Diálogo de las Religiones

 

RLS/DIALOGO DIALOGO/Religiones ECUMENISMO

1. El estudio comparado de la religión

A pesar de la variedad de las formas religiosas, casi todas ellas presentan como común denominador el carácter de encuentro personal con el absoluto. Las manifestaciones históricas constituyen otros tantos intentos de traducir esa experiencia básica en palabras y obras de acuerdo con las circunstancias de tiempo y de lugar y con el contexto cultural en el que se desarrolla. Esto hace que, a partir del siglo XIX sobre todo, el estudio de la religión, tanto en el aspecto fenomenológico como en el histórico, haya discurrido bajo el signo de historia comparada de las Religiones.

La tendencia antigua ofrecía ya una visión comparativa del fenómeno, decantándose por la identificación específica de la divinidad, a pesar de las diferencias de sus expresiones. Esta actitud es reforzada por las teorías evolucionistas y por los análisis antropológicos del presente siglo, que intentan establecer un prototipo de religión original según el cual las semejanzas prevalecen sobre las divergencias. Es una exigencia de la unidad de la familia humana y de la unicidad de Dios, que hace que todos los caminos terminen por encontrarse al final. Los diversos autores encuentran en este hecho la raíz y fundamento del diálogo interreligioso.

En la actualidad asistimos al cumplimiento de este propósito, ya que lo que hoy predomina en el mundo no es la confrontación entre las Religiones, sino el esfuerzo cada vez mayor por encontrarse y armonizarse entre sí. La prueba más fehaciente de este hecho es el creciente número de figuras prestigiosas en el campo del pensamiento que se preocupan por fomentar el encuentro y el diálogo. Más que mirar al pasado, los interesados tratan de acentuar la finalidad común a toda religión y de promover su progreso sobre el camino del respeto mutuo y la comprensión. Convencidos de la imposibilidad del aislacionismo religioso en un mundo que marcha hacia la unidad en todos los demás aspectos, unos y otros se esfuerzan por encontrar en las diferentes tradiciones religiosas, con su estructura específica y su propia historia, la inspiración de un mismo espíritu que trabaja por la liberación del hombre y por el cumplimiento íntegro del destino del universo. Una especie de salvación universal asignada como finalidad prioritaria a toda forma de religión. Para ello son imprescindibles la cooperación amistosa, la coexistencia pacífica, el creciente sentimiento de unidad y el mutuo conocimiento. Nace así un clima propicio en el que emerge un diálogo positivo y prometedor. Pero veamos ya las bases y criterios de este diálogo.

2. Razones del diálogo interreligioso

A pesar de las evidentes diferencias de los distintos tipos de religión registrados, todos ellos se presentan como caminos existenciales hacia Dios. Esto da pie para poder hablar de convergencia dinámica y de unidad funcional de las Religiones, entendidas siempre en función de la situación histórica del hombre. No significa esto que las diferencias religiosas sean solamente variantes históricas, sino que existe una cierta proporcionalidad entre el factor histórico de cada pueblo y su religión. El hombre, ser creativo y autónomo, lo mismo que contribuye a la ascensión de la humanidad a lo largo del tiempo, se siente obligado a colaborar al hecho de la integración religiosa. Ello nos lleva a determinar ahora las bases y factores del diálogo enriquecedor.

- Razón histórica. Si la religión es la senda que conduce a Dios, debe ser accesible y practicada por todos los hombres desde sus respectivas situaciones históricas y culturales: primitiva en el primitivo, histórica en el civilizado. Pero, a pesar de todo, la religión no deja de ser un hecho humano innegable que se sitúa por encima de la historia individual y se inscribe en la entraña misma del hombre. Por eso las diferencias históricas, aunque son condicionamiento importante, no por ello pasan a ser constituyentes y, mucho menos, consagran las variantes de forma definitiva.

- Razón cultural. La convergencia cultural es un hecho evidente en nuestra sociedad. La civilización técnica actual contribuye inevitablemente a ello porque, además de ampliar casi hasta el infinito las opciones particulares, tiende los puentes para la comprensión mutua sobre la base de una humanidad unificada geográficamente. Sin fronteras territoriales y sin barreras ideológicas y técnicas, el mundo de las Religiones traspone los propios umbrales y abre las puertas a todo cuanto de positivo quiera entrar por ellas. Es verdad que existe una rica variedad cultural, desde las formas más elementales a las más refinadas, pero no lo es menos que el hombre se dirige a través de todas ellas hacia su fin último y meta suprema, Dios, polo de convergencia de la verdad y del bien. Cuando un hombre conoce solamente una religión, encuentra en ella la salvación que otros consiguen en la suya propia, pero, si se pone en contacto con formas distintas, deberá esforzarse por llenar los vacíos que advierte en la suya sin temor a aceptar lo positivo que le viene de fuera. Esta necesaria complementariedad es la clave de la integración y del diálogo religioso.

- Razón ontológica. Es el fundamento de las dos anteriores. No sólo el individuo humano es uno esencialmente. Lo es también toda la humanidad. Desde el momento en que emerge el hombre sobre la tierra, se muestra como una «naturaleza» histórica y especie única. Es cierto que la cultura, obra de la acción del hombre sobre la naturaleza, ha contribuido eficazmente a fijar de una vez para siempre la unidad del género humano, cerrando de esta manera las puertas a cualquier intento de evolución en especies distintas. El ser humano progresa y se perfecciona, pero no evoluciona ya hacia nuevas formas de humanidad. El añorado super-hombre de Nietzsche no tiene cabida en el marco de las ciencias antropológicas actuales, porque no es el hombre el que evoluciona, sino la sociedad. Como escribió en su día Teilhard de Chardin: después del hombre, la humanidad.

Conocedor de estos hechos, el creyente sincero se abre a otras formas de creencia religiosa, con el fin de encontrar caminos complementarios para su perfección. Estos índices de convergencia son reforzados por un hecho histórico incontrastable. Todas las Religiones que conocemos han evolucionado de la particularidad a la universalidad, del grupo étnico a la nacionalidad, y de ésta a la escala planetaria. Es el caso de la peninsularidad primitiva del hinduismo, del «grano de mostaza» del cristianismo, del tribalismo originario del islam. No se trata de un crecimiento por eclecticismo e infidelidad a los propios orígenes, sino por desarrollo homogéneo debido a la asimilación de valores ajenos fundamentales. El razonamiento que acompaña a este fenómeno es el siguiente: si Dios es uno y único, y la religión la senda que conduce a él, resulta natural que los caminos converjan y se unifiquen en la medida en que ascienden y se aproximan a la meta, dado que el ser humano es también uno y el mismo. La llamada proviene de Dios y llega a todo hombre como invitación no a la uniformidad, sino a la unión existencial con él, conducido por su luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. R. Panikker, experto en estos temas, ha señalado que en toda religión existen aguas vivas que corren hacia su origen, y que el Dios único dirige el curso de esos ríos hacia el mar universal 5.

3. Criterios para el diálogo entre las Religiones

La cuestión fundamental se reduce a saber si los fieles de una determinada religión pueden aceptar la verdad de las otras sin menoscabo de la propia identidad religiosa. Problema difícil, ciertamente, para cuya solución no podemos hacer ahora más que esbozar algunas pistas, a modo de criterio, que nos parecen conducentes.

a) Ni indiferentismo relativista ni sincretismo inclusivista

Por el hecho de que nadie pueda proponer su credo como medida o patrón absoluto de salvación o de perdición, no puede afirmarse que todas las Religiones sean igualmente verdaderas o posean el mismo valor y grado de certeza (indiferentismo). Semejante actitud, expresión de un mundo crepuscular en el que todos los gatos son pardos, revela la impotencia de crecer como personas, ya que suprime la necesidad de luchar por adquirir la única verdad que hace libre al hombre. Además de mostrarse en abierta oposición con el proceso de unificación anteriormente descrito, la postura indiferentista deja a las personas como partículas espirituales flotando en los bajíos de un relativismo ineficaz.

Por otra parte, la amalgama de elementos escogidos de diferentes Religiones con el fin de crear una universal que elimine diferencias y facilite la pacificación no responde a las exigencias de verdad propias del hecho religioso. La verdad no es una cuestión trivial, sacrificable en aras de la utopía de la única religión a escala planetaria. Sería lo mismo que olvidar la dimensión histórica de la persona humana y su necesidad de obrar de acuerdo con el contexto cultural en que le toca vivir.

El sincretismo religioso, más que síntesis creadora, es relativización y pérdida de la propia identidad, carente de la palpitación vital necesaria y de la espontaneidad espiritual creadora. Muy distinto es el caso de una determinada religión que, merced a la capacidad creativa de sus miembros, integra en torno a su núcleo central otros elementos tomados de las situaciones culturales donde se desarrolla.

Tres son las razones por las que el sincretismo se presenta como solución errónea del problema del pluralismo religioso. En primer lugar, porque una religión sintética universal supera toda posibilidad humana de creación. Después, porque una fe universal no es alternativa válida al conflicto religioso de nuestro mundo. Finalmente, porque cualquier religión, orientada a la trascendencia y fundada en lo sobrenatural, defenderá su integridad espiritual contra los intentos de utilización con otras finalidades.

b) Criterio ético-religioso

Según este criterio, el diálogo puede establecerse sobre la base de la promoción integral del hombre y en atención a los principios y figuras normativas de cada religión. No hay diálogo posible con aquellas formas de religión que de alguna manera destruyen lo humano. Pero hay que decir, sin embargo, que, en cuanto a la manifestación y presencia de la divinidad en la historia, sólo una religión, la cristiana, declara ser depositaria de esa manifestación plena en la persona de su fundador, Jesucristo, suprema hierofanía de Dios. Por Jesucristo, la vida divina es comunicada a los hombres. Para los cristianos, Cristo representa el centro de la onda expansiva de Dios, porque en él se encuentra la palpitación divina en el hombre y es el término del cumplimiento de la verdad en la historia de la religión. Todo el Nuevo Testamento gira en torno a esta idea, haciendo de Jesús de Nazaret la norma definitiva: él es el Cristo de Dios, «el camino, la verdad y la vida». Defender esta fe no es profesar ningún imperialismo excluyente de las demás Religiones y de los otros profetas históricos. La ciencia de las Religiones demuestra que todas ellas responden a los criterios objetivos de discernimiento como caminos verdaderos de salvación. Por eso, aunque el cristianismo confiesa ser la plenitud de la religión verdadera, como testimonio pleno de la manifestación definitiva de Dios en Cristo, no por ello pretende eliminar la verdad de las otras, sino que proyecta su luz sobre ellas para purificarlas y completarlas, al tiempo que también aprende de ellas.

En esta perspectiva, el cristiano y el no cristiano pueden armonizar el compromiso de su fe respectiva con la comprensión y lealtad intelectual, de modo que, al mismo tiempo que profundizan en sus propias convicciones, emprenden una renovación de las mismas con vistas a un creciente entendimiento mutuo. Más que abandonar la fe profesada, se trata de enriquecerla con la aportación de los demás. ¿Qué otra cosa hicieron los padres de la primitiva Iglesia en su encuentro con el neoplatonismo, o santo Tomás de Aquino en su reflexión teológica desde el paradigma aristotélico? En la época posmoderna, cuando se pronostica un retorno a lo sagrado bajo el signo del pluralismo, se hace necesario más que nunca un diálogo semejante entre el cristianismo y las demás Religiones universales.

Conviene recordar, no obstante; que no se trata de un diálogo centrado únicamente en determinadas cuestiones de orden teórico, sino dirigido a la confrontación de compromisos espirituales con vistas a la promoción de la verdadera libertad de todos. Esta es una de las razones por las que la Iglesia católica, en su último concilio, ha declarado y promovido el derecho de libertad religiosa.

6. El hombre y lo sagrado.

El futuro de la religión:RL/FUTURO:SAGRADO Lo sagrado existe por el hombre y para el hombre. Por lo menos es el hombre quien lo descubre, lo muestra y lo describe desde que alienta sobre la tierra. La humanidad, además de mostrar en el tiempo y en el espacio una completa unidad, rica en variantes individuales y culturales, presenta también una constante religiosa innegable que obliga a una revisión profunda de la antropología religiosa tradicional.

Los estudios realizados en lo que va de siglo han puesto de relieve tres hechos decisivos: la universalidad del fenómeno religioso, la función capital de lo sagrado en la sociedad, y la influencia del contexto socio-cultural en la vivencia de la religión. Esto permite pensar en lo sagrado como elemento esencial de la estructura humana y no como epifenómeno o sobreañadido circunstancial. En esta perspectiva, la experiencia religiosa se presenta como connatural al hombre, fruto de su limitación constitutiva conscientemente asumida.

Es verdad que en los dos últimos siglos, sobre todo a partir de Comte-A (1798-1857), han proliferado las críticas negativas del hecho religioso en los diversos frentes del pensamiento científico y filosófico. A. Comte, con su teoría de los tres estadios, concibe la creencia en Dios como un subproducto perteneciente al estadio precientífico de la humanidad. Para Feuerbach (1804-1872), la religión no es más que la proyección de los deseos humanos de felicidad completa, de forma que Dios no pasa de ser un sueño del hombre. Más tarde, haciendo una trasposición sociológica de esta antropología, Marx y Engels condensan su interpretación de la actitud religiosa en estos términos: «Fuera de la naturaleza y de los hombres, no existe nada, y los seres superiores que ha creado nuestra fantasía religiosa no son sino reflejos fantásticos de nuestro ser». Suprimida la alienación económica, desaparecerá también la alienación religiosa. Por su parte, Freud (1856-1939) y la escuela psicoanalítica consideran la fe religiosa como una neurosis colectiva de la humanidad, producida por un falso sentimiento de culpabilidad en el que intervienen la sublimación del padre terreno y la trasposición del instinto de protección.

A pesar de estas y otras críticas negativas del hecho religioso, no podemos olvidarnos de un hecho incontrastable: las ciencias de la religión, al preguntar al homo religiosus y al analizar las diversas modalidades de lo sagrado, dejan constancia clara de que a la luz de la trascendencia el hombre de todos los tiempos comprende su situación en el mundo, ordena el universo, descubre la escala de valores y encuentra el sentido último de su existencia y de la historia. Por eso habla de su encuentro con la suprema realidad y con un valor absoluto, capaces de orientar su vida en perspectiva trascendente.

Más aún: la constancia y homogeneidad de lo sagrado en las diversas Religiones inclinan a muchos a concebirlo como elemento constitutivo de la conciencia humana, por una parte, y de la unidad espiritual de la humanidad, por otra. En esta perspectiva, el ser humano no es posible sin lo sagrado, como han afirmado recientemente Eliade-M y P. Ricoeur. Esta consecuencia se aviene además con los hallazgos de las ciencias del hombre, especialmente con la antropología filosófica, la cual nos presenta a la persona humana como abierta fundamentalmente a la realidad radical que la hace capaz de determinaciones absolutas. Resultado de ello es el sentido de dependencia traducido en manifestaciones múltiples (ritos, culto, plegarias, normas, instituciones) que constituyen el amplio mundo de lo sagrado, expuesto al principio. Semejante actitud, en cuyo término (lo sagrado) ve el hombre concentrada la presencia de lo incondicional, como principio y meta de sus aspiraciones más profundas, es la concreción de la religación originaria que le sirve de fundamento. Esto es la religión.

H/RELIGIOSO:El hombre es un espíritu finito que, por su apertura a la realidad como tal, posee una esencia o modo de ser virtualmente infinito. Sólo en la superación de sí mismo y en la entrega a uno mayor que él (totalmente otro) obtiene su propio y peculiar ser sí mismo. Conocer y someterse a Dios, por tanto, son actos humanos específicos que en nada menguan la propia personalidad, sino que la dignifican y acrecientan, porque solamente Dios, vida infinita e imperecedera, puede aceptar el don que el hombre le hace de sí mismo sin absorberlo ni destruirlo. Desde esta perspectiva tienen razón los que afirman que Dios mismo entra en la definición del hombre, en cuanto que éste está originaria y constitutivamente referido al ser absoluto. Por eso la primera conciencia que la humanidad tuvo de sí misma fue conciencia religiosa, esto es, experiencia de dependencia en el orden del ser. de suerte que Dios aparece como el principio y el sentido del ser y del obrar humanos; como fuerza activa que repercute en la vida misma del sujeto, que de este modo se siente transportado a un nuevo orden de realidad que será su destino último.

LUCAS SAHAGUN
10 PALABRAS CLAVE EN RELIGIÓN
EVD.NAVARRA-1992.Págs. 72-81

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5 Religión y Religiones. Gredos, Madrid 1965, 188.

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Bibliografía

Eliade, M., Lo sagrado y lo profano. Guadarrama, Madrid 1979.

Leeuw, G. van der, Fenomenología de la religión. FCE, México 1964.

Lucas, J. de Sahagún, Interpretación del hecho religioso. Filosofía y fenomenología de la religión. Sígueme, Salamanca 2 1990.

Martín Velasco, J., Introducción a la fenomenología de la religión. Cristiandad, Madrid 1978.

Otto, R., Lo santo. Lo racional y lo irracional de la idea de Dios. Revista de Occidente, Madrid 1965.

Panikker, R., Religión y Religiones. Gredos, Madrid 1965.

Ries, J., Lo sagrado en la historia de la humanidad. Encuentro, Madrid 1988.