La figura de Herodes el Grande, en “Las guerras judías” de Flavio Josefo

 

 

Queremos presentar a Herodes tal como lo muestra Flavio Josefo en “Las guerras judías”. La figura del rey déspota y sanguinario que nos transmiten los evangelios es confirmada con los datos que trae el antiguo historiador.

 

Orígenes y carrera política militar

Herodes nacido de Antipatro, procurador de Judea, y de Cipria, una noble de Arabia, tuvo tres hermanos más: Faselo, Josefo Foreras y Salomé.

Durante el reinado de Hircano, fue nombrado por su padre, capitán de los soldados de Galilea y su hermano Faselo de los soldados de Jerusalén. Posteriormente fue nombrado Herodes capitán de toda Siria y Samaria.

En el mismo tiempo se levantó gran guerra entre los romanos por engaño de Casio y de Bruto. Con ocasión de la muerte de César, y por estar los principales hombres muy discordes entre sí.

Guerreando Sexto César, en Siria, recibió mucha ayuda de Herodes, y por esto fue nombrado Procurador de Siria.

Herodes había tomado por esposa hacía mucho tiempo, a una natural del país, llamada Doris, de la cual le había nacido Antipatro. Pero para esta época estaba casado con Mariamma, hija de Alejandro y nieta de Hircano, por lo cual era muy cercano a la familia real.

Cuando Antonio, capitán romano, fue a Asia, vinieron los principales de los judíos a Bitinia a acusar a Faselo y a Herodes; porque poseyendo ellos todo lo que había, y haciéndose señores de todos, solamente dejaban a Hircano con el nombre honrado. A lo cual respondió Herodes muy aparejado, y con mucho dinero supo aplacar de tal manera a Antonio, que después no podía sufrir una palabra de sus enemigos.

Pero insistieron estos, y volvieron a enviar otros cien hombres. Estando Hircano presente, Antonio preguntó a éste quienes eran los hombres más señalados para gobernar aquellas regiones, a lo cual respondió Hircano que Herodes y sus hermanos. Y fue así como fueron nombrados tetrarcas, dejándoles el cargo y procuración de toda Judea.

 

Lucha contra los partos

Sucedió que Pacoro,  hijo del rey Lisanias, persuadió a Barzafarnes, sátrapa de los partos, quien se había apoderado hacía dos años de Siria, para que quitase el reino a Hircano y se lo diera a Antígono. Marchó éste con este fin contra Jerusalén, donde le salieron al encuentro Faselo e Hircano, peleando valerosamente. Mas finalmente, vinieron éstos a ser engañados por Antígono. Herodes sospechando el engaño avisó a su hermano, pero quiso Faselo ir ante el sátrapa para decirle las injurias en la cara. Y fue así como éste cayo prisionero junto con Hircano.

Herodes evadiendo las trampas de sus enemigos, logró salir con toda su familia y recogerse en el castillo Masada. Donde en memoria de esta victoria hizo construir un palacio y una torre muy fortalecida, a la que llamó Herodión.

Después de haber saqueado la ciudad los partos, no se contentaron con hacer rey a Antígono, sino que le entregaron a Faselo y a Hircano. Faselo murió varonilmente en la prisión de éstos. Hircano conservó la vida aun.

Pensando Herodes que su hermano vivía aun, dejó una guarnición de soldados en Masada que protegiera a las mujeres, y se encaminó a Petra, ciudad de Arabia, para pedir dinero allí al rey, pues tenía esperanzas de liberar a su hermano por la avaricia de los bárbaros.

Pero los árabes le ordenaron salir de sus dominios, por lo que se dirigió a Egipto. Llegado a Alejandría fue recibido por Cleopatra, quien esperaba usarlo para sus propósitos, nombrándolo capitán de sus soldados, pero Herodes despreciando cuanto le ofrecía, se embarcó hacia Roma.

Una vez allí, fue a ver a Antonio, por causa de la antigua amistad y familiaridad de su padre con éste. Le contó de sus desgracias, y cómo habiendo dejado a todos cuantos amaba en un castillo, y muy rodeados de enemigos, había venido a él muy humilde, navegando.

Tuvo compasión y misericordia Antonio de la miseria de Herodes, acordándose de la amistad que había tenido con Antipatro, y movido por la virtud del que tenía presente, determinó entonces hacerlo rey de Judea, al cual antes había hecho tetrarca o procurador.

Al mismo tiempo Antígono cercaba a los que estaban encerrados en Masada.

Llegado ya Herodes por la mar a Ptolemaida desde Italia, habiendo juntado gran número de gente extranjera, y de la suya, venía con gran prisa por Galilea contra Antígono. De día en día, cuanto más andaba, tanto más se le acrecentaba el ejército, en tanta manera, que toda Galilea, exceptuando muy pocos, se vino a juntar con él, y tenía determinado venir primero a lo más necesario que era Masada. Pero antes libró batalla en Jope y la ocupó para que sus enemigos no se refugiaran en ella. Luego se dirigió con prisa hacia Masada, juntando consigo muchos de los naturales: unos por amistad que habían tenido con su padre, otros por la gloria y buen nombre que había alcanzado; pero los más por la esperanza, sabiendo que ciertamente era rey.

Librados de Masada los parientes y prendas de Herodes se dirigió hacia Jerusalén. Antes de librar batalla allí ofreció el perdón a todos aquellos que a él quisieran unirse, pero nadie mudó de parecer. Mientras ocurría el cerco de la ciudad santa fortaleció Idumea, pasó su familia de Masada a Samaría, y dejándola allí segura se dirigió a Galilea, para acabar de echar a todas las guarniciones y compañías de Antígono.

Habiendo muerto ya, y quitado todos aquellos peligros que en aquellas cuevas había, se volvió a Samaria con tres mil hombres muy bien armados y seiscientos caballos para ir contra Antígono.

Pero antes determinó encontrarse con Antonio, quien estaba peleando por ganar a Samosata, ciudad muy fuerte cerca del Eufrates, viendo que era este el tiempo y la oportunidad para mostrar su virtud y valor, para acrecentar el amor y amistad de Antonio para con él. Así, en la hora que llegó, luego dio fin al cerco, matando a muchos de aquellos bárbaros, de tal manera, que Antonio, aunque antes lo tenía en mucho y se maravillaba por su esfuerzo, fue entonces nuevamente muy confirmado en su opinión, aumentando mucho la esperanza de sus honras y de su reino.

 

En su ausencia, Herodes había dejado a su hermano Josefo, por procurador de Judea. Éste desoyendo lo mandado por Herodes, salió con cinco compañías contra Antígono. Obtuvo la victoria Antígono e hizo azotar y decapitar a Josefo. Enterado Herodes de la muerte de su hermano, se venía con mayor prisa de lo que sus fuerzas podían, contra sus enemigos. Acrecentando cada día más el número de su gente, con las compañías que le enviaba Antonio y con la muchedumbre de judíos que se le juntaban. Se trabó tal batalla que la matanza asustó a los enemigos y los que quedaron con vida huyeron.

 

Pasado el rigor del invierno, se volvió a Jerusalén, cercó sus muros con su gente, porque ya era el tercer año que él era declarado rey en Roma. Dio instrucciones de cómo tomar la ciudad y dejó a sus amigos más diligentes encargados de acabar dicha empresa. El se fue a Samaria para celebrar sus bodas con Mariamma, la mujer con que se había desposado, y menospreciando de esta forma a sus enemigos.

Luego regresó a Jerusalén con mucha más gente, y se juntó con él Sosio con gran número de caballos y de infantería.

Después de haber cercado por cinco meses la ciudad, la tomaron finalmente e hicieron prisionero a Antígono, quien fue llevado más tarde por Sosio ante Antonio, el cual lo hizo decapitar.

 

Popularidad de Herodes

Una vez vencidos los enemigos, Herodes, trataba de guardar el templo y las cosas santas que allí se guardaban, a su vez impedía el saqueo de la ciudad. Para lo cual prometió satisfacer a todos con sus propios bienes. Y de esta manera redimió lo que quedaba en la tierra, satisfizo a todo lo que había prometido, dando muchos dones a los soldados, según el merecimiento de cada uno, y a los capitanes, y remuneró como rey muy realmente a Sosio, de tal modo, que ninguno quedó descontento.

 

Enemistad de Cleopatra

Estaba Antonio ya corrompido con los amores de Cleopatra, y se había dado a toda clase de avaricias. Extendió Cleopatra su avaricia hasta los árabes y judíos, tratando de que matasen a los reyes de ambos reinos, a Herodes y a Malico. Antonio aunque no consintiese con esta maldad, vino a alejarse de ellos y dejó de tenerlos por amigos.

Cuando Herodes estaba aparejado para ir con Antonio a la guerra acciaca, Cleopatra convenció a Antonio, que enviase a Herodes contra los árabes, así si los venciese, fuese ella hecha señora de toda Arabia, y si Herodes era vencido, recibiese el reino de toda Judea, y de esta manera castigaría un poderoso con otro.

Y sucedió en esta guerra que siendo próspera al principio a Herodes, vinieron luego los capitanes a no seguir su consejo confiados en la primer victoria, y así acometieron a los árabes, viniendo a morir muchos judíos. Se produjo luego un temblor de tierra, en el que murió infinito ganado y perecieron treinta mil hombres, quedando salvo y entero el ejército por estar en el campo. Los árabes se ensoberbecieron mucho con aquella nueva, pensando que toda Judea estaría destruida y asolada, con esperanza de poseer la tierra, juntan su ejército y se vienen contra ella. Herodes viendo a su gente amedrentada, los esforzaba a resistir y les daba ánimo, diciéndoles:

“No me maravillo que os espante la llaga que por voluntad e ira de Dios contra nosotros ha acontecido, pero tengo por cosa de afrenta y cobardía que penséis tanto en ella teniendo los enemigos tan cerca, habiendo antes de trabajar en deshacerlos y echarlos de vuestras tierras; porque tan lejos estoy yo de temer los enemigos después de este tan gran temblor de tierra, que pienso haber sido como regalo para ellos para después castigarlos; porque sabed que no vienen tan confiados en sus armas y esfuerzo como en nuestras desdichas y muertes. La esperanza, pues, que no está fundada y sustentada en sus propias fuerzas, sino en las adversidades de su contrario, sabed es muy engañosa”.

Y con palabras semejantes logró infundir gran ánimo entre sus soldados, y cruzaron el Jordán para dar batalla a los enemigos.

Y habiéndose vengado así Herodes, de Arabia con llaga tan grande, muerta la mayor parte de la gente y vencida ya la fuerza de ella, pudo tanto, que todos los de aquella tierra lo deseaban por señor.

Más tarde, yendo César a Egipto por Siria, Herodes lo recibió con toda la riqueza del reino, satisfizo las necesidades de César y del ejército, con tanta fastuosidad y magnanimidad, que tanto el César como su ejército, tuvieron en poco el reino que le había sido dado.

 

Crecimiento de su poder

Por lo que, cuando vino de Egipto, muerto ya Antonio y Cleopatra, no sólo le acrecentó todas las honras que antes le había dado, sino que le añadió a su reino parte de lo que antes Cleopatra le había quitado. Le dio también Gadara, Hipón, Samaría, Gaza, Antedón, Jope y el Pirgo o Torre de Estratón, toda la región de Tracón, Batanea y Auranitis. Le dio además cuatrocientos galos para su guarda, los cuales tenía antes Cleopatra. Y fue hecho procurador de Siria.

Lo que Herodes tenía en más que todo esto, era ver que, después de Agripa, era el más amado de César; y después de César el más amado de Agripa.

 

A los quince años de su reino renovó el templo e hizo cercar de muro muy fuerte doblado espacio de tierra alrededor del templo, de lo que antes solía tener, con gastos muy grandes y con magnificencia muy singular. Hacia la parte de Septentrión hizo edificar un castillo con grandes gastos, como asiento de aquella ciudad y de todo el reino, y le puso por nombre Antonia, por honra de Antonio. Y habiendo edificado para sí, un palacio en la parte más alta de la ciudad, edificó en él dos aposentos de mucha grandeza y gentileza, y a ambos puso los nombres de sus amigos, llamando el uno Cesáreo y el otro Agripio. Por memoria de ellos, no sólo escribió y mandó pintar estos nombres en los techos, sino también mostró en todas las otras ciudades su gran liberalidad edificando casas y palacios reales y les puso los nombres de los amigos arriba dichos. No había lugar en todo el reino que fuese bueno, el cual no honrase con el nombre de César. Después de haber llenado todo el reino de Judea de templos, quiso ensanchar también su honra en la provincia, y en muchas ciudades edificó templos, los cuales llamó Cesáreos.

 

Y como entre las ciudades que estaban hacia la mar, había una muy antigua llamada la Torre o Pirgo de Estratón, viendo que allí podía emplear su magnificencia, la reparó toda de piedra blanca muy reluciente, edificó en ella un palacio muy lindo. Y venciendo el rey con liberalidad y gastos muy grandes a la naturaleza, hizo allí un puerto mayor que el de Pireo. Era de tal magnificencia como contraria era la naturaleza allí para los navegantes. Edificó allí un templo a César muy grande y muy hermoso, y puso en él una estatua del César. Y quiso que la ciudad se llamase Cesárea.

Tampoco se olvidó de su padre y de su hermano. Edificó una ciudad muy rica, en honor de su padre, a la cual llamó Antipatria. Y en honor de su hermano hizo construir una torre en Jerusalén, la cual llamó Faselida. Y a una ciudad del norte la llamó Faselo.

Para sí mismo edificó un castillo muy fuerte y muy guarnecido, que llamó Herodio.

Mostró también su liberalidad y la grandeza de su ánimo en muchas ciudades, las cuales no le eran propias, en Trípode, en Damasco y en Ptolomeida edificó baños públicos, cercó de muros la ciudad de Biblio; hizo cátedras, lonjas, plazas y templos en Bitro y en Tiro, y así como éstas, muchas más fueron sus liberalidades.

Cosa sería para jamás acabar, ponerse a contar los tributos y deudas que perdonó y no quiso cobrar.

 

Enemigos internos

Las tristezas y fatigas domésticas tuvieron envidia de la dicha y prosperidad pública de Herodes, y sus adversarios comenzaron por su mujer, a la cual él mucho amaba.

Por causa de los hijos que había tenido con Mariamma, echó de la ciudad a su hijo Antipatro, habido de Doris, dándole licencia de entrar en ella solamente los días de fiesta.

Después, por sospechar del abuelo de su mujer, Hircano, que había vuelto ya de los partos, lo mató.

De cinco hijos que tuvo Herodes de Mariamma, tres eran hijos y las otras hijas. El menor de éstos había muerto ya, los otros dos, por la nobleza de la madre, y porque habían nacido siendo él ya rey, los criaba también muy realmente y con gran fausto.

Tan grande era el odio y aborrecimiento de Mariamma para Herodes, cuanto el amor que Herodes tenía a Mariamma. Le solía zaherir cada día lo que había hecho con su abuelo Hircano y con su hermano Aristóbulo a quien también había matado.

 

Asesinato de su esposa

Teniendo que viajar a Roma, la encomendó a su cuñado Josefo, esposo de su hermana Salomé. Mandándole secretamente que la matase si Antonio le mataba a él. Josefo deseando mostrarle a Mariamma cuánto la amaba Herodes, que ni en la muerte quería estar separado de ella, le descubrió esto.

Vuelto Herodes, ésta le descubrió cuanto sabía. Y como Herodes tuviera por fiel a Josefo, pensó que ésta no pudo descubrir tales cosas, sino juntándose deshonestamente con él. Furioso Herodes con el grande amor y celos que le tenía, mandó que los matasen a ambos. Luego le pesaba y se arrepentía de tal decisión, cayendo en gran tristeza, desatinaba hablando con Mariamma como si esta estuviese viva.

 

Enemistad de algunos de sus hijos

Sus hijos, Alejandro y Aristóbulo, tomando la muerte de la madre por propia, tenían a su propio padre como enemigo.

Llegados ya a tiempo de casarse, el uno tomó por mujer a la hija de su tía Salomé, y el otro la hija de Arquelao, rey de Capadocia. De aquí alcanzó el odio la libertad que quería. Y de esto tomaron ocasión los malsines hablando más claramente al rey de cómo ambos hijos le acechaban para matarlo.

Lleno, pues, Herodes de estas acusaciones, trajo a su hijo Antipatro, para que fuese en ayuda contra sus hijos, y comenzó adelantándole y teniéndole en más en todo cuanto emprendía, que a todos los otros; los cuales, no teniendo por cosa digna sufrir esta mutación tan grande, y viendo que se adelantaba el hermano nacido de tan baja madre, no podían refrenar su enojo ellos con su nobleza, antes en todo cuanto podían trabajaban por ofenderle y mostrar su ira e indignación. Los menospreciaba Herodes cada día más, hasta tanto que los hermanos perdieron toda esperanza del reino, porque en el testamento estaba también declarado Antipatro por sucesor.

 

Fue finalmente enviado a César como rey, con aparato y compañía real. Usando de dos géneros de armas contra sus hermanos, de los cuales las unas eran lisonjas y las otras eran invenciones y calumnias nuevas, pudo con Herodes tanto que le hacía pensar cómo matase a sus hijos. Por lo cual acusó delante de César a Alejandro. Más éste alcanzando licencia  para defenderse, ayudándose de su inocencia y de la gran elocuencia que tenía; hizo llorar a todos los que estaban presentes; y pudo tanto en el César que todas las acusaciones fueron menospreciadas, y los hizo amigar con Herodes.

 

Habiéndose vuelto de Roma el rey, aunque parecía había perdonado y excusado de sus culpas a sus hijos, no estaba libre de toda sospecha; porque Antipatro proseguía su enemistad, aunque por vergüenza de César, que los había hecho amigos, no osaba claramente manifestarla.

Antipatro se servía de sobornos, mentiras para divulgar muchas cosas falsamente. Había corrompido a los amigos de Alejandro a unos con dinero, a otros con halagos y buenas palabras. Y trabajaba por venir delante de Herodes y dar sus acusaciones muy astutamente. Si se decía algo contra Alejandro, él disimulaba indignación y lo “defendía”; luego lo sabía astutamente urdir y traer a tal punto, que ensañaba al rey contra Alejandro; y mostrando al padre cómo su hijo le buscaba la muerte. No había cosa que tanto lo hiciese creer, ni que tanta fe diese a sus engaños, como era ver que Antipatro trabajaba en defenderlo.

Movido con todas estas cosas Herodes, cuanto menos amaba a los otros, tanto más se le acrecentaba la voluntad con Antipatro. El pueblo también se inclinó a la misma parte, los hermanos del rey y toda su generación y parientes. Porque todos estaban puestos en Antipatro, pues todo parecía pender de la voluntad de éste

 

Tenía el rey tres eunucos muchos más amados que los otros, que habían sido sobornados por Alejandro. Los cuales, luego de ser atormentados por el rey, confesaron la verdad y dijeron que todos los poderosos de Judea obedecían secretamente a Alejandro, y los capitanes de la gente de guerra y los príncipes de todas las órdenes. Se amedrentó tanto Herodes con esto, que no osó manifestarlo en público, antes bien puso hombres que trabajaran día y noche por escudriñar todo cuanto se decía y cuanto se trataba, y luego daba muerte a cuantos le causaban alguna sospecha.

 

De esta manera, fue lleno su reino de toda maldad y alevosía; porque cada uno fingía según el odio y enemistad que tenía. Todas las mentiras eran presto creídas, y el castigo era más presto hecho que las acusaciones publicadas. Vino a ser tan cruel, que no miraba más humanamente a los que no eran acusados, antes con los amigos se mostraba no menos airado que con los enemigos.

Tomó tanto miedo el rey de la bellaquería de Alejandro y con las mentiras de sus acusadores, que le parecía que lo veía con una espada desnuda venir contra él, por lo cual también lo mando prender, y mandó dar tormento a muchos de sus amigos. De los cuales muchos morían pacientemente, pero otros que no podían sufrir los dolores, comenzaron a inventar diciendo, que él había puesto asechanzas para matar a su padre, y muerto éste pensaba partir presto a Roma. Y aunque estas cosas no fuesen ni verdaderas, el rey las creía con buen ánimo, tomándolo para consolación de haber puesto en cárceles a su hijo injustamente.

Y como pensara Alejandro que no podría hacer que su padre perdiese la sospecha que de él tenía; determinó confesar cuanto le habían levantado; y habiendo puesto todas sus acusaciones en cuatro libros, confesó ser verdad que había acechado por dar muerte a su padre, escribiendo cómo no era él sólo, sino que tenía muchos compañeros, de los cuales los principales eran Feroras y Salomé. Temiendo Arquéalo, suegro de Alejandro, sucediera algo a su yerno y a su hija, vino a Judea. A éstos socorrió con muy buen consejo, y poco a poco logró amansar la ira del rey muy artificiosamente.

De esta manera, aunque Herodes estaba muy indignado, todavía fue engañado. Consentía en cuanto le decía Arquelao, quién iba perdiendo y amansando su ira contra Alejandro, enojándose contra Feroras, porque en él se fundaban aquellos libros o acusaciones que había recibido Herodes de Alejandro.

Entendiendo Feroras que el rey estaba muy enojado con él, buscó salvarse y acudió a Arquelao. Y por consejo de éste, tomó unos vestidos negros, vino llorando y se echó a los pies de Herodes pidiendo perdón, porque todo cuanto le acusaba él lo había hecho.

Interviniendo Arquelao, puso amistad entre Herodes y Feroras.

Habiendo librado con su consejo a su yerno, y puesto a todos en muy gran concordia, retornó a su patria.

Más luego llegó un tal Euricles, corrompido con deseos de reinar. Salteó éste al rey con muchas lisonjas y con mucha astucia y vino a ganar con el rey muy grande amistad. Cuando vió la flaqueza de la Casa Real y las enemistades de los hermanos, y conoció el ánimo que tenía el padre con cada uno de los hijos, posaba en la casa de Antipatro y engañaba a Alejandro con amistad muy fingida. Y lo acusó ante su padre de querer su muerte junto con su hermano.

Movido pues, y muy enojado Herodes con esto, mandó luego atormentarlos. Fue presentada en este tiempo una carta escrita como de Alejandro al capitán del castillo de Alejandría, en la cual le rogaba que se recogiese con su hermano Aristóbulo en el castillo, si mataban al padre, y los dejase servir tanto de armas como de todo lo demás que necesidad tuviesen. Respondió a esto Alejandro que era maldad y mentira muy grande de Diofanto, el cual era notario y escribano del rey, hombre muy astuto y muy diestro en imitar y contrahacer la letra de cuantas manos quisiese. Habiendo después atormentado al capitán arriba dicho, no pudo Herodes entender ni alcanzar de éste algo conforme a las acusaciones. Y aunque ninguna certidumbre se pudiese alcanzar de todo esto, mandó que sus hijos fuesen muy bien guardados.

Después mandó un amigo suyo muy privado con todas las acusaciones que partiera para donde estaba el César, y le presentaran las letras del rey.

A César le pesó mucho por los mancebos, pero le escribió que fuese él justo juez de aquella causa, pero que sería mejor si proponía su causa delante de todos sus parientes y regidores, y que si los hallaba culpables que allí mismo les diera muerte.

Herodes obedeció a César, y habiendo llegado a Berito, juntó su consejo. Astutamente no sacó a sus hijos al juicio, porque no movieran a compasión. Comenzando, pues, él sus acusaciones, proponía las asechanzas que le habían buscado, algo temeroso, porque las pruebas para esto faltaban; pero decía muchas palabras, muchas injurias y afrentas, y mostraba a los jueces como eran cosas aquellas más graves que la muerte.

Toda Judea y Siria estaba suspensa, aguardando el final de esta tragedia, pero ninguno pensaba que Herodes había de ser tan cruel que matase a sus propios hijos.

Herodes trajo sus hijos consigo a Tiro, y de allí los llevó a Cesárea, y comenzó a pensar que género de muerte les daría. Luego mandó a sus hijos a Sebaste y allí los mandó ahorcar. Este fue el final de la vida de Alejandro y Aristóbulo.

 

Intrigas de Antipatro

Como Antipatro tuviera ya muy cierta esperanza del reino sin contradicción alguna, fue muy aborrecido por todo el pueblo, sabiendo todos que él había buscado asechanzas a sus hermanos por hacerlos morir. Pero no estaba también sin temor muy grande por ver que los hijos de los hermanos muertos crecían.

Vinieron a suceder luego nuevas revueltas entre las mujeres del palacio, por lo que se distanciaron Feroras y Herodes. Finalmente Feroras y su mujer fueron echados del palacio, y Herodes mandó a Antipatro que nada tuviera que ver con Feroras, a lo que éste obedecía sólo públicamente pues luego en secreto se reunían para planear la muerte del rey.

Temiendo Antipatro ser descubierto por Salomé, hizo que sus amigos de Italia lo mandaran llamar. Por lo cual Herodes, lo mandó con muchos dineros y con su testamento, en el cual Antipatro estaba constituido rey.

Cayendo enfermo Feroras, mostró Herodes con él paciencia y vino a verlo e hizo que fuese muy bien curado. Cuando hubo muerto fue enterrado noblemente en Jerusalén, y así el matador de Alejandro y Aristóbulo acabó su vida.

 

Y como algunos vinieron a quejarse, de que Feroras había sido muerto con ponzoña, porque su mujer le había dado una comida después de la cual murió. Mandando atormentar a algunas libertas, vino a descubrir la amistad secreta de Antipatro con Feroras y la diligencia que había puesto Antipatro en ir a Roma. Confesaron las libertas: “porque muchas veces habían ellos dicho, que después de la muerte de Alejandro y Aristóbulo, había Herodes de pasar a hacer justicia de ellos y de sus mujeres; pues era imposible que quien no había perdonado ni dejado de matar a Mariamma y a sus hijos, pudiese perdonar a la sangre de los otros, y que, por tanto, era mucho mejor huir y apartarse muy lejos de bestia tan fiera”. Y de muchas cosas que Antipatro había hablado con su madre, quejándose de que él ya estaba viejo y blanco, mientras que su padre se volvía cada vez más mancebo, y que moriría primero él sin haber reinado.

La primera en que mostró su saña Herodes, fue en la madre de Antipatro, a quién echó de sí y la abandonó despojándola de todo.

Después de esto, Herodes se movía fácilmente con toda sospecha, y daba tormento a muchos que estaban sin culpa, por miedo de dejar entre ellos alguno de los que estaban culpados.

Descubrió también que Antipatro se había hecho traer de Egipto, para matarlo, cierto veneno y ponzoña muy pestilencial, y que Theudion, tío de Antipatro, lo había recibido y dado a Feroras, a quien Antipatro había encomendado y dado cargo de matar a Herodes, entretanto que él estaba fuera, para evitar toda sospecha, y que Feroras había dado aquella ponzoña a su mujer para que la guardase.

Deseando el rey tenerlo presto en sus manos, fingió amor y le escribió pidiéndole que se diera prisa en regresar.

Enterado de la muerte de Feroras, temió se supiera lo de la ponzoña. Cuando recibió la carta de su padre, apuró el paso para no dar lugar a la sospecha ni tiempo a las calumnias. Llegado al palacio, su padre lo despreció acusándolo de querer matarlo y le dio plazo hasta el día siguiente, para defenderse de tantas acusaciones.

Al día siguiente se celebró el juicio, donde Herodes, habló a Varrón, juez en aquella ocasión, alegando los pesares por los que había pasado a causa de sus hijos, por lo que debía ser muy aborrecida su fortuna. Y recordando la muerte de sus dos hijos, de cuántos bienes los había dotado, a quienes había legado el reino. Y cómo la muerte de los mancebos había sido muy provechosa a Antipatro, y había venido a experimentar éste más paciencia de la que debía él mostrarle. Y cómo no pudiendo sufrir la vejez del padre no quiso ser rey sin que primero no matase a su padre. Y continúo:

 

“Yo he movido estos hijos contra mí, pues por hacer favor a Antipatro, les corté todas las esperanzas.¿Qué me debían los otros, que no me debiese éste mucho más? Habiéndole concedido casi todo mi poder y mando, aun viviendo yo dejándole por heredero de todo mi reino, y además de haberle dado renta ordenada de cincuenta talentos cada año, cada día le hacía todos sus gastos con mis dineros, y habiéndose de ir a Roma, ahora le di trescientos talentos; y encomendélo a él sólo, como guarda de su padre, a César. ¡Oh! ¿Qué hicieron aquéllos que fuese tan gran maldad, como las de Antipatro? ¿Qué indicios o pruebas tuve yo de aquéllos, así como tengo de las cosas de éste? Y aun de éste puedo probar que ha osado hacer algo el matador de su padre y perverso parricida, para que tú, Varrón, te guardes, pues aun piensa encubrir la verdad con sus engaños. Mira que yo conozco bien esta bestia, y veo ya de lejos que ha de defenderse con razones semejantes a verdad, y que te ha de mover con sus lágrimas. Este es el que en otro tiempo me solía amonestar que me guardase de Alejandro entretanto vivía, y que no fiase mi cuerpo a todos; éste es el que solía entrarse hasta mi cámara, y mirar que alguno no me tuviese puestas asechanzas: éste es el que me guardaba mientras yo dormía ....... éste era el juez de la voluntad de los hermanos que quedaban en vida: éste era mi defensa y mi guarda. Cuando me acuerdo, y me viene al pensamiento, Varrón, su astucia, y cómo disimulaba cada cosa, apenas puedo creer que estoy en la vida y me maravillo mucho de qué manera he podido quitar y huir un hombre que tantas asechanzas me ha puesto por matarme.......”

 

Luego mandó a Nicolao, declarar todas las pruebas que se habían hallado contra Antipatro.

Este comenzó su defensa, alegando que él mismo en su discurso le había defendido:

“¿De qué manera había yo de buscarte asechanzas para darte muerte, diciendo tú mismo que siempre te he guardado y defendido? .... ¿Pues qué cosa ha habido por la cual hubiese de ofenderme tu salud? ¿La esperanza de reinar? No, porque ya yo reinaba. ¿La sospecha de ser aborrecido? Menos, porque antes era muy amado. Por ventura, ¿algún miedo que yo tuviese de ti? Antes por guardarte, los otros huyen de mí, y me temían. Por ventura, ¿fue causa la pobreza? Mucho menos, porque, ¿quién hubo que tanto despendiese, y quién más a su voluntad? ... Habiéndome, según tú has dicho, puesto en tu gracia y tenido en más que a todos los otros hijos, habiéndome declarado en vida tuya por rey, y con muchos otros bienes muy grandes que me has concedido, has hecho que todos me tuviesen envidia. ¡Oh, desdichado yo y amarga partida y peregrinaje mío! ¡Cuánto tiempo y cuánto lugar he dado a mis enemigos para ejecutar su mala voluntad y envidia contra mí! Pero, padre mío, por ti y por tus cosas me había ya ido... Roma es testigo del amor y piedad mía de verdadero hijo, y el príncipe y señor del universo, César, el me llamaba muchas veces amador de mi padre”.

 

Y le mostró en prueba unas cartas qué el mismo se había hecho falsificar por si tenía necesidad de ellas. Y adjudicando la culpa a su padre, que lo había echado a perder imprudentemente y sin pensarlo, haciendo que diese tiempo y ocasión a todas las acusaciones contra él. Y luego invocando en alta voz a Dios, y sabiéndose ya condenado, pedía a su padre que no diera fe a lo que los demás habían dicho bajo tormento; pero pedía que si él era matador de su padre que no lo dejara escapar sin gran pena y sin gran tormento.

Y con esto movió a compasión a todos, incluido Varrón, sólo Herodes no dio crédito a sus palabras, porque ya tenía por cierto todo cuanto se le acusaba.

Continuó, luego Nicolao dando a conocer las maldades de Antipatro y habiéndola probado a todas acabó el juicio. Mandando Varrón que Antipatro respondiera a cuantas acusaciones se le hacían, éste respondió: “Dios es testigo de mi inocencia y disculpa”.

Envió Herodes embajadores a César para hacerle saber cuanto allí había acaecido.

 

Luego mudó el testamento, dejando heredero del reino a Antipa, después de Arquelao y de Filipo.

Se le acrecentaba cada vez más la enfermedad, tenía el ánimo tan afligido por la muerte de sus hijos que cuando estaba sano no podía recibir placer alguno. Y como aun deseaba la vida quiso ir a la otra parte del Jordán y bañarse en las aguas calientes que allí se encuentran. Pero no le produjo ningún alivio.

Desconfiando ya de su salud, mandó dar a sus soldados cincuenta dracmas, y mandó repartir mucho dinero entre sus regidores y amigos. Vuelto a Hiericunta, y viéndose muy mal, pensó una cosa nefasta. Hizo juntar todos los nobles de todos los lugares y ciudades de Judea en un lugar llamado Hipódromo, y mandó encerrarlos allí. Luego llamó a su hermana Salomé y a su esposo Alejo y les dijo:

“Muy bien sé que los judíos han de celebrar fiesta y regocijos por mi muerte, pero podré ser llorado por otra ocasión, y alcanzar gran honra en mi sepultura, si hiciereis lo que yo os mandare; matad todos estos varones que he hecho poner en guarda, en la hora que yo fuere muerto, porque toda Judea y todas las casas me hayan de llorar a pesar y a mal grado de ellas”.

 

Luego de esto le llegaron cartas de los embajadores que había enviado, los cuales le hacían saber que Antipatro venía condenado a muerte. También le permitía el César que si quería desterrarlo más que matarlo, lo hiciese.

Se alivió todavía un poco con esta noticia, pero como se viera nuevamente muy fatigado, intentó quitarse la vida, pero socorrido por su sobrino Archiabo, no se la quitó, se levantó tal llanto y gritos de dolor en el palacio, que Antipatro pensó había muerto, y  rogaba a los guardas que le desatasen y dejasen ir. Pero no condescendieron en esto los guardas. Antes se lo hicieron saber al rey. El rey luego envió guardas que matasen a Antipatro.

 

Fin de su vida

Corrigió nuevamente su testamento, y dejó por sucesor suyo a Arquelao e hizo a Antipa tetrarca o procurador del reino. Pasados cinco días de la muerte del hijo, murió Herodes. Reinó Herodes treinta y cuatro años después que mató a Antígono, y treinta y siete de que fuera declarado rey por los romanos.

 

En todo lo demás le fue la fortuna muy próspera, porque un reino que había alcanzado por su diligencia, siendo antes un hombre bajo lo conservó tanto tiempo y lo dejó luego a sus hijos.

Pero fue muy desdichado en las cosas de su casa y muy infeliz.

Salomé, antes de que se supiera la muerte del rey, partió con su marido para dar libertad a los presos que Herodes mandó matar, diciendo que él había mudado de parecer. Luego que éstos fueron liberados, le descubrieron a todos los soldados la muerte del rey.

Luego que se hubo leído el testamento del rey, levantaron todos grandes voces dando la bienvenida a Arquelao, y todos rogaban a Dios que les diera paz.

Después se celebró el funeral del rey, Arquelao la celebró tan honradamente como le fue posible, y mostró toda su pompa en honrar el enterramiento. Con grandes honores y riquezas fue llevado el cuerpo al castillo Herodión, y allí fue sepultado según él mismo lo había mandado.

Este fue el fin de la vida y hechos del rey Herodes.

 

Conclusión

Como se ha podido ver, Flavio Josefo presenta la vida de Herodes, en su libro “Las Guerras de los Judíos”, como en dos etapas, en la primera como caudillo victorioso que va de conquista en conquista poniendo en orden todo su reino, y haciéndose cada vez más favorable a la opinión del César. En la segunda etapa nos lo presenta mezclado en rencillas domésticas de envidias y celos dentro de la familia real, que lo llevaron a una crueldad inhumana.

Pero sin embargo, bien puede distinguirse que el ánimo o espíritu en ambas era el mismo: la ambición de poder y riquezas. Esa ambición lo llevó a luchar incansablemente por restablecer el orden en su patria, por acrecentar cada vez más la estima del César y por engrandecer su Reino. Y fue también la misma ambición de conservar su poder la que lo llevó a asesinar a su propia esposa e hijos, cometiendo las mayores atrocidades a quienes consideraba sus enemigos.