OMNIPOTENCIA - DEBILIDAD

1. D/PODER D/DEBILIDAD DEBILIDAD/D

La incondicionalidad del poder divino no debe ser entendida en el sentido de arbitrariedad. El poder de Dios se identifica con su verdad, sabiduría,, santidad y justicia; por consiguiente, no puede estar en contradicción con estas propiedades. Dios es al mismo tiempo poder y espíritu. Mientras que en el hombre el poder y el espíritu son cosas diferentes, de modo que el poder carece con frecuencia de espíritu y se convierte en brutalidad, y el espíritu carece de poder y se convierte en realidad ajena a la vida y a la Historia, en Dios el espíritu es luz de su poder y éste es el fundamento del espíritu. Esto se manifiesta en las formas de su Revelación, la cual se realiza mediante la palabra creadora de realidad histórica y en acciones empapadas de espiritualidad. Dios, por ejemplo, no puede mentir. Si a causa de la identidad del amor y del poder, de la santidad y del poder, de la justicia y del poder, Dios no puede pecar; esta imposibilidad no implica limitación alguna del poder. El hombre que «puede» mentir, robar y engañar no es superior a Dios a causa de este "poder". Al contrario, el pecado es un signo de la debilidad, limitación e insuficiencia humana. El hombre peca, es decir, se vuelve hacia las criaturas de una manera desordenada, porque no se basta a sí mismo, creyendo encontrar en las criaturas el complemento de su esencia. No podrá hallarla, pues la busca desordenadamente; es decir, de un modo que está en contradicción con la voluntad de Dios y con su propia esencia fundada en esa voluntad. Pero el hombre no podría buscarla de un modo desordenado si no sintiese su propia insuficiencia. Dios, al contrario, se basta a sí mismo. Su actividad no es una búsqueda de cosas que puedan hacerle feliz, sino una manifestación de su amor, de su sabiduría, de su verdad, bienaventuranza y gloria. Dios no puede, pues, pecar a causa de su grandeza y de su riqueza.

El poder de Dios no es una fuerza natural ciega, aniquiladora del hombre, contra cuya arbitrariedad el hombre tuviese que rebelarse con la actitud autoafirmativa de un Prometeo. Al contrario, el poder de Dios se manifiesta bajo la forma de amor. Por eso constituye el fundamento de nuestra confianza con el Padre, que conduce nuestros destinos a buen fin y con mano poderosa. De la identidad de poder, santidad, amor y justicia se deduce también que el amor, la santidad y la justicia de Dios son omnipotentes. Es cierto que para el que sólo ve lo externo, contemplando solamente las apariencias, nada parece ser tan impotente como el amor y la justicia de Dios. Al parecer, todos los hombres pueden resistir contra Dios.

Pero, en realidad, es cierto que todos los acontecimientos están al servicio del amor y de la justicia del Señor. Todos son ejecución de la santidad divina, realizan la santidad divina. No sabemos de qué modo sucede esto. Pero el hombre iluminado por el Espíritu Santo, es decir, el creyente, sabe que es así. Llegará el día en que la santidad, el amor y la justicia aparezcan visiblemente con todo su poderío hasta entonces encubierto. En ese mismo día se pondrá de manifiesto la impotencia y precariedad del pecado, del odio y de la injusticia. EI amor, la verdad y la santidad son en cierto sentido los contenidos de la vida divina que Dios realiza con su poder y de un modo finito en su Creación.

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En Cristo se manifiesta también que dentro de la Historia el poder de Dios aparece como impotencia. Cuando Dios entró con Cristo en la Historia humana, se despojó de su poder ante las puertas de la Historia (Guardini) y se anonadó, adoptando las debilidades humanas (/Flp/02/07). En Cristo se muestra tan impotente que el hombre puede llevarle ante sus tribunales, le pueden condenar y hasta ejecutar. Pero el poder de Dios no quedará siempre oculto; por el contrario, al final de la Historia aparecerá con tal resplandor, que los impíos serán rechazados, mientras que los creyentes serán conducidos a un estado de plenitud definitiva. Siempre, sin embargo, se pondrá de manifiesto bajo la forma de amor y verdad omnipotentes.

(·SCHMAUS-1.Pág. 643 ss.)

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2.

-La fuerza de Dios en el Antiguo Testamento.

Ante todo les propongo una reflexión sobre la idea que el Antiguo Testamento tiene de la fuerza de Dios, es decir, la Revelación de Dios que nos presenta (teniendo de fondo el Éxodo principalmente, pero también partiendo de la creación) un Dios fuerte, que hace lo que quiere, para quien nada es imposible, un Dios que es capaz de exterminar el ejército de los egipcios, devorar con el fuego a los pecadores; un Dios que arranca los cedros del Líbano, que trastorna los abismos del mar, que hace temblar las montañas como cabritos que saltan en los prados.

El Antiguo Testamento, pues, educa a un sentido de la fuerza irresistible de Yavé: "¿Quién podrá resistir ante él?". El Antiguo Testamento nos hace comprender que esta fuerza es característica de Dios; es decir, según nuestro modo de entender, Dios no puede renunciar a ella sin renunciar a ser Dios, porque Dios es el fuerte, el poderoso, por tanto lo es por su naturaleza; su potencia es su poder, su ser es capacidad de trastornarlo todo. Dios es fuerte y no puede renunciar a su fuerza, porque no puede renunciar a ser Dios.

-La ira de Dios en el Antiguo Testamento. D/IRA Una segunda consideración que el Antiguo Testamento nos hace hacer y en la que educa al creyente es que Dios no puede no odiar el mal con toda su fuerza, porque Dios y el mal son tan opuestos que no se pueden tolerar; por tanto, Dios destruye el mal, lo aniquila. Su naturaleza de fuerza, ante el mal, se convierte en "ira", la ira de Dios; no hay paz entre Dios y el mal; el mal no puede sino disolverse, sentirse destruido delante de Dios.

-La "debilidad de Dios" en el Nuevo Testamento...

Teniendo como fondo estas verdades del Antiguo Testamento, a las que no se pide renunciar, creo yo, he aquí a Jesús, el Siervo que Dios se escogió, el predilecto en el que Dios se ha complacido. Mateo amplió el texto de Isaías, en el que decía sencillamente: "Mi elegido". Aquí es mi predilecto, mi muy amado, por tanto vemos aquí ya la idea de hijo único.

-...es escondimiento y mansedumbre Entonces Jesús, siervo predilecto, escogido, elegido, no es solamente el que cumple la voluntad de Dios, sino también el que hace que Dios esté cerca de nosotros, el Dios con nosotros por consiguiente, que nos lo manifiesta, que nos hace ver quién es Dios, que sólo con mirarlo nos hace comprender quién es Dios.

Y he aquí la paradoja inesperada y para los apóstoles muy difícil de comprender: este Jesús que es Dios con nosotros, el predilecto, el Hijo amadísimo, es débil y se manifiesta como tal. Cuando los fariseos se reúnen para acabar con él, Jesús se aleja, cede, o sea deja que esa ira avance, se encienda.

En ese alejamiento de Jesús hay dos aspectos negativos: uno, que esta ira no es detenida inmediatamente, no se la aplasta, por tanto puede aumentar; el otro, que Cristo parece un débil, por tanto después podrán triunfar contra él, porque en el fondo no tiene fuerza. Jesús se retira, se aleja, y esta es una primera señal de su debilidad.

Después sigue otro aspecto que impacta más a Mateo: curaba a todos, pero ordenaba que no lo divulgaran. Esto es más extraño todavía para Mateo y para Pedro. Como lo decían, en efecto, los hermanos de Jesús, muéstrate al mundo; si viniste para hablarle al mundo, ¿por qué no te haces sentir? Por consiguiente, Jesús no busca adhesiones, no sabe hacerse propaganda, no sabe hacerse valer; ¿pero esto cómo puede ir de acuerdo con su ser como enviado de Dios, Palabra de Dios? Esto hacía vacilar a sus discípulos. Se refuerza la impresión general que los discípulos tienen: este hombre no es fuerte, no sabe hacerse valer; es un hombre que nos obliga a ceder, a alejarnos con él, es un hombre que dice que quiere hablarle al mundo, pero después no usa los medios necesarios. ¿Qué dice la profecía? "Derramaré mi espíritu sobre él, anunciará la justicia a las gentes, pero no peleará, ni gritará, no se escuchará su voz en las plazas". Por ahora es el único consuelo que tienen los discípulos: obra así, no sabemos por qué, pero en el fondo ya lo habían dicho los profetas. Pero esto los discípulos lo entenderán mucho más tarde; sólo lo pueden comprender después de la Resurrección.

Podemos imaginarnos cuánto turbaba a los discípulos el hecho de que Jesús no disputara. Este particular parece añadido aquí por Mateo: en efecto, el texto hebreo decía: "No gritará, no levantará la voz". Aquí, en cambio, se dice: "No disputará". Ahora bien, la imagen del Mesías que quiere hacerse valer contra los enemigos es la de uno que combate el mal, que lo afronta directamente; aquí, en cambio, se dice: "No disputará, ni gritará, ni se escuchará su voz en las plazas". Es decir, no usará los medios para impresionar a las muchedumbres. Al contrario: "No quebrantará la caña cascada y no apagará la mecha humeante". Es, pues, un manso, uno que no sabe ser prepotente, es respetuoso, tímido. He aquí la paradoja de la fuerza de Dios que, en cambio, se manifiesta débil, que viene para derrotar el mal, pero parece tener una voz tan débil que el mal puede gritar y sofocarla. Pero la profecía conserva el carácter de misión universal. Hará estas cosas débiles hasta cuando no haya hecho triunfar la justicia: "En su nombre esperarán las gentes". Por tanto, Dios se revela en él; no sólo Dios está contento de él, sino que el mundo, en el fondo, espera a uno así como él.

Pero el misterio sigue: existe un poder de Dios, existe un poder que destruye el mal, pero tenemos aquí un hombre que no es capaz de hacerse valer, que no derrota a los enemigos, no combate la injusticia aplastándola, al contrario, hasta se retira y permite así que la injusticia prevalezca, que alce la voz.

Tal vez podríamos leer aquí algo más, si entendiéramos esta palabra, como me parece lo hace Mateo, ya en clave de Pasión y Muerte de Jesús: la caña cascada no se romperá, pero él mismo será roto, precisamente por esta debilidad suya; no apagará la mecha humeante, pero otros serán los que lo apagarán a él por no haber sabido hacerse valer. Aquí podemos meditar: Tú, Dios grande, que riges los cielos, que gobiernas la tierra, que tienes en mano todo, ¿por qué te manifiestas con escándalo permanente durante toda la historia de los buenos, de los llamados justos?.

Fíjense bien, Dios no nos aniquila, no nos destruye. El Dios que se nos presenta aquí se deja mofar de quien apuesta y dice: pues bien, si existe Dios, que venga y me aniquile. Aquí entramos en una paradoja misteriosa, en la que vivimos en este mundo, en la que (como dicen a menudo los salmos) el injusto triunfa y aquel a quien no le importa Dios hace sus negocios y le va muy bien.

He aquí cómo nosotros mismos vivimos el misterio de la debilidad de Dios, en la debilidad que, en cierto modo, se alinea con Jesús. Tratemos en la meditación de reflexionar sobre todo esto, pues lo experimentamos todos los días.

-...es confianza y amor.

Una segunda reflexión sobre la debilidad de Dios, que se manifiesta en Jesús, la tomo de /Mt/21/33-45. Es la parábola que Jesús pronuncia en Jerusalén, en un momento de polémica muy tensa con sus adversarios, cuando dice: "Un hacendado plantó una viña, la cercó, cavó en ella un lagar, edificó una torre". Hasta aquí es Isaías 5, es decir, el amor de Dios por su viña: la viña es el pueblo de Israel que Dios ama, por el cual ha hecho mucho. Jesús añade: "La arrendó a unos viñadores y se fue a tierras extrañas". Aquí diríamos: he aquí el error del dueño: si le interesa tanto la viña, hubiera debido estarse ahí, cuidarla él y no confiarla a otros.

Aquí comienza precisamente la historia de la debilidad de Dios, que le confía al hombre sus cosas más queridas; su misma viña, que tanto le interesa, se la confía a gente de la cual no debería fiarse, pero se fía. He aquí la debilidad de Dios que se fía de la libertad humana. Y se le corresponde mal. "Cuando llegó el tiempo de los frutos, mandó sus siervos a los viñadores, para recibir los frutos. Pero los viñadores agarraron a los siervos y a uno le pegaron, a otro lo mataron y a otro lo apedrearon". Aquí los exégetas quedan perplejos sobre lo que quiere decir el texto, pero lo esencial es lo que hacen esos viñadores.

Leamos la parábola que se refiere a los viñadores. Estos piensan: la viña es nuestra, hacemos con ella lo que queramos. Están acostumbrados a hacer lo que quieren, pues el patrón los ha dejado libres, se llenaron de confianza y olvidaron que su libertad era para cultivar bien la viña, para hacerla producir frutos.

Cuando llegan los primeros siervos a exigir los frutos, hacen como los niños cuando llega una nueva maestra, es decir, comienzan a hacer alguna broma para ver cómo reacciona, si es capaz o no de mantener la disciplina; si ven que la cosa funciona, entonces siguen cada vez peor. Así me parece que obran estos viñadores: al principio son un poco prudentes, después los reciben a la mesa, comienzan a fingir que están enfadados, uno abofetea a uno y otro a otro. Los siervos estudian, pues la fuerza del patrón: tal vez no es muy fuerte, tal vez lo logremos, tal vez la viña queda para nosotros.

El Evangelio continúa: "Mandó de nuevo otros siervos, más que antes, e hicieron con ellos lo mismo". Los siervos son más numerosos, pero seguramente llaman a amigos, comienzan a pelear y se repite la escena, es decir, echan a los siervos y los viñadores piensan: en realidad este patrón no sabe hacerse valer, es un hombre débil. Y he aquí la prueba definitiva: "Finalmente les mandó a su hijo diciendo: ¡Respetarán a mi hijo!". Los siervos se han vuelto ya tan malvados y raros que no son capaces de comprender la situación. Piensan: ¿Por qué nos manda al hijo, después de lo que les ha sucedido a los siervos anteriores? No le importa mucho el hijo, a lo mejor quiere salir de él. Y si le importa el hijo, sigue siendo de todos modos un ingenuo, un iluso; ya nos hemos dado cuenta que no tiene la fuerza que temíamos. Entonces se dicen: "Este es el heredero. Ea, matémoslo y quedémonos con su herencia. Lo prendieron, lo echaron fuera de la viña y lo mataron".

Ahora veremos las cosas desde la parte del patrón. El patrón quiere dar confianza: esta viña, que quiero muchísimo, se la doy a esta gente para darles la posibilidad de progresar, de prestar un servicio importante aun en beneficio propio. Después, cuando manda los siervos y ve que regresan tan maltrechos, piensa: seguramente fue un momento difícil, no comprendieron, tengo que ayudarlos a comprender, son gente que piensa, se convencerán.

Finalmente manda al hijo, arriesga todo por la confianza que ha depositado en ellos: respetarán a mi hijo, finalmente comprenderán lo que están haciendo. La debilidad del dueño es, pues, amor, es voluntad de promover, en el bien, la libertad de los viñadores, arriesgando todo. He aquí cómo la Cruz nos manifiesta el amor salvífico a toda costa, la increíble confianza de Dios respecto del hombre, respecto de cada uno de nosotros, hasta el punto de arriesgarlo todo. Ahora es ya difícil trabajar con comparaciones. Nos parece extraño que el patrón mande al hijo creyendo que va a ser asesinado, pero en la Escritura se dice que Dios entrega al Hijo, lo entrega a los hombres incondicionalmente, sin reservas, porque hay que darles confianza hasta el fondo.

Que el patrón no sea un débil lo demuestran las palabras siguientes en las que aparece la ira de Dios. Jesús dice: "Cuando venga el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores?" (es decir, cuando el tiempo de la prueba y de la libertad haya terminado?). Le contestan: "Impondrá a los malvados dura muerte, y arrendará la viña a otros viñadores que le paguen los frutos a su tiempo". Y Jesús les dijo: "¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores rechazaron, esa vino a ser piedra angular" y luego "El que cayere sobre esta piedra se despedazará; y sobre quien cayere ella, será triturado?".

CZ/JUICIO: Por tanto, la Cruz no sólo es potencia de Dios, es también terrible juicio, pero puede serlo precisamente porque es la prueba sin reservas de que Dios nos quiere libres, que quiere darnos la posibilidad de expresar nuestra libertad en el servicio. Al darnos esta libertad, nos da también la libertad opuesta. Demos otro paso y constatemos cómo esta debilidad de Dios no es sólo un artificio retórico; esto es, Dios que dice: Yo soy fuerte, pero para humillarlos a ustedes que creen en la fuerza, me hago débil. Podemos ver también el aspecto dialogal de Dios con la libertad humana, relación que para nosotros llega hasta lo increíble. Para nosotros resultaba casi inconcebible, cuando leíamos las palabras del discurso de la montaña, que fuese necesario carecer de tanta defensa para entregarse al enemigo. ¿Cómo se puede llegar a esto? He aquí al Padre que entrega a su Hijo al enemigo, no como enemigo, sino esperando que comprendan.

-...se encarna en los pequeños y en los débiles.

Ahora les propongo considerar el aspecto de esta debilidad de Dios que se encarna en los pequeños y en los débiles, en la Iglesia, en la comunidad, en la historia. Me limito simplemente al comentario que Barbaglio hace al cap. 18 de Mateo (Mt/18/01-10), el discurso eclesial, cuya primera parte está toda dedicada a los pequeños: "¿Quién es el más grande en el Reino de los cielos? Entonces Jesús llamó un niño y dijo: si no os hacéis pequeños no entraréis en el Reino". "...el que recibiere en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe...". No seáis escándalo para ellos; córtate manos y pies antes que ser de escándalo para uno de estos pequeños".

Luego continúa: "¿Si uno tiene cien ovejas, no deja noventa y nueve por una?". "...Así es la voluntad de vuestro Padre celestial que no se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos". De aquí pasa a la bondad para con el hermano pecador: "Si tu hermano ha pecado, repréndelo a solas, si no busca testigos". Finalmente ordena que se perdone sin fin "siete veces siete" al hermano. Esta es la substancia del capítulo. Me baso en Barbaglio, quien en su comentario a este capítulo, después de un excursus sobre cada individuo en la comunidad cristiana, cita una frase de René Gruisan: "El único individualismo que el Evangelio autoriza es el de la oveja descarriada". Mateo, pues, es un Evangelio eclesial, en el que aparece el sentido del único, del particular. Bajo esta luz he vuelto a leer atentamente el cap. 18 y me he dado cuenta de que, dentro del discurso eclesial, uno de los motivos más característicos es precisamente la importancia que se le da al particular, al individuo, sobre todo en la primera parte, polarizada sobre la realidad de los pequeños, esto es, de los creyentes humildes y vacilantes, a quienes no se considera como grupos, estado o clase, sino en su individualidad.

Cinco veces aparece el pronombre numeral indefinido "uno". Quien recibe a uno como este niño", "Quien escandaliza a uno de estos pequeñuelos", "Qué hace un hombre que tiene cien ovejas y se le pierde una". Así el Padre celestial no quiere se pierda ni siquiera uno de estos". Recordemos también el discurso final: "Cuanto habéis hecho a uno solo de estos pequeñuelos, lo habéis a mí". Nos encontramos claramente en esta línea del juicio de Dios sobre las cosas.

El comentador añade: "Toda la comunidad está llamada por su Señor a asumir actitudes precisas respecto de cada creyente que se encuentra marginado y sin importancia social. Ella tiene que acogerlo en el amor, con atención premurosa, consideración, y es corresponsable de su posible ruina.

En el Evangelio apócrifo de Tomás se dice que la oveja descarriada era la más gorda del rebaño. Pero el Evangelio no dice así, dice que era una oveja cualquiera, solamente descarriada: es suficiente para que sea buscada; estaba sola, desorientada, no sabe cómo reunirse con las otras: eso basta para que haya que ir en su busca inmediatamente. Fuera de la parábola: un miembro de la comunidad se ha descarriado, es un creyente humilde, débil, que tiene dificultad en el camino de la fe. Lo que importa es su individualidad, sin atributos especiales; la Iglesia tiene que movilizarse para buscarlo, aunque sea uno solo y no tenga ninguna importancia.

Después se pregunta: ¿cuál es el motivo de tanta premura y de tanto amor por el individuo? Se debe a la importancia que él tiene ante el Padre, que no se resigna pasivamente a su pérdida. Entremos, pues, en la que el autor llama "la lógica del Padre": ama inmensamente a los pequeños, a los vacilantes, a los marginados, a los descarriados. Aquí nos unimos directamente con nuestra reflexión: he aquí a Dios que busca a los débiles y por esto se hace débil; por consiguiente, quien reconoce en esta debilidad al Hijo de Dios, empieza a entrar en los designios de Dios, a comprender algo de los paradójicos modos de revelarse de Dios.

Por eso, me parece, dice Jesús: "Cuando hayáis hecho algo a alguno, lo habéis hecho a mí". No sólo por una identificación de comodidad o de misericordia, sino porque así se entra en el misterio de Dios, que se reveló en la debilidad y se comienza a intuir algo de lo que Dios es. Una doble vía, por tanto: el reconocimiento de Dios en el pequeño, en el débil, y el reconocimiento de Cristo, fuerza de Dios, en la debilidad. Tratemos de meditar y de vivir en cada una de estas vías, que nos permiten entrar en el misterio revelador del Señor. Pidámosle al Señor que nos dé la fuerza para entrar en este misterio.

CARLO M. MARTINI
EL EVANGELIO ECLESIAL DE S.MATEO
EDIC. PAULINAS/BOGOTA 1986, pág. 170s

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3. ATEISMO/CAUSA

Dios se hace Jesús, débil e impotente en el mundo. Con eso resuelve el problema del dolor y del mal, que constituían la permanente piedra de argumentación para todo el ateísmo. El Dios que el ateísmo, en nombre del mal de este mundo, pone en tela de juicio es el Dios todopoderoso, infinito, creador del cielo y de la tierra, Padre y Señor cósmico. En Jesucristo, Dios mismo asume el mal y el absurdo. Se identifica con el problema y lo resuelve, no en teoría, sino por la vida y por el amor. Por eso sólo ese Dios es el Dios de la experiencia cristiana. No es ya un eterno e infinito solitario, sino alguien dentro de nosotros y solidario con nuestro dolor y nuestra angustia por la ausencia y ocultamiento de Dios en el mundo.

LEONARDO BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACION DEL HOMBRE.
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981, pág. 56