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ISLAM

FUNDAMENTOS DE UNA DE LAS GRANDES RELIGIONES



Abu Al'Ala
Al-Maududi (1903-1979) Parte de un texto de Abu Al'Ala 
Al-Maududi sobre los principios del Islam. Presentamos aquí un 
fragmento relacionado con la oración y la adoración. Dos de los 
pilares de la fe islámica.


Dios ha ordenado por medio de Muhammad -la paz sea con él- 
creer en cinco artículos de fe:

Fe en Dios que no tiene asociados en su divinidad; 
Fe en los ángeles de Dios; 
Fe en los libros divinos y en el Corán como el último de los libros; 

Fe en los profetas de Dios, y en Muhammad -las bendiciones de 
Dios sean con él-, el Enviado último; 
Fe en la vida después de la muerte. 
Estos cinco artículos constituyen el fundamento del Islam. El que 
crea en ello entra en el seno del Islam y llega a ser un miembro de 
la comunidad musulmana. Pero no basta proclamar su fe 
verbalmente para llegar a ser un musulmán completo. Para llegar a 
serlo, es preciso aplicar íntegramente las Instrucciones dejadas por 
Muhammad -la paz sea con él- las cuales le fueron inspiradas por 
Dios, Porque la fe en Dios arrastra necesariamente a la obediencia 
práctica de su palabra; y es la obediencia a Dios la que constituye 
el Islam. Por esta fe proclamáis que Allah (sélo, el Dios único) es 
vuestro Dios; esto significa que El es vuestro Creador y vosotros 
sus criaturas; que El es vuestro Señor y vosotros sus siervos; que 
El es vuestro Dueño y vosotros sus súbditos. Después de haberlo 
reconocido como vuestro Señor y Dueño si os negáis a obedecerle, 
sois por vuestra confesión un rebelde. Al mismo tiempo que tenéis 
fe en Dios, creéis que el Corán es el libro de Dios. Esto significa 
que habéis admitido todo el contenido del Corán como Inspirado por 
Dios. Así es vuestro deber aceptar, y obedecer todo lo que en él se 
encuentra. Al mismo tiempo habéis admitido que Muhammad -la paz 
sea con él- es el Enviado de Dios; lo que significa que habéis 
admitido que cada una de sus órdenes y de sus prohibiciones 
vienen de Dios. Si admitís esto, es vuestro deber obedecerle. Por 
consiguiente, no seréis un musulmán completo hasta que vuestros 
actos estén de acuerdo con vuestras palabras, si no vuestro Islam 
quedará incompleto.

Veamos ahora las reglas de conducta que Muhammad -la paz sea 
con él- ha enseñado tal como le fueran inspiradas por el 
todopoderoso. Los puntos capitales a este respecto son los ibadat- 
los Deberes Primordiales que deben ser observados por cada 
persona, exigléndose de la comunidad musulmana.


El espíritu del «ibadat», o la adoración

ibadat es una palabra árabe derivada de abd («esclavo») y 
significa sumisión. Representa el hecho de que Dios es vuestro 
Señor y que eres su siervo, y que todo lo que un siervo puede 
hacer para obedecer y agradar a su señor es un ibadat. El 
concepto islámico de ibadat es muy amplio. Si purificáis vuestro 
lenguaje de las tosquedades, de la mentira, de la maledicencia y de 
los insultos, cuando decís siempre la verdad y habláis de cosas 
virtuosas, y lo hacéis todo esto únicamente porque Dios lo ha 
ordenado así; estas acciones constituyen un ibadat, aunque 
puedan parecer sin relación con la religión. Si seguís la ley de Dios 
tanto en su espíritu como en su letra en vuestros hechos 
comerciales y económicos, si sois fieles en vuestras relaciones con 
vuestros padres, vuestros amigos, y con todos los que están en 
contacto con vosotros, verdaderamente todas vuestras actividades 
son ibadat. Si ayudáis a los pobres, los hambrientos y a las gentes 
en la angustia, si hacéis esto no en vuestro interés personal, sino 
solamente por buscar el agrado de Dios, esta actitud también es 
ibadat. Incluso vuestras actividades económicas -las actividades 
que emprendéis para ganar vuestra vida y mantener a las personas 
que tenéis a vuestro cargo- son ibadat, si lo hacéis con honradez y 
virtud, y observáis la ley de Dios. En resumen, todas vuestras 
actividades y vuestra vida entera son ibadat si están de acuerdo 
con la ley de Dios, si vuestro corazón está lleno de su temor, si 
vuestro objetivo último es hacer todas las cosas buscando el 
agrado de Dios. Así, cada vez que hacéis el bien o evitáis el mal por 
temor a Dios no Importa en qué dominio o actividad, cumplid 
vuestras obligaciones islámicas. El verdadero significado del Islam 
es: El hombre debe someterse totalmente a agradar a Dios, ajustar 
su vida entera al modelo trazado por el Islam, sin excepción alguna. 
Para llegar a realizar este fin, una serie de ibadat precisos han sido 
constituidos que sirven de cierto modo de cuadro de entrenamiento. 
Si seguimos la preparación asiduamente, mejor seremos equipados 
para encontrar la armonía entre nuestros ideales y nuestra 
conducta práctica. Los ibadat son pues los pilares sobre los cuales 
descansa el edificio del Islam.

«salat»

El salat es la primera y más importante de estas obligaciones. ¿ 
Qué es el salat? Son las cinco oraciones cotidianas obligatorias por 
las cuales repetís cinco veces al día los artículos en los que se 
basa vuestra fe. Os levantáis por la mañana temprano, hacéis 
vuestro aseo, y os presentáis ante Dios para rezar. Los 
movimientos que hacéis durante la oración simbolizan el espíritu de 
sumisión; la recitación de vuestras oraciones os recuerdan vuestros 
deberes hacia Dios. Buscáis sus mandatos y le pedís sin descanso 
permitiros libraros de su cólera y seguir el recto camino. Leeréis 
pasajes del Libro de Dios testimoniando así la veracidad del 
Profeta, y de este modo aviváis vuestra creencia en el Día del juicio 
y en el hecho de que tenéis que comparecer ante vuestro pacto con 
El. Dejáis durante unos instantes vuestras obligaciones mundanas y 
solicitáis audiencia del Señor. Esto una vez más os recuerda 
vuestro papel real en la vida. Después de esta reconsagración 
volvéis a vuestras ocupaciones; más tarde os presentáis de nuevo 
a Dios. Este os vuelve a llamar, y de nuevo concentráis vuestra 
atención en las estipulaciones de vuestra fe. Cuando el sol se 
oculta y las tinieblas de la noche comienzan a envolveros, os 
sometéis de nuevo a Dios con oraciones, con el fin de que no 
olvidéis vuestros deberes y vuestras obligaciones en las, sombras 
que se aproximan de la noche. Después de algunas horas más 
tarde, de nuevo aparecéis ante Dios, y es vuestra última oración de 
la jornada. Así, antes de ir a dormir, recordáis una vez más vuestra 
fe y os prosternáis ante vuestro Dios. Es así como acabáis la 
jornada. La frecuencia y la hora de las oraciones tienen por fin no 
olvidar nunca cuál es el objeto y la misión de vuestra vida en el 
torbellino de las actividades del mundo.

Es fácil comprender cómo las oraciones cotidianas fortifican las 
bases de vuestra fe, os preparan para observar una vida de virtud y 
de obediencia a Dios, y aviva esta fe de donde surge el coraje, la 
sinceridad, la reflexión, la pureza de corazón y de alma y la firmeza 
de la moralidad.

Veamos cómo se realiza esto. Hacéis vuestra ablución de la 
manera prescrita por el Santo Profeta -la paz sea con él-. 
Igualmente rezáis según las instrucciones del Profeta. ¿Por qué lo 
hacéis? Simplemente porque creéis en el apostolado de Muhammad 
-la paz sea con él-, y es vuesto deber absolutoobedecerle sin 
discutir. ¿Por qué no cometéis faltas voluntariamente recitando el 
Corán? ¿No es porque consideráis el texto como la Palabra de Dios 
y que creéis cometer un pecado desviándoos de sus palabras? En 
las oraciones recitáis muchas cosas en voz baja, y si no las recitáis 
o la hacéis con errores no hay nadie para controlaros. Pero esto no 
lo hacéis nunca voluntariamente. ¿Por qué? Porque creéis que Dios 
está siempre vigilante, que oye todo lo que recitáis, y que está al 
corriente de todos las cosas visibles u ocultas. ¿Qué es lo que os 
hace recitar vuestras oraciones incluso en los lugares donde no hay 
nadie que os exija hacerlo o incluso para veros decirlo? ¿No es por 
el convencimiento de que Dios os está observando siempre? ¿Qué 
es lo que os hace dejar vuestros quehaceres importantes y otras 
ocupaciones para ir a la mezquita a rezar? ¿Qué es lo que os hace 
abreviar vuestro sueño a las tempranas horas de la mañana, ir a la 
mezquita con el calor del mediodía y dejar vuestras distracciones de 
la tarde por la oración? ¿Es otra cosa que el sentido del deber -el 
hecho de que asumáis vuestra responsabilidad hacia Dios cueste lo 
que cueste? ¿Por qué teméis cometer faltas cuando decís vuestras 
oraciones? Porque vuestro corazón está lleno de temor de Dios, y 
sabéis que debéis comparecer ante El en el Día del juicio y darle 
cuenta de vuestra vida entera. ¿Puede existir mejor método de 
preparación moral y espiritual que las oraciones? Es este 
entrenamiento el que hace de un hombre un musulmán perfecto. 
Las oraciones le recuerdan su pacto con Dios, avivan su fe en El y 
le hacen tener siempre presente en su espíritu su fe en el Día del 
juicio. Le ayudan a ajustarse a los principios del Profeta y le 
impulsan a observar sus deberes. Las oraciones son el mejor medio 
de impulsar al hombre a ajustar su conducta a sus ideales. 
Evidentemente, si un hombre tiene una conciencia de sus deberes 
hacia su Creador, tal ayuda que la pone por encima de todos los 
bienes terrestres y no deja de fortalecerla por la oración, 
permanecerá probablemente honesto en sus acciones porque sí no 
traería el descontento de Dios que hasta ahora ha tratado de evitar. 
Permanecerá fiel a la ley de Dios a través de todas las fases de la 
vida, del mismo modo que sigue diciendo las cinco oraciones 
cotidianas. Se puede tener confianza en este hombre en los demás 
campos igual que en el de la religión, porque si las sombras del 
pecado o de la astucia se le acercan, tratará de evitarlas por temor 
a Dios, temor que está siempre presente en su espíritu. Incluso sí 
después de una preparación tan vital, un hombre se conduce mal 
en otros campos de la vida y quebranta la ley de Dios, esto no 
puede venir más que de determinadas depravaciones que le son 
propicias.

Así pues, lo repetimos, debéis rezar vuestras oraciones en 
asamblea, particularmente las oraciones del Viernes. Esto establece 
entre los musulmanos un vínculo de amor y de comprensión 
recíproca. Esto despierta en ellos el sentimiento de su unidad 
colectiva y mantiene en ellos la noción de fraternidad nacional. 
Todos rezan sus oraciones en asamblea y esto les inculca un 
profundo sentimiento de fraternidad. Las oraciones son también un 
símbolo de igualdad, porque tanto los pobres como los ricos, los 
poderosos como los humildes, los que gobiernan como los 
gobernados, los sabios como los analfabetos, los negros como los 
blancos, todos están en el mismo lugar y se prosternarán ante su 
Señor. Las oraciones le inculcan también un profundo sentimiento 
de disciplina y obediencia al jefe elegido. En resumen, las oraciones 
los preparan en todas las virtudes que permiten el desarrollo de 
una rica vida Individual y colectiva.

He aquí algunos de los beneficios que se pueden sacar de las 
oraciones cotidianas.

Si nos negamos a utilizarlas, nosotros, y nosotros solos, somos 
los que perdemos. Si nos apartamos de las oraciones, esto significa 
dos cosas: que no reconocemos las oraciones como nuestro deber; 
o bien que las reconocemos como nuestro deber, pero a pesar de 
ello eludimos esta obligación. En el primer caso, vuestra pretendida 
fe es una mentira vergonzosa, porque si se niega a aceptar 
órdenes, por eso mismo se niega la Autoridad de quien las da. En el 
segundo caso, si reconocemos la Autoridad, pero no haces caso de 
sus órdenes, entonces somos las criaturas más inconscientes de la 
tierra. Porque si somos capaces de hacer esto a la más alta 
Autoridad del Universo, ¿quién nos garantiza que no haremos lo 
mismo en nuestras relaciones con los demás seres humanos? Si el 
engaño predomina en una sociedad, ¡qué infierno de discordia 
llegaría a ser esto!

El Ayuno

Lo mismo que las oraciones había que hacerlas cinco veces al 
día, el ayuno durante el mes de «Ramadán» (el noveno mes del 
año lunar) se hace una vez por año. Durante este período, desde el 
alba hasta que se oculta el sol no comemos ni una migaja de 
comida, ni bebemos una gota de líquido, cualquiera que sea la 
atracción de la comida y sean cuales fueren nuestra hambre y 
nuestra sed. ¿Qué es lo que nos hace soportar voluntariamente 
tales rigores? No es otra cosa que la fe y la creencia en Dios y en el 
Día del juicio Final. En cada instante durante nuestro ayuno 
reprimimos nuestras pasiones y nuestros deseos, y proclamamos 
por nuestra conducta la supremacía de la ley divina. Esta 
conciencia del deber y espíritu de paciencia que el ayuno 
permanente durante un mes completo nos inculca, nos ayuda a 
fortificar nuestra fe. El rigor y la disciplina durante este mes nos 
ponen cara a cara con las realidados de la existencia y nos ayudan 
a hacer de nuestra vida durante el resto del año una vida de 
verdadera sumisión a su voluntad.

Por otra parte, el ayuno tiene un impacto enorme en la sociedad, 
porque todos los musulmanes, cualquiera que sea su estatuto, 
deben respetar el ayuno durante el mismo mes. Esto marca la 
igualdad esencial de los hombres, y crea en ellos un sentimiento 
aún más profundo de amor y fraternidad. Durante el Ramadán, el 
mal se esconde mientras el bien pasa al primer plano, y toda la 
atmósfera se impregna de piedad y de pureza.

Esta disciplina nos ha sido impuesta por nuestro propio bien. En 
cuanto a los que no cumplen con este deber primordial, no se 
puede confiar mucho en ellos en el cumplimiento de sus otros 
deberes. Pero los peores son los que, durante este mes sagrado, 
no dudan de beber y comer en público. Su conducta prueba que no 
tienen en cuenta los mandatos de Dios, del cual osan, sin embargo, 
proclamar su fe como su Creador. Además de esto, muestran 
también que no son miembros leales de la comunidad musulmana 
-o más bien que no tienen nada que ver con ella. Evidentemente, 
en cuanto a la obediencia, confianza y respeto que se puede tener 
en ellos, se puede esperar lo peor de tales hipócritas.

El «zakat»

La tercera obligación es el Zakat. Cada musulmán cuya situación 
económica esté por encima de un determinado mínimo precisado, 
debe pagar anualmente 2.5% de sus ahorros a uno de sus 
semejantes en la necesidad, a un nuevo discípulo del Islam, a un 
viajero, a una persona entrampada.

Esto es el mínimo. Si pagáis más, más grande será la 
recompensa que Dios os concederá.

El dinero que entreguemos a título de Zakat no es alguna cosa de 
la que Dios tiene necesidad o que El recibe. El está por encima de 
toda necesidad o deseo. El nos promete, con su gracia infinita, 
innumerables recompensas si ayudamos a nuestros semejantes. 
Pero pone en ello una condición fundamental: cuando entregamos 
el Zakat en el nombre de Dios no debemos esperar ni exigir un 
provecho terrestre de los beneficiarios, ni tratar de establecernos 
una reputación filantrópica.

El zakat es tan fundamental en el Islam como las demás formas 
de ibadat: salat («la oración») y saum («el ayuno»). Su importancia 
reside en el hecho de que mantiene en nosotros las cualidades de 
sacrificio y nos limpia del egoísmo. El Islam acoge en su seno a 
aquellos que están dispuestos, en la vía de Dios, a distribuir una 
parte de sus bienes; duramente ganados, voluntariamente y sin 
ninguna esperanza de provecho temporal o personal. El Islam no 
tiene nada que hacer con los avaros. Un verdadero musulmán, 
cuando viniese el llamamiento, sacrificará todos sus bienes según el 
deseo de Dios, porque el Zakat lo ha llevado ya a esto. La sociedad 
musulmana ha ganado enormemente con la institución del Zakat. Es 
el deber más estricto de todo musulmán afortunado, ayudar a sus 
semejantes pobres o en un a situación menos favorecida . Su 
riqueza no debe ser utilizada únicamente para su confort y su lujo 
personales; los demás tienen también derecho de sus bienes: las 
viudas y los huérfanos de la nación, los pobres y los inválidos; los 
que tienen capacidades, pero carecen de medios para buscar un 
empleo útil, aquellos que tienen capacidades pero no tienen dinero 
para adquirir la Instrucción y llegar a ser así miembros activos de la 
comunidad. El que no reconoce un derecho en sus bienes a tales 
personas de su comunidad es realmente cruel. Porque no podrá 
haber crueldad más grande que llenar sus cofres mientras que 
millares de seres mueren de hambre o sufren del paro. El Islam es 
el enemigo irreconciliable de tal forma de egoísmo y de la avaricia. 
Los incrédulos, privados de todo sentimiento de amor universal, no 
saben más que conservar su dinero, y para hacerlo fructificar lo 
prestan con intereses. Las enseñanzas del Islam son la exacta 
contraposición de esta actitud. Aquí comparte su riqueza con sus 
semejantes y se les ayuda también a bastarse por sí mismos y a 
llegar a ser miembros productivos de la sociedad.

«hajj» o Peregrinación

hajj, o la peregrinación a la Meca es el cuarto ibadat fundamental. 
No es obligatorio más que para los que tienen medios y solamente 
una vez en la vida. La Meca acoge el sitio de una pequeña casa 
que el profeta Abraham -las bendiciones de Dios sean con él- 
edificó para el culto de Dios. Dios le recompensó haciendo de ella 
su propia casa, y el centro hacia el cual todos deben volverse para 
las oraciones. Ha dispuesto también que incumba, a los que tienen 
medios, visitar este lugar al menos una vez en su vida. Esta visita 
no es solamente una visita de cortesía. Esta peregrinación tiene sus 
ritos y condiciones que es preciso cumplir, las cuales nos inculcan 
la piedad y la virtud. Cuando emprendemos la peregrinación, nos 
está ordenado que refrenemos nuestras pasiones, que nos 
abstengamos de derramar sangre, que seamos puros tanto en 
nuestras palabras como en nuestros actos. Dios ha prometido 
recompensar nuestra sinceridad y nuestra sumisión.

Esta peregrinación es, en cierto modo, el más grande de los 
ibadat. Porque a menos que un hombre no quiera realmente a Dios, 
no emprenderá nunca un viaje tan largo dejando tras él a todos los 
que ama. Así pues, esta peregrinación es diferente de cualquier 
otro viaje. Allí, sus pensamientos están concentrados en Dios, su 
ser vibra de una devoción intensa. Cuando llega a la Ciudad Santa, 
encuentra allí una atmósfera llena de piedad y de virtud; visita 
lugares que testimonian la gloria del Islam, y todo esto deja en su 
espíritu una impresión inolvidable que guardará hasta su último 
suspiro.

Después, de los demás ibadat, los musulmanes pueden sacar 
muchos beneficios de esta peregrinación. La Meca es el centro en 
el cual los musulmanes deben agruparse una vez por año, 
encontrarse y discutir de asuntos de interés común, y de una forma 
general, avivar, en ellos mismos, la convicción de que todos los 
musulmanes son iguales y merecen el amor y la simpatía de los 
demás, cualquiera que sea su origen geográfico o cultural. Así, la 
peregrinación une a los musulmanes del mundo en una fraternidad 
internacional.


Protección del Islam

Aunque la protección del Islam no sea explícitamente un principio 
fundamental, su necesidad y su importancia han sido señaladas con 
mucha frecuencia en el Corán y el hadiz. Es esencialmente una 
puesta a prueba de nuestra sinceridad como discípulos del Islam. Si 
no defendemos al que llamamos nuestro amigo contra las intrigas y 
los asaltos de sus enemigos, ni no nos preocupamos de sus 
intereses, si estamos guiados únicamente por el egoísmo, somos 
verdaderamente falsos amigos. Del mismo modo, si proclamamos 
nuestra fe en el Islam, debemos celosamente guardar y mantener el 
prestigio del Islam. Nuestra única guía en nuestra conducta debe 
ser el interés de los musulmanes en general, y el servicio del Islam 
a la vista del cual todas nuestras consideraciones personales 
deben inclinarse.

«jihad»

jihad es una parte de esta protección del Islam. jihad significa 
lucha hasta el límite de nuestras fuerzas. Un hombre que hace todo 
lo posible físicamente o moralmente, o utiliza sus bienes en la vía de 
Dios, está en efecto compro metido en el jihad. Pero en el lenguaje 
del chariah, esta palabra es utilizada más particularmente por el 
combate que es declarado únicamente en el nombre de Dios contra 
los opresores y los enemigos del Islam. Este supremo sacrificio de 
la vida incumbe a todos los musulmanes. Sin embargo, si un grupo 
de musulmanes se dirige voluntariamente por el jihad, la comunidad 
entera, está dispensada de su responsabilidad. Pero si nadie es 
voluntario, todo el mundo es culpable. Esta dispensa no existe para 
los ciudadanos de un estado islámico cuando este estado es 
atacado por una fuerza no musulmana. En este caso, todo el mundo 
debe ser voluntario para el jihad. Si el país atacado no es bastante 
fuerte para responder, es entonces deber religioso de los países 
musulmanes vecinos ayudarle; si ellos también son vencidos; 
entonces los musulmanes del mundo entero deben combatir al 
enemigo común. En todos los casos, el jihad es un deber primordial 
de los musulmanes que les concierne lo mismo que las oraciones 
cotidianas o que el ayuno. El que se sustraiga de ello es un 
pecador. Se puede dudar de su pretendida fe en el Islam. No es 
más que un hipócrita que no superará la prueba de la sinceridad, y 
todos sus ibadat y oraciones no son más que un engaño, una vana 
tentación de devoción.