Una dolorosa decisión

Los divorciados y la Eucaristía

  

Ignacio Díaz de León. M.Sp.S.

 

Ignacio Díaz de León. M.Sp.S. Misionero del Espíritu Santo. Licenciado en filosofía y teología por la Universidad Gregoriana. Actualmente atiende un centro de orientación para divorciados en el Centro de Desarrollo Humano Cristiano (Cedhc), en la Universidad Motolinía.

 

¿Cómo deben los sacerdotes atender con solícita caridad a los Divorciados Vueltos a Casar (DVC)? En el n. 84 de la Familiaris Consortio se anuncian casi exhaustivamente esos caminos o medios de salvación que los pastores hemos de poner al alcance de los DVC.

 

Medios de salvación para los  DVC

 

El Papa sugiere como base: no se consideren separados de la Iglesia; pueden y deben, en cuanto bautizados, participar en su vida —los simplemente divorciados o separados sí pueden comulgar y confesarse (FC 83).

 

A los sacerdotes nos toca explicar a los interesados la riqueza de la dimensión bautismal y confirmacional en que viven: las exigencias y los efectos espirituales de su bautismo y confirmación, la filiación divina, la vida de la gracia, su pertenencia a la Iglesia con su compromiso y sus derechos, la acción directa del Espíritu Santo por quien la caridad ha sido derramada en los corazones de los creyentes.

 

La participación en la Eucaristía

 

En la avidez que expresan los DVC por confesarse y comulgar, y en la angustia que manifiestan al no poder recibir estos sacramentos, debemos reconocer los pastores el resultado de un cierto sacramentalismo, inercia de la Contrarreforma.

 

Así se explica que verse excluidos de estos sacramentos sea para ellos amenaza de condenación eterna, y causa de profunda angustia.

 

Su participación en la misa aun sin comunión sacramental tiene un gran valor espiritual. Hay que ayudarlos a profundizar en la comprensión de su participación en el sacrificio de Cristo en la Misa.

 

Los DVC no pueden acercarse a la Comunión eucarística, pero sí pueden participar cabalmente en la oblación: ofrecer a Dios la Víctima divina y ofrecerse a sí mismos con Ella. Esta oblación, cuyo valor no hemos predicado suficientemente a los fieles, tiene su momento y fórmula indicativa en El: «Por Cristo, con El y en El...», final de la oración eucarística que todos los  fieles de la asamblea refrendan con su «amén» fuerte y firme.

 

Dos cosas: primero, hablarles con la verdad, con humildad: no podemos comulgar porque vivimos en una situación irregular. Segundo: ofrecer esa privación con espíritu de Adviento: ¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, cuando y como Tú quieras!

 

La Comunión espiritual

 

La Comunión espiritual, en el lenguaje de los autores espirituales modernos, designa la unión del alma con Jesús–Eucaristía, realizada no por la recepción del sacramento, sino por el deseo de recibirlo. Comulgar espiritualmente es unirse a Jesucristo presente en la Eucaristía, no recibiéndolo sacramentalmente sino por un deseo vivo derivado de la fe, animado por la caridad.

 

El testimonio de una vida santa

 

El testimonio del que aquí se habla es la rutina profesional, familiar, religiosa. Es el cumplimiento fiel y calificado de tus deberes, lo cual no es otra cosa sino hacer cada día, en cada momento, la voluntad de Dios. Este testimonio, aun sin sacramentos, es muy grato a los ojos de Dios, y así lo viven millones de cristianos que no tiene acceso a los sacramentos por diversas razones, o simplemente porque no tienen un sacerdote que se los celebre.

 

La paz interior, la alegría espiritual a la que los pastores podemos encaminar a los DVC con esta verdadera dirección espiritual puede ser superior a la que se puede llegar con una celebración tibia de los sacramentos.

 

Signo de los Tiempos, 1995, año XI, n. 62.