«HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE PARA QUE SE PROLONGUEN TUS DÍAS SOBRE LA TIERRA QUE YAHVÉ, TU DIOS, TE VA A DAR»

CUARTO MANDAMIENTO

El cuarto mandamiento, que hemos tomado textualmente del libro del Éxodo (Ex/20/12), presenta en el otro texto (es decir, en el Deuteronomio) tan sólo algunas ligeras variaciones. Pero se subrayan igualmente tanto la obligación que impone como la promesa: «Honra a tu padre y a tu madre, como te lo ha mandado Yahvé tu Dios, para que se prolonguen tus días y vivas feliz en la tierra que Yahvé tu Dios te da» (/Dt/05/16).

a) La intención original

El auténtico destinatario de este mandamiento (como de todos los demás) es el israelita adulto y libre, a quien se insiste en la obligación que tiene de cuidar de los padres ancianos, es decir, de la generación que ya no tiene fuerzas para trabajar. El mandamiento no va dirigido en primer lugar, ni mucho menos, a los desvalidos, para que obedezcan a los poderosos, sino más bien a éstos, para que no dejen de lado a los ancianos y débiles padres. Desde aquí puede entenderse por que el cuarto mandamiento es considerado muchas veces como el más penoso de todo el Decálogo. Porque el cuidado de los padres ancianos significa una pesada (y a veces muy prolongada) carga económica para la generación «productiva». Este mandamiento es, por así decirlo, la formulación bíblica de lo que hoy hemos dado en llamar «convenio intergeneracional», el cual no apunta a la obediencia, sino al respeto a los padres; por ello requiere una cierta dosis de confianza previa, aunque esto no signifique en modo alguno extender un cheque en blanco de servidumbre al portador. Eso sí, el espíritu de colaboración humanitaria es necesario para una sana convivencia entre las distintas generaciones. Y en este espíritu, las tensiones intergeneracionales pueden verse como algo absolutamente natural y resolverse de modo satisfactorio.

Pero cuando no se da una relación cooperadora, bien porque los padres imponen a sus hijos una subordinación de tipo tradicional, bien, por el contrario, porque desde un principio los hijos consideran a los padres como algo irrelevante, entonces peligra la liberación colectiva iniciada en el Éxodo y dirigida a alcanzar la tierra prometida en la que sea posible vivir. La existencia de todo el pueblo se verá amenazada si ya no se honra a la vieja generación. Es el interés colectivo de todos sus miembros lo que está en juego cuando se dice: honra a tu padre y a tu madre, para que tú, el pueblo de Dios, vivas largos años en la tierra que el Señor tu Dios te ha prometido.

PADRES/HIJOS:También otros textos posteriores del Antiguo Testamento subrayan en este sentido la responsabilidad de los hijos e hijas adultos con respecto a sus padres. Así, en el libro del Eclesiástico (o de Ben Sirá), se dice: «Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor» (/Si/03/12s; cfr. 3, 1-16; Prov 20, 20). Y cuando Jesús habla del cuarto mandamiento, también está refiriéndose muy claramente al comportamiento de los hijos adultos para con sus padres (cfr. Mt 15, 4-6).

b) Ulteriores deformaciones

A lo largo de la historia de la Iglesia -y en discrepancia con el significado original-, cada vez se ha utilizado más el cuarto mandamiento en apoyo de la autoridad, y no precisamente de la de los padres, refiriéndolo sin más a los superiores y a los señores, a los gobernantes y a los maestros. Se ha llegado incluso a tratar en el marco de este mandamiento, tanto en los manuales de teología moral como en los catecismos, problemas como los del salario justo o el contrato laboral, porque se ha dado por supuesto que el patrón es el amo y señor a quien hay que honrar y obedecer.

ALIENACION/MDT-04:MDT-04/ALIENACION:En un catecismo de 1897, por ejemplo, se dice acerca de las obligaciones de los criados: «Deben considerar a sus señores como superiores y obedecerlos en todo cuanto les ordenen. Y deben hacerlo no por obligación, sino por el convencimiento de que así están cumpliendo la función para la que han nacido, la cual resultará más llevadera si se considera que es más fácil obedecer que mandar y que no son ellos, sino los señores, los responsables de las órdenes... Deberán ser complacientes y corteses, mirar por el provecho del señor, evitar cuanto pueda perjudicarle y soportar con paciencia sus caprichos». De este modo el cuarto mandamiento cooperaba esencialmente en la consolidación de la sociedad patriarcal y favorecía el abuso de los poderes hegemónicos.

Incluso el catecismo de 1955 también emplea, a este respecto, un lenguaje un tanto patriarcal. A lo largo de una serie de enseñanzas acerca del cuarto mandamiento se ventilan no sólo las relaciones familiares (el padre, la madre, los hermanos, los parientes y los amigos), sino también las relaciones con los superiores, así como con las autoridades del Estado y la jerarquía eclesiástica. Y de modo análogo, y en coherencia con lo anterior, se incluyen en el marco de este cuarto mandamiento los «mandamientos de la Iglesia» (1).

OBEDIENCIA/MDT-04:A la vista de todo ello hay que afirmar que contra esa tendencia a apuntalar por medio del cuarto mandamiento a todas las autoridades establecidas, hablan muy claramente los visibles esfuerzos de la Biblia en orden a impedir, por principio, todo tipo de culto a la persona. Frente a toda autoridad autocrática establecida, se alza la palabra crítica: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres » (Hech 5, 29). A. Deissler llega a opinar que, en su sentido bíblico, la obediencia ha de ser entendida, ante todo, como «atenta escucha» de las normas divinas. Dios es la verdadera autoridad. Por ello habría que esperar la obediencia, en primer lugar, de parte de los llamados «superiores», antes de poder exigirla a los «súbditos». Porque sólo así podría asegurarse que lo que esta última pretende es fomentar la humanidad del hombre. Por consiguiente, se entendería de un modo totalmente falso este mandamiento del Decálogo si se interpretara como justificación de un ordenamiento social de tipo patriarcal. En ningún lugar del Antiguo Testamento se encuentra un tratamiento acrítico de las formas de dominio existentes. Especialmente la monarquía fue siempre considerada en Israel de un modo crítico. Esto se observa con particular intensidad en el primer libro de Samuel (cfr. /1S/08/01-22). El pueblo pide al profeta que le proporcione un rey, «como ocurre en todas las naciones» (v. 5). Yahvé encarga al profeta que satisfaga esta petición. Pero la motivación que da Yahvé es sumamente inquietante: «Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti; me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos. Todo lo que ellos me han hecho, desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, abandonándome y sirviendo a otros dioses te han hecho también a ti. Escucha, sin embargo, su petición. Pero les advertirás claramente y les enseñarás el fuero del rey que va a reinar sobre ellos» (vv. 7-9).

La «ley real» del libro del Deuteronomio (/Dt/17/14-20) habla mucho más detalladamente de las limitaciones que de los derechos del rey. El rey no deberá tener demasiados caballos, ni tomar un excesivo número de esposas, «para que no se descarríe su corazón. Tampoco deberá tener demasiada plata y oro» (vv. 16s.). Deberá llevar constantemente consigo la ley del Señor y leerla, para aprender a temer a Dios y para que «su corazón no se engría sobre sus hermanos» (v. 20).47

Lo único que, en un sentido amplio, puede concluirse correctamente del cuarto mandamiento acerca de la conducta para con los padres, es una evidente estima de las antiguas tradiciones. Quien las rechaza y las considera únicamente como un obstáculo para su propia autorrealización, «está rechazando unas experiencias que son imprescindibles para la profunda comprensión de uno mismo».

TRADICION/RESPETO:Pero hay algo, además, que da mucho que pensar. Y es lo siguiente: Tradición significa «transmisión». Y queremos decir «transmisión viva y creadora». Por supuesto que está perfectamente fundada la sublevación contra las tradiciones anquilosadas; pero, por mucho que se apruebe tal sublevación, también hay que insistir al mismo tiempo en la importancia que tiene la defensa de la inmensa riqueza de la tradición en la que vive una familia, un pueblo o una iglesia. El olvido o el menosprecio de la historia son siempre signos de culturas decadentes.

Por eso, y a modo de llamamiento, podemos decir: ¡Respetemos los contextos generales, las continuidades fundamentales y las antiguas experiencias de los pueblos! Porque, efectivamente, es muy importante entender adecuadamente la tradición. Los franceses distinguen claramente entre «les traditions» y «la Tradition», a lo que se ha referido expresamente Yves Congar. Las pequeñas reglamentaciones y la gran corriente de la transmisión viva de la sabiduría y la cultura ancestrales de un pueblo deben completarse mutuamente.

El nuevo catecismo («Botschaft des Glaubens»), de 1978 procedía en este tema de un modo claramente distinto de como lo hace el «Compendio de la fe» («Grundriss des Glaubens»), de 1980. El Estado, la Sociedad y la Democracia se trataban en la sección de «Iglesia», en el capítulo correspondiente a «Iglesia y Mundo» y, más concretamente, en el apartado «Iglesia y Estado» (y también, en parte, en el capítulo «Iglesia y Sociedad»). Considero un tanto arriesgado este modo de verlo, porque, en el fondo, lo que hace es eclesializar excesivamente todo el ámbito del compromiso político de los cristianos. Además, y debido a la agrupación de los referidos temas bajo el epígrafe de «Iglesia», puede muy fácilmente olvidarse o ignorar que también entre los cristianos puede estar muy justificado y ser muy deseable que exista una pluralidad de opiniones y comportamientos en los terrenos político y social. Los cristianos no tienen por qué adherirse a un determinado partido político ni -cuando se trata de asuntos concretos- tienen por qué compartir una determinada postura ideológica, lo cual debería estar ya suficientemente claro, al menos desde que se promulgó la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo de hoy (Gaudium et Spes, n. 43). Naturalmente que la Iglesia, como gran institución que es, tiene sus puntos de contacto también con el Estado. Pero ello no justifica el que se intente subsumir todo el comportamiento político de los cristianos bajo el epígrafe de «Iglesia».

En el «Compendio de la fe», por el contrario, los autores han optado por colocar todo este conjunto de temas en el marco del mandamiento principal, concretamente en el capítulo sobre el amor al prójimo. Bajo el epígrafe «¿Quién es mi prójimo?» (cap. 38, pp. 230-236) se estudian sucesivamente los siguientes apartados:

1. La familia.
2. Los amigos y los grupos.
3. Sociedad y Estado.
4. El mundo.
5. El prójimo es aquel que se cruza en mi camino. Acerca de la Iglesia se habla pormenorizadamente en otros contextos (cap. 26, pp. 138-144; cap. 34, pp. 185204).

c) Para una concreción actual

Es absolutamente manifiesto que tanto la figura de la madre como la del padre no tienen hoy la misma relevancia que tuvieron antaño. Lo cual puede también aplicarse a la «Madre Iglesia» y a las distintas figuras paternas que se dan en ella. En principio, este cambio en lo referente a la relación con la autoridad puede ser perfectamente aceptable desde la perspectiva del Éxodo, porque, al fin y al cabo, ofrece una valiosísima posibilidad de favorecer la convivencia humana en sus estructuras básicas. El significado del Éxodo y la legislación del Sinaí ciertamente no se entienden si, de un modo desconsiderado, se cae en el extremo opuesto de considerar la ley y el orden únicamente como instrumentos de opresión. Porque los mandamientos, evidentemente, pretenden indicar caminos hacia una libertad que no fomente la arbitrariedad y el egoísmo, sino una libertad que responda a la propia libertad de Dios.

CONVIVENCIA:Son muchos los que opinan que hoy resulta más difícil el mutuo entendimiento entre las generaciones. Que ya no se respeta a las personas mayores... Los resultados de una laboriosa encuesta realizada en Alemania van, sin embargo, en otra dirección: A lo largo de más de veinte años se ha ido preguntando constantemente a la generación entre los 13 y los 24 años cómo era su relación con los padres. Y se ha comprobado que, con el tiempo, dicha relación ha ido mejorando progresivamente. Mientras que en 1953 el número de los jóvenes que afirmaban que sus padres eran para ellos las personas en las que más confiaban era el 39 por ciento en 1975 ese número había ascendido al 43 por ciento.

La razón de esta mejora en la relación hay que buscarla, ante todo, en la liberalización producida en la actitud de los padres. Lo cual, naturalmente, no es algo tan sencillo y carente de inconvenientes como puede parecer, porque muchas veces responde a una evidente dejación del ejercicio de la autoridad e incluso, en no raras ocasiones, al miedo ante la generación ascendente. No obstante, hay que felicitarse del hecho de que, en general el espíritu de colaboración (o de compañerismo, si se prefiere) esté indudablemente pasando a primer plano.

Me parece característico de esta nueva actitud entre las generaciones el hecho de que el libro de Th. Gordon, «Familienkonferenz», llegara a convertirse en un «bestseller». El autor distingue tres estrategias para resolver los conflictos intergeneracionales:

Estrategia 1: La generación adulta se impone en detrimento de la generación joven.

Estrategia 2: La generación joven se impone en detrimento de la generación adulta.

Estrategia 3: Ambas generaciones se ponen de acuerdo para adoptar un discurso razonable, como, por lo demás, es bastante habitual en la sociedad democrática. Para esta tercera estrategia se ofrecen ejemplos, normas y posibilidades prácticas muy concretas, de todo lo cual se hace amplio uso en la educación de los padres. Son muchos los adultos que desean actualmente aprender a tratar con los jóvenes con espíritu de colaboración y camaradería, sin tener por ello que renunciar a la responsabilidad que, en su calidad de adultos, les compete.

Y lo dicho vale también para la Iglesia. Hasta hace muy poco podía afirmarse que, por lo general, nuestra Iglesia estaba casi exclusivamente dedicada a la generación adulta, mientras relegaba a la generación joven, que, a lo sumo, podía moverse en un ámbito muy restringido. Y habría que admitir que esto sigue sucediendo en no pocas comunidades. Pero, en conjunto, la Iglesia está empezando a darse cuenta de que la cooperación entre las generaciones es imprescindible para su propia supervivencia.

Especialmente difícil y, a la vez, especialmente importante es una cooperación confiada y cordial entre la influyente generación media y las personas de más edad. Un denodado esfuerzo en este sentido respondería de manera muy adecuada a la intención original del cuarto mandamiento. Es sumamente satisfactorio comprobar cómo en muchas comunidades eclesiales desempeña un considerable papel el «trabajo de los mayores» -sin perjuicio de su muy deseable peculiaridad- y cómo en muchos lugares se piensa de manera sistemática, aunque en absoluto forzada, en acercar entre sí a las generaciones: niños, jóvenes, adultos y ancianos.

MAYORES/CARISMA:Mientras tanto, y por lo que se refiere a la transmisión de la fe, resulta cada vez más evidente el especial significado que tiene la generación de los mayores. Es cierto que, concretamente en el terreno ético, surgen considerables dificultades por causa, casi siempre, de las diferentes mentalidades generacionales. Pero también aquí una cooperación, prudente y flexible a un tiempo, entre las generaciones repercute en beneficio de todos sin excepción. Es importante que las personas mayores se den cuenta de que poseen un carisma específico propio de su edad; y es igualmente importante que sean capaces de hacerlo fructificar en favor de la totalidad. Y ese carisma lo constituyen la experiencia y la capacidad de distanciarse de las cosas, la comprensión y el sentido de lo fundamental.

A/ANCIANOS:En absoluta conformidad con el cuarto mandamiento puede decirse, pues, que el futuro de un pueblo, de una sociedad y de la propia Iglesia depende considerablemente de una positiva cooperación entre las generaciones. Esto, concretamente, significa lo siguiente: los miembros de las generaciones de mayor edad deben poder tener la experiencia de que se les estima, se les respeta y se les favorece de acuerdo a sus posibilidades. De ese modo no reivindicarán ninguna pretensión de dominio absoluto. K. Durckheim nos ha transmitido un aforismo japonés que dice que «la mayor prueba de la cultura de un pueblo es una ancianidad satisfecha». Pero la satisfacción únicamente se manifiesta allí donde se vive una existencia «realizada».

Este mutuo entendimiento entre las generaciones responde a lo que se dice en la primera carta de Pedro acerca de la recíproca interacción de los carismas. Refiriéndose a la diversidad entre las generaciones, afirma que cada cual debe respetar el carisma ajeno y hacer rendir plenamente el propio: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido» (1 Pe 4, 10) para el mutuo bienestar

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1. Contra una aplicación improcedente del cuarto mandamiento a toda clase de autoridad humana se manifestó con toda razón, ya en 1965, Th. FILTHAUT en una meritoria obra titulada Potitische Erziehung aus dem Glauben, Mainz 1965, que por desgracia no obtuvo gran resonancia.

ADOLF EXELER
LOS DIEZ MANDAMIENTOS
VIVIR EN LA LIBERTAD DE DIOS
EDIT. SAL TERRAE
COL. PRESENCIA TEOLOGICA, 14
SANTANDER 1983.Págs. 123-132