CUARESMA TEXTOS

 

15.- Cuaresma de la alegría.

Cuando faltan cuarenta días para la gran fiesta cristiana, la Fiesta, se toca un clarinazo de preparación. No es un tiempo de tristeza. La preparación es ya parte del misterio pascual.

Van a ser tres largos meses de fiesta: primero, cuarenta días de tensa espera; después, el gozoso día de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el Día, la Pascua, el triunfo de la vida sobre la muerte; en conclusión, cincuenta días más, asimilando y viviendo el misterio. Es que un día es poco para tanta verdad y para tanta alegría. Hay que prolongar el tiempo y dosificar el alimento. Hay que acostumbrarse a tanta dicha. El deseo de la Iglesia es que esa Fiesta no termine nunca, que ese Día no tenga ocaso. Por eso, el primer anuncio de la Cuaresma es de alegría. No penséis, por favor, en mortificaciones y en complejos de culpa. Vivir en la negatividad es hasta blasfemo. No mortificaciones, sino vivificaciones; no penitencias, sino conversión; no culpa, sino gracia.

El Dios de la vida, que sacó a su Hijo de la muerte, nos llama a todos a vivir. Cada victoria sobre nuestro egoísmo es ya una parte de Pascua. ¿Por qué ha de ser la Cuaresma un tiempo antipático? ¿Y por qué sólo un tiempo de preparación?

No hablemos, pues, solamente de mortificaciones. sino de libertad: no hablemos nada más de ayunos y limosnas, sino de solidaridad; no hablemos sólo de oraciones, sino de oración; no "busquemos" sufrimientos, sino aceptemos y compartamos los sufrimientos, para superar todo sufrimiento.

-- Cuaresma de vida.

Si la Pascua es el triunfo de la vida sobre la muerte, la dimensión pascual de la Cuaresma empieza ya a propiciar y anticipar este triunfo. Se trata de una vida en calidad. Es lo que llamamos conversión. Y si quereis, vamos a llamarlo cruz, pero no una cruz que mata, sino que vivifica.

-- Conviértete al ser. El ser es vida y felicidad. Cuando sientes tu vida interior, cuando te sientes crecer, cuando captas el chispazo creador, cuando te centras en el amor, cuando captas y compartes la vida de los demás, cuando te abres a la vida en general, cuando te adentras en el misterio vital, entonces entiendes lo que es libertad y el gozo de existir.

Te conviertes, no en poseedor, sino en adorador; no en un coleccionista, sino en un artista; no en un repetidor, sino en un creador. El que «es» siente, vibra, crea, crece, ama, vive. Es vida en calidad. Crucifica el tener. El tener es apego, endurecimiento, idolatría. El tener te cosifica y te deshumaniza. Puede que ganes vida en cantidad, pero la pierdes en calidad. El tener es un ídolo que exige un culto de alto precio a cambio de nada. Vendes tu libertad y tus derechos de primogenitura a cambio de un plato de lentejas. El tener pone un sello economicista en todo tu trabajo y en todas tus relaciones. En adelante, no tendrás tú las cosas, serán las cosas las que te tengan a ti. ¡Esclavo! Crucifica el ansia de tener, la avaricia, la cosificación de la vida. Entonces podrás ser, y podrás tener cosas, pero redimidas, como medio, no como fin, y serás libre. Dicen que es bueno darse una vuelta por el Corte Inglés, para darte cuenta de las cosas que no necesitas para ser feliz. Porque feliz no es el que más tiene, sino el que menos necesita.

-- Conviértete al amar o a la solidaridad

La vida y la felicidad y la realización del hombre están en el amar, en el sentir, en el com-padecer, en el compartir, en el vivir con y para los demás. Nuestro vivir es con-vivir y comunicarse y unirse. Con esto, no solamente imitamos a Dios, que es comunión de vida, hechos a su imagen y semejanza, sino que hacemos presente a Dios, sacramentalizándolo en nuestra vida.

El hombre se define más como un animal que ama, que como un animal que piensa. Vivir en solidaridad es calidad de vida, porque el otro es para ti, no rival, sino complemento, estímulo, fuente de tu propia personalidad.

--Crucifica el egoísmo y el individualismo. Rompe esa tendencia a encerrarte y clausurarte en ti mismo. Crucifica a tu Narciso. Este egoísmo va matando en ti el amor, que es la auténtica vida: «el que no ama está muerto». El individualismo te convierte en un ser odioso y receloso. El narcisismo te convierte en un ser infantil y estúpido.

El egoísmo insolidario es también injusto, por no ofrecer a los demás lo que tienen derecho a recibir de ti. Debes compartir tus bienes y tus talentos, que para eso se te han dado.

Conviértete de esa cómoda postura egocéntrica e insolidaria. Sal de tu refugio y ponte en camino, con los ojos, las manos y el corazón bien abiertos; enseguida encontrarás compañeros de viaje y hombres tirados en la cuneta; no cierres los ojos ni pases de largo; acércate, compadécete, solidarízate. Aprenderás la alegría del compartir.

--Conviértete al orar.

Orar es abrirte al ser, dejarte invadir por la presencia del Ser, que es Amigo, contemplar, agradecer, adorar, amar. Orar es entrar dentro de ti mismo, hasta llegar hasta tu más íntima intimidad, que es Fuente de ser. Es entrar en la dimensión de Dios, que se hace presente en las demás personas, en los acontecimientos de la vida, en la naturaleza toda; y orar es dejarse interpelar por la palabra de Dios, que se ha hecho vida en Cristo Jesús. El sigue hablando, porque es «libro vivo». Orar es entrar en la profundidad de todo, ver y escuchar y sentir y comprender y trabajar y relacionarse y amar en verdad y profundidad. Ahí, en lo profundo, encontramos a Dios. Lo mismo da que cantemos salmos o que atendamos al enfermo o que contemplemos el árbol o que andemos entre libros y pucheros. Dios está ahí.

--Crucifica tu superficialidad, tu horizontalismo, tu dispersión, tu algarabía interior. Hay mucho ruido en ti y poco fondo. Hay vacío.

Para poder orar, necesitas.

Podar cantidad de apegos y desviaciones. Los excesos en el tener, en el comer, en el placer, adormecen, embotan la sensibilidad e impiden el encuentro con lo trascendente.

Este ayuno purificador es un buen ejercicio cuaresmal.

Silenciar. Los ruidos, las distracciones, las preocupaciones impiden oír la palabra. Este es otro ayuno cuaresmal recomendado: ayunar de palabras y deseos inútiles. El silencio exterior e interior ayudan a entrar en el misterio.

Concentrar. Estamos dispersos, preocupados por tantas cosas, divididos en muchas partes, a veces rotos. Complicados, agitados, inquietos, nerviosos. Nos falta tiempo, sólo tenemos prisa. Así no podemos ni queremos orar. El orar nos parece una complicación más y una solemne pérdida de tiempo.

Pero el tiempo es algo que el hombre debe ir tejiendo por sí mismo y llegar a ser su señor. Es cuestión de pacificarse. Entonces disfrutarás del tiempo, de los trabajos, de las cosas. Es cuestión de relativizar y buscar prioridades, aceptando limitaciones. Es cuestión de organizarse. La Cuaresma te puede ayudar a comprender que sólo una cosa es necesaria: Dios.

«Orar es contemplar la realidad y transformarla en amanecer del Reino» (José A. García-Monge).

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Págs. 17-20


16.

UNA CUARESMA CON MISERICORDIA

¿Por qué seguimos teniendo miedo a este bonito tiempo cuaresmal? ¿Aún añoramos los disfraces y las diversiones alienantes? ¿Aún tememos los ayunos, privaciones y mortificaciones? O sea, ¿aún no hemos entendido nada de la Cuaresma?

La Cuaresma ha de ser un tiempo gozoso, aunque no siempre resulte divertido y aunque se nos pida un esfuerzo continuado. También se le pide al atleta que ha de participar en una olimpíada, y sin embargo se entusiasma sólo con poder participar. Y también se le pide al artista que crea, y nada le llena tanto como el lograr la realización de su obra. Esfuerzo también se pide al profesional que lleva a cabo responsablemente su servicio, y goza en poder servir. Esfuerzo, en fin, no pequeño se le pide a la madre que ha de parir al hijo, pero ¡qué alegría más grande al poder ofrecer un nuevo ser al mundo!

-Conversión

La Cuaresma no es privación. sino enriquecimiento: no es negatividad sino todo lo contrario, es creatividad, un esfuerzo por renovar, construir y conquistar. El estadio de la competición está más en el interior. Lo que se pretende es crecer un poco, rejuvenecerse, adquirir mejores cualidades, estar más contentos con nosotros mismos. Es lo que teológicamente se llama conversión. El compromiso hacia fuera no tardará en llegar. La conversión puede exigir a veces una terapia liberadora, como el que se pone a régimen para perder los kilos que le sobran o acepta una operación para quitarse el quiste o la verruga que le afea. Y sin duda que necesitamos todos de una buena operación porque son muchas las cosas que nos sobran y muchas las cosas que nos afean. Pero hay una operación radical a la que todos tenemos que someternos: es la operación de corazón. No es cuestión de limpiar o trasplantar una arteria o de poner una válvula más o menos. Es un trasplante total. Que nos quiten el corazón de piedra y nos pongan un corazón de carne. Y que por este corazón circule una sangre nueva -¡divina transfusión desde el Costado!-, oxigenada con el aire del Espíritu.

No hay que asustarse. Lo "gracioso" es que este trasplante no supone tanto sacrificio. Es más un don que una operación, es más una gracia que una terapia. Lo único necesario es que te dejes cambiar.

-Un corazón nuevo

La metáfora ya es muy conocida, pero tiene hondura. Y el corazón nuevo que realmente necesitamos es un corazón que sea de veras corazón, un corazón tejido de ternura y benevolencia, un corazón grande y sensible, un corazón misericordioso. O sea, un corazón parecido al Corazón de Dios.

La misericordia es lo que define a Dios. Cuando Moisés quiere conocer su gloria, es decir, su intimidad, su realidad más profunda, y le pregunta por su nombre, recibe esta respuesta: «Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y benévolo, tardo a la ira y rico en bondad y fidelidad» (/Ex/34/05-07).

-Misericordioso y benévolo

En hebreo son palabras tomadas de los sentimientos y gestos maternales. Dios tiene entrañas maternales. Siente como una madre cuando lleva a su hijo dentro. Dios se conmueve por sus hijos hasta la pasión y la ternura. Es como la madre que ve al niño en el suelo y lo levanta y lo estrecha contra su pecho.

Esta misericordia de Dios se manifestó definitivamente en Jesucristo, a quien se le conmovían fácilmente las entrañas: ante el enfermo, ante el hambriento, ante el pecador, ante todo el que sufría.

¿Qué se nos pide en esta Cuaresma? Solamente una cosa, que nuestro corazón sea misericordioso, que nuestro corazón rebose de misericordia, que prolonguemos y acerquemos la infinita misericordia de Dios, reflejada en Jesucristo. ¿Eso es poca cosa? Eso es lo más grande que podemos hacer, la Cuaresma más hermosa que podemos practicar. La más hermosa y la más necesaria. Porque vivimos en un mundo carente de misericordia.

Un mundo sin misericordia. Un mundo duro, frío, competitivo: un mundo que crea soledad, que divide y enfrenta a los hombres: un mundo deshumanizado, sin entrañas, sin corazón. "La enfermedad que padece el mundo, la enfermedad principal del hombre, no es la pobreza o la guerra, es la falta de amor, la esclerosis del corazón» (M. Teresa:·TEREC) O sea, que tiene el corazón necrosado, un corazón de piedra.

En este mundo nuestro no hay misericordia para los vencidos, que son millones: para los débiles, los pobres, los viejos, los enfermos y minusválidos y todos los fracasados. "La sociedad moderna segrega marginación y sufrimiento, que luego con frecuencia ignora y olvida. Los nuevos pobres de la sociedad moderna: ancianos solitarios, enfermos terminales, niños sin familia, madres abandonadas, delincuentes, drogadictos, alcohólicos y tantos otros". (TDV 60).

Nuestro mundo chirría. Somos más rivales que fraternales, más egoístas que solidarios, más injustos y belicosos que compasivos. Y la gente está nerviosa, agresiva, insatisfecha. Tenemos muchas cosas, pero falta «la cosa», el toque del Espíritu, la unción de la misericordia.

Por eso «la Iglesia debe considerar como uno de sus deberes principales en cada etapa de la historia, y especialmente en la edad contemporánea, el de proclamar e introducir en la vida el misterio de la misericordia, revelado en sumo grado en Cristo Jesús» (Dives in misericordia, 14).

Esto es lo principal. Esta es nuestra misión, no sólo primaria, sino fundante y determinante. Podemos hacer otras muchas cosas. Podremos y deberemos orar, enseñar, evangelizar. Podremos y deberemos celebrar la eucaristía, ayunar y leer la Biblia. Pero si todo esto no lleva el sello de la misericordia, si no nace y se alimenta de la misericordia, si no se reviste y se baña de amor, todo será irrelevante y vacío.

Sea, pues. nuestra Cuaresma rica en misericordia, rebosante de misericordia. ¿Qué entendemos por misericordia? El poner el corazón junto a la miseria, el inclinarse sobre las llagas del hermano, el ofrecer nuestra ternura y nuestra ayuda al que lo necesita, el rescatar de la opresión a quien la sufre. Es la actitud fundamental de la persona que se acerca al sufrimiento ajeno y lo comparte, lo interioriza y lo erradica, si puede. Esfuérzate en esta Cuaresma por ver dónde hay alguna miseria, para poner allí corriendo el corazón. A ver si aprendemos de una vez "lo que significa aquello de: Misericordia quiero, y no sacrificio" /Mt/09/13: /Os/06/06).

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 19 ss.


17. 1. Corramos la Cuaresma

Empezamos la santa Cuaresma con el deseo de «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud» (Oración de la misa). Es lo que realmente pretendemos en este tiempo fuerte.

Conocer mejor el misterio de Cristo, que es un abismo insondable. Queremos conocer no tanto los hechos y los detalles concretos de la vida, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, sino las actitudes íntimas, los sentimientos más profundos, la densidad de sus palabras, sus deseos y objetivos, toda la fuerza de su personalidad. «Para conocerlo a él y la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos» (Flp 3,10).

-Vivirlo en su plenitud

No es cuestión de estudiar un tema, o de analizar fríamente a una persona, o de ver la procesión desde la esquina. Queremos entrar dentro del misterio, empatizar y comulgar con la persona. Queremos comprender cordialmente. Queremos compartir: «Dolor con Cristo dolorido». Queremos hacer nuestro el misterio, actualizándolo, prolongarlo. Queremos revivir el misterio, vivirlo en su plenitud, «muriendo su misma muerte» para llegar un día «a la resurrección de entre los muertos» (Flp 3,11).

El misterio de Cristo se manifiesta plenamente y llega a su culminación en la Pascua, cuando se llegó a la decisión última y determinante, cuando se jugó la gran baza, cuando el amor obtuvo su victoria decisiva.

-La verdadera conversión

Nunca conseguiremos alcanzar este objetivo de conocer y comulgar con el misterio de Cristo, si no nos convertimos de verdad. Nuestra vida es muy distinta a la de Cristo. Si vamos comparando criterios, sentimientos, actitudes, deseos, mediremos la distancia abismal que nos separa. ¿Cómo puedes llegar a compenetrarte con lo más íntimo de Cristo, si sigues siendo un hombre cómodo, egoísta, vanidoso, superficial? ¿Cómo quieres resucitar con Cristo, si no quieres morir a nada, a tu orgullo, a tus apegos, a tus prejuicios, a tus viejas costumbres? ¿Cómo quieres llegar a ser el hombre nuevo, si tanto te gusta el traje viejo que llevas?

Vamos a empezar a convertirnos. Vamos a empezar a mirar fijamente a Cristo, para que de tanto mirarle nos lo aprendamos y nos vayamos configurando con él. Como el que tiene un gran ideal o un ídolo y se esfuerza por imitarle en todo: vestidos, peinado, gestos, acciones...

Vamos a empezar a correr la Cuaresma en esta gran movida cristiana. Para ello, «sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe» (Hb 12,1-2).

-Sacudir el lastre

Ningún atleta corre la prueba cargado de alforjas, maletas y maletines. Fuera todo lo que estorba.

Tenemos cantidad de apegos y ataduras que no nos dejan movernos, y tenemos peso excesivo que no nos deja estar en forma.

Y el pecado nos asedia, nos asusta. nos agarra por fuera y por dentro nos pone trabas y zancadillas. Serán los miedos al esfuerzo, las añoranzas de la vida que se deja, las imaginaciones y los deseos que turban, las rivalidades en la carrera. Con ese enemigo por medio no habrá manera de ganar una medalla.

-Corramos con fortaleza

Nos llaman a la felicidad, no a la comodidad. No valen los pequeños esfuerzos, las carreras de entretenimiento o adelgazamiento. La prueba a la que se nos convoca es dura, llena de obstáculos, prolongada. Pero nos cansamos enseguida y nos quejamos continuamente de las dificultades.

Hay que empeñarse a fondo, con decisión y con fuerza. Hay que correr hasta el agotamiento. «Nos resistimos hasta la sangre en la lucha» (Hb 12, 4).

-Fijos los ojos en Jesús

Podrías asustarte si miras los obstáculos. Pero si fijas los ojos en Jesús, verás que todo cambia, todo te parecerá más fácil. Si miras a Jesús encontrarás una alegría y una fuerza que no sabes de donde te llega. El está en la meta, esperándote, pero él corre también junto a ti y te transmite el aliento de su Espíritu. No tengas miedo. Pero no te distraigas. Si miras a Jesús, el triunfo está asegurado.

El que inicia y consuma la fe

Jesús fue el que estimuló tus primeros pasos en este camino, es tu entrenador y tu guía, será también tu recompensa y tu medalla de oro. El es tu vida plena y tu libertad. El será tu felicidad consumada.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 46 ss.


18. NU/000040/ESTE-MUNDO:

«Cuarenta días: reconoces el número simbólico (Mysticum). Recuerdas que durante este número de días las aguas del diluvio no cesaron de caer, que el profeta se santificó por el ayuno, que Moisés mereció recibir la ley, que los padres en el desierto vivieron del pan de los ángeles.» ·Ambrosio-SAN

«Este número cuarenta encierra un misterio. Me parece que es la figura de este mundo que atravesamos, impulsados y arrastrados por el correr de los años, por la inestabilidad de las cosas humanas... Este número es, pues, la figura de este siglo, bien sea a causa de las cuatro estaciones, bien a causa de los cuatro puntos cardinales. Es deber para nosotros abstenernos de las codicias del siglo...» ·Agustín-SAN


20. EJERCICIOS ESPIRITUALES, EJERCICIOS CUARESMALES

"Ejercicios espirituales" nos sugiere días de retiro destinados a la oración y a la reforma de la vida. San Ignacio atribuye a la expresión un significado más amplio: "...así como el pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, por la misma manera, todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de si todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales" (E.E. anotación 1).

Ahora, cuando tanto insisten los médicos en recomendarnos "hacer ejercicio", no estaría de más que nos recomendásemos unos a otros, como condición indispensable "para la salud del ánima", realizar ejercicios espirituales. Porque parece claro que el género de vida que llevamos no es el más adecuado para el desarrollo de nuestra vida espiritual, ni en lo que se refiere al desarrollo de nuestra dimensión espiritual -que no tiene por qué estar separada de lo corporal- ni en el sentido de vida según el Espíritu de Dios.

La Cuaresma y la Pascua pueden ser una buena ocasión para dedicar un poco más de atención y de tiempo a tales ejercicios. Los llamados ejercicios cuaresmales constituyen una buena fórmula inicial: el ayuno, aplicado a nuestro afán posesivo y a nuestras muchas concupiscencias, aligerará el peso que dificulta nuestro caminar en el seguimiento de Jesucristo; la limosna, medio para el ejercicio de la solidaridad y de la caridad cristiana, centrará nuestros esfuerzos en el mandamiento nuevo del que seremos examinados en la tarde de nuestra vida; la oración "advertencia amorosa de Dios", es el medio más adecuado para el ejercicio y fortalecimiento de la fe, único medio en esta vida para la unión con Dios. Todo menos pensar que podemos desarrollar la vida cristiana sin ningún esfuerzo de nuestra parte; que podemos ser cristianos sin ejercitar personalmente la vida cristiana. Pero, como el ejercicio físico, los ejercicios espirituales necesitan un correcto "modo de empleo". Son indispensables, pero no son ellos los que nos salvan. Requieren esfuerzo, pero su valor no depende del cansancio que comportan ni del mérito que nos procuran. Son ejercicio espirituales. Su agente principal es el Espíritu. Son ejercicios, en definitiva, teologales. Proceden de la fe y el amor que Dios regala a quién se acerca a Él con confianza.

JUAN MARTiN-VELASCO
MISA DOMINICAL 1998/03 36


21. CUA/CV

La conversión cuaresmal en el Espíritu

La marcha de la Iglesia hacia la celebración del segundo milenio del nacimiento de Cristo se encuentra, en el presente año, en la segunda etapa de su preparación inmediata a la que ha sido convocada por el Papa Juan Pablo II. Por voluntad expresa del mismo Pontífice este año está dedicado, de un modo especial, a la profundización y vivencia de la acción del Espíritu Santo, tanto en la Iglesia como en cada cristiano.

De acuerdo con lo anterior, hemos de intentar vivir la Cuaresma este año a la luz de lo que nos dice la fe sobre la acción del Espíritu Santo en una tarea tan cuaresmal como la conversión de nuestras mentes y costumbres, para llegar purificados y en comunión con el misterio que celebramos en la Pascua.

Para comenzar el camino

Un mínimo de sinceridad nos llevará a confesar que no "nos va la Cuaresma". Resulta un tanto mortificante romper con el ritmo de la vida ordinaria en la que se cobijan cómodamente más de una cicatería con el Señor, abundancia de segundas intenciones contra el prójimo y continua complicidad con nuestro yo egoísta y comodón. Estas reticencias, que sentimos contra este tiempo litúrgico que nos habla de conversión, nos vienen de nuestra condición de pecadores que San Gregorio de Nisa acertó a describir gráficamente con estas palabras: El espíritu del hombre con el pecado es como un espejo al revés, el cual, en vez de reflejar a Dios, refleja en sí la imagen de la materia informe.

Está claro que necesitamos un impulso para romper esa situación. Toda la tradición de la Iglesia afirma que es el Espíritu Santo quien nos lo puede dar. Un antiguo, obispo de Cesarea nos adoctrina: En lo referente a la íntima unión del Espíritu Santo con el alma, no consiste en una cercanía local... sino en una exclusión de las pasiones. Por ella se nos purifica de las fealdades adquiridas por los vicios, recupera la belleza de su naturaleza, es restituida a la imagen real su forma primitiva a través de la pureza... A través del Espíritu el corazón se eleva, los débiles son conducidos de la mano, los que progresan llegan a ser perfectos.

Este texto nos da una pista, quizá un tanto novedosa, para vivir la Cuaresma con buenos frutos de conversión. Hemos de comenzar, sabiéndonos indigentes de fuerzas, por invocar al Espíritu Santo. Incluso hemos de convertir en la jaculatoria de cada día una famosa fórmula litúrgica: Entra hasta el fondo del alma, Divina Luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento

Mantener la buena marcha

Sabemos por experiencia que no son suficientes los buenos propósitos y que, si es necesario un buen punto de partida, lo que nos resulta más difícil es mantenernos en el camino y no perder velocidad.

También en esta tarea nos podemos aprovechar de la larga experiencia de quienes nos han precedido en la brega de la vida cristiana. Y, de nuevo, en este afán nos encontramos con la acción del Espíritu Santo. San Pablo la sintetiza con estas palabras: Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados. Porque estos apetitos actúan contra el Espíritu y el Espíritu contra ellos. Se trata de cosas contrarias entre sí, que os impedirán hacer lo que sería vuestro deseo. Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley (Gal 5, 16-18).

Se ha dicho que el interior del cristiano es una guerra civil. Los contendientes son el Espíritu y los apetitos desordenados. La doctrina paulina consigue hacer una exhaustiva descripción del bagaje de cada una de las partes beligerantes. Los apetitos desordenados empujan hacia las obras de la carne que, según el mismo apóstol, son: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismos, sectarismos, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo (Gal 5, 19-20). Desde luego hay donde escoger en la descripción paulina. A todos nos vendrá bien hacer una revisión de nuestros comportamientos para, con sinceridad ante Dios y nosotros mismos, reconocer en qué medida somos esclavos de la carne.

En oposición abierta a las obras de la carne y construyendo el hombre nuevo en Cristo, la acción del Espíritu Santo, según el mismo san Pablo, consigue que surja en nosotros la nueva vida en Cristo y lleguemos a tener los sentimientos de Cristo y así nos abra a la lógica de las Bienaventuranzas que son una existencia humana vivida bajo el impulso de los frutos del Espíritu Santo que hacen posible que surja en nosotros amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de si mismo (Gal 5, 22-23). Es evidente que esta descripción nos muestra una visión envidiable de lo que podía ser nuestra vida en el secreto de nuestro mundo interior, en nuestras relaciones con los demás tanto en la familia como en el trabajo, o en los ambientes de relación social.

El tiempo oportuno

El don del Espíritu es, por tanto, lo que puede ayudarnos a conseguir que esta Cuaresma sea, como lo llama la liturgia, el tiempo oportuno que haga nuestra vida moralmente más armoniosa y a nosotros hombres auténticamente libres, pues, como dice santo Tomás: Ahora es cuando obra el Espíritu Santo, el cual perfecciona interiormente nuestro espíritu comunicándole un dinamismo nuevo, de manera que él se abstiene del mal por amor..., y de tal manera que no está sometido a la ley divina, sino es libre porque su dinamismo interior lo lleva a hacer lo que prescribe la ley divina.

Que bellamente expresa la nostalgia y el deseo de la presencia del Espíritu la liturgia cuando canta el día de Pentecostés: Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero

ANTONIO LUIS MARTÍNEZ
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz Número 247. 22 de marzo de 1998


22. 

-"Empujado al desierto" 

No se entiende bien lo que hace a veces el Espíritu. Resulta que todos estaban en tensa  expectativa, que Jesús tiene que decir las mejores noticias, que el tiempo se ha cumplido y  todo está a punto, y sin embargo el Espíritu le empuja al desierto... No bastaban los 30  años de espera en Nazaret. Todavía hay razones para una mayor espera.

Ir al desierto es cosa arriesgada. Es vivir el desarraigo total, es enfrentarse consigo  mismo, sin caretas, en lo más íntimo, en lo que llamamos corazón. Es captar el buen  Espíritu y los malos espíritus que anidan en ese corazón, o, al menos, que lo zarandean. Es  encontrarse con Dios. Es tomar una decisión definitiva sobre la propia persona y su  verdadera misión, en libertad y para siempre.

Ir al desierto es soledad, es verdad, es combate, es oración, es fe, es libertad, es  decisión. Ir al desierto es dar respuesta a los más hondos interrogantes del hombre. También Jesús necesitaba el desierto. Sabemos que El iba descubriendo  progresivamente su personalidad y su misión. Es posible que un montón de cosas aún no  estuvieran claras. Debía pues librar su combate en términos verdaderamente dramáticos.  Parece que los interrogantes que más se repetían eran: ¿eres tú de verdad el Mesías?;  ¿eres el Hijo de Dios?; ¿cómo tienes que presentarte?; ¿por qué no hacerlo con poder y  gloria?; ¿por qué no acariciar el triunfo total?; ¿o hay que escoger más bien el camino del  siervo?; ¡pero muchos no lo entenderán!; ¿y si todo termina en fracaso?.

Jesús, en el desierto, vio con claridad cuál era su misión y cómo tenía que realizarla.  Apoyado en la palabra de la Escritura, encontró su camino y optó decidida y definitivamente  por él. La tentación estaba superada. Los malos espíritus se alejaron. Ahora todo era limpio  y perfecto, como al principio. Los ángeles le sirven y las alimañas conviven con él  pacíficamente.

-Volcados hacia fuera 

¡Cómo necesitaríamos nosotros ir también al desierto! Estamos viviendo en la superficie,  y con tales prisas, que en vez de vivir nos des-vivimos. Parece que estamos siempre  huyendo de nosotros mismos, volcados hacia fuera, di-vertidos. Somos cristianos, porque  nos bautizaron. No hemos dado respuestas decisivas. ¿Quieres recordar cuántas veces  has tomado decisiones, de esas que comprometen para siempre? Bastaría quizá con una.  No hemos optado por Cristo desde la raíz, y por eso la fe es más una costumbre que un  compromiso. Estamos siendo agitados por toda clase de espíritus. No encontramos tiempo  para escuchar, para rezar, para ser. Vivimos llenos de cosas, convirtiendo todos los valores  en pan y consumo. Buscamos el éxito y el poder, aunque tengamos que vender el alma al  diablo.

Necesitamos el desierto. El lugar y el tiempo es lo de menos. Pero necesitamos  encontrarnos con nosotros mismos y con Dios, para aclarar y decidir muchas cosas  importantes. 

(_CARITAS/85-1.Pág. 20 s.)