EL MARXISMO FRENTE AL PROBLEMA DE LA MUERTE

 

Las críticas del marxismo desde una perspectiva espiritualista consideran habitualmente como una de sus mayores debilidades su silencio frente al problema de la muerte. Tal silencio resultaría una señal de impotencia, precisamente porque la lógica del sistema obliga a descartar este problema como insignificante. Y esto por dos razones. En primer lugar, el estatuto teórico del marxismo impondría considerar como falsa o puramente ideológica toda cuestión no científica y, por consiguiente, toda cuestión que se refiera al sentido de la vida, de la historia, de la muerte. La «muerte del hombre» proclamada por las ciencias humanas haría desaparecer el problema de la muerte.

Por otro lado está la concepción marxista del hombre como «el conjunto de sus relaciones», por la que los problemas individuales, como el de la muerte, quedan asumidos y rebasados dentro de una perspectiva colectiva.

Estos argumentos muestran cómo la interpretación de la muerte en el marxismo está en función de la interpretación global del sistema y, más en particular, de la solución de las siguientes cuestiones fundamentales: relación entre ciencia y filosofía y relación entre individuo e historia. Volveremos a tratar de esto.

La verdad es que el tema de la muerte está en el pensamiento de Marx mucho más presente de lo que se dice. Lo que ocurre es que se encuentra trasvasado a otra problemática, en relación sobre todo con los dos grandes, temas de la explotación y la revolución. Cierto que en ellos, antes de cualquier disquisición sobre su sentido, es la realidad misma de la muerte la que se trata de analizar y combatir. Pero no por eso se escamotea el problema del sentido, si bien a partir de tal análisis queda planteado también en términos nuevos. 

No nos es posible, dentro de los límites impuestos a este artículo, desarrollar seriamente un tema tan delicado. Nos vamos a contentar con indicar en qué dirección debería orientarse, en nuestra opinión, una investigación al respecto.

 

I. REALIDAD DE LA MUERTE 1

Aunque el tema de la muerte no haya sido abordado nunca por Marx de forma sistemática, está presente, por una parte, en su análisis del capitalismo como sistema de explotación, y por otra, en su proyecto revolucionario.

1. Muerte y explotación

La reflexión filosófica sobre la muerte considera a ésta como un fenómeno individual y natural al que todo hombre está sujeto y como el lugar por excelencia de la igualdad entre los hombres. El pensamiento de Marx representa una ruptura con relación a este planteamiento del problema. Para él, el fenómeno de la muerte aparece en primer lugar vinculado históricamente al de la explotación capitalista y representa su aspecto más agudo. Marx no estudia la «muerte del hombre», sino la del trabajador. Porque no es exacto que todos los hombres sean iguales de cara a la muerte. No son más iguales frente a la muerte que frente a la vida. Ahora bien, la muerte del trabajador no es nunca natural, sino siempre, en cierta medida, violenta. Y esto no sólo a causa de los accidentes de trabajo, a los que está expuesto constantemente, sino por el desgaste de su salud física y psíquica producido por las condiciones de trabajo y de vida (alimentación, alojamiento, etc.) y a causa del tiempo y de las energías absorbidas por el trabajo y sustraídas a la vida. Las condiciones de 'trabajo de los niños y de las mujeres son todavía más inhumanas y mortales. La familia del trabajador es objeto de la misma discriminación frente a la muerte: un índice de ello es, entre otros, la proporción de mortalidad infantil en las clases populares. La situación resulta todavía más trágica en lo que concierne al subproletariado, que por lo demás está compuesto en gran parte por trabajadores condenados al paro por las exigencias de la producción. La estructura clasista de la sociedad incluye además la estructura clasista de la medicina, que defiende mucho más eficazmente la vida de los que poseen que la de los que trabajan y la de sus familias.

Así resulta que el capitalismo no solamente se apropia del producto del trabajo, sino también de la libertad y hasta de la vida del trabajador. Esos son los tres aspectos indisociables de la alienación económica. El derecho que todo hombre tiene a la vida, cuando se trata de los trabajadores, queda subordinado a las exigencias de la productividad e incluso a las de la máquina. Los beneficios se alimentan, como un vampiro, de la sangre de los pobres. El capitalismo no es solamente la legalización del robo, sino también del homicidio. Este carácter asesino del sistema se expresa todavía más brutalmente en dos situaclones límite, aparentemente independientes de él, pero en realidad provocadas necesariamente por su dinámica: la guerra y el hambre.

Sin embargo, sólo se aprecia toda su gravedad cuando se miden las dimensiones internacionales, cuando se piensa en el coste humano del colonialismo y del imperialismo, en los pueblos aplastados y diezmados, en las razas destruidas.

Por lo demás, la muerte no es solamente el fin de la vida; es también la privación de la vida. Así resulta que el sistema capitalista es asesino no sólo porque interrumpe vidas antes de tiempo, sino porque reprime las posibilidades de vida y de creación de la inmensa mayoría de los hombres; porque condena a hombres, pueblos y continentes enteros al subdesarrollo; porque reduce su vida a una muerte lenta.

La muerte violenta no es, pues, en el sistema capitalista accidental: es algo institucionalizado. No es para los trabajadores la excepción, sino la regla. Y la violencia del sistema se define precisamente por la apropiación que hacen las clases dominantes del producto del trabajo, de la libertad y de la vida de los trabajadores.

2. Muerte y revolución

La revolución es, justamente, la reapropiación que hacen los trabajadores de su trabajo, de su libertad y de su vida. Por tanto, es esencialmente un combate contra la muerte. La revolución persigue la desaparición de la muerte violenta, precisamente porque es engendrada por la violencia institucionalizada. Su objetivo es conseguir para los trabajadores «el tiempo de vivir» y se propone en un mismo movimiento cambiar la vida y cambiar la muerte. La revolución pretende hacer efectiva la igualdad de los hombres ante la muerte, permitiendo a todos tener una muerte natural: morir después de haber vivido.

Esto supone una reestructuración global de la medicina, que queda así efectivamente al servicio de todos. Pero, en una perspectiva más general, el combate contra la muerte pide una transformación de las condiciones de vida y de trabajo y, finalmente de todas las estructuras económicas y políticas. La sociedad en que el libre desarrollo de cada uno sea la condición del libre desarrollo de todos representará una gran victoria sobre la muerte 2.

 

II. SENTIDO DE LA MUERTE

Si Marx aporta con el tema de la muerte violenta una nueva y fecunda iluminación al problema de la muerte, el tema de la muerte natural y de su sentido parece ajeno a sus preocupaciones. Algunas de sus alusiones a la muerte como «dura victoria de la especie sobre el individuo» no resultan especialmente iluminadoras. ¿Hay que concluir entonces, como piensan varios de sus intérpretes y discípulos, que el problema del sentido de la muerte es ajeno a la lógica misma del sistema por las razones que evocábamos al principio?

No compartimos esta opinión. Como teoría de la revolución que es, el marxismo tiene indudablemente fundamentos científicos como para poder asegurar a la acción un influjo sobre la realidad concreta; pero también es indisociablemente filosófico como para poder juzgar dicha realidad y transformarla a la luz de un proyecto histórico. No puede, consiguientemente, soslayar el problema del sentido.

Como teoría de la revolución, el marxismo debe poner en evidencia las dimensiones colectivas y clasistas de la condición humana, los problemas que suscita, las soluciones que busca. Pero no por eso reduce al hombre a ese conjunto de relaciones; en realidad, sólo la perspectiva de una sociedad que asegura las condiciones del libre desarrollo de cada uno justifica el compromiso revolucionario. Por ello el problema del individuo, el del sentido de su vida y de su muerte, no es separable del problema de la historia.

Esta concepción de la muerte se define por oposición a la concepción religiosa. Por eso está implícita en la crítica de la religión 3. Se encuentra explicitada en numerosos marxistas de tendencia humanista 4, pero sobre todo está actuando en la experiencia de esos innumerables militantes (pienso, por ejemplo, en «Che» Guevara) que han marchado y marchan hacia la muerte sin otra esperanza que la de un mundo nuevo que ellos no verán 5.

A la concepción religiosa de la muerte, considerada como solidaria del individualismo burgués, opone el marxismo una concepción revolucionaria. Si el fenómeno de la muerte es natural, sus interpretaciones no lo son y no pueden sustraerse, por tanto, a un análisis de clase.

La vinculación entre muerte y religión no surge solamente del dato de que ésta dé su interpretación sobre la muerte, sino también de que la muerte, y más exactamente el miedo a la muerte, esté en el origen de la interpretación religiosa de la vida.

Existe, pues, una coherencia profunda entre la toma de conciencia del carácter clasista de la sociedad, del carácter ilusorio de la interpretación religiosa y de la necesidad que tiene el hombre de reconocerse mortal. No se trata de que el hombre se resigne simplemente a la muerte, sino de que la asuma. Esta actitud va unida a la lucidez, al compromiso y a la solidaridad revolucionaria. Es incluso su expresión más elevada. Dicha actitud muestra que el rechazo del más allá no es una dimisión, sino algo que confiere una nueva densidad tanto a la muerte como a la vida.

1 Muerte y lucidez revolucionaria

La perspectiva de otra vida, en la que van a encontrar su verdadera solución los problemas de la vida presente, aparta de un análisis objetivo de la situación y de una búsqueda de soluciones históricas. Se convierte en una pantalla entre el hombre y la realidad. Impide particularmente a los trabajadores percibir su condición de explotados, así como la posibilidad de una sociedad diferente. Oculta la diferencia cualitativa entre la muerte violenta y la muerte natural. Y así se convierte en un factor de estabilidad del sistema.

Pero hay más. La doctrina de la inmortalidad del alma está vinculada a la antropología platónica que distingue alma y cuerpo. Ahora bien, esta distinción no es otra cosa que la transposición de la división entre trabajo intelectual y trabajo manual en la sociedad clasista.

Asumir su propia muerte es, pues, para el revolucionario, abandonar el mundo de las ilusiones y empuñar el coraje de la verdad. Es mirar con lucidez las contradicciones del presente y las posibilidades del porvenir. Es la victoria de la ciencia sobre el mito y sobre la ideología.

2. Muerte y compromiso revolucionario

La perspectiva de otra vida desvía de la vida presente no sólo la mirada, sino también el deseo y la acción. La historia queda así reducida a una prehistoria. Es, pues, normal que el hombre se resigne aquí a una opresión y a unos sufrimientos que son transitorios y no ande en busca de alegrías efímeras. El es un exiliado, cuya patria es el cielo.

Por el contrario, vivir en la perspectiva de la muerte es descubrir el carácter único de la existencia terrestre y de cada una de sus posibilidades, que no se volverán a repetir: es hacer de la tierra la propia patria y comprometerse a guardarle fidelidad; es revelarse violentamente contra todas las formas de opresión y explotación, en el convencimiento de que quienes no pueden vivir esta vida no vivirán ninguna; es experimentar la urgencia del combate por una sociedad que ofrezca a todos todas las oportunidades de la vida.

3. Muerte y solidaridad revolucionaria

Para el que vive una existencia puramente individual, su muerte es el fin del mundo, la victoria de la nada y del absurdo. El pensamiento de la muerte es, pues, para él fuente de una angustia de la que sólo se libera por la diversión o por la religión. ¿Es que la «necesidad religiosa» es otra cosa que el deseo de huir de esta realidad? En esta óptica, una vida moral y más en particular un amor al prójimo, que no fueran sancionados por un premio o por un castigo, quedarían sin fundamento. Pero una creencia así en la inmortalidad oculta, bajo su idealismo aparente, un egoísmo tenaz, muy próximo al individualismo burgués. El revolucionario, en cambio, concibe su vida como un combate por la realización de un proyecto colectivo. Su muerte personal no es el fin de su historia, pues ésta queda incorporada a la de la liberación de las clases populares y de la humanidad. La conciencia de clase, que ha cambiado el sentido de su vida, cambia igualmente el de su muerte. «Non omnis moriar». «Yo no moriré del todo», podrá decir, pensando no en su alma ni en su gloria, sino en su combate, que continúa. Esta causa es suficientemente grande para motivar un compromiso y un sacrificio total: una entrega sin devolución, que no espera otra «recompensa» que la liberación de los hombres y el orgullo de haber contribuido un poco a ella.

Esta concepción confiere sin duda alguna a la muerte del militante ateo una gran nobleza, no inferior a la del confesor de la fe. Pero deja sin respuesta algunos interrogantes de fondo como los que plantea la muerte de los hombres que no han vivido, la desaparición de las personas queridas, la necesidad de elegir entre la propia vida y la de los demás, la incertidumbre del éxito final de la revolución y de la historia, la precariedad de esta acción que viene polarizando la vida de varias generaciones, la ausencia del héroe en el día de la victoria, la amenaza de muerte que pesa sobre la especie humana; en una palabra: la distancia que hay entre el deseo y las realidades históricas, por muy grandes que sean. En el corazón de su combate por la liberación, la humanidad tropieza con ese prototipo de todo destino impuesto que es la muerte. Algunos marxistas (como Bloch, Schaff, Garaudy, Mury, Kolakowski, Gardavsky) no ocultan estos problemas y no discuten su gravedad. Pero consideran que, en último término, es más digno del hombre asumir con lucidez las propias limitaciones que superarlas de una manera ilusoria.

G. Girardi
Concilium, 94. Abril 1974

Traducción: RAFAEL GARDE

_______________
1 Cf. Luciano Parinetto, Morte e Utopia: «Utopia» (junio 1973) 3.12. En El Capital se encuentra, a lo largo de toda la obra, abordado el tema de la muerte desde esta perspectiva. Vamos a sefialar algunos pasajes a título de ejemplos: libro I, cap. X, VII (la lucha por la jornada de trabajo normal); cap. XV, IV (la fábrica); cap. XV, V (lucha entre el trabajador y la máquina); cap. XXV, IV (formas existenciales de la superpoblación relativa); libro III, cap. III, II (economías a expensas de los trabajadores).

2. Algunos autores, marxistas o no, llevan la investigación más lejos y se enfrentan con la hipótesis de una victoria sobre la muerte natural, es decir, la hipótesis de un dominio total del hombre sobre los mecanismos biológicos, obtenido merced a los progresos de la medicina. Nosotros no desarrollamos aquí esta perspectiva, que, por muy sugestiva que sea, no está vinculada a una óptica revolucionaria y no es específicamente marxista. Cf. E. Moran, La mort et l'homme dans l'histoire (París 1951); J. Metalnikov, Immortalité et rajeunissement dans la biologie moderne (París 1924); íd., La lutte contre la mort (París '1937); R. C. W. Ettinger, L'homme est-il immortel (París 1964); J. Rostand, Biologie et humanisme (París 1964).

3. Cf. Marx-Engels, Sur la Religion (París 1968).

4. E. Bloch, Das Prinziji Hoffnung, 2 vols., particularmente II (Francfort 1959) 1297-1391; A. Schaff, Sartre oder Marx? (Viena 1964); íd., Marxismus und das Menschliche Individuum (Viena 1965); H. Marcuse, Eros und Civilization (Boston 1966); L. Kolakowski, Der Mensch. ohne Alternative (Munich 1960); V. Gardavsky, Gott ist nicht gana tot (Munich 1968); R. Garaudy, Ii a inauguré un nouveau monde d'existence: «Lumiére et Vie» 112, 13-32; G. Mury, Le marxiste devant la mort: «Supplément de la Vie Spirituelle» 77 (1966) 230-234; M. Verret, Les marxiste et la religion (París '1965). Desde una perspectiva cristiana: J. Gevaert, Problematica delta morte neíla riflessione marxista piú recente: «Salesianum» (1967) 549-567; Id., El ateísmo frente al problema de la muerte y de la inmortalidad, en El ateísmo contemporáneo, tomo III (Ed. Cristiandad, Madrid 1971) 305-334.

5. Véase Ultimes messages, Ediciones de Moscú; Lettres de fusiilés (París 1946).