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"No es
cuestión modas feministas (aunque las teólogas feministas han ayudado). No
es, sólo, gracias al libro de Leonardo Boff "El rostro materno de Dios".
En la Sagrada Escritura Dios se nos ha revelado con símbolos masculinos y
femeninos, padre-madre. Lo dijo el mismísimo Juan Pablo I, papa: "Dios les
Padre, pero sobre todo, es Madre". No hay duda. Dios es, también, mamá.
Nota: si todos los temas son "complejos" el que nos ocupa lo es especialmente. Téngase en cuenta de cara a la profundización necesaria más allá de estos sencillos materiales. |
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![]() ![]() 2. A continuación cada participante va exponiendo las cualidades Femeninas y justificando su opción. Posteriormente se hace lo mismo con las masculinas. 3. ¿Hay cualidades que sólo se pueden aplicar al hombre o sólo se pueden aplicar a la mujer? ¿Por qué? 4. ¿Cuáles de estas cualidades son "aplicables" a Dios? ¿Por qué? ¿Recuerdan algún texto de la Palabra de Dios que lo justifique? 5. El Papa Juan Pablo 1 dijo en una audiencia que: "Dios es Padre, pero, sobre todo Madre" ¿Qué te sugiere esta afirmación? ![]() Sin embargo, en la tradición bíblica Dios no aparece únicamente bajo el lenguaje masculino. También lo femenino es vehículo expresivo para la revelación de Dios. Algunos textos de la Palabra son éstos: - Dios se compara a una madre que consuela a sus hijos "Como consuela la propia madre así os consolaré yo (Is 66,13) "; al final de la historia, Dios tendrá un gesto de madre amorosa, en jugando las lágrimas de nuestros ojos cansados de tanto llorar (Ap 5 1,4); - Dios-madre es incapaz de olvidarse M hijo de sus entrañas: "Sión decía: "me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado" ¿Acaso olvida una mujer a su hijo, y no se apiada M fruto. de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré" (Is 49, 14-15; ver también Sal 25,6 y Sal 116,5); - La tradición profética describe el comportamiento maternal de Dios para con su pueblo: " Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo [...] "Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos. Con cuerdas *de ternura, con lazos de amor, los atraía; fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas y se inclina hasta él para darle de comer [...] El corazón me da un vuelco, todas mis entrañas se estremecen" (Os 11, 1-8); - "¡Si es mi hijo Efraín mi niño mi encanto! Cada vez que lo reprendo, me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión" (Jer 31,20); - También Jesús se compara con una madre que quiere reunir a los hijos bajo su protección (Lc 13,34); - En la tradición sapiencial, la sabiduría de Dios se presenta personificada en una figura femenina (Prov 8,22-26; Eclo 24,9); entre la Sabiduría y la Mujer existe una estrecha correlación, que permite una transmutación simbólica entre la una y la otra (Prov 31,10.26.30); en el Nuevo Testamento Cristo es identificado con la Sabiduría de Dios (I Cor 1,24-3O; Mt 11, 19; Jn 6,35). ![]() En este sentido, la teóloga Sallie McFague escribe que las metáforas, lejos de reducir a Dios a lo que nosotros comprendemos, subrayan, por su diversidad y su falta de adecuación, la incognoscibilidad de Dios. Esta característica del lenguaje metafórico sobre Dios se pierde, sin embargo, cuando sólo se utiliza la relación personal padre-hijo como única referencia para hablar de la relación entre Dios y el ser humano. En realidad, al excluir de la metáfora otras relaciones, el modelo del padre se convierte en objeto idolátrico, pues se acaba considerándolo como una descripción de Dios. En consecuencia, una razón para incluir las referencias maternas en el discurso de una tradición en la que el modelo paterno ha prevalecido siempre es la de poner énfasis en algo en lo que la tradición teológica negativa no ha dejado de insistir: Dios es, a la vez, parecido y distinto de lo que indican nuestras metáforas. Pero existen razones suplementarias para utilizar tanto metáforas femeninas como masculinos sobre Dios. La más obvia es que, dado que los seres humanos son masculinos y femeninos, si tratamos de imaginar a Dios "a imagen de Dios" -es decir, de nosotros mismos-, deberán utilizarse metáforas masculinos y femeninas" (en "Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear", Ed. Sal Terrae Santander 1994, pp. 164-165 ). "Pero ese Dios Padre ¿es una figura enteramente masculina?" A este respecto, impulsado por los estudios de las teólogas feministas hoy sé mejor que nunca que ese Dios no es varón, que no es ni masculino ni femenino, que transciende la masculinidad y la feminidad, que todos los conceptos que aplicamos m Dios, incluida ¡m palabra "padre" son analogías y metáforas, sólo símbolos y claves, y que ninguno de esos símbolos "fija" m Dios de tal manera que en nombre de ese Dios patriarcal se pueda impedir, por ejemplo, la liberación de las mujeres en ¡m sociedad y la ordenación de las mujeres en la Iglesia. Pero sí sé que Dios es el misterio indecible de nuestra realidad y que abarca y suprime positivamente todas las oposiciones de este mundo (coincidencia oppositorum, como lo llamó Nicolás de Cusa), entonces, si se tiene en cuenta que los hombres no disponemos de nombres superiores m los nombres humanos y "padre" o "madre" nos dicen más que "lo absoluto" o "el ser en sí", entonces podemos rezar otra vez, con toda sencillez y al mismo tiempo postpatriarcalmente. 0 sea, incluyendo ¡m calidad materna de Dios como Jesús nos enseñó m rezar hace casi dos mil años: "Padre nuestro". (Hans Küng, "Credo", Ed. Trotta, Madrid 1994, p. 36) ![]() Transcurrieron los años y me fui enredando y olvidando del amor primero. Me sentía dividida, sufría, y de pronto, en un momento de gran consciencia sobre mi pobreza existencial, percibí a Dios como una energía vital que me unificaba, me recreaba, me hacía ser yo misma". Me sentí renacer en sus entrañas. Como Madre, me dio a luz como Padre me dijo "sé tú misma". Nunca podré olvidar aquel encuentro. En adelante mi existencia no se explicaba ni tenía sentido sino desde Dios. El era el don más inmenso nunca hasta entonces tan valorado. Y desde entonces me sentí "hija suya", de Él amada y renacida. Años más tarde harta de tanto ruido externo e interno busqué ardientemente el silencio de nuevo. Dios se me hizo ver como energía vital dando la existencia a todo. Y llamé hermana, hermano a cuento sentía vivir a mi alrededor. Cosas, animales,. personas brotamos del mismo amor que permanentemente nos recrea. Toda la creación es buena. En un viaje ocasional a Oriente mientras oraba en un monasterio Taoista, al mismo y único Dios a quien todos los creyentes buscamos, se me hizo presente la imagen del "crucificado". Asombrada percibí a Dios abrazándonos a todos, creyentes o no, cristianos o no en su Hijo, el ''crucificado, resucitado''. Sus brazos se extendían, hasta las cloacas de Karragasaki un barrio marginal de la gran Osaka, y se prolongaban encamado en los de un Franciscano cuyo testimonio me había sorprendido. Renunciando a su cátedra de Escritura compartía la vida de los pobres, tratando de cambiar su tan inhumana situación. Desde entonces me siento más hermana de los pobres, de las víctimas de nuestras injusticias, odios, violencias, y también de cuantos, creyentes o no, se unen para humanizar el mundo. Y me asombro, y doy gracias, y pobremente trato de aportar mi granito de arena. Recuerdo con cariño el día en que una mujer prostituida y marginada, a quien conocí en un centro de acogida de Cáritas, me dio la clave para expresar mi experiencia de Dios. "Soy feliz, me dijo, por primera vez en mi vida, aquí me han querido a cambio de nada". Ese es Dios Padre, Madre, el que nos quiere a cambio de nada. Dichosos los pobres de corazón, que se dejan amar por Dios. Hace un año en Rwanda gritaba a Dios mi dolor por las víctimas de¡ genocidio y de las actuales represalias. Un rayito de sol atravesó la vidiríera y me acaricó el hombro, sentí el calor de su cariño posándose en mí. Me resonó su Palabra: "Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, justos e injustos". Y asombrada le adoré. Los mismos rayos que me acariciaron alcanzaban a quienes manipulaban el hacha o la metralleta, y a sus víctimas. Aquello me adentro en el misterio del amor del Padre-Madre, y despertó en mí el deseo de amar con mayor ternura a los otros pecadores como yo. En cada uno de estos momentos hay dolor, propio o ajeno, muerte vencida por la vida, amor de Dios Padre-Madre. Por eso amarle a Él es amar la vida y trabajar para recrearla en mis hemanas/os. Ante tanto bien recibido, trato de colaborar en el logro de la comunión universal, la reconciliación, mediante la lucha contra la injusticia, la búsqueda de la verdad, y el diálogo con las mujeres y los hombres que desde la fe o sin ella trabajan por un mundo más humano, en el que nos amemos como hemanas/os. Teresa Ruiz Cebeiro |
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