El testimonio de las abuelas
Mercedes Lozano

Las abuelas modernas están haciendo una tarea educativa fundamental. Parecen las «suplentes»
de las madres que trabajan fuera de casa, pero
su testimonio está
configurando el mundo
de los valores y de las
certezas de los niños actuales.
Las «suplentes» son, muchas veces,
las titulares

Soy abuela de seis nietos varones con edades que van desde 2 meses a 8 años. Aunque esté mal el decirlo, por ahora al menos, soy una abuela joven porque me casé muy pronto y soy muy animada en mi forma de ser. Creo conveniente comentarlo porque ser abuela hoy exige mucha creatividad y energía. Noto que el tiempo pasa cuando comparo mis principios entusiastas en la "abuelez" hace 8 años con algunos momentos de desfallecimiento que a veces tengo ahora. Así que veremos cuando lleguen los nietos de mi cuarto hijo que aún no se ha casado. El me lo dice cuando me ve agotada por haber jugado con los niños sin medir mis fuerzas: «Mamá cuando lleguen los míos estarás para el arrastre». Es muy posible. Pero de momento aguanto.
Yo recuerdo a mi abuela. Me parecía muy mayor, delgadita, vestida de negro, iba con ella a misa, oía la radio con ella, me compraba algunos vestidos, me enseñó a leer, me contaba cuentos, jugaba a las cartas. Pero el trabajo duro de darme de comer, dormirme, cambiarme, bañarme era impensable que lo hiciera ella. Tampoco jugaba como yo como una loca al escondite por el jardín, ni hacía las payasadas que yo hago para que se rían los niños, ni subía las escaleras con un niño abrazado quedándose sin aliento. Mi madre no trabajaba fuera de casa, como trabajan mis hijas y mis nueras, y no necesitaba una ayuda tan total. Era otro tipo de abuela y otro tipo de relación con los nietos, con sus ventajas y sus inconvenientes, pero diferente a la situación actual en

hay tres elementos que pueden ser comunes al testimonio de todas las abuelas del mundo: la presencia, la iniciación a la contemplación y el amor que no pone condiciones

que tantas veces las abuelas tienen que hacer un papel de suplencia agotador y precioso al mismo tiempo. Sin embargo me parece que hay tres elementos que puede que sean comunes a todas las abuelas del mundo por muy distintas que sean las situaciones.

El primero es la presencia. Uno de mis nietos estaba enfermo y mi hija tenía que irse a la universidad a dar clase. Yo soy profesora en excedencia y por tanto estoy más libre, al menos en teoría. Le dije a mi nieto: «No te preocupes cariño. Yo me quedo contigo. Vamos a ver juntos Pinocho, te preparo un bocadillo pequeñito y te tomas la medicina». Él me contestó «¡Abuelita, menos mal que existes!». Es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca. Y pensé en tantas cosas que están ligadas a ese existir de las abuelas y de las que todos hemos tenido experiencia alguna vez.
¡Abuelita, menos mal que existe ese cajón tuyo en donde guardas los rollitos de anís, menos mal que existe ese armario en donde guardas los juguetes rotos de los papás que me gustan tanto, menos mal que existe tu mesa camilla que están tan calentita, menos mal que existe esa galería de tu casa en donde sí se puede jugar al fútbol, menos mal que existe ese cuadro de una tormenta en el mar que siempre me fascina,
menos mal que existen esos cuentos que me lees, menos mal que existe ese dinerito que me das como en un pacto secreto, menos mal que existen los fines de semana en los que puedo ir a tu casa y ser realmente el rey, el bombón, el pequeñajo, el gordi, la mayor preciosidad del mundo!

El segundo es la iniciación a la contemplación y al misterio. En la vida de fe de mucha gente creyente han jugado un papel importante sus abuelos. Han sido o los iniciadores o los educadores, o los que les han dado un testimonio que les ha marcado para siempre. A menudo lo han hecho rezando con los niños o leyendo con ellos la palabra de Dios, diciendo algo que tocaba el corazón, o llevándolos a la iglesia... Pero también dejando que en los niños florezca esa búsqueda del misterio, esa tensión hacia

las abuelas ven en las
cualidades de sus nietos esa llama profunda que hace de cada niño
una persona única

Dios que Él mismo ha puesto en el corazón de cada persona. Para iniciar a un niño en la contemplación no es necesario esforzarse demasiado sino callar y confiar porque no se trata de crear nada sino de liberar lo que ya existe; puede uno estar en silencio una noche estrellada cogido de la mano de su nieto pensando en cómo Dios creó el mundo, la maravilla insondable y misteriosa del universo, puede uno disfrutar y abrir los ojos de un niño a lo que le rodea; los árboles, los animales, las montañas, las nubes y contestar o no saber contestar a las preguntas sorprendentes que a los niños se les ocurren sobre Dios, sobre la vida, puede uno cantar siempre la misma canción en el silencio de la noche al lado de la cama de sus nietos, puede uno rezar ante sus nietos que ven como su abuela se dirige a Alguien que increíblemente está incluso por encima de ellos a los que quiere tanto...

El tercero es la misericordia, la ternura, ese amor que no pone condiciones y que deja siempre una puerta abierta por muy mal que uno se haya portado y por poco que uno lo merezca. Un amor que comienza valorando, algo que tan necesario es haber experimentado para poder sortear los embates del desamor que a veces llegan. Es muy significativo que cuando alguien se alaba a sí mismo siempre se comenta "ese no tiene abuela" porque se sabe que son las abuelas las que proclaman las cualidades de sus nietos, las que ven de modo privilegiado esa llama profunda que hace de cada niño, de cada persona, la persona única que es. No es que los padres no sean capaces de esa clase de amor. El amor de un padre es precisamente así, pero como están preocupados en trabajar por los hijos, en educarles, en corregirles, en enseñarles, muchas veces dan por supuesto que sus hijos ya saben, ya conocen ese amor inmenso que les tienen. Las abuelas no, las abuelas nos repetimos hasta en eso; en decir una y otra vez lo maravillosos que son nuestros nietos, y lo decimos a los demás y a ellos también. Gracias a Dios esa alabanza fomenta la autoestima que tan necesaria es para vivir con equilibrio.
Vivo en una casa grande, antigua, con tres pisos. Cuando mis nietos vienen a vernos duermen en el tercero. El mayor comentaba que necesitaba leer un poco antes de dormir porque si no tenía pesadillas. El segundo le dijo: «Pues yo no, yo cuando estoy en casa de la abuelita Mercedes no tengo miedo». Si pudiera siempre protegerles, que no tuvieran miedo, sería feliz... Luego, pienso que hay Alguien que precisamente y mucho mejor que yo hace eso por mis nietos. Y en sus manos los pongo.

Mercedes Lozano es madre de familia, abuela y además
filóloga y colaboradora habitual de Misión Abierta.