«No anticiparse al Espíritu»

Variaciones sobre el acompañamiento espiritual

Josep Mª. RAMBLA
Jesuita
Coordinador de formación
Barcelona

1. Obertura: modestia y respeto
El acompañamiento espiritual, sea cual sea la manera de entenderlo, tiene que ver con lo más íntimo, personal e inviolable de las personas. Quien desempeña la tarea de acompañante sólo puede hacerlo desde la absoluta modestia de sentir que se le permite la entrada; desde la humildad de quien sabe que se le invita a participar, y sólo como acompañante, en el camino del Espíritu que recorre la persona acompañada.

Y como se trata de participar en la obra del Espíritu, todo acompañante ha de avanzar con profundo respeto, como de puntillas, sabiendo que se mueve en tierra sagrada. Será sobre todo testigo que reconoce la acción de Dios y ayuda a distinguirla de la que sólo lo es en apariencia. Además, su actitud será a menudo de admiración y adoración ante Aquel que siempre y en todo tiene la iniciativa y nos desborda absolutamente.

2. «Aviso para navegantes» Supuesto lo dicho, quienes nos embarcamos en el acompañamiento espiritual deberíamos tener presentes de modo constante las siguientes advertencias evangélicas:

«Guiados por el espíritu de Dios» (Rm 8,14)

El Espíritu es el principio de vida y único guía de una cristiana o de un cristiano. Él es quien señala el camino, quien conduce y quien da fuerzas para la jornada... Nadie le puede suplantar.

«No os dejéis llamar maestro... Ni llaméis a nadie padre... Ni tampoco os dejéis llamar directores...» (Mt 23,8-10)

No es cuestión sólo de nombre. Una vez se han introducido términos como «acompañamiento» y «acompañante», «seguimiento», «consiliario», etc., no nos hallamos ya inmunes al riesgo de dominio o apropiación de conciencias e intimidades. Sólo hay un Padre, el del cielo, y sólo hay un Maestro y Director, Cristo. El Padre y Cristo nos dan el Espíritu, origen de la vida espiritual.

«Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30)

El acompañamiento, a medida que progresa, disminuye en intensidad. Y, por consiguiente, el acompañante tiende a desaparecer. Porque el objetivo del acompañamiento espiritual es que Cristo vaya creciendo, «se vaya formando» (cfr. Gal 4,19) en la persona acompañada. Así, la persona que acompaña, va disminuyendo poco a poco su participación (que nunca ha de degenerar en intrusismo espiritual) en la tarea de dicho crecimiento.

3. «En medio, como el que sirve» (Lc 22,27) El servicio del acompañamiento espiritual se sustenta sobre estos dos pilares: el carácter espiritual de la vida que es acompañada y el diálogo como medio para la realización de dicho servicio. De estos dos elementos básicos trataré en lo que sigue.

a) Se trata de «lo espiritual»

* ACOMPAÑAMIENTOS...

La palabra «acompañamiento» cubre corrientemente contenidos un tanto distintos. Todos pueden encerrarse dentro del concepto de acompañamiento «pastoral». Sin embargo, primero se realiza cuando alguien inicia el camino de una vida cristiana consciente y profunda; luego, cuando pasa a una experiencia espiritual personal, una experiencia de Dios más honda, o cuando se entrega a la búsqueda de la orientación de su futuro y a realizar una opción de vida; finalmente, una situación distinta es la de la persona que, una vez hecha la opción de vida, trata de mantener un ritmo exigente de seguimiento de Cristo. De ahí que, dentro del convencionalismo que supone reducir a esquema una realidad viva, podríamos distinguir un acompañamiento formativo, uno de iniciación espiritual y otro de seguimiento (o de vida cristiana adulta).

Es importante tener conciencia de esta diversidad, ya que a menudo se entremezclan las distintas formas de acompañamiento, puesto que las personas necesitadas de él no se hallan en un determinado estado de vida cristiana químicamente puro. Además, en la práctica no es posible realizar un acompañamiento espiritual si no se han dado ya los pasos de una vida cristiana relativamente adulta y personal, que requiere su propio modo de acompañamiento pastoral.

Esta vida cristiana se caracteriza, creo yo, por los siguientes cuatro rasgos: La práctica (dentro de los límites de la fragilidad humana) de un estilo de vida personal evangélico (en el trabajo o estudio, en el uso del dinero, en las relaciones familiares y humanas en general, en la fidelidad a la oración personal, en el modo de hacer frente a situaciones particulares como el paro, etc.). La dimensión social, que ha de desarrollarse a la par que la vida cristiana personal. Porque ésta es una vida en Cristo, «hombre para los demás». Estas dos facetas de la vida cristiana crecen a partir de un progreso en la interiorización del evangelio, de modo que éste sea cada vez menos algo recibido y aprendido y algo más asumido y experimentado. Finalmente, la referencia comunitaria (participación en una parroquia, comunidad, movimiento apostólico, etc.) es importante para que la vida personal se exprese eclesialmente y sea contextuado, interpretada e interpelada comunitariamente. En esta etapa formativa, el acompañamiento puede diferir sensiblemente del de otros momentos. Al acompañante le compete, más que en fases más avanzadas, aportar elementos formativos de los que, por hipótesis, carece la persona acompañada. También, supuesto el carácter educativo de este período, la intervención puede ser mas directiva que en otras ocasiones. Además, el acompañamiento puede realizarse parcialmente en grupo, sin necesidad de ceñirse al diálogo individual.

* EL NIVEL ESPIRITUAL DEL ACOMPAÑAMIENTO1

Según lo que se acaba de exponer, el acompañamiento espiritual propiamente dicho supone que la persona acompañada vive ya una experiencia personal de Dios. Es decir, ha conseguido llevar una vida cristiana regido por la luz y la fuerza interior del Espíritu. Con sus dificultades—es claro—ha pasado ya por un período mas o menos largo de formación, en el que se han asentado las bases de una vida cristiana personal con un cierto grado de experiencia del Espíritu. En el caso, pues, de que la persona que solicita el acompañamiento no haya llegado a esta experiencia espiritual, la primera tarea del acompañante ha de ser ayudarle (por sí o por otra persona) a adquirirla.

El acompañamiento espiritual se diferencia, pues, de otras formas de diálogo pastoral en que no se mueve en el plano de las orientaciones o consejos morales, sino en el de la experiencia del Espíritu y el del reconocimiento de su acción. Es decir, la tarea se centra en ayudar a la persona acompañada a objetivar lo que vive, a ver las sendas por donde se ha de mover y a conocer los medios que puede emplear. Por tanto, la comunicación versará sobre aquellas vivencias o resonancias interiores («pensamientos» y «mociones» de que habla la antigua tradición cristiana) que conviene descifrar para reconocer las sendas del Espíritu y las posibles desviaciones. El acompañante no ha de dar su parecer sobre dudas que se plantean en la vida o en la acción, ni enseñar, planificar o exhortar, sino colaborar a que la vida de Dios vaya fluyendo en la persona acompañada y vaya fecundándola. Precisamente por este carácter objetivador dentro del caminar corriente, el acompañamiento espiritual pide cierta regularidad (aunque no necesariamente una gran frecuencia) de encuentros de diálogo.

Y cuando hablamos de vida espiritual y de espiritualidad, no hemos de olvidar que nos referimos a toda la vida de la persona. Todo el campo de acción del espíritu es «espiritual»: vida individual y colectiva, vida interior y relaciones con la sociedad, asuntos explícitamente relacionados con la fe (oración, sacramentos, virtudes, etc.) y asuntos profanos (economía, cultura, política, etc.). Por consiguiente, el acompañamiento no ha de circunscribirse al campo de la vida interior, sino que ha de extenderse a todas aquellas zonas de la vida que son dominio del Espíritu de Jesús. Éste fue conducido por el Espíritu a la oración y a la liberación de los oprimidos, a la convivencia pacífica y al enfrentamiento, incluso a la tentación, etc.

* «ESCOGER LA VIDA»

Hay un momento de particular delicadeza e intensidad espiritual: el de elegir un estado de vida. Tiempo privilegiado dentro del curso de una vida cristiana de cierta madurez. Todo lo dicho sobre la necesidad de ofrecer ayudas o recursos sin interferir en la decisión tiene aquí especial importancia. Porque «escoger la vida» no es «tomar» algo exterior a uno mismo, sino reconocer el sentido profundo de la propia existencia (es decir, la acción del Espíritu en la propia vida) y asumirla libremente. ¿Quién puede reconocer esta acción sino la misma persona afectada? Y, evidentemente, nadie puede sustituir a esta persona en la libre determinación de seguir un camino u otro. Sin embargo, en este momento de tanta trascendencia («parto» lo llamaron algunos autores antiguos), la información sobre el objeto u objetos de elección y las ayudas para la oración, para el discernimiento de los movimientos y pensamientos espirituales y la elección, es de todo punto imprescindible. Desarrollar aquí las características de esta ayuda pide un tratamiento largo que no corresponde a esta somera exposición2.

b) Pero se trata de «diálogo»

El medio propio del acompañamiento es el diálogo, y a él hay que prestar una exquisita atención. El diálogo de acompañamiento parte de una alianza previa. La persona que busca el acompañamiento espiritual tiene el deseo de crecer en una relación profunda con el Señor, una vida en el Espíritu. Quien acepta colaborar en su acompañamiento hace una alianza con este deseo, y así se establece entre las dos partes un pacto de trabajo para colaborar en el cumplimiento del deseo.

Para emprender la colaboración del acompañamiento se impone la confianza recíproca. Según una orientación ignaciana en sus Ejercicios Espirituales (que son una experiencia de diálogo espiritual), esta confianza consiste en la tendencia a interpretar siempre bien lo que la otra persona dice o manifiesta. Cuando una interpretación en buen sentido no es posible, antes de rectificarla (y menos aún condenarla) conviene preguntar cómo entiende la otra persona lo que ha manifestado. Con esto sólo, a buen seguro que la mayor parte de malentendidos se eliminan. Sin embargo, si todavía no se disipa el malentendido, o quizá aparece un claro error, entonces es el momento de entrar en un diálogo más a fondo. Esta actitud, naturalmente, es recíproca.

Debajo de este comportamiento está la actitud básica de la acogida, que evita el tono moralizante (aun para justificar o pacificar a la persona acompañada) y que se expresa en la escucha receptiva. El acompañante, como el amigo retratado por Saint-Exupéry, es «el que no juzga nunca». Cuestión, más que de palabras, de mirada, de gesto en definitiva, de una actitud personal global que de algún modo refleja el amor acogedor de Dios. Esta acogida de la persona tiene, evidentemente, un claro parentesco con la empatía y con su fuerza liberadora.

El diálogo no dejará de suministrar referencias amplias y recursos para escuchar e interpretar mejor la acción del Espíritu, pero siempre se mantendrá en un profundo respeto a la libertad, sin interferir en las decisiones personales. La función de acompañante es valiosa y eficaz, pero ceñida al campo de la iluminación de los caminos por donde avanzar y en el de los recursos con que ayudarse. Este equilibrio de una colaboración que no cae en el intervencionismo es sabiduría espiritual finísima, pero elemental. El acompañante es imprescindible sin resultar esencial, ya que la única acción esencial es la del Espíritu, a la que sólo ha de responder la libertad de la persona acompañada.

Un servicio muy propio del diálogo espiritual es ayudar a desenmascarar los engaños que, a medida que se progresa en el seguimiento de Cristo, se presentan de forma muy encubierta («debajo de especie de bien»). Tampoco aquí el acompañante ha de anticiparse en el juicio pero sí puede y debe ayudar mediante preguntas sencillas o remitiendo a una lectura atenta del proceso espiritual o con la proposición de algunos puntos de oración. Su siempre colaboración es muy modesta pero puede ser decisiva. Más que una adoctrinación farragosa, la sobria oferta de orientaciones para el discernimiento, al hilo de la historia espiritual de la persona acompañada, es lo más válido y eficaz.

4. «En vasijas de barro» (2 Cor 4,7)

Un acompañante no está ordinariamente capacitado para ejercer su servicio sin un adiestramiento previo. Y luego no está ya inmune de peligros en la forma de practicarlo. Se le impone, pues, una preparación conveniente y una habitual revisión y puesta al día. Aquí indico sólo algunos capítulos que merecen atención.

* EXPERIENCIA ESPIRITUAL, EXPERIENCIA DE VIDA

La sabiduría del acompañante no es un depósito estanco, sino una vida transformada en lucidez. Sólo si vive una verdadera experiencia de Dios podrá sintonizar con el movimiento del Espíritu en el acompañado. Los conocimientos teológicos, y en particular de teología espiritual, son imprescindibles; pero todo ello es insuficiente si la persona que acompaña espiritualmente a otra no mantiene viva aquella sensibilidad espiritual que es síntoma de madurez cristiana (cf. Heb 5,14). No se trata de que el acompañante alcance unos niveles muy altos de experiencia de Dios (ni tampoco de que se eleve más arriba que el acompañado), sino de que, en su limitada condición, viva el encuentro con Dios en las distintas circunstancias de la vida. Con esto se indica ya que ha de ser persona de experiencia de vida.

Supuesto que el acompañamiento ha de estar abierto a la gran variedad de situaciones personales y a la inagotable creatividad del Espíritu, todo acompañante ha de vivir la experiencia de Dios no sólo en la oración, sino también en otras zonas de la vida (sacerdotal, religiosa, familiar, profesional, social, etc., y particularmente en el contacto con la realidad de la pobreza y del sufrimiento). Es decir, ha de tener la capacidad de percibir desde dentro la acción del Espíritu, que no sólo mueve en la plegaria. De lo contrario, nos hallamos ante el riesgo (que a menudo ha deteriorado la «dirección espiritual») de reducir la acción de Dios—y, consiguientemente el acompañamiento—a un mundo alienado o alienante. Por lo mismo, es de gran importancia el que el ministerio del acompañamiento sea ejercido cada vez más (como ya ocurre en algunas partes) no sólo por sacerdotes, sino también por seglares, y más en concreto por mujeres.

* LA ORACIÓN DEL ACOMPAÑANTE

El acompañamiento, servicio eminentemente espiritual, se apoya en gran parte en la oración. Efectivamente, en pocas actividades apostólicas es una persona tan claramente mediación de la acción de Dios como en ésta. Comunión con Dios y comunión con el acompañado son los dos polos de esta oración de intercesión: ponerse ante Dios y ante la persona acompañada, pedir por ella y por uno mismo y, en abandono total de si mismo (es decir, de las propias maneras de ver y de los intereses personales), dejar que Dios vaya transformando el corazón. De esta manera va haciéndose uno cada vez más dócil y transparente a la acción del Espíritu, de modo que sea Él solo quien vaya comunicándose a través del acompañamiento. Gran parte de las cualidades esenciales del diálogo espiritual (acogida, respeto, equilibrio, mediación y el amor que todo lo vitaliza) tienen su raíz en esta oración habitual por la persona acompañada.

La práctica del examen completa la oración de intercesión. El examen, es decir, mirada de fe a las personas acompañadas y acogida llena de gratitud del don de Dios a ellas. En este clima eucarístico, el acompañante va ensanchando el horizonte de su servicio y, a la vez, siente en su corazón las interpelaciones que le conducen a una forma de realizarlo cada vez más fiel al Espíritu.

* TAMBIÉN LA PSICOLOGÍA

La experiencia del Espíritu no es algo flotante en las personas, sin que acontece en ellas tal como son, es decir con su dimensión psicológica, diferenciable de la dimensión espiritual, pero íntimamente unida a ella. Olvidarlo sería ignorar la enseñanza de los mejores guías espirituales del cristianismo, expertos conocedores de la psicología humana, de cuyo conocimiento (ciertamente precientífico, pero de gran solidez) se sirvieron en su ayuda espiritual3.

La primera preparación psicológica de un acompañante es haber pasado él mismo por el itinerario de una experiencia espiritual humanamente madura y haber concienciado esta misma experiencia. En efecto, dado que la experiencia espiritual es también una experiencia humana, haberla vivido bajo un buen guía y haberla reflexionado es un adiestramiento notable en el conocimiento del psiquismo humano y sus implicaciones en la vida espiritual. El paralelismo con la preparación de un psicoanalista, que ha de haber pasado personalmente por el análisis, es iluminador. No es, pues, acompañante apto la persona sin una honda y madura experiencia personal espiritual y sin una reflexión objetivadora del propio proceso personal.

Sin embargo, esto no basta. Tanto la experiencia religiosa como el diálogo, elementos esenciales del acompañamiento, piden un mínimo de conocimientos psicológicos para no perderse en los escollos que a menudo encierran. Un poco para saber lo que hay que hacer, y mucho para saber lo que no hay que hacer. Las imágenes de Dios, la oración, los afectos, el deseo y los deseos, los imperativos morales, etc. son terrenos en los que la sabiduría psicológica tiene mucho que decir. Lo mismo por lo que se refiere al dialogo: la transferencia, las posibles dependencias entre acompañante y acompañado, las también posibles proyecciones del acompañante, etc.4 Esto por lo que se refiere a situaciones normales y corrientes. Además, como un acompañante también se encuentra a veces con personas que padecen algunas anomalías o patologías, debe estar preparado e informado para remitirlas a quien pueda ayudarlas a hacer frente a su problema, sin entrar él mismo en el campo terapéutico.

* ACOMPAÑANTE ACOMPAÑADO

Parece de sentido común, y es cosa aconsejada por los grandes maestros, la necesidad de conferir o contrastar con una persona más experimentada la forma de realizar el servicio de ayuda. Sobre todo al principio. Pero no sólo entonces, pues la evolución cultural y el dinamismo del Espíritu siempre llevan hacia la novedad y desbordan la sabiduría y experiencia adquiridas en un tiempo determinado.

Además, no sólo se trata de conferir con otra persona la forma de practicar el acompañamiento. La supervisión del acompañante debería extenderse más entre nosotros, ya que la forma en que la persona que acompaña vive su servicio repercute, obviamente, en bien o en mal del acompañado. Necesidad que viene acentuada por el hecho de que el acompañamiento vuelve a emerger con fuerza en la Iglesia, y las situaciones, tanto de acompañantes como de acompañados, son multiformes.

* HACERSE PRESCINDIBLE

El acompañamiento es, de algún modo, una ayuda permanente en la vida cristiana, aun en épocas de madurez espiritual. Sin embargo, el acompañante ha de conducir a la persona acompañada hacia una autonomía tal que le permita valerse sólo de la «discreta caridad», es decir, del amor penetrado de discernimiento. El acompañado necesitará todavía de un apoyo objetivador, pero la tendencia del acompañante a desaparecer evitará que el acompañamiento degenere en una situación de dependencia permanente. El lema de todo acompañante debería, pues, ser aquel ignaciano «no anticiparse al Espíritu, sino seguirle». Y el Espíritu es el que, mediante su «unción», lleva a la madurez cristiana hasta el punto en que «no necesitáis que nadie os enseñe» (1 Jn 2,27).

Josep Maria RAMBLA
SAL-TERRAE 1997, 9. Págs. 619-628 

........................

1. Dentro de la inmensa bibliografía sobre el tema, me limito a citar la obra del cisterciense A. LOUF, La grâce peutl davantage. L'accompagnement spirituel (Desclée de Brouwer, Paris 1992), y el artículo, de clara impostación ignaciana, de P. VAN BREEMEN, «Acompañamiento espiritual hoy»: Manresa 68 (1996) 361-377.

2. Puede verse sobre este punto: J.M. RAMBLA, «Escoger la vida»: Sal Terrae 81/9 (octubre 1993) 689-700.

3. Baste recordar nombres como Antonio, Evagrio del Ponto, Diadoco de Foticea Juan Casiano, Benito, Catalina de Siena, Ignacio, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, etc.

4. Una obra notable sobre el acompañamiento espiritual en perspectiva psicológica: W.A. BARRY - W.J. CONNOLLY, La pratique de la direction spirituelle, Desclée de Brouwer, Paris 1992. También contiene colaboraciones de calidad y muy prácticas la obra colectiva de C. ALEMANY - J. A. GARCIA-MoNGE (eds.), Psicología y Ejercicios Ignacianos, 2 volúmenes, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1992.