REVELACIÓN DE DIOS EN LA HISTORIA Y POR LA HISTORIA

 

HISTORIA Y REVELACIÓN

Una corriente muy fuerte del pensamiento teológico protestante de los últimos tiempos tiende a oponer una revelación-acción a una revelación-doctrina, una revelación-acontecimiento- de-salvación a una revelación-conocimiento, y por ende, un Dios que obra a un Dios que habla. Esta corriente afirma que Yavé es un Dios que interviene en la historia humana y que la revelación aparece ante todo como una serie de acontecimientos cuyo sujeto es Dios. La revelación es la obra de Dios en la historia. La Biblia, observa G. E. Wright, no es primariamente la palabra de Dios, sino la narración de los hechos de Dios. Es verdad que el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento es un Dios que entra en la historia humana y que se manifiesta en ella por los grandes hechos que realiza. El Antiguo Testamento narra las mirabilia Dei en favor de su pueblo. Los profetas aluden constantemente a ellas, los salmos las cantan y las celebraciones litúrgicas las conmemoran. El Nuevo Testamento es la buena nueva de lo que sucedió en Jesucristo. La teología católica afirma este carácter innegable de la revelación, su historicización. Pero, ¿se impone por tanto la distinción entre el Dios que obra y el Dios que habla? ¿Está objetivamente fundada, apoyada en la Escritura? Formulemos la cuestión con otras palabras ¿cuáles son las relaciones entre historia y revelación' ¿Hay oposición entre historia y doctrina?

LA HISTORIA, LUGAR DE LA REVELACIÓN

H/CIRCULAR-LINEAL NATURALEZA/RLS: Hoy día se afirma generalmente que los hebreos fueron los primeros en oponer una concepción lineal del tiempo a una concepción cíclica del mismo; fueron los primeros en dar a la historia valor de epifanía de Dios. Por primera vez se realiza en Israel el encuentro de la revelación con la historia. Fuera de Israel no se encuentra la idea, sólidamente arraigada, de una sucesión de acontecimientos temporales que abarcan el pasado, el presente y el futuro, y que se desarrollan según una dirección y finalidad determinadas. Los antiguos pueblos politeístas atienden sobre todo a la naturaleza. El hombre, atento al ritmo de los astros y de las estaciones (ritmo de nacimiento y muerte), busca su seguridad integrándose en ese ritmo y en su repetición anual. Las religiones de la India, de China, de Persia están centradas en una sabiduría, mucho más que en la historia. El tiempo indio es un tiempo cíclico. Y M. Eliade, precisando más, distingue tres planos en el tiempo de los indios el tiempo individual, flujo continuo de instantes irreales; el tiempo cósmico, eterna repetición del mismo ritmo (creación, destrucción, re-creación), metido en ciclos enormes, de cifras asombrosas; por fin, el instante intemporal, fuera del tiempo, inmóvil, eterno presente. Lo importante es librarse del tiempo cósmico, trascendiéndolo. El tiempo carece así de valor comparado con la eternidad; más aun, es un obstáculo que hay que superar para ser liberado. El tiempo indio es rítmico, pero no está dirigido hacia algo, no es fecundo. El helenismo, en general, es prisionero de su concepción cíclica de las cosas. El tiempo griego es un tiempo desesperante sin origen, sin movimiento, sin significación, sin vinculación con la libertad y la salvación del hombre. Es verdad que la historia en la concepción de Herodoto y Tucídides, es un movimiento, pero no una teología. Para escapar al ciclo fatal que arrastra aun a los dioses mismos, hay que liberarse del tiempo. Para los griegos la salvación no puede venir de un acontecimiento de la historia.

Israel fue el primero en romper el círculo fatídico de las estaciones y repeticiones del mundo antiguo; rompió con el cambio que no es sino perpetuo re-comienzo. Para Israel el tiempo es lineal tiene un principio y un fin. La salvación se realiza en la historia temporal está vinculada a una sucesión de acontecimientos que se desarrollan según un designio divino y que se dirigen hacia un hecho único, la muerte y resurrección de Cristo. Israel vive en la naturaleza, pero su atención está centrada en la historia. Lo importante no es tanto el ciclo anual en el que todo re-comienza, cuanto lo que Dios hace, hizo y hará según sus promesas. Promesa y realización constituyen el dinamismo del tiempo que tiene una triple dimensión. El presente inicia el futuro anunciado y prometido en el pasado. Las fiestas anuales (la de la pascua en primavera, la de los tabernáculos en otoño), más que actos del drama cíclico de la naturaleza, son la memoria de los hechos salvíficos de Dios.

Israel rompió con la concepción cíclica del tiempo, porque encontró a Dios en ta historia. Israel confiesa que Dios intervino en su historia, que este encuentro tuvo lugar un día y que cambió por completo su existencia. Su Dios no está inmerso en la naturaleza: es una persona viva, soberanamente libre, que interviene donde interviene la libertad, en los acontecimientos. La revelación vetero-testamentaria no tiene lugar en el tiempo mítico, «en el instante extra-temporal del comienzo», sino en la duración histórica. Moisés recibió la ley en un lugar y tiempo determinado: acontecimiento irreversible que no se repetirá jamás, como ninguna de las manifestaciones de Dios 1. La historia es, pues, el lugar de la revelación. El judaísmo, el cristianismo y el Islam son las únicas religiones que reivindican una revelación basada en la historia. La esencia de la fe de Israel en Dios está en su concepción del Dios vivo que se revela en la historia.

Esta concepción de una revelación en la historia tiene un doble efecto. Valora ante todo la historia. Si Dios interviene en la historia para manifestar en ella su voluntad, los acontecimientos históricos adquieren una dimensión nueva se convierten en portadores de las intenciones de Dios, dan a la historia un sentido, una dirección. Otros pueblos no pueden interpretar la historia, porque no conocieron al Dios de la historia: no tienen conciencia del papel que les corresponde, no saben qué actitud tomar en los períodos de crisis. La idea de una revelación en la historia da también a la revelación un carácter intenso de actualización. Dios es aquel que puede intervenir en cada instante y puede cambiar el rumbo de los acontecimientos está cerca, está ahí, imprevisible en sus intervenciones y en sus efectos. Hay que esperar siempre su venida.

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1. No se repite ni la pascua ni la alianza: se celebran. El cristianismo, observa Mouroux, es la religión de la Epaphax, pero no de la repetición. La redención se actualiza, se aplica, pero no se repite. Cf. J. MOUROUX, El misterio del tiempo, 240.

 

II 

LA HISTORIA DE LA REVELACIÓN

No podemos predecir las intervenciones de Dios en la historia. Todo depende de su libre voluntad. Nada divino puede exigir que Dios intervenga en este momento y no en el otro, más a menudo o menos. Y nada humano puede exigir que Dios se dirija al hombre. La revelación es un acontecimiento libre y gratuito. Las intervenciones de Dios en la historia salpican muchos siglos. Dios no dijo ni hizo todo de una vez intervino en los momentos oportunos, elegidos por él. Algunos momentos significativos miden el tiempo del Antiguo Testamento. «La historia de la salvación propiamente dicha no la forman todas las partes de la línea continua del tiempo, sino los kairoi, momentos concretos en el transcurso del tiempo». Hay, pues, una historia de la revelación que no coincide con la historia universal. La revelación se constituyó paulatinamente, creció en cantidad y calidad a medida que los siglos avanzaban y que Dios intervenía (Heb 1,1). Las intervenciones de Dios son en la historia universal como brotes de lo divino en el tiempo. Mas no son puntos aislados, sin relación alguna, sino íntimamente coherentes. Desde Abraham hasta Jesucristo se va trazando una linea, va apareciendo paulatinamente el plan divino, la economía de la salvación. Y cada una de estas intervenciones no puede comprenderse sino como parte de toda la economía. El plan salvífico se limita al principio a Israel, adquiere luego proporciones mayores, las de la humanidad, y, por fin, Dios quiere que los hombres de todos los tiempos entren a formar parte de la Iglesia.

HTSV/QUE-ES: Si Dios ha intervenido en momentos determinados, podemos describir una historia de la revelación, es decir una historia de las sucesivas intervenciones de Dios. ¿Cuál es, pues, esta historia, la historia de la salvación? Encontramos al principio de la revelación vetero-testamentaria una serie de acontecimientos que dieron lugar al nacimiento de Israel como pueblo y que revelaron a Dios como el Dios de la historia, como el Dios que obra en la historia. Tales acontecimientos son el éxodo, la alianza, la entrada en la tierra prometida. Acontecimientos no independientes, sino íntimamente vinculados entre sí. El hecho primordial es la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. La liberación es obra de Yavé, porque sólo él obligó con sus plagas al Faraón a dejar en libertad a Israel (Ex 12, 31-32), y sólo él aniquiló el ejército egipcio en el mar Rojo (Ex 14, 27-28). Cuando tuvo lugar el éxodo, Dios se manifestó como el Dios todopoderoso y salvador (Ex 14, 31). La experiencia de esta primera liberación se grabó profundamente en la conciencia de Israel; y ya desde el principio califica a la revelación como histórica 16. Israel se considerará por siempre el pueblo de la liberación-realizada-por Yavé.

Dios realizó esa liberación y segregación en orden a un designio. Las tradiciones relativas al Sinaí (Ex 19-25) afirman que la liberación tiene por fin la alianza. La elección, el éxodo y aun la entrega de la tierra prometida están ordenadas a la alianza. La alianza da sentido al éxodo y hace de las tribus salidas de Egipto una comunidad religiosa y política. Dios se asocia un pueblo literalmente creado por él (Ez 16,1-9), como Adán, como la Iglesia más tarde. Israel fue salvado gratuitamente para convertirse en el pueblo de Yavé. Dios se forma un pueblo y le revela su nombre, es decir su ser personal, para indicar la intimidad de esa sociedad. Dios se revela como persona que puede invocarse y que responde a la plegaria del hombre. La alianza inaugura así relaciones interpersonales entre Dios y su pueblo. E implica, por otra parte, un conjunto de obligaciones fundadas en la liberación 1. Israel se compromete a ser fiel a las cláusulas de la alianza, es decir a cumplir la ley de Yavé (Ex 19,3-6; Dt 7,7-14). La fidelidad a la ley hará de Israel un pueblo santo, consagrado a Yavé (Dt 7, 6; 26, 17-19), llamado a glorificar su nombre entre las naciones. La entrada en la tierra prometida culmina lo que Dios comenzó en Egipto. Es la realización de la promesa hecha a Abraham (Gén 17, 3-8) y el primer testimonio de la fidelidad de Dios a la alianza. Todo es gracia en este primer encuentro de Yavé con su pueblo: la liberación, la alianza, la entrega de la tierra prometida.

Si a estos acontecimientos que constituyen el germen de la revelación vetero-testamentaria, añadimos el reino y el mesianismo real, el templo y la presencia de Yavé, el exilio y la restauración, tendremos lo esencial de los acontecimientos que alimentarán incesantemente la reflexión religiosa de Israel 2. Lo demás no es sino su desarrollo orgánico, su fructificación homogénea. La revelación profética, en concreto, no hará sino aplicar a su tiempo las implicaciones del régimen de la alianza. Expresando a la luz de la alianza y del Espíritu la voluntad de Dios sobre los acontecimientos de su tiempo, los profetas harán crecer y profundizar el conocimiento de Dios. Evocan sin cesar ese primer encuentro de Dios y su pueblo. En tiempos del destierro, en concreto, Ezequiel y el Deutero-lsaías reanudan el tema del Exodo y y de la tierra prometida. Habrá un nuevo desierto, un nuevo pastor, un nuevo Moisés. La liberación será un nuevo éxodo seguido de una nueva alianza.

Vemos, pues, que la revelación es concretísima. Y muy concretas son también las profesiones de fe de Israel. Los «credos» más antiguos del Antiguo Testamento no son sino la narración sucinta de los hechos salvíficos de Yavé. El tema esencial es siempre idéntico: Dios eligió a nuestros padres y les prometió la tierra de Canaán; la descendencia de Abraham llegó a ser un pueblo grande que habitó en Egipto y allí fue sometido a esclavitud; Dios con poder maravilloso lo condujo a través del desierto y lo introdujo en la tierra prometida. Tales son los hechos profesados en Dt 26,5-9; 6,20-24; Jos 24,2-13. Los salmos, oración de Israel, toman a menudo forma narrativa. Israel incorpora a su oración su propia historia y en ella encuentra motivo de contemplación, de confianza, de reconocimiento, de contribución (Sal 78; 105,107; 77; 114; 136; 44).

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1. La alianza mosaica toma su estructura literaria de la de los tratados hititas. Existe en estos tratados un prólogo con un doble aspecto: a) un aspecto ético: el rey recuerda a sus súbditos los favores que les ha hecho para suscitar en ellos el reconocimiento y el deseo de servir a tal señor, b) un aspecto jurídico: los favores concedidos autorizan al rey a imponer ciertas obligaciones estipuladas en el contrato. Esta misma estructura encontramos en la alianza de Yavé con Israel: recuento de los beneficios de Dios (Jos 24; Dt 6, 10-19), obligaciones de la alianza, bendiciones de Yavé. El éxodo es el acontecimiento histórico salvifico por excelencia que da a Yavé el derecho de exigir el servicio y que incita a Israel a hacer alianza.

2. Citemos, entre los temas secundarios, la creación, subordinada en sí misma a la elección y a la alianza, y la era patriarcal, subordinada también a la alianza mosaica.

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LA REVELACIÓN POR LA HISTORIA

Dios obra en la historia, se revela por la historia. Pero esta afirmación debe ser precisada. ¿En qué sentido puede hablarse de historia en cuanto revelación? Digamos ya desde el principio que por historia no entendemos la simple serie de acontecimientos en su sentido material, sino sólo aquellos acontecimientos que, por razón de su importancia para la comunidad hebrea, merecen conservarse. Para hablar de revelación por la historia, es menester unir dos realidades el acontecimiento y la palabra

Los hechos pueden ser muy diferentes. Pueden ser verdederos milagros, como conviene a la predicación de una religión sobrenatural. Pero puede tratarse también de hechos que resultan de las solas causas naturales, de hechos que dependen de la acción divina ordinaria. Un hecho puede ser a la vez milagro y acontecimiento providencial, íntimamente unidos: por ejemplo el éxodo. A los acontecimientos de orden físico, hemos de añadir los de orden político, social o moral, como son las victorias sobre el enemigo, los crímenes y obstinaciones de los reyes, las infidelidades colectivas, de los que Dios puede servirse para manifestar su voluntad.

Es verdad que existe un obrar divino objetivo en la historia (providencial o milagroso); es verdad también que la revelación vetero-testamentaria aparece como la experiencia de la acción de un poder soberano que dirige la historia y la existencia individual. Sin embargos esta acción no es plenamente inteligible como revelación si no va acompañada de la palabra que expresa el sentido de la acción divina. Dios realiza el hecho y manifiesta a la par su significación; interviene en la historia y dice a la vez el sentido de su intervención; Dios obra y comenta su acción. Israel vivió al comienzo de su historia unos cuantos acontecimientos liberación de la esclavitud, caminar por el desierto, la entrada en Canaán. Mas, ¿qué serían esos acontecimientos sin la palabra que Dios dirigió a Moisés (Ex 3-4; 6, I), y sin la palabra de Moisés que, en nombre de Dios, manifiesta a Israel el sentido de esa historia y le hace ver su dimensión sobrenatural? La salida de Egipto no sería sino una de tantas emigraciones; no sería un hecho tan fundamental sin la interpretación de Moisés (Ex 14, 31 ). Esta misma interpretación se convierte en un acontecimiento que dirige la historia subsiguiente. A través de la interpretación de Moisés, Dios se revela a sus contemporáneos y a las generaciones futuras., La estructura de la revelación es sacramental: consta de hechos, de acontecimientos iluminados por la palabra.

PROFETA/INTERPRETA: El profeta es el testigo e intérprete cualificado de la historia, el que manifiesta su significación sobrenatural. Encontramos en el Antiguo Testamento dos líneas complementarias: la de los acontecimientos y la de los profetas que los interpretan y proclaman en nombre de Dios lo que significan. Dios se revela por la historia, pero por la historia divinamente interpretada por los profetas. La historia no aparece como historia de salvación sino cuando la comenta autoritativamente la palabra del profeta que descubre a Israel la presencia y el contenido de la acción de Dios. Esta acción, escondida en el acontecimiento histórico, exige la palabra complementaria para su plena intelección. Por la palabra del profeta toma Israel conciencia de la acción salvífica de Dios en la historia. El acontecimiento histórico, en cuanto revelación, debe adquirir su sentido de la palabra del profeta (Am 3, 7; Is 42, 9) 26, Hay que distinguir, pues, por una parte, el acontecimiento histórico (real, objetivo), y por la otra, el acontecimiento de la palabra (real, objetivo), que acompaña al acontecimiento histórico; notemos también que el acontecimiento de la palabra consagra al acontecimiento histórico como acontecimiento revelador y lo propone a la fe como acontecimiento de salvación atestiguado por Dios.

En su totalidad, el proceso revelador consta, pues, de los elementos siguientes: a) acontecimiento histórico; b) revelación interior que da al profeta la inteligencia del acontecimiento, o al menos reflexión del profeta dirigida e iluminada por Dios; e) palabra del profeta que presenta el acontecimiento y su significación como objetos del testimonio divino. La revelación crece por el acontecimiento histórico y por el acontecimiento de la palabra (palabra de Dios al profeta, y palabra del profeta a! pueblo de Israel) que se complementan mutuamente. Por ello los momentos reveladores de la historia están sellados con la aparición de uno o varios profetas. La sola presencia de los profetas significa ya que Dios obra en la historia 1.

La estructura de la revelación neo-testamentaria no difiere de la vetero-testamentaria. Cristo vino a este mundo, realizó la obra que el Padre le había encomendado y por ello fue exaltado a la derecha del Padre. Los primeros «credos» del cristianismo son la afirmación de los hechos históricos y de su significación salvífica. Las formas primeras de este «credo» recuerdan la resurrección y exaltación de Cristo como Señor e Hijo de Dios (I Cor 12, 3; Rom 10, 9; Hech 8, 37). Las formas más elaboradas narran cómo Cristo vivió, murió y resucitó para la salvación del género humano. La profesión litúrgica de 1 Tim 3, 16 resume en una sola fórmula las principales etapas de la historia salvífica. El discurso de Pedro en los Hechos recuerda los principales acontecimientos que dieron lugar al cristianismo, y su significación sobrenatural (Hech 2,23-36; 3,12-26; 10,3443). La primera predicación apostólica, observa J. Schmitt, tiene por objeto una historia vivida en la luz del Espíritu. Lo esencial del kerigma primitivo se reduce a los puntos siguientes: Cristo inauguró la plenitud de los tiempos anunciada por los profetas; por su muerte y resurrección realizó la salvación, según las Escrituras; por su resurrección fue exaltado a la derecha del Padre como Cristo y Señor; la existencia actual de la Iglesia da testimonio de la venida del Espíritu; todos, en consecuencia, deben arrepentirse, y recibir el bautismo y el Espíritu que inaugura una vida nueva. El objeto de la predicación de los apóstoles es la historia de la salvación realizada por la vida, muerte y resurrección de Cristo. En él se termina y culmina la historia de la salvación. J/CENTRO-HISTORIA: En adelante Cristo es el quicio de la historia, de la historia sagrada, es cierto, mas también de toda la historia, porque la venida de Dios en persona a nuestra historia santifica aun la historia profana.

J/PLENITUD-DEL-AT: El carácter de acontecimiento de la revelación neo-testamentaria es tan señalado que la obra salvífica de Cristo se describe con el vocabulario del Antiguo Testamento. Cristo es el nuevo Adán, el nuevo Moisés, el rey según el corazón de Yavé, el sacerdote según el orden de Melquisedec. Su obra es liberación de la esclavitud del pecado (Col I, 13-14). Su sangre sella la nueva alianza (sinópticos). Sus milagros renuevan las maravíllas del éxodo (Juan). Pero mientras que en el Antiguo Testamento la revelación aparece como difusa en los acontecimientos de muchos siglos, en cierto modo se contrae y condensa en la vida y acciones de Cristo. Todo culmina en el único acontecimiento de Cristo; todo se nos dice en la palabra de Cristo. El carácter doctrinal de la revelación aparece menos en el Antiguo Testamento, porque éste no conoció la palabra humana del Hijo que enuncia en términos humanos el plan salvífico del Padre; en el Antiguo Testamento predomina el carácter histórico. La encarnación del Hijo precipita el ritmo de la historia: Dios habla una sola vez y totalmente (Heb 1,1).

Tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento la revelación se nos da en forma de historia, de historia cuya significación sólo puede ser comprendida por el acontecimiento de la palabra. El acontecimiento de la cruz y del éxodo se hacen plenamente reveladores por la palabra que los interpreta y los propone a la fe. Sin este testimonio que cae a la vez sobre el acontecimiento y sobre su significación salvífica, no hay revelación en sentido pleno.

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1. La explicación del conocimiento profético que da santo Tomás, no dista mucho de esta manera de ver las cosas. A juicio de santo Tomás el conocimiento profético consta de los elementos siguientes: materia, luz, juicio. Los hechos exteriores, los acontecimientos de la historia, o las experiencias anteriores del profeta, pueden proporcionar la materia del juicio. Lo esencial de la revelación profética está a juicio de santo Tomás en la iluminación dada al profeta por la que pronuncia un juicio conforme a la intención divina sobre los acontecimientos (exteriores o interiores). El almendro de Jeremías, la invasión de Senaquerib, el sueño del Faraón no son revelación sin el juicio o interpretación del profeta. El acontecimiento en sí mismo no es revelación; la percepción del acontecimiento, tampoco. RV/QUE-ES: Revelación es la manifestación del sentido divino del acontecimiento. Lo importante del acontecimiento es aquello a lo que tiende en el designio de Dios; ahora bien, esto se realiza en el juicio iluminado del profeta que manifiesta la inteligibilidad del acontecimiento (STh 2-2, q. 173, a. 2, c: De Verit. q. 12, a. i, ad

2). Admitamos que los grandes escolásticos no se preocupan tanto de los matices históricos y concretos de la revelación, de la materia que proporciona la historia. Se interesan sobre todo de la etapa última de la revelación más que de su preparación. Para ellos la revelación es ante todo un fenómeno interior, de orden cognoscitivo: es comunicación de la verdad divina por iluminación. En virtud de la luz que recibe, juzga con certeza y sin error los objetos presentes en su conciencia. Esta insistencia algo unilateral en el elemento formal de la revelación es, sin duda menos grave que la insistencia unilateral del neo-protestantismo actual en la revelación-acontecimiento. La totalidad de la revelación consta de historia y de palabra, de acontecimiento y de interpretación, de materia (hechos representaciones, acontecimientos) y de juicio, dicen los escolásticos.

IV

IMPLICACIONES DE UNA REVELACIÓN EN Y POR LA HISTORIA

El mero hecho de admitir que la revelación nos llega principalmente en y por la historia, implica algunas consecuencias que examinaremos a continuación.

1. RV/NATURALEZA RV/PROGRESO: La primera concierne a la naturaleza y el progreso de la revelación. La revelación no se nos da como un sistema de proposiciones abstractas acerca de Dios, sino que va incorporada a los acontecimientos de la historia. Conocemos a Dios, sus atributos, su designio, pero a través de los acontecimientos de la historia. Vemos ahora en qué sentido se puede hablar de historia al mismo tiempo que de doctrina. La doctrina se halla aquí en forma de aconteclmientos signifcativos de Dios y de su designio; no deriva de la pura especulación acerca de Dios. La Escritura no ha fijado un sistema filosófico sino hechos concretos con su significación religiosa, sobrenatural. Recitar el credo es recapitular lo que Dios ha hecho por la salvación de la humanidad. Los acontecimientos de esa historia tienen tal dimensión, tal plenitud de sentido que interpretarlos es enunciar la economía de la salvación, exponer la doctrina del cristianismo es decir lo que profesa y enseña. Sin embargo, sería inexacto afirmar que la historia y su interpretación agotan todo el contenido de la revelación. Es cierto que el carácter histórico de una parte del objeto de fe no puede ponerse en duda, pero también lo es que ese objeto contiene amplias exposiciones cuyo matiz histórico no es tan inmediato, por ejemplo la doctrina de los libros poéticos y sapienciales, la enseñanza moral de Cristo en el sermón de la montaña. La revelación del misterio de la Trinidad se lleva a cabo más por la palabra que por la historia. La historicización, sin embargo, es el rasgo más característico, más dominante, de la revelación cristiana.

También el progreso de la revelación está vinculado a la historia. Por ejemplo los atributos de Dios en el éxodo, Dios se revela como el Dios personal y salvador; en la ocupación de la tierra de Canaán como el guerrero todopoderoso; los profetas destacan los atributos espirituales y morales de Dios (amor, justicia, santidad), reaccionando contra el nacionalismo interior y el racionalismo exterior. El exilio pone a Israel en relación con las naciones: en el Deutero-lsaias, Dios se revela como el Dios de las naciones, mientras que Israel toma conciencia de su vocación misionera. El conocimiento de Dios se profundiza, se purifica, pero siempre a través de la historia. Los acontecimientos del éxodo, de la alianza, de la conquista, del reino, constituyen una especie de prototipo de las relaciones de Yavé con su pueblo, que es como la llave de toda la interpretación profética ulterior. A la luz de estos hechos, Israel reflexiona incesantemente en su historia y percibe sin cesar sus nuevas dimensiones. Esta reflexión, dirigida, claro está, por el profetismo, hace crecer cuantitativa y cualitativamente la revelación. La salvación es ante todo la liberación de la esclavitud de Egipto, luego la de los enemigos fronterizos; mas poco a poco los castigos que sufre Israel le hacen pensar en otra esclavitud mucho más profunda, la de la injusticia social, la de la infidelidad del corazón humano. La alianza se concibe al principio como un pacto que asegura la protección de Yavé, una vez cumplidas las obligaciones que impone (Am 5,14; Is 28,15). Después, las múltiples infidelidades de Israel, que contrastan con la constante fidelidad de Dios, le hacen ver la gratuidad de la alianza, iniciativa amorosa de Dios en favor de la humanidad; por último, en la desdicha, la concepción de la alianza se espiritualiza y se convierte en alianza con el corazón del hombre. La nueva alianza anunciada por Ezequiel será una re-creación del corazón acompañada del don del Espíritu (Ez 36, 23-28). No será ya una alianza con un solo pueblo, sino con todas las naciones. Hemos visto ya cómo Israel llegó a la idea de creación partiendo de la historia. El dueño de las fuerzas anárquicas de la naturaleza (mar Rojo, plagas de Egipto, marcha por el desierto), el que se manifestó como señor de los pueblos y los utilizó como instrumentos para después castigar su orgullo, debe ser también el creador de los pueblos y del universo. Un dominio tan soberano sólo puede basarse en la creación. La noción de resto es el fruto de una reflexión sobre la historia. Israel sobrevivió a la esclavitud de Egipto, al desierto, a las guerras de ocupación, al destierro, a la dispersión. Israel vio en esto la acción divina que perdona y salva una parte de la nación. Por último, cada una de las estructuras sociales de la historia de Israel ­el rey en la época regal, el siervo en la época profética, el sacerdote en la teocracia sacerdotal, postexílica­ promovió la doctrina del mesianismo. Es importante recalcar, sin embargo, que este progreso de la revelación no se realiza sino por la palabra que acompaña la historia y manifiesta su significación salvífica.

2. La segunda implicación concierne al particularismo de la revelación. Algunos espíritus se resisten a admitir que Dios se haya revelado a un pueblo particular, a los judíos y no a los egipcios, a los griegos y a los romanos. Toynibée, p. e., admite la idea de revelación, pero se resiste a la idea de una revelación hecha a un pueblo privilegiado. La encarnación de Dios, única y definitiva, en un pueblo le parece arbitraria, inaceptable. La dificultad no es nueva. ·Celso caricaturizaba a los cristianos con esta frase «Dios se ha revelado a nosotros y nos anuncia todo. No se preocupa del resto del mundo; somos los únicos seres del mundo con quienes entra en comunión» (ORÍGENES, Contra Celsum 4, 23). Podemos responder a esta dificultad diciendo que si los hechos abogan en favor de una revelación a un pueblo y no a otro, por fidelidad a la historia debemos admitirlos, constatarlos. No nos toca a nosotros determinar a apriori lo que Dios debe o no debe hacer en la economía de la salvación. Ahora bien, la tradición de Israel nos pone ante un hecho absolutamente único en la historia de los pueblos ante el profetismo y ante tal profetismo. El continuo progreso religioso de Israel durante muchos siglos, bajo la influencia de los profetas, no tiene comparación en los anales religiosos de la humanidad, lo mismo que el hecho de Cristo o de la Iglesia, que se une al hecho del profetismo.

En realidad, el escándalo del particularismo de la revelación es inseparable de su historicización. La revelación se nos da en y por la historia, como acontecimiento; de ahí se colige que ese acontecimiento está sometido a las condiciones de la historia: se realiza aquí y no allá, ahora y no después, en un grupo étnico y no en otro. La revelación se particulariza más aún en la la encarnación. Esta tiene lugar no sólo en una comunidad determinada, sino en una persona determinada que vivió y murió en tiempo de Pilato. Pero que el acontecimiento se realice en Israel y no en Egipto o en Grecia, es un misterio de la gracia que no pueden explicar ni el genio religioso de Israel ni su fidelidad a las obligaciones de la alianza (Is 1, 4). Añadamos que la elección está ordenada al servicio. La revelación se confía a Israel, pero él debe llegar al mundo entero. Nos llega por Jesucristo, pero Jesucristo se hace por su muerte y resurrección el centro de una comunidad que rompe los límites del espacio y del tiempo. La revelación se lleva a cabo en Israel, pero debe extenderse a las naciones; se concentra en Jesucristo, pero en orden a su universalización. El evangelio debe ser predicado a toda criatura. Esta economía de mediación de individuos y pueblos es una constante de la acción divina que quiere que todos sean conscientes de su comunión en la revelación y en la salvación. Notemos, por último, que la elección de Israel para ser mediador de la revelación, es sobre todo una responsabilidad. Muy pocas ventajas (si exceptuamos un breve período) trajo la elección para Israel. No fue un gran imperio poderoso, sino un pueblo perseguido, deportado, exilado, odiado. ISRAEL/RV-DEPOSITARIO: La elección de Israel como depositario y testigo de la palabra significa ante todo la obediencia a la palabra, privilegio poco anhelado por una humanidad terrena y carnal. Israel se mostró en conjunto infiel a la palabra. La esposa de Yavé ha adulterado. Y el amor de Yavé, que brilló en la elección de Israel, brilló también en la misericordia para con su esposa infiel. La elección no es un escándalo, sino un misterio de gracia.

3. La tercera implicación concierne a la validez de una revelación dada en el tiempo. Cómo puede valer para todos los hombres y para todos los tiempos una revelación que se nos da por las vías de la historia? ¿Cómo puede escapar al relativismo de la historia' Aun afirmando que viene de Dios, hemos de admitir que se recibe en categorías de una época y mentalidad determinadas; ¿cómo puede entrar consiguientemente en la historia, si no está mutilada, deformada, expuesta a todas las vicisitudes de la historia? Tal parece ser la condición necesaria de una revelación histórica 1.

La dificultad es seria. Sería prácticamente imposible darle una respuesta, si se tratase de una doctrina humana. Pero no se trata, en hipótesis, de una doctrina humana, sino divina. Es verdad, sin embargo, que una doctrina, aunque sea divina, si llega a nosotros por y en la historia, queda afectada por las condiciones de la historia. Mas la revelación nace precisamente en unas condiciones tales que parece que Dios previó y resolvió tales dificultades.

Mucho tiempo antes, Dios preparó el espíritu humano por la elección de un pueblo que sería el depositario de la revelación; por la larga, paciente y progresiva preparación del mismo; por la intervención continua de los profetas y por la elaboración y purificación de los conceptos que expresarían después el mensaje divino. Piénsese en las nociones de reino, de mesías, de alianza, de salvación, de justicia, de pecado, de ley, etc. Las categorías de la revelación se prepararon con siglos de antelación. Y sobre todo la plenitud de la revelación no se nos da por el medio relativamente ordinario, por un profeta, sino por la mediación extraordinaria del Verbo encarnado. Cristo es el Hombre-Dios perfectamente connaturalizado con el lenguaje humano y con el pensamiento divino. Como creador, domina al hombre, conoce su psicología y sus recursos, domina la historia y conoce su rumbo. Hombre-Dios, elige esas analogías que tienen valor de semejanzas con el misterio divino.

Es más. No deja su doctrina al azar de la historia y de la interpretación individual. Protege primero su transmisión con el carisma de la inspiración, la confía después a la Iglesia dotada del carisma de la infalibilidad para conservar, defender, proponer e interpretar auténticamente la revelación. La Iglesia, esposa de Cristo, posee su palabra como un depósito, que medita y asimila sin cesar a la luz del Espíritu. Admitimos que, sin ese magisterio y sin esa asistencia especial del Espíritu, sería imposible imaginar una doctrina, aun divina, que escapase a las fluctuaciones de la historia. La función de la Iglesia consiste en discernir en la revelación concreta la materia propiamente revelada, de los elementos relativos que son el vehículo de toda expresión histórica. La doctrina se expresa a través de los conceptos de una época; es, pues, menester distinguir la verdad del modo de presentarla, por ejemplo la creación propuesta mediante la concepción cosmogónica del autor sagrado. Es necesario también tener en cuenta los géneros literarios, por ejemplo la doctrina del juicio nos llega envuelta en descripciones de género apocalíptico. Una expresión oratoria de los profetas no puede tratarse igual que una expresión estrictamente didáctica. La Iglesia debe explicar, interpretar la doctrina revelada según su significación auténtica, y aplicarla a todas las generaciones, de suerte que sea siempre idéntica y siempre actual.

Es verdad que tal estado de cosas es único. ¿Pero no son únicos en la historia el cristianismo y Cristo? Es claro que una revelación, dada en y por la historia, no puede escapar a las vicisitudes del devenir histórico, pero también se han de considerar las condiciones particularísimas de esa revelación su preparación (elección), su progreso (profetismo), su comunicación definitiva (Cristo, Verbo encarnado), su transmisión (inspiración) y su conservación (Iglesia, carisma de infalibilidad). Lo especïfico de la revelación cristiana nos impide confundirla con las doctrinas humanas. ....................

1. R. AUBERT formula así esa objeción contemporánea: «En la idea de verdad revelada, inmutable, definida una vez para siempre, se ve un peligro para lo que constituye la grandeza y la fuerza del cristianismo contemporáneo, es decir para el sentido casi trágico de la complejidad de la verdad, de la imperfección del pensamiento humano, de la necesidad de re-crear constantemente el mundo de los valores, para adaptarlo a las nuevas posibilidades que surgen según el cambio de situación y del mundo. El cristiano aparece como un reaccionario y un conservador por vocación. Es más. Porque nosotros, cristianos, queremos ser los únicos poseedores de la verdad y porque el error no tiene derechos, se nos acusa de intolerancia y de predilección por la dictadura. La fe en Dios aniquila en nosotros el sentido de la historicidad y conduce a la fijación del pensamiento y a la muerte de la conciencias.

V

CONCLUSIÓN

Señalemos brevemente en qué sentidos puede hablarse de una revelación histórica. 1. La revelación no tiene lugar fuera del tiempo, ni en el tiempo mítico, en el instante extra-temporal del comienzo: es un acontecimiento localizado en el tiempo. Por la revelación Dios entra en la historia humana y puede determinarse el momento de su entrada. La acción reveladora hace historia.

2. La revelación no es como un punto único en el transcurso del tiempo, sino como una sucesión de intervenciones discontinuas. Es un acontecimiento progresivo existe una historia de ta revetación, es decir de las intervenciones divinas que hacen crecer cualitativa y cuantitativamente la revelación hasta la muerte del último apóstol. En esta historia hay un culmen, la venida de Dios a nosotros en la persona de Cristo. Este culmen es un acontecimiento que no puede comprenderse sino a la luz de su preparación a través de los siglos. Durante muchos siglos Dios se acerca al hombre y acerca el hombre hacia sí. La historia de la revelación es una economía, una disposición, un designio de la sabiduría divina. Se dirige a un fin es una teleología.

3. La revelación se lleva a cabo por la historia, pero no por la historia sola, sino con la interpretación de la palabra. Es como un conjunto de acontecimientos significativos de Dios y de su designio salvífico. De esto se colige que la revelación es a la par historia y doctrina. Es doctrina acerca de Dios, pero doctrina elaborada a partir de las acciones de Dios en la historia. Es éste un tipo de conocimiento esencialmente concreto. En definitiva, la revelación en el Antiguo y en el Nuevo Testamento nos llega en y por la historia, porque la palabra de Dios es esencialmente una palabra eficaz, siempre activa. Obra lo que dice; realiza lo que promete. Dios revela a la humanidad su designio salvífico y lo realiza al mismo tiempo. Al orden noético acompaña un orden de acción y de vida. La palabra viene siempre en el poder del espíritu.

RENE LATOURELLE
TEOLOGÍA DE LA REVELACIÓN
Sígueme.Salamanca-1967, págs. 433-450