El catequista, persona de Espíritu
Una mirada de fe sobre la situación
actual
Lo primero que salta a la vista, observando al mundo de hoy, es la contradicción
existente entre los que tratan de adueñarse del mundo mediante artilugios de
poder, de violencia y del uso de los bienes en beneficio propio frente al
creciente deseo de participación en todos los campos: un progresivo dominio del
hombre sobre la naturaleza; una participación cada vez más activa en la
historia; un notable incremento participativo en la vida política y una búsquea
solidaria para encarar la preocupación social con verdadero respeto por la
dignidad de la persona.
A pesar de los progresos, existen aún factores que dificultan la participación, impidiendo llegar a un pleno crecimiento humano. La mentalidad secularista, los "nuevos modelos" y el excesivo consumismo, llevan a muchos hombres y mujeres a un sometimiento cruel que los aleja del ideal de la vida que se podría alcanzar.
Se necesita mirar la situación social desde la óptica de la fe. Y, todos jugamos un papel relevante, tanto en lo personal como en lo comunitario.
Tenemos una misión que consiste "en transformar progresivamente al mundo mediante el amor que viene de Dios a través de la fe en Cristo" y el deber de testimoniar delante de toda la comunidad que existe un camino posible de fraternidad inspirada en el Evangelio.
Los creyentes realizaremos esa misión según las propias dotes, los carismas, los ministerios y las situaciones que nos ponen en contacto directo con las realidades temporales.
Esta es la "especificidad" de nuestra misión en relación directa con el mundo. En esta sociedad seuclarizada, tecnificada y cada vez más compleja, debemos dar testimonio de Cristo en una acción cotidiana impregnada de fe, de esperanza y de verdadero amor por los demás.
Sentirnos responsables del mundo y ser
misericordiosos como el Padre; luchar por una sociedad mejor y vivir la vida con
coherencia como la vivió Jesús; salir de nosotros para anunciar el Reino y vivir
los dones del espíritu con intensidad.
Animados por el Espíritu
A pesar de la constante reflexión de la Iglesia, comunidad de creyentes y de la
madurez que hemos adquirido como Pueblo de Dios peregrino a lo largo de la
historia, el Espíritu Santo sigue siendo , para muchos, ese gran desconocido que
sólo se recuerda muy de vez en cuando.
Sin embargo, no sólo tenemos que reconocer que su presencia es muy fuerte, sino que nos corresponde darnos cuenta que, justamente el Espíritu Santo es la manera tangible y vivencial. Deberíamos descubrir que, más allá de los símbolos con que lo reconocemos (la imagen de la paloma, el fuego, el viento fuerte) y de sus nombres (el Consolador, el Paráclito, el Abogado...) hay una persona tan real como el Padre y el Hijo, que nos espera para establecer un vínculo de amor íntimo y especial que se hace pleno en la vida de la gracia y de la armonía con Dios.
Revivificar la acción de sus dones es un hermoso camino hacia un compromiso cristiano cada vez mayor y es la forma que tenemos para reconocer y sentir su presencia entre nosotros. Sabiduría, entendimiento, fortaleza, consejo, ciencia, piedad y temor de Dios son un tesoro interior que debemos buscar en nuestra vida porque es como una antorcha que arde sin descanso aunque pocas veces seamos plenamente conscientes de ello.
La acción del Espíritu está presente en los grandes momentos que marcaron nuestro proceso de crecimiento en la fe. Lo recibimos por primera vez en el Bautismo y por Él nos integramos a la familia de la Iglesia, con la plenitud de los hijos de Dios y recibiendo el perdón de nuestro pecado original, esa tendencia humana a la comodidad, a la soberbia y al egoísmo.
También lo recibimos en el sacramento de la Confirmación, cuando decidimos por nosotros mismos asumir el compromiso de "ser de Cristo".
Se hace presente en forma especial en cada Rconciliación, cuando el sacerdote, ministro de Jesús que perdona nuestros pecados en Su nombre, nos absuelve.
Y, fundamentalmente, nuestro buen Dios se hace Espíritu de Amor para acompañarnos de cerca cada vez que lo invocamos en cada gesto de solidaridad, en cada palabra dicha a tiempo, en cada silencio paciente y en la oración, momento privilegiado de comunicación y puente entre el hombre y lo trascendente.
El Espíritu Santo está. Es una presencia cercana
de Dios para animarnos "desde adentro" y no podemos cerrar los ojos a tan
maravillosa realidad.
Abiertos al Espíritu
Plantearse un acercamiento a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu
Santo, es de vital importancia para el catequista de hoy.
No es una reglamentación para cumplir. No es una práctica de piedad que se debe hacer por obligación. No es un precepto encomendado por la Iglesia. Es una actitud vital de encuentro.
El catequista no puede vivir sin este contacto y esa comunicación con Dios. Y el Espíritu Santo es la presencia actual de Dios entre nosotros. Nuestra fe tiene su centro en Jesucristo, Dios que se hizo hombre para salvarnos y devolver a la humanidad la relación quebrada por el pecado; es el mismo Cristo quien nos prometió el Espíritu Santo y nos regaló su presencia.
Es el Espíritu Santo quien nos lleva a Jesús y Jesús quien nos lleva al Padre.
Dios Padre, en su querer acercarse al hombre envía a su Hijo. Jesús es Dios compartiendo codo a codo con la humanidad. Es la voz, la palabra y el rostro visible del Padre. Él mismo lo dice: "Quien me ve a mí, ve al Padre".
Cuando Jesús cumple su etapa en el mundo, envía al Espíritu Santo. Quien percibe, ve, oye y siente al Espíritu, percibe, ve, oye y siente a Jesús. El Espíritu Santo es para el hombre de hoy una presencia tan concreta como lo era Jesús para los apóstoles y discípulos que compartieron su vida.
Nuestro camino para llegar a Jesús es el Espíritu Santo tal como Jesús es camino, verdad y vida para llegar al Padre. Por el Espíritu vamos a Jesús y por Jesús al Padre. El Espíritu Santo es quien nos permite comprender el mensaje del Evangelio. "Él les explicará todo lo que yo les he dicho".
La esencia del Espíritu Santo es ser don, regalo, gracia que Dios da al hombre. Es el mismo Dios que se da al hombre en la plenitud de su esencia divina.
Por todo esto, podemos decir que la necesidad de estar abiertos a la acción del Espíritu Santo es algo común a todos los creyentes. No es un estilo o una modalidad de vivir la fe.
No es una inclinación propia de algunos grupos de Iglesia. Es un rasgo común a todos.
Debemos reconocer que en los dos milenios de cristianismo se ha predicado poco acerca de esto, pero es hora de que tomemos conciencia de ese aspecto del mensaje de Jesús.
No es una mirada nueva a la vida de fe sino un reconocer aspectos concretos del mensaje de Cristo que han quedado un poco olvidados o postergados. Es tomar conciencia plena de las palabras que se expresan a lo largo de toda la Biblia que nos muestran la acción del Espíritu de manera cercana y en permanente comunicación con la humanidad.