ORACIÓN - AYUNO - LIMOSNA

1.

-Ascesis en la verdad

Lo que relacionaría a nuestros contemporáneos con la exigencia ascética de los Padres es su extremada preocupación por deslindarla de toda fabulación y considerarla con toda sinceridad. Para ellos, por encima de toda técnica, se impone una doble condición: la del contacto con el prójimo mediante la caridad fraterna expresada concretamente en la limosna, y la de un contacto verdadero con Dios mediante la oración desnuda pero poderosamente sublimada por las cualidades esenciales del ayuno. Sin esta doble armazón indispensable, la ascesis del ayuno no sería más que una egoísta ilusión, vuelta inconscientemente sobre sí misma, y una falsedad.

-Oración y ayuno

La oración es la primera actividad de la Cuaresma; es un tiempo muy apto para renovarla. En efecto, todo se apoya en la vida espiritual. Si el tiempo de ayuno exige la oración, el esfuerzo de ascesis y de liberación del peso de la carne, la voluntad de alcanzar al prójimo en su propio terreno con un amor fraterno y generoso repercuten en la calidad y poder de lucha de la oración.

"No hay ninguna duda de que el ayuno es útil, escribe ·Agustín-SAN: así el hombre hace la prueba de lo que quiere obtener, de lo que suplica cuando se aflige con el ayuno. Por eso se ha dicho: Buena es la oración con ayuno (Tob. 12,8). Para que sea aceptada la oración debe ir acompañada del ayuno". (Sobre Tobías, PL. 35, 2363, obra incierta) El mismo San Agustín decía también a sus fieles en un sermón de Cuaresma: "Para que nuestras oraciones puedan más fácilmente tomar su vuelo y llegar hasta Dios, es preciso darles el doble ceremonial de la limosna y el ayuno" (Sermón 206, para el 1.° ó 2.° domingo de cuaresma, PL. 38, 1041). "Nuestra oración -apoyada en la humildad y la caridad, en el ayuno y la limosna, en la abstinencia y el perdón de la injuria, en el cuidado que pondremos en hacer el bien en lugar de devolver el mal y de evitar el mal y practicar el bien- busca la paz y la obtiene porque esa oración vuela, sostenida y llevada a los cielos, donde nos ha precedido Jesucristo que es nuestra paz" (Ibid.). "Estas piadosas limosnas y este frugal ayuno son las alas que en estos santos días ayudarán a nuestra oración a subir hacia el cielo" (Agustín, Sermón 207, sobre la Cuaresma, PAL. 38, lO42). Se ve cómo San Agustín liga las tres actividades, ayuno, oración y limosna. Para él, Cuaresma, que debe ser ante todo un tiempo de oración, es el período que más enriquece la oración y la afina porque le da "el alimento" de que ésta tiene necesidad para elevarse: "(...) porque (la oración) tiene un alimento que le es propio y que se le manda tomar sin interrupción: que se abstenga siempre del odio y se alimente constantemente de amor.

-Caridad fraterna CUA/A-FRATERNO:A-FRATERNO/CUA:

Mientras San Agustín, en su ascesis cuaresmal insiste tanto en la calidad de la oración, San León se manifiesta más impresionado por la caridad fraterna que se traduce concretamente en la limosna. De los doce sermones suyos que sobre la Cuaresma han llegado hasta nosotros, casi todos hablan de la caridad, del perdón de las injurias y de la limosna.

"Por consiguiente, queridos, acordándonos de nuestra debilidad que nos hace fácilmente caer en toda clase de faltas, guardémonos de menospreciar este remedio primordial y este medio eficacísimo para curar nuestras heridas; perdonemos para que se nos perdone, otorguemos la gracia que nosotros mismos suplicamos; no busquemos vengarnos, nosotros que pedimos se nos perdone" (LEON-MAGNO-SAN.LEÓN EL GRANDE, Sermón 1 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 77. CCL. 138 A, 220)

San León recuerda la costumbre según la cual, en honor de la pasión y de la resurrección del Señor, los emperadores dejaban en libertad a los prisioneros: "Que los pueblos cristianos imiten, pues, a sus príncipes y que el ejemplo de los emperadores les anime a perdonar en sus propios ambientes. No está permitido, en efecto, que las leyes privadas sean más rigurosas que las públicas. Perdonemos las faltas, rompamos las cadenas, olvidemos las injurias y acabemos con las venganzas; entonces la fiesta sagrada, gracias al perdón divino y a los perdones humanos, nos encontrará a todos alegres, a todos irreprochables" (LEÓN EL GRANDE, Sermón 2 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 91; CCL. 138 A, 231). "Queridos, rompamos los motivos de discordia, las espinas de enemistad; que cesen los odios y desaparezcan las desavenencias; que todos los miembros de Cristo se reencuentren en la unidad del amor" (LEÓN EL GRANDE, Sermón 3 sobre la Cuaresma. SC. 49 bis, 99; CCL. 138 A, 237).

Perdón

El leitmotiv de las conclusiones de la mayor parte de los sermones de Cuaresma de San León será el perdón de las ofensas a fin de obtener nosotros mismos el perdón. El gran pontífice no deja de dar primacía a la recitación del Padrenuestro y de subrayar cómo lo que allí decimos nos compromete y condiciona el perdón que pedimos para nosotros mismos: "Si, en efecto, decimos: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos encadenamos a nosotros mismos con las mas rigurosas ataduras si no cumplimos lo que declaramos" (ID., Sermón 5 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 127; 138 A, 256).

No es sólo a nuestros iguales a quienes hay que conceder este perdón sino de igual modo a nuestros subordinados: "(...) prometeos a vosotros mismos sin duda posible la divina misericordia, si por vuestra parte, en lo que a vuestros subordinados concierne, transferís toda ofensa al crédito del perdón" (ID., Sermón 9 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 169; CCL. 138 A, 277).

San León se vuelve suplicante, no teme, aun siendo discreto, en recurrir a la forma del patetismo: "Si alguien detiene a unos delincuentes por una falta, no puede poner en duda su propia cualidad de pecador; y, para recibir él mismo su propio perdón, que se alegre de haber encontrado alguien a quien perdonar" (ID., Sermón 10 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 179; CCL. 138 A, 283).

"Lo que cada uno decide en relación con los demás, lo decreta efectivamente para consigo en virtud de su propia ley" (ID., Sermón 11 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 191; CCL. 138 A, 290)).

En realidad, este gesto del perdón nada tiene que pueda humillar. Por el contrario, asocia al hombre al poder divino mismo: "Condición perfectamente justa y benévola, que hace participar al hombre en el poder divino regulando la sentencia de Dios con su propia decisión y comprometiendo al Señor hacia él con el juicio con que uno haya juzgado a su compañero de servicio (ID., Sermón 12 sobre la Cuaresma, SC 49bis, 201; CCL. 138 A, 294).

San Agustín, en su séptimo sermón de Cuaresma, centrado en la caridad fraternal y el perdón de las injurias, volverá sobre temas parecidos. EI exordio es vigoroso; hace recaer la salvación, en medio de las tentaciones tan numerosas que asaltan al alma, en el perdón de las ofensas: "Estos santos días que pasamos en la práctica de las observancias cuaresmales, nos traen el deber de hablaros de la caridad fraterna y de la obligación de poner fin a todos vuestros odios contra los hermanos si no queréis que se acabe con vosotros (...) Tenemos un pacto con Dios, un contrato y, en el acta misma, hemos suscrito la condición sin la que nuestras deudas no pueden sernos perdonadas" (Sermón 211 sobre la Cuaresma).

El perdón de las ofensas, según San Agustín, es una condición de libertad del alma y de luz. Apoyándonos en la primera carta de San Juan: "El que odia a su hermano permanece en las tinieblas (...) todo el que aborrece a su hermano es un asesino (1 Jn. 3,15)", interpela a sus oyentes: "Quien odia a su hermano, va, sale, entra, viaja, no parece cargado con ninguna cadena ni encerrado en prisión alguna; sin embargo, se halla encadenado con las ataduras de su crimen. Vosotros creéis que no está en prisión pero os engañáis; su prisión es su corazón"(Ibid.).

-Limosna

Una de las formas más concretas de la caridad fraterna es la limosna. Es una práctica indisoluble del verdadero ayuno. Pero está lejos de limitarse al gesto material que consiste en desprenderse de su dinero. San Agustín ha previsto el error: "Es un deber el multiplicar las limosnas en este tiempo santo". "¿Qué diré de esa obra de misericordia en virtud de la cual no hay nada que sacar de la bolsa sino que todo procede del corazón, que pierde mucho más conservándolo que despojándose de ello? Me refiero a la cólera que uno conserva en su corazón contra su hermano" (Sermón 208 sobre la Cuaresma). Pero la limosna junto con el perdón de las ofensas hace posible el contacto con Dios en la oración. Comentando a Isaías (58,3) acerca del ayuno, San Agustín concluye :"He ahí las dos alas sobre las que la oración vuela hacia Dios: el perdón de las ofensas y la limosna hecha al indigente" (Sermón 205 sobre la Cuaresma).

Si San Agustín, hablando de la limosna, hace de ella una condición para el contacto con Dios en la oración, San León ve en ella una obra de misericordia que nos atrae el perdón: "No pasemos al lado del pobre permaneciendo sordos a sus quejas, concedamos, con benévola solicitud, misericordia a los indigentes para merecer nosotros mismos hallar misericordia en el momento del juicio"(LEÓN EL GRANDE, Sermón 1 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 77, CCL. 138 A, 221).

El deber de la limosna no se limita a socorrer a quienes comparten nuestra misma fe: "Por más que la pobreza de los fieles ha de ser socorrida la primera, también los que todavía no han recibido el evangelio son dignos de piedad en sus necesidades; porque hay que amar a todos los hombres en la comunión de una misma naturaleza" (ID., Sermón 3 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 97; CCL. 138 A, 235).

La limosna hace, además, participar en la liberalidad de Dios: "Nada es más digno del hombre que imitar a su Creador y ser, en la medida de sus posibilidades, el mandatario de la obra divina" (ID., Sermón 5 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 127; CCL. 138 A, 256). Los sermones décimo y undécimo sobre la Cuaresma acaban ambos con una exhortación a la limosna.

En la misericordia Dios reencuentra su propia imagen: "Ninguna devoción en los fieles es más agradable a Dios que la que se dedica a sus pobres; allí donde Dios encuentra la preocupación por la misericordia, reconoce la imagen de su propia bondad" (ID., Sermón 10 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 179; CCL. 138 a; 283).

San León se deja llevar hasta la paradoja. Se ve cómo, a sus ojos, el ayuno está lejos de ser sólo una abstinencia de alimentos: "Con la distribución de limosnas igualmente y con el cuidado por los pobres, los cristianos, aun ayunando, engordan; con lo que cada uno sustrae a sus placeres y lo que gasta en favor de los débiles y de los indigentes" (ID., Sermón 11 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 193; CCL. 138 A, 290).

Las exhortaciones de San León durante la Cuaresma están marcadas por su mayor preocupación: caridad fraterna, perdón y limosna. Se adivina que presiente un fácil error en sus cristianos. Pudiera ser que la práctica formalista de un ayuno externo corriera el peligro de proporcionarles una coartada para una vida espiritual fácil. El Papa no lo quiere y denuncia claramente el peligro: "Abracemos, pues, este ayuno solamente con devoción solícita y con fe alerta, y celebrémoslo no con una dieta estéril, como a veces la imponen la debilidad del cuerpo y la enfermedad de la avaricia, sino con una amplia generosidad" (ID., Sermón 2 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 87; CCL. 138 A, 228).

San León no olvida poner el acento en la verdadera esencia del ayuno: "El todo de nuestro ayuno no reside en la sola abstención del alimento; no hay provecho en sustraer alimentos al cuerpo si el corazón no se aparta de la injusticia y si la lengua no se abstiene de la calumnia" (ID.,Sermón 4 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 103; CCL. 138 A, 240). No obrar así, sería hipocresía y el Papa no teme en dar la razón a los no-creyentes que encontrarían ahí un justo motivo de críticas: "Efectivamente, estaremos expuestos, no sin motivo, a las críticas de los infieles y son nuestras propias faltas las que armarán las lenguas contra la religión si, cuando ayunamos, nuestra forma de vivir no va de acuerdo con la pureza de una perfecta abstinencia" (Ibid.).

No hemos querido poner de relieve aquí más que algunos pasajes de los sermones de Cuaresma, pero tendríamos que haber citado muchos otros. Estos bastan, no obstante, para demostrarnos cómo los Padres latinos conciben el ayuno con realismo y empalman con nuestras contemporáneas exigencias de una sinceridad exenta de todo formalismo. Veremos, intentando descubrir lo que constituye lo esencial del ayuno, cómo San Juan Crisóstomo, por ejemplo, rechaza igualmente todo formalismo.

-¿Ayunar sin ayunar?

Juan Crisóstomo, en una homilía pronunciada el día de Pascua, resume su forma de interpretar el ayuno. Adopta la paradoja, pero quienes le escuchan no pueden menos de quedar más impresionados por lo esencial de las exigencias que les enuncia: "Cuando ayunéis, os decía que podíais muy bien hacerlo sin ayunar; hoy os digo que se puede ayunar igualmente no ayunando. Quizás os parezca enigmático este lenguaje; voy a daros enseguida la clave. ¿Cómo es posible, ayunando, no ayunar? Así ocurre cuando, renunciando al alimento acostumbrado, no renuncia uno a sus pecados. ¿Cómo es posible, no ayunando, ayunar? Así es cuando uno usa el alimento sin usar el pecado. Este ayuno es mucho mejor que el otro, y no sólo mejor sino además más fácil" (JUAN

·JUAN-CRISOSTOMO-SAN, Homilía contra la embriaguez y sobre la resurrección). Volvemos a encontrar aquí exactamente la forma de pensar y de expresarse de San León: "A lo que cada cristiano debe hacer en todo tiempo, debe ahora dedicarse con mayor fe y amor; de este modo satisfaremos esta obligación que se remonta hasta los Apóstoles, de ayunar durante cuarenta días, no sólo reduciendo nuestra alimentación sino sobre todo absteniéndonos del pecado" (LEÓN EL GRANDE, Sermón 1 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 138 A, 259).

San Agustín, en repetidas ocasiones, utiliza el mismo lenguaje: "Ante todo se trata, para ayunar de veras, de abstenerse de toda falta".

-Cura del alma

La Cuaresma es ante todo una cura de alma. No sólo el recién llegado a la fe cristiana debe pensar en cuidar su alma sino que ningún cristiano, incluso de tradición, puede tener la seguridad de una solidez sin grietas. Hablando a los que van a recibir el bautismo y dirigiéndose a quienes ya lo han recibido, expresa San León el interés y la necesidad que todos tienen de tal cura de alma: "(...) los primeros lo necesitan para recibir lo que no poseen aún; los segundos, para conservar lo que recibieron. El Apóstol dice en efecto que el que se gloría de estar en pie tenga cuidado de no caer. (...) Utilicemos pues, queridos, las instituciones venerables del más favorable de los tiempos, y pulamos el espejo de nuestro corazón con un esmero más solícito" (ID., Sermón 5 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 123; CCL. 138 A, 254).

"Si el ayuno consiste ante todo en abstenerse de vicios, desarraiga además de ellos a quienes ayunan para llevarles a placeres inefables" (ID., Sermón 12 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 199; CCL. 138 A, 294).

San Juan Crisóstomo, en una homilía sobre el 1er. capítulo del Génesis, en el momento en que cita la segunda carta de Pablo a los Corintios, capítulo 4, donde él leía: "Cuanto más se desmorona en nosotros el hombre exterior más se renueva el hombre interior", comenta así este pasaje: "El ayuno es el suntuoso alimento de nuestra alma, y lo mismo que una alimentación copiosa engrosa nuestro cuerpo, así el ayuno da vigor a nuestra alma, la provee de alas potentes y ligeras que la llevan a todas las alturas de la virtud y la verdad...".

San Agustín, a su vez, expresa lo que piensa de los efectos en el alma de la abstinencia cuaresmal: "Cuando el alma se encuentra liberada de alimentos y del exceso de bebida, se reconoce mejor. En efecto, así como el hombre no se ve tal como es en un espejo sucio, lo mismo ocurre si se ve entorpecido por los alimentos y la embriaguez: se ve distinto de como es (...) Cuando el cuerpo se modera con el ayuno, el alma, adquiriendo conocimiento de sí misma, entiende con cuanta afición debe seguir al Redentor" (AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 12O sobre el Ayuno, PL. 35. 2364. Autenticidad y texto inciertos).

Porque, a fin de cuentas, en eso consiste lo esencial del ayuno: acomodarse más a la Cruz del Señor. Es el significado específico del ayuno pascual. "Ayunemos, pues, escribe San Agustín, humillando nuestras almas ante la proximidad del día en que el Maestro de la humanidad se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte de Cruz. Imitemos su crucifixión sujetando a la cruz, con los clavos de la abstinencia, nuestras pasiones desenfrenadas" (ID., Sermón 2O8 sobre la Cuaresma, PL. 38, 1043).

Casi en los mismos términos, San León expresa su pensamiento acerca del período cuaresmal: "En estos días, pues, se han decretado por los santos apóstoles, bajo la inspiración del Espíritu Santo y con justo título, ayunos mayores con el fin de que, tomando nuestra parte de la cruz de Cristo, hagamos también nosotros algo de lo que él ha hecho por nosotros, según estas palabras del Apóstol: Si sufrimos con él, con él seremos glorificados" (LEÓN EL GRANDE, Sermón 9 sobre la Cuaresma. SC. 49 bis, 161; CCL. 138 A, 279).

El ayuno es, por tanto, una participación en el sufrimiento de Cristo. Y por eso es, como la vida de Cristo hasta su triunfo, una lucha sin cuartel. Porque "(...) el tentador, siempre en vela, acosa más ávidamente con sus astucias sobre todo a los que ve se abstienen del pecado. ¿Y de quién mantendrá alejados sus engaños, el que se ha atrevido a tentar con sus astucias disimuladas al mismo Señor de majestad?" (ID., Sermón 3 sobre la Cuaresma, SC. 49 bis, 95; CCL. 138 A, 234).

Pero seria inútil proseguir esta investigación porque siempre nos conduciría al mismo punto. El ayuno, tal como lo conciben los Padres, es en su fondo de todo tiempo y de todos los momentos. Ante todo los Padres quieren desbaratar las supercherías y cualquier falsa apariencia. San Agustín no rehuye el declararlo: hay quienes observan la Cuaresma con una verdadera sensualidad y quienes llegan incluso a abstenerse del vino por sensualidad: "Hay cristianos que observan la Cuaresma debido a un espíritu de sensualidad más bien que por religión y se dedican a buscar nuevos goces en lugar de mortificar sus antiguas codicias. A base de grandes gastos hacen provisión de toda clase de frutos y se esfuerzan en combinar los condimentos más variados y más exquisitos (...) También los hay que se abstienen del vino pero para reemplazarlo por bebidas que combinan con jugo de otras frutas" (AGUSTÍN DE HIPONA, Sermón 210 sobre la Cuaresma, PL. 38, 1052).

-Ayunar con toda la Iglesia

La Cuaresma no tiene nada de común con estas prácticas, ni tampoco con lo que se redujera a puras y simples observancias. Se trata ante todo de configurarse con la cruz, de vencer al demonio y de restablecer el equilibrio en el contacto con Dios mediante la oración y en la unión con el prójimo mediante una caridad que llega hasta la limosna y el perdón generoso.

Pero en esta ascesis cuaresmal el cristiano no está aislado y el objeto de sus esfuerzos no queda concentrado únicamente en él mismo. Toda la Iglesia sale a la palestra y su atención se centra en los catecúmenos que se preparan a renunciar al demonio para revestirse de Cristo. En ese momento es todo el ejército cristiano el que se pone en pie para entablar combate con el enemigo. "Sabéis, en efecto, que es el tiempo en que por todo el mundo el diablo causa sus estragos y el ejército cristiano debe entrar en batalla, y si la indolencia ha enfriado a algunos o las preocupaciones les han acaparado, es preciso que ahora se revistan de las armas espirituales y se animen ante la llamada de la trompeta celeste para entablar la lucha" (LEÓN EL GRANDE, Sermón 11 sobre la Cuaresma, SC. 49bis, 187; CCL. 138 A, 287).

-Completar el templo de Dios

De este modo, especialmente en tiempo de Cuaresma toda la jerarquía católica, cada cristiano, toda la Iglesia se ve convocada a colaborar en el trabajo de redención de su Jefe. La Iglesia es "el Templo de Dios cuyo fundamento es su fundador mismo". El lugar donde habita la Divinidad misma debe edificarse con honor. "Es indudable que no se puede empezar a acabar esta morada sin que su Autor concurra a ello; sin embargo, aquél que la ha edificado, también le ha otorgado el poder buscar su acrecentamiento mediante su propio trabajo. En efecto, el material servible para la construcción de este templo es un material vivo y razonable, y está animado por el Espíritu de gracia para reunirse voluntariamente en un solo todo (...) Por lo tanto, puesto que todos los fieles juntos, y cada uno en particular, son un solo y mismo templo de Dios, es preciso que éste sea perfecto en cada uno lo mismo que debe serlo en el conjunto" (ID., Sermón, 10 sobre la Cuaresma, SC 49bis, 173; CCL. 138 A, 280).

El ayuno nos devuelve así a la perspectiva esencial que debe cautivar incesantemente al cristiano: la construcción de la Iglesia y su perfecta edificación para que crezca hasta la medida del hombre perfecto, hasta la talla misma de Cristo. Todas las actividades cristianas, ascéticas, místicas, litúrgicas se encaminan a este punto esencial. El ayuno adquiere, pues, una dimensión escatológica.

Desempeña, en fin, su función salvadora para Ios últimos tiempos; es un remedio para la eternidad; es para curar, para consolidar, para purificar, para iluminar a todos y a cada uno en la unidad de la Iglesia; para eso fue instituido este tiempo por nuestro Jefe mismo, Jesucristo nuestro Señor.

-Eco de la doctrina de los Padres

Es interesante indagar cómo han entendido la ascesis cristiana los inmediatos sucesores de los Padres. Un escritor espiritual particularmente interesante para consultar, a este respecto, es ·Benito-SAN, cuya regla está toda ella influenciada por la doctrina de los Padres, citados a veces ad litteram. Escribe para una comunidad de monjes a quienes no quiere "especialistas" de la ascesis, sino que lleven una vida cristiana lo más perfecta posible y se esfuercen por alcanzar "un inicio de perfección". En el capítulo 49 de su Regla le corresponde tratar de "la observancia de la Cuaresma". Desde las primeras palabras, se reconocen no sólo el pensamiento sino también ciertas expresiones características de San León, y todo el capítulo se inspira en él manifiestamente. Para quienes no han tenido nunca ocasión de ponerse en contacto con la Regla, será de utilidad leer este bello pasaje, muy sencillo, sin alardes de erudición teológica, fruto de una experiencia vivida en la búsqueda exclusiva de Dios:

"El monje deberá, indudablemente, llevar en todo tiempo un estilo de vida parecido al de Cuaresma; sin embargo, pocos tendrían esta fortaleza. Insistiremos, con todo, en que, al menos en esta época de Cuaresma, vele cada uno por mantener sus costumbres en una exacta pureza y tienda a expiar a la vez en estos días santos las negligencias de todo el año. Con el fin de lograrlo perfectamente, nos preservaremos de todo desorden, nos aplicaremos a la oración acompañada de lágrimas, a la lectura, a la compunción del corazón, a las prácticas de abstinencia. Es para nosotros el momento de añadir alguna austeridad a la habitual carga de nuestros deberes: aumento de oraciones, restricción en el beber y en el comer; en suma, que cada uno se imponga el deber de ofrecer a Dios, en la alegría del Espíritu Santo, alguna disminución a elección suya de la porción que le está reglamentada: por ejemplo, que niegue a su cuerpo un poco de alimento, de bebida, de sueño, que recorte también algo su propensión a hablar, a bromear, y que ponga todo el ardor de sus deseos espirituales en la gozosa espera del día santo de Pascua. Pero lo que se ofrezca personalmente a Dios, primero se propondrá al Abad, para que sea llevado a cabo con su consentimiento y el apoyo de su oración. Lo que se emprendiera sin la aprobación del padre espiritual sería imputado a presunción y vanagloria y no merecería ninguna recompensa. Que se haga todo, pues, con el consentimiento del Abad".

San Benito no se refiere a la Cuaresma para toda la Iglesia sino para la porción que él gobierna y que debe llevar una vida cristiana perfecta. La preocupación de los catecúmenos no se manifiesta en su exposición. En su época además, los bautismos de niños eran los más numerosos y, sobre todo, la vida monástica que él instituía no comportaba por sí misma una tendencia apostólica como tal. Por eso el acento recae en la ascesis o más exactamente en un tiempo fuerte de esta ascesis que debería ejercitarse durante todo el año. En consecuencia, su técnica mirará mucho más a completar lo que ya se hace habitualmente y a realizarlo con una mayor calidad, que a imaginar prácticas nuevas. La simple lectura indica cuál era la jerarquía de valores en la vida monástica instituida por San Benito, heredero de los Padres del desierto y de los Legisladores monásticos como Casiano, Pacomio y Basilio.

La Cuaresma consiste ante todo en una redoblada aplicación a la oración, a la lectura, a la compunción del corazón; tres puntos esenciales de la vida monástica sobre los que la Regla insiste en repetidas ocasiones. Sólo en cuarto lugar vienen las prácticas de abstinencia. Pero siempre queda bien advertido el hecho de que se trata sobre todo de ampliar en número y más aún en calidad lo que debe ser observancia habitual. Ya hemos dicho que se vuelve a encontrar en él casi textualmente el pensamiento de San León en sus sermones de Cuaresma. San Ambrosio, escribiendo a las vírgenes, les aconseja también añadir algo a la práctica habitual... En suma, lo que ha de hacerse importa bastante poco, porque lo que ante todo cuenta es alcanzar a Dios en el desasimiento de sí. Por eso, no se debe emprender nada sin el asentimiento del Abad.

Todo esto no se distinguiría apenas de las triviales afirmaciones de los autores espirituales, si San Benito no caracterizara con una frase la Cuaresma que él cree ver vivir entre sus monjes. Esta especificación, introducida sin ruido, imprime su carácter a la ascesis cuaresmal: "Que ponga todo el ardor de sus deseos espirituales en la gozosa espera del día santo de Pascua". Para San Benito, como para los Padres, como para la liturgia, la mortificación de la Cuaresma se inscribe en una tensión hacia el día de la resurrección del Señor. La ascesis no puede tener más que un sentido: una liberación, no un menosprecio del cuerpo sino dentro de un recobrado equilibrio, una liberación en orden a una entrada total en la "gran liberación" que es la Pascua del Señor. Una muerte con Cristo para resucitar con él.

Mientras el hombre vive en su envoltura mortal, deberá siempre trabajar por asegurar en sí mismo un equilibrio. Este no puede mantenerse sin una técnica de ascesis que hay que consolidar a veces mediante algunas exigencias más particulares. Pero el verdadero y único motivo de la tensión que el cristiano debe mantener en sí mismo, es el de encontrarse dispuesto para la Pascua y su complemento futuro: la vuelta del Señor. Por eso habla San Benito de "la gozosa espera del día santo de Pascua". Una ascesis centrada sobre sí misma no podría, sin hipocresía, pretender una auténtica alegría, salvo tal vez la amarga y pasajera de un orgullo de autodominio satisfecho. Sólo la espera de la Pascua, de la liberación del hombre y del mundo que significa, puede proporcionar una verdadera alegría -la alegría del Espíritu Santo de que habla San Benito- en medio mismo de la dura y desafiante espera de esta vida.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980, pág. 28-40

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2.

-Ayuno festivo

Es una "festividad", y este término nos sorprende. Que pueda un ayuno ser festivo nos parece paradójico. Sin embargo, así es como se lo entendía, principalmente en la vigilia de Pascua. Hay que recordar que la vigilancia está concebida como la espera de la vuelta del Señor. La Iglesia en oración espera la vuelta de su Esposo. En los primeros años cristianos se pensó que esta vuelta tendría lugar en la noche de Pascua, centro de la vida cristiana, aniversario y presencia nueva del triunfo de Cristo. El ayuno de la vigilia, lo mismo que el de toda la Cuaresma, es festivo porque encamina al triunfo y a la vuelta del Esposo. En efecto, a la pregunta: "Por qué mientras nosotros y los fariseos ayunamos, tus discípulos no ayunan?", Jesús responde: "Pueden acaso los invitados a la boda estar tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; ya ayunarán entonces" (Mt. 9, 14-15; Mc. 2,19-20; Lc. 5,34-35). Se ayuna porque no está allí el esposo; pero llega, ha inaugurado los tiempos mesiánicos y va a confirmar su triunfo. Puede la Iglesia ayunar celebrando como una fiesta la proximidad de esta vuelta. Un antiguo prefacio recuerda este episodio evangélico para el ayuno del cuarto mes: "(...) Dios que (...) advirtió a los hijos del Esposo que no podían ayunar antes de su partida...".

Se ve que esta perícopa evangélica había chocado a los espíritus de los primeros siglos cristianos como una profética advertencia siempre verdadera para el tiempo presente. La espera de la vuelta del Señor era una actitud constante y natural del cristiano de los primeros siglos.

-"Ayunar de vicios"

Evidentemente, el sacramento del ayuno no tiene sentido más que si santifica. Las composiciones litúrgicas nos hacen ver cómo consideran, a veces como un solo conjunto, los dos aspectos, negativo y positivo, de la santificación. El amplio desarrollo concedido al aspecto de lucha y de liberación no debe extrañar. También bajo este signo comienza la Cuaresma, con la proclamación evangélica de la lucha de Cristo en el desierto.

Uno de los textos más característicos a este respecto es la oración que se recita en nuestros días al comienzo de la imposición de la Ceniza: "Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal".

Este estado de lucha, señalado desde el primer domingo de Cuaresma, será uno de los temas subyacentes de la Santa Cuaresma. El ayuno está orientado a hacernos más fuertes contra el enemigo. Está en el origen de un vigor nuevo: "Concédenos, Señor, te rogamos, que al ayunar nos llenemos de tu vigor, y que al privarnos nos hagamos más fuertes que todos nuestros enemigos".

El ayuno es poderoso en esta batalla sin cuartel contra nuestros enemigos; con él y con nuestras buenas obras podemos alcanzar la victoria: "Haz, Señor, que para superar a nuestros enemigos obtengamos tu auxilio mediante ayunos que te sean agradables y mediante nuestras buenas obras".

Liberación del enemigo significa liberación del vicio. Nos hallamos aquí ante un doble movimiento: el ayuno sería falso si no consistiera ante todo en evitar el pecado, pero por otra parte nos ayuda poderosamente a sanar de nuestras inclinaciones malas. El libro de Isaías, en el capítulo 58, propone después del exilio, una concepción interior de las prácticas religiosas. Ya Amós expresa el disgusto del Señor por las fiestas y solemnidades a las que no corresponde una actitud interior (Am 5, 21). La Iglesia, cuidadosa de mantener en sus fieles la exacta comprensión del ascetismo, canta el prefacio siguiente en uno de los formularios del ayuno del séptimo mes: "(...) pero cuando en nuestras observancias mismas no nos abstenemos de lo que es malsano e ilícito, tú nos atestiguas por la voz de los profetas que no es ese el ayuno que elegiste. Porque no sólo no puede ser de utilidad alguna la mortificación corporal si nuestro espíritu está inmerso en pensamientos impíos, sino que consta que es más grave todavía el que, aun mitigada la condición terrena, el alma no se abstenga de la iniquidad" (19).

Es un constante temor de la Iglesia ese imaginar a sus fieles en la ilusión de una vida en la que se practicara la mortificación sin un total apartamiento del pecado; sería un funesto engaño no sólo para los fieles sino también para la Iglesia. Aunque es delicado llamar a la Iglesia "pecadora", es legítimo considerar el pecado en ella. Un autor contemporáneo nos parece haber escrito excelentemente a este respecto: "El pecado no proviene de la esencia de la Iglesia sino que hace irrupción en ella desde el exterior, por la fuerza del espíritu del mal que actúa en los hombres. El pecado no pertenece a la esencia de la Iglesia pero ha de atribuirse a un desorden en ella, desorden que es un hecho en su actual estado de peregrinaje. Dicho de otro modo -según expresión habitual- el pecado en la Iglesia es la falta de sanidad imputable al poder del espíritu del mal que actúa a través de los hombres en cuanto que son miembros de la Iglesia. El pecado en y de la Iglesia no puede ser considerado -y cómo, si no, podría serlo- más que como una oscura paradoja, inaprehensible y en definitiva carente de sentido. No obstante es preciso tomarlo en serio".

-Conocer los misterios de Cristo

Sin embargo, no es la purificación, y sobre todo la purificación en sí misma, lo que interesa a la Iglesia: convertirse y creer el Evangelio, según la nueva fórmula propuesta a elección para la imposición de la Ceniza, significa hacer esfuerzos por conocer los misterios de Cristo. La oración del 1er. domingo de Cuaresma expresa admirablemente el significado profundo de estos 40 días para el catecúmeno, para el penitente, para todo cristiano: Recogiendo el texto del sacramentario Gelasiano para este 1er. domingo, la Iglesia de hoy día se expresa así: "Dios todopoderoso, te pedimos que las celebraciones y penitencias cuaresmales nos lleven a la verdadera conversión; así conoceremos y viviremos con mayor plenitud el misterio de Cristo".

Henos así informados sobre la manera en que la Iglesia considera la Cuaresma.

CON/BIBLICO:/Jn/17/03:"Conocer" para el cristiano, como para el hombre de la Biblia, es más exactamente contemplar el amor, dar gracias por las maravillas que éste ha realizado, cultivar su facultad de admiración ante las obras maestras de Dios en el mundo y en el corazón de los hombres y, como primera obra maestra, ante la obra extraordinaria de la salvación de la humanidad. Más todavía, conocer es tener un íntimo contacto con esos mismos misterios de Cristo cuya experiencia permite hacer el sacramento. Experimentando así los misterios de Cristo, experiencia favorecida mediante el ayuno, contemplamos activamente y podemos hacernos idea de los beneficios ya recibidos de Dios y apreciarlos. A la vez, descubrimos nuestra indigencia y nos hallamos así situados en lo que nos falta por recibir: "...porque, cumpliendo con un ayuno apropiado, nos hacemos reconocedores de los dones que hemos recibido y nuestra gratitud se acrecienta por lo que todavía necesita recibir".

El ayuno es, por lo tanto, una iluminación del alma. Penetramos los secretos del misterio de la Salvación; nos hacemos capaces de apreciar el admirable despliegue de benevolencia que es la obra del rescate de la humanidad. Adquirimos una lucidez espiritual que, a pesar del entusiasmo ante ese nuestro enriquecimiento, nos hace entrever todavía lo que falta a nuestra perfección.

Ante una plenitud tal debe, no obstante, surgir una inquietud. Incapaces por nosotros mismos de conseguir semejante visión de Dios, del mundo y de nosotros mismos, de llegar a realizar progresivamente lo que entrevemos, ¿cómo podremos conservar intacto lo que hemos recibido? La Iglesia se plantea el problema para sí misma; sabe cómo la humanidad, que es uno de sus componentes, es floja y falible y se inquieta a su vez por su responsabilidad en conservar lo que ha recibido. Es una vez más la ascesis del ayuno lo que podrá ayudarla a conservar su tesoro. En un prefacio para el ayuno del cuarto mes, la Iglesia se expresa como sigue en un formulario del sacramentario de Verona: "(...) porque, pasados estos días de júbilo en honor del Señor resucitado de entre los muertos y subido al cielo; después de haber recibido el don del Espíritu, estos santos ayunos se han instituido por nuestra necesidad a fin de que, gracias a una total conversión, los dones otorgados por la bondad divina a los miembros vivos de la Iglesia puedan conservarse".

Progresivamente durante la Cuaresma el Señor "abre nuestras almas a la inteligencia de la fe". Es el Señor "quien nos inicia en la fe cristiana".

Se adivina aquí todo el contexto catecumenal del ordenamiento de la Cuaresma. Los escrutinios que se celebran para los catecúmenos no tienen otra finalidad que la de introducir progresivamente en la fe, dejando sitio libre para que el Espíritu pueda iluminar a los que buscan al Señor.

-Conformados según el modelo que es Cristo

No hay que tener miedo de que la invasión de la vida divina y de la perfección que comporta enorgullezcan al futuro bautizado o al cristiano. Sabemos que, pulido por la ascesis, se encuentra preservado a base de una penetrante visión de sus insuficiencias, numerosas aún. Pero hay todavía más. El ayuno ayuda al catecúmeno y al cristiano a "estructurar" su alma según el modelo que es Cristo mismo.

Humildad y sumisión a la voluntad del Padre son dos características propias de quien se entrega a la ascesis en la Iglesia. No la practica por sí mismo ni a su manera sino que tiene ante sí un modelo que ya la liturgia ha presentado a la asamblea de los fieles el primer domingo de Cuaresma. Cuando ayunan, el catecúmeno y el fiel se inspiran en un ejemplo, se hacen imitadores de Cristo. Lo serán, en primer lugar, por su humildad, cuyo sentido podrán ver en la ascesis de la Iglesia: "Dios que, mediante el ayuno y la oración nos has enseñado lo que es la humildad a imitación de Nuestro Señor tu Hijo Único...". Este mismo Cristo profesaba una incondicional sumisión a la voluntad de su Padre. El ayuno, al darnos el hábito del desprendimiento, nos encarrila en esta vía de conformidad con el querer divino: "(...) haz, Señor, que mediante este santo ayuno te seamos enteramente sumisos".

-Cambiar, convertirse

Todo esto no se logra sin nosotros. Dios no hace lo divino en nosotros ni nos modela a imagen de su Hijo, ni el Espíritu puede conformarnos según el rostro de Cristo sin que nosotros intervengamos profundamente. La conversión es siempre un problema jamás resuelto del todo. Por ello, el eucologio de Cuaresma en el nuevo Misal, está lleno todo él de la petición de conversión. La oración del 3er. domingo de Cuaresma enumera las tres actividades que pueden remediar nuestro estado: ".. tú nos otorgas remedio para nuestros pecados por medio del ayuno, la oración y la limosna; mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas". La conversión es también el tema central de la liturgia del Miércoles de Ceniza, la conversión y la fe: "Convertíos y creed el Evangelio". Esto no se hace sin lucha: se trata de combatir contra todo lo que es pernicioso en nosotros.

Anteriormente se dio tal vez demasiada importancia a la penitencia corporal y al ayuno. Nadie negará que la vida de hoy día con sus exigencias constituye una penitencia a menudo por lo menos tan dura como el ayuno. Aunque esto es verdad, no lo es menos que el alma está de tal forma unida al cuerpo que resulta imposible no admitir que una cierta doma del cuerpo sigue siendo necesaria. Médica y psicológicamente se llega a esta conclusión. ¿No habría que llegar a lo mismo con cordura en una línea cristiana? El Misal actual sólo tímidamente ha dejado subsistir -para permanecer en la verdad y no hacer se reciten fórmulas que no correspondan a la verdad- determinadas oraciones en las que se habla de castigar el cuerpo para purificar el alma. "...para nuestro bien espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad" (2ª semana, lunes, oración; Sacr. Gel., p. 3O, nº 173). "...que tengamos la alegría de poder ofrecerte, como fruto de nuestra penitencia corporal, un espíritu plenamente renovado" (5ª semana, lunes, oración sobre las ofrendas). Esa purificación comporta alegría. De este modo, la conversión interior encuentra su colaboración en la disciplina del cuerpo. El problema es, en fin, bien sencillo: desligarse de los lazos del pecado (5ª semana, viernes), convencidos de la fragilidad de nuestra condición. Porque no hay que tratar como un problema lo que a menudo es una simple debilidad y una falta de valor para remontar una tendencia. Sin embargo, no habría que quedarse ahí y ver nuestra conversión como un pequeño acontecimiento individual; nuestra conversión está ligada a la del mundo, y si la celebración eucarística puede y de hecho nos ayuda a convertirnos, está también en la base de la conversión del mundo entero (5ª semana, jueves, oración sobre las ofrendas; Sacr. Gel., pagina 172, nº 1138).

-Marcha hacia el misterio de Pascua

Dicha conversión no halla su posibilidad más que en la participación en el misterio pascual de muerte y de vida. La institución de la Cuaresma está concebida precisamente como una marcha hacia ese misterio de liberación y de renovación. Se trata de llegar con un alma purificada a la celebración de la Pascua (2ª. oración a elegir en la imposición de la Ceniza). El prefacio del 1er. domingo de Cuaresma, al anclarnos en el modelo, Cristo, recuerda que "al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba". La oración sobre las ofrendas del 2.° domingo pide que la ofrenda del sacrificio nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales". La oración del jueves de la 3ª. semana nos desea "que vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual". La del 4.° domingo desearía que aumente la fe del pueblo cristiano para que "se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestas pascuales".

-Alejarse del envejecimiento mediante una renovación CUA/RENOVACION:

Es uno de los aspectos más mortificantes y más descorazonadores de toda vida: la tendencia al envejecimiento espiritual, al encostramiento en la costumbre y la facilidad. Es la tendencia del individuo, y lo es también de todo grupo. Son muchas las comunidades que han empezado con entusiasmo; con rapidez se constata el peso de la rutina, aceptada como facilidad y a veces, incluso como salvaguarda. Cambiar es siempre un riesgo y nunca resulta cómodo. Indudablemente no hay que alimentar menosprecio alguno contra una sana tradición, pero no hay que confundirla con un atolladero piadoso que la destruye y la hace odiosa. No se da sólo el encostramiento; también, y más vulgarmente, la vuelta a los vicios, el envejecimiento del alma. Hay que tener el valor de mirar de frente este fenómeno, atreverse a constatarlo en uno mismo, igual que lo hacemos en la sociedad y en las agrupaciones de personas reunidas para las causas más nobles. La Cuaresma es un tiempo para desgajarse de ese envejecimiento y un tiempo de renovación. La oración de después de la comunión del viernes de la 4ª semana se expresa así: "Señor, así como en la vida humana nos renovamos sin cesar, haz que, abandonando el pecado que envejece nuestro espíritu, nos renovemos ahora por tu gracia". Toda nuestra actividad debe ser abandonar la vida caduca y pasar a ser hombres nuevos (5ª semana, lunes, oración). El Señor ha de hacer que "superando nuestra vida caduca, fruto del pecado, lleguemos a participar de los bienes de la redención" (1ª semana, viernes, oración después de la comunión), "que muera en nosotros el antiguo poder del pecado y nos renovemos con la participación en tu vida divina" (4ª semana lunes, oración sobre las ofrendas). El principio de renovación es evidentemente el Señor mismo; la Iglesia es bien consciente de ello y le pide que haga crecer más plenamente en nosotros esta renovación y la vida que lleva consigo (4ª semana miércoles, oración sobre las ofrendas; Sacr. Gel. p. 60, n. 377).

-Los sacramentos de la renovación

Sobre todo y fundamentalmente es mediante sus sacramentos como el Señor nos renueva. El prefacio del 4º domingo se expresa como sigue: "Porque él se dignó hacerse hombre para conducir al género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el bautismo, transformándolos en hijos adoptivos del Padre".

O también, en la oración sobre las ofrendas del sábado de la 5ª semana: "...por la confesión de tu nombre y el sacramento del bautismo nos haces renacer a la vida eterna". "...y por medio de sus sacramentos los restaura (a todos los hombres) a una vida nueva", se dice en el prefacio del 5º domingo. El Señor concede ahora su fuerza a los ya bautizados y a los catecúmenos que lo serán en seguida en la Noche de Pascua (5ª semana, sábado, oración; Sacr. Gel., p, 39 nº 257).

-Renovación del cuerpo y del alma

Sería un engaño considerar todo lo que acabamos de subrayar, como si fuera una visión espiritual que concerniera únicamente al alma. Convendría guardarse de semejante error. La liturgia, como la Biblia, no divide al hombre en dos, sino que es toda su persona la que debe renovarse. Lo ponía de relieve ya la oración del miércoles de la 1ª semana: "y a los que moderan su cuerpo con la penitencia transfórmalos interiormente mediante el fruto de las buenas obras". No se puede subrayar mejor la interacción alma-cuerpo. Si la Eucaristía purifica y renueva nuestras almas, también nuestros cuerpos encuentran en ella "fuerzas para la vida presente y el germen de su vida inmortal" (4ª semana, martes, oración después de la comunión; Sacr. Gcl., p. 79 y 181, nº 488 y 1225). Son los corazones y también los cuerpos los santificados: que esta ofrenda "santifique los cuerpos y las almas de tus siervos y nos prepare a celebrar dignamente las fiestas pascuales" (2º domingo, oración sobre las ofrendas).

Desde el lunes de la 1ª semana de Cuaresma se pone de relieve esta unidad de salvación para el cuerpo y el alma en la oración de después de la comunión: "Concédenos experimentar, Señor Dios nuestro, al recibir tu eucaristía, alivio para el alma y para el cuerpo; y así, restaurada en Cristo la integridad de la persona, podremos gloriarnos de la plenitud de tu salvación" (Sacr. Gel., p. 179 nº 12O4).

Advirtamos esa "integridad de la persona" que traduce el latino "in utroque salvati", que seamos salvados en uno y otro, en el cuerpo y en el alma.

-Renovados para el fin de los tiempos

En definitiva, esta renovación que queremos y que pedimos al Señor, aun empleándonos nosotros mismos en ella bajo Su dirección, no tiene otro fin más que el más-allá. Los textos son numerosos; escojamos los más elocuentes. La oración sobre las ofrendas del martes de la 4ª semana es expresiva: "Te ofrecemos, Señor, estos dones que Tú mismo has creado y que ahora nos entregas, como prueba de tu providencia sobre nuestra vida mortal; haz que lleguen a ser para nosotros alimento que da la vida eterna" (Sacr. Gel., p. 39, nº 251). La oración del lunes de la 5ª semana nos presenta las exigencias de esta entrada en el más-allá: "...haz que, abandonando nuestra vida caduca, fruto del pecado, nos preparemos como hombres nuevos a tomar parte en la gloria de tu reino" (2ª semana miércoles, oración de después de la comunión). Ese mismo día la oración de después de la comunión nos contempla marchando hacia el Señor siguiendo jubilosamente las huellas de Cristo. Si poseemos ya prendas de nuestra vida futura -"...que esta eucaristía, prenda de nuestra inmortalidad..."-, estamos ya en cierta manera en posesión de los bienes del cielo, aquí mismo en la tierra: "Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permites participar de los bienes de tu reino ya en nuestra vida mortal"... (2ª semana sábado, oración; Sacr. Gel., p. 23, nº 129).

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3 CUARESMA
SAL TERRAE SANTANDER 1980, pág. 48-57