Cristo crucificado; en este juicio actúa el juicio que el
Padre hizo de Cristo en la cruz. Normalmente el juicio de la Penitencia significa para el
hombre la absolución de su culpa. Los juicios que el hombre hace de sí mismo y los juicios
que padece en esta vida son precursores del juicio que Dios hace después de la muerte; en
ellos es, en cierto modo, anticipado el juicio de Dios, de forma que el último juicio será una
confirmación de todos esos juicios provisionales.
4. La medida por la que el hombre será juzgado es la santidad, verdad y amor de Dios
mismo o la verdad y amor personificada; es, pues, a la vez objetivo y personal. El hombre
es medido y debe medirse con el amor y verdad personificados. Como la verdad y amor
personificados se revelaron en Cristo, El es la medida según la que el hombre es juzgado.
No son ni la conveniencia, ni la utilidad, ni la opinión pública los cánones que deciden el
destino del hombre. Así medido, el hombre verá aquel día que muchas de las cosas que
fueron tenidas por inofensivas y baladíes son en realidad graves y fatales, y que otras
cosas que le parecieron importantísimas son indiferentes del todo. Según la medida de
Dios, se verá sobria y verdaderamente sin máscaras ni ilusiones. Tendrá conciencia de sí
mismo tal como es en realidad: bueno o malo. Unido a Dios o separado de El.
Cristo puede ser llamado Juez (/Jn/05/22), porque en el último juicio el hombre será
juzgado por la sola proximidad de Dios o lejanía de El; esta proximidad nos es concedida
por Cristo; la medida del juicio, por tanto, será la unión a Cristo. Según la Sagrada
Escritura, debe decirse que Dios juzga por medio de Cristo.
En el último juicio se realiza el juicio que Dios hizo a Cristo en la cruz. Quien está unido a
Cristo recibe este juicio como absolución; quien no esté unido a El le sentirá como
condenación. En el último juicio la cruz de Cristo, en su aspecto de juicio, llega a plenitud
de ser y sentido en cada hombre.
En el juicio final se revela, además del nivel ético-religioso del hombre, su futuro modo de
existencia. Quien se haya sustraído al amor y a la verdad y se haya entregado al orgullo,
egoísmo y mentira, será consciente de su imperfección; tal mezquindad e imperfección es lo
que llamamos infierno. La forma máxima de ser poseído por la verdad y el amor es lo que
llamamos cielo; el cielo es, como veremos, la comunidad de vida del hombre con la verdad
y amor divinos plenamente revelados.
SCHMAUS-7.Pág. 426-428)
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2. EL JUICIO-FINAL
HECHO DEL JUICIO
1. Reflexión previa J/VENIDA/JUICIO
Al fin del mundo Cristo aparece no en figura de siervo. sino en la gloria de la
Resurrección y Ascensión. La vuelta de Cristo significa, por tanto, la revelación total del
amor divino aparecido en Cristo. Así se entiende el anhelo del primitivo Cristianismo por la
segunda venida o, mejor, por la pública venida del Señor. Pero esta definitiva manifestación
de Cristo es a la vez juicio. Cristo viene como juez. El mundo será juzgado por El al fin de
los tiempos. En este juicio final los juicios particulares no serán ni revisados, ni anulados, ni
declarados definitivos; desde el primer momento son definitivos. En el juicio final serán
confirmados.
Al juicio final están sometidos los malos y los buenos (I Pet. 4, 14). Pero tiene
significación distinta para los pecadores y para los buenos. Para los buenos significa
confirmación de su comunidad con Cristo, para los pecadores significa condena y
condenación. Para unos es juicio de gracia y de salvación y para otros es juicio de
maldición. Ningún acusador tendrán los buenos (Rom. 8, 31-34; lo. 5, 45; Apoc. 12, 10).
San Juan dice en el Apocalipsis que a Satanás se le arrebatan para siempre los plenos
poderes que le habían sido concedidos para acusar ante Dios a los "hermanos" a los
cristianos mientras duraba la historia. Por ser hijos de Dios son conciudadanos de los
santos y domésticos de Dios (Eph. 2, 19). Los elegidos de Dios no tienen por qué
preocuparse de que un malvado los denuncie a Dios. San Juan oye el júbilo de los
bienaventurados porque se ha puesto fin a las calumniosas acusaciones del diablo. Al
fondo de esta descripción tal vez esté el hecho de las delaciones tan abundantes en
tiempos del emperador Domiciano y que tantas víctimas cristianas tuvieron como
consecuencia. La alusión del vidente sería así un consuelo para los cristianos. Cuando
Cristo venga a juzgar no habrá por qué tener miedo a los delatores. Nadie los acusará
(Rom. 8, 31-34). A los ateos, el juicio les acarreará desgracia y condenación, pero para los
amigos de Dios será juicio de salvación y de gracia.
Mientras que en la antigüedad cristiana, al profesar la fe en el juicio final, el acento recae
sobre el hecho de que el día del juicio traerá la salvación definitiva a los buenos y la
esperanza está, por tanto, en el primer plano de la conciencia creyente, en la Edad Media
se va destacando cada vez más la idea -también contenida en la fe en el juicio final- de que
Cristo volverá y examinará nuestras vidas. La antigua confianza en el día del Señor fue
desplazada por la angustia y el miedo a ese día. Cuanto más se multiplicaron los pecados
dentro de la Iglesia, tanto más tuvo que acentuar la Iglesia la seriedad del juicio. Y así
empezaron los creyentes a hacerse la angustiosa pregunta: ¿Qué responderé yo,
miserable? (Véase el himno Dies irae; la expresión más violenta de esta actitud son los
frescos de Miguel Angel sobre el juicio final).
2. Doctrina de la Iglesia
Respecto al hecho del juicio universal, es dogma de fe que después de la resurrección el
mundo será juzgado. La Iglesia profesa este dogma siempre que confiesa la vuelta de
Cristo. Hasta qué punto conforma la vida, se deduce del hecho de que la Iglesia ha
recogido ese dogma en su oración diaria (Símbolos apostólico y
niceno-constantinopolitano).
Muchos juicios particulares preceden al juicio final; en ellos son determinados
definitivamente los destinos de los hombres en particular. Los juicios particulares no serán
ni revisados ni corregidos en el juicio universal, sino que serán confirmados y dados a
conocer públicamente. En esto sentido, el juicio universal es llamado juicio final.
3. Testimonio de la Escritura en el AT
El juicio universal tiene una larga prehistoria que se extiende por toda la historia humana.
El AT y NT dan testimonio de él.
a) El AT dice que el juicio de los pecados empezó el primer día de la historia humana, ya
que los hombres pecadores fueron expulsados del Paraíso y un ángel con espada de fuego
vigiló su entrada. Se continuó en el diluvio y a través de las catástrofes de los siglos. Cada
vez se profetiza con más insistencia el día en que serán expiados todos los pecados. Es el
"día del Señor"; atribulará a su pueblo y a todos los pueblos para vengar todas las
injusticias; con estas palabras se alude en primer lugar a las catástrofes nacionales y caída
de pueblos, estados, culturas y ciudades.
Como todas las profecías viejotestamentarias, las amenazas de juicio deben ser
entendidas con perspectiva. El juicio de Dios se hará por grados sucesivos a través de los
siglos. Cada juicio particular es una fase en la ejecución del juicio final. Cada uno de ellos
alude al futuro. Todas las tribulaciones son transparentes y detrás de ellas se ve irrumpir y
ascender una nueva. Detrás de cada catástrofe se adivina una más terrible, hasta que
llegue el día aludido por todos los anteriores días al día del juicio.
Karl ·Barth-K describe estas relaciones de la manera siguiente:
"¿Qué significa "juicio" en el AT? El juicio se cumple primeramente de modo muy concreto
y muy a menudo en forma de desgracias nacionales desde la plaga de serpientes en el
desierto hasta la destrucción de Jerusalén. Sin el terrible primer plano de una concepción
de esta especie, que, según el AT, a pocas generaciones de este pueblo va a poder ser
ahogada sin la imagen realísima de una multitud de muertos y de las largas filas de
exilados, no se sabe lo que es el juicio en el AT. Y, sin embargo, a la idea
viejotestamentaria de juicio no le viene su seriedad y rigor de ahí. Pues detrás de todo eso
hay algo más terrible: el fin del amor de Dios, el repudio y todavía más la abrasadora ira de
Dios sobre todos los pueblos, el juicio universal. Esto no es presente, es futuro en el más
estricto sentido. Pero ese futuro es lo que importa justamente en el presente. Más allá de
las llamas encendidas por los enemigos y que devastan Samaria y Jerusalén, pero también
en definitiva Ninive y Babilonia, ven los profetas esta otra llama inapagable. Y de ese
segundo plano, del juicio futuro, hablaron al hablar amenazadores y decididos de aquel
primer plano."
b) El "día del Señor" de que hablan los profetas viejotestamentarios es primariamente el
día en que Dios mismo entra en la historia humana, el día de la encarnación. Juan Bautista
le profetiza como día de juicio (Mt 3, 7-12).
En Cristo alcanzan, pues, su punto culminante los juicios viejotestamentarios. En El
empezó la fase del juicio que es la introducción del discernimiento definitivo de los hombres.
Pues Cristo fue puesto para caída de algunos y resurrección de muchos (Lc. 2, 34). Lo
empezado por Cristo se completa en el juicio final. Su manifestación, su palabra y su obra
preparan el juicio final y lo introducen en la historia realizándose en el juicio que Cristo
significa durante su vida terrena y a través de los siglos.
4. Testimonio de la escritura en el NT
Ya hemos explicado en qué sentido es Cristo un juicio para la humanidad. Quien se
acerca a Cristo en la fe y a través de El se dirige al Padre, es libre de la maldición del
pecado, pero quien lo rechaza, queda bajo la maldición; no necesita ya ser juzgado; ya está
juzgado (lo. 5, 24; 12, 37-48; 16, 11).
Por feliz que sea el mensaje de la Cruz para los creyentes, para los que se cierran a él y
lo rechazan es catastrófico. Ahora están doblemente perdidos y caen en un juicio mucho
peor. Se enmarañan mucho más en su soberbia, porque cuanto más cerca viene Dios,
tantos más esfuerzos tienen que hacer para perseverar en su orgullo e independencia.
Desde la muerte de Cristo irrumpen en el mundo que rechaza a Cristo juicios punitivos
siempre nuevos y siempre crecientes por culpa del pecado. Cuanto más intenso se haga el
apartamiento de Dios, tanto más fuertes serán los juicios de Dios. En las catástrofes de
toda especie, en la caída de reinos y ciudades, empezando por la destrucción de Jerusalén
hasta la aniquilación de Babilonia, en el fuego que devora hombres, casas y animales, en el
mar que se traga campos y bosques, en las guerras que matan ejércitos y pueblos, Dios
juzga al mundo que desprecia su amor y reniega de la Cruz de su Hijo.
El sentido de todos los juicios divinos anteriores al juicio universal es la revelación de la
gloria de Dios, que no permite que nadie se burle de ella, pero a la vez es la salvación de
los hombres. Los juicios de Dios llaman a reflexión y guardan de la condenación del último
juicio. Pero los hombres no se convierten. Se endurecen en su vanidad, egoísmo y orgullo,
cuando los juicios de Dios se hacen más duros. Sienten que es la mano de Dios que se
posa sobre ellos, pero maldicen a quien quiere salvarlos y terminan con la maldición en los
labios, mientras podían haberse salvado diciendo una sola palabra de adoración (Apoc. 16,
19-21).
El Apocalipsis de San Juan describe los últimos juicios de Dios, antes del juicio final, en
imágenes llenas de pavor y terror.
La visión del capítulo 14 demuestra que las últimas tribulaciones deben ser interpretadas
como juicios de Dios. San Juan la describe así (Ap/14/14-20).
Como el cristiano sabe que a pesar de su comunidad con Cristo sigue siendo pecador,
desea los juicios anteriores al final, para sustraerse a éste. Las tribulaciones de la vida son
una forma de juicio. Pero hay otro espacio en que Dios hace sus juicios de amor; quienes
los desprecian son condenados; es el ámbito del misterio, el mundo de los sacramentos.
El juicio final es, pues, preparado por múltiples y variados signos. Todos estamos
suficientemente prevenidos de su implacable seriedad.
Durante su vida terrena Cristo ya aludió a esa su última palabra sobre la historia humana
(Mt. 16, 27; Lc. 22, 30; lo. 5, 22). El juicio al fin de la historia humana concede su
importancia y responsabilidad a la misma historia. Vale la pena hacer cualquier sacrificio
por escapar al juicio del último día. La condenación cae tanto sobre quienes se cierran al
mensaje del reino de Dios como sobre quienes no configuran su vida según ese mensaje.
"No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor,
Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros? Yo entonces les diré: Nunca os conocí; apartaos de mí,
obradores de iniquidad" (Mt. 7, 21-23).
En las profecías del fin del mundo da Cristo una descripción metafórica de la ejecución
del Juicio (Mt. 25, 31-46). Cfr. Mt. 13, 24-43.
La profecía de Cristo sobre el juicio final es una parte fundamental de la predicación
apostólica. Los Apóstoles tenían -como dice San Pedro- la misión de predicar al pueblo que
Cristo ha sido nombrado por Dios Juez de vivos y muertos (Act. 10, 42). También San
Pablo predica en Atenas que Dios ha determinado un día para juzgar al mundo en justicia
(Act. 17, 31; cfr. 24, 25; Al Cor. 5, 10; II Thess. 1, 5-10; Tim. 4, 1. 8; Hebr. 6, 2; 9, 27; 10,
27; 12, 23; 14, 4, I Pet. 1, 17; ll Pet. 2, 3; lo. 4, 17; Sant. 2, 13; lud. 6, 15; Apoc. 6, 10; 11,
18).
Dios retarda el juicio para dejar a los hombres tiempo de hacer penitencia. El tiempo que
transcurre hasta la vuelta de Cristo es tiempo de conversión y arrepentimiento. Es signo de
la paciencia que Dios tiene con el hombre (2 Pet. 3, 9). Cuando se pase ese tiempo, ya no
habrá más plazos (Apoc. 10, 6). Quien pensando en la longanimidad de Dios haya
perseverado confiadamente en sus pecados, tendrá que oír: "¿O es que desprecias las
riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te
atrae a penitencia? Pues conforme a la dureza y a la impenitencia de tu corazón, vas
atesorándote ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que dará a
cada uno según sus obras; a los que con perseverancia en el bien obrar buscan la gloria, el
honor y la incorrupción, la vida eterna; pero a los contumaces, rebeldes a la verdad, que
obedecen a la injusticia. ira e indignación" (Rom. 2, 4-8). Cfr. Il Pet. 3, 9.
El día del Señor revelará las obras de todos ante todo el mundo (l Cor. 3, 12-15). Como
antes dijimos, en la predicación apostólica del juicio universal se acentúa el hecho de que
los cristianos son liberados de las tribulaciones que el pecado les depara, mientras que los
incrédulos y pecadores son condenados. San Pablo cuenta con la salvación de quienes se
someten obedientemente a Cristo (Rom. 8, 31-32, I Cor. 5, 5; cfr. también 1 Jn. 4, 17).
Consuela a sus lectores diciendo que el Señor vendrá en su gloria y les aconseja que
sufran de forma que se hagan dignos del Señor.
(·SCHMAUS-7.Pág. 235-242)
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3. DIOS NO JUZGA POR SORPRESA. NOS JUZGA HACIÉNDONOS CAER EN LA
CUENTA DE NUESTRO PECADO. NOS HACE CAPACES DE JUZGARNOS A
NOSOTROS MISMOS. DIOS JUZGARA LAS ACCIONES SECRETAS DE LOS HOMBRES POR JC A LA LUZ DEL EVANGELIO /Rm/02/16 /Hb/04/12-13
JUICIO/ILUMINACION /1Co/04/05 JUSTICIA/MISERICORDIA EL JUICIO EN REALIDAD
NO ES OTRA COSA SINO EL CELO DE SU AMOR /Mt/25/31-46.
Dios nos juzga haciéndonos caer en la cuenta de nuestra propia imperfección y de
nuestro pecado. No es la mirada de Dios juez la del espía que sigue ocultamente nuestros
pasos y acecha nuestras acciones para sorprendernos por la espalda y castigar de
improviso nuestra culpa. En el evangelio la triple referencia que Jesús hace a la mirada del
Padre celestial encierra una connotación claramente positiva, que nos habla no de castigo,
sino de benevolencia: "tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará" (Mt 6. 4/6/18).
El juicio no puede ser desvinculado de la luz esplendorosa de la gracia que, al derramarse
sobre nosotros, nos ilumina manifestando así nuestro pecado (cf. Jn 3. 19; 1 Co 4. 5.
También 1 Co 4. 5 destaca el juicio como iluminación: el Señor con su venida "iluminará los
escondrijos de las tinieblas y hará manifiestos los propósitos de los corazones").
Así, pues, Dios no nos juzga por sorpresa sino haciéndonos a nosotros capaces de
juzgarnos a nosotros mismos y de caer en la cuenta de nuestra propia situación y de
nuestra propia culpa.
Juzga esclareciendo con la luz de su palabra nuestra propia conciencia, haciéndonos así
capaces de discernir y de juzgar no sólo nuestra realidad personal, sino también la de
nuestro entorno . Por eso el juicio de Dios realizado a la luz del amor conlleva
necesariamente la maduración del hombre que, desde ese amor acogido y vivido en
libertad, se va haciendo él mismo más profundamente persona, capaz de juicio y de
discernimiento. Dios juzga dándonos juicio (hasta para poder "juzgar al mundo" (cf. 1 Co 6.
2; Mt 19. 28 par) y discierne haciéndonos partícipes de su propio discernimiento. De este
modo, el juicio divino tiende a hacer del hombre un ser juicioso y reflexivo, no para
paralizarlo en el temor, sino para activarlo y realizarlo plenamente en el amor (cf. 1 Jn 4.
17-21).
En consecuencia, el juicio definitivo de Dios no le sobrevendrá al hombre impuesto desde
fuera a través de una sentencia divina inopinada, sino que se va gestando y fraguando
desde dentro del propio ser humano en todo un proceso de respuesta y de maduración, de
avance o de retroceso, que no se circunscribe a unos actos aislados, sino que abarca el
amplio arco de la existencia humana en su conjunto.
D/CELOSO:Una última característica del juicio de Dios del evangelio es la vinculación de
su justicia con la misericordia y compasión por los más débiles, así como por su defensa
inflexible de la comunión interhumana. El juicio en realidad no es otra cosa que el celo de
su amor. Pero si, en el A.T., Yahvé se manifiesta como un Dios celoso (Ex 20. 5;34.14; Dt
6. 14 s) cuyo amor radical de esposo no permitía el desamor de Israel, en el N.T. Dios se
presenta como celoso no sólo de sí mismo o de su propia gloria, sino también y sobre todo
del honor y la dignidad del hombre, en especial del oprimido, menesteroso y débil. La
justicia divina no es entonces más que la protección y el amparo que Dios mismo presta
con una mano al pobre y al perseguido, mientras con la otra intenta apartar la violencia del
opresor. También bajo esta perspectiva la justicia divina se nos muestra como amor, como
ayuda e intrépida defensa del "afligido que no tenía protector" (Sal/072/12). Ahora bien, si el
pecado no puede reducirse a una mera lesión del honor divino, sino que además entraña
de por sí un sentido de opresión, de rechazo y negación del hermano (y en cuanto tal es
ofensa de Dios), está claro que la reducción de la justicia divina al castigo, por parte de un
Dios airado, del agravio infligido a su honor por el hombre no responde del todo a la
verdadera realidad. Más bien la justicia divina coincide con el favor y el valimiento que Dios
presta al indigente, con la salvación de los pobres de Yahvé que él mismo quiere llevar
adelante frente a la vejación y el abuso de la arbitrariedad humana. De este modo "la
justicia y el derecho vienen a ser como el rostro de esta misericordia que es Dios".
(_COMMUNIO/85/1 Enero/Febrero)