1. BI/INSPIRACION

1.Algunas observaciones para comprender la narración del Génesis. Para comprender debidamente la descripción bíblica de la actividad creadora de Dios (la Obra de los seis días, hexaëmeron), conviene tener en cuenta que toda la Sagrada Escritura es una obra inspirada, pero que no pretende comunicarnos conocimientos científicos, sino las cosas que se relacionan con los planes salutíferos de Dios con nosotros. Las constataciones científicas de la Biblia no deben ser consideradas como enseñanzas sobre problemas de Física o Historia Natural, sino como el cuerpo, es decir, como revestimiento del contenido revelado. Pertenecen por tanto, a la forma de expresión literaria. Los escritores sagrados tuvieron que servirse de una forma que pudiese ser comprendida por sus contemporáneos. Por consiguiente, al referirse a cosas o fenómenos de la naturaleza que habían de constituir, como el cuerpo, o el revestimiento de los contenidos religiosos que pretendían comunicar, tuvieron que servirse del lenguaje e ideas de su tiempo.

La palabra de Dios, si ha de ser comprendida por el hombre tiene que manifestarse bajo las formas de intuición y pensamiento de una determinada situación histórica. Los hagiógrafos, lo mismo que los antiguos escritores eclesiásticos, tuvieron que servirse de la cosmología antigua al atestiguar el origen divino del mundo. Este testimonio en cuanto tal no depende de aquella cosmología. Por eso no ha perdido nada de su valor después que han sido superadas las ideas cosmológicas de la antigüedad. Cualquiera que sea el modo de concebir el mundo, ya se trate de la cosmología de los antiguos o de la ciencia moderna tal como ha sido representada por Galileo, Kepler, Newton, Planck, Einstein, Heisenberg, etc., lo cierto es que el mundo ha sido creado por Dios.

El hecho de que los sagrados escritores se hayan servido de las ideas cosmológicas de su tiempo para dar testimonio de la actividad creadora de Dios no se opone de ningún modo a la inspiración de la Sagrada Escritura. La inspiración sólo exige que la forma de expresión se sirva de los medios adecuados para manifestar el contenido religioso que ha de ser revelado, careciendo de toda importancia el que el modo de expresión corresponda o no a las exigencias rigurosas de las Ciencias Naturales. También hoy día hablamos de la salida y puesta del sol para expresar determinadas experiencias cotidianas. Nadie considerará como falso tal modo de expresarse, aunque no esté de acuerdo con las enseñanzas científicas que nos dicen que la Tierra gira en torno del Sol. La nomenclatura científica no es definitiva y tampoco es la única posible. Junto a ella, y en parte por encima de ella, se halla el modo de hablar de que nos servimos para expresar la relación entre las cosas y el hombre. El hagiógrafo selecciona de entre las realidades visibles aquellas que tienen más importanc1a para la vida de los hombres (la luz, el sol, las estrellas, la madre tierra... en las cuales el Universo está como representado y condensado. La selección, pues, es hecha con un criterio antropológico más bien que cosmológico.

En casos determinados es difícil señalar dónde se halla el límite entre el modo de expresión y el contenido que ha de ser expresado. La definición de ese límite incumbe al Magisterio eclesiástico.

El escritor sagrado, al hablar de la obra de los seis días, sólo pretende anunciarnos que Dios es el creador de todas las cosas. Para expresar de un modo vivo ei hecho de la creación, con toda su amplitud e importancia trascendental, contempla todas las cosas que se hallan en el campo de sus experiencias, que eran también las de sus contemporáneos, y afirma que todas ellas vienen de Dlos. Con ello no se propone el orden y sucesión con que aparecieron las cosas.

La afirmación de que la creación tuvo lugar en seis días, tiene un fundamento litúrgico, como expondremos detalladamente más abajo.

2. Al afirmar que la obra de los seis días es un esquema literario, lo hacemos dejándonos guiar menos por consideraciones científicas que por reflexiones teológicas. Tendría sabor de blasfemia el pensar que Dios, al crear al hombre, ha empleado los procedimientos de un alfarero. Si la Teología ha abandonado la interpretación literal comúnmente defendida en la Antigüedad y Edad Media (aunque no fuese la única), lo ha hecho guiada por su principio fundamental de que la Biblia no pretende comunicarnos conocimientos científicos, sino que está al servicio de nuestra Salvación. Los conocimientos de las Ciencias Naturales de la Época Moderna han jugado un papel importante sólo en lo que se refiere a la aplicación de ese principio fundamental.

3. Por lo que se refiere a las ideas de los Santos Padres, tiene razón Santo Tomás cuando afirma que están todos de acuerdo en cuanto al hecho de la creación, no en cuanto al modo cómo se realizó.

INSPIRACION/RV: El Handbuch der religiosenn Gegenwarts- fragen, editado por el arzobispo Conrad Grober cree poder explicar el problema que aquí nos interesa de la siguiente manera (págs. 266-70):

"Más bien debemos figurarnos el hecho de la inspiración de la siguiente manera: El Espíritu de Dios produce directamente en el espíritu del hombre una impresión carente de palabras y conceptos... El espíritu humano inspirado por el Espíritu de Dios elabora esta impresión de un modo humano, es decir, con las facultades de su alma dependientes en su actividad de la cooperación del cerebro. La elabora no sólo lógica y conceptualmente, es decir, no sólo con el entendimiento, sino con todas sus facultades psíquicas, con su memoria, su imaginación, su modo de sentir, en suma, de un modo completamente personal. Esta impresión producida por Dios es a veces tan fuerte, sobre todo en los profetas , que el autor correspondiente se halla en un estado de extrema excitación. Es cierto, no obstante, que también esa elaboración se realiza bajo la influencia continua del Espíritu Santo. De todo ello resulta que el autor expresa por medio de ideas, conceptos y sentimientos humanos lo que Dios quiere comunicar a los hombres y ha inspirado al autor, estando determinada la expresión de éste por las posibilidades del entendimiento y lenguaje humanos. Por ejemplo, cuando Dios quiere revelar al pueblo de Israel por medio del profeta Ezequiel cuán terrible sea el pecado de su apostasía, hace que surjan en el alma del profeta, del modo indicado, imágenes que corresponden al modo de sentir del profeta y del tiempo en que éste vivió: la imagen de la niña abandonada que crece hasta convertirse en una hermosa doncella y celebra con Dios los esponsales en el desierto (cap. 16), o la imagen de la adúltera (loc. cit.) que como una prostituta se ofrece a todos los que pasan junto a ella. Estos pensamientos e imágenes hacen resonar en el alma del profeta toda la escala de los sentimientos humanos, desde la misericordia más profunda hasta las más bruscas explosiones de ira, desde el más tierno galanteo hasta el más cruel sarcasmo. Dios, que es un ser espiritual, eterno y perfecto, no puede sentir nostalgia de amor, ni encolerizarse, ni expresar su desengaño con mordaz ironía, pero al hacer que el profeta sienta y exprese estas cosas manifiesta a su pueblo mediante su propio lenguaje que ha sido injuriado, aludiendo a lo que sentiría si pudiese sentir y pensar de un modo humano.

La inspiración no es, pues, lo mismo que la revelación. Con frecuencia la inspiración contiene verdades reveladas, pero no es siempre revelación. A menudo el Espíritu Santo incita al autor sagrado para que escriba cosas que ha llegado a conocer por vía natural, por ejemplo, mediante narraciones históricas. Sería absurdo esperar que el Espíritu Santo, en asuntos del saber profano y que carecen de importancia religiosa, revele al autor cosas y le comunique conocimientos que no corresponden al estado de la ciencia de su tiempo y cuyo descubrimiento está reservado para la investigación de algunos milenios más tarde. En lo que a esto se refiere, Dios permite que el hombre se exprese según corresponde al estado de los conocimientos de su tiempo ("El sol se quedó parado", Jos. 10, 13), sin revelarle que esos conocimientos pueden ser objetivamente falsos.

Lo que acabamos de exponer se refiere no solamente a las ciencias físico-naturales. Con frecuencia vemos que en los libros históricos el autor sagrado, nombrando o no las fuentes, introduce, en su relato narraciones transmitidas en parte por escrito, en parte oralmente (en el último caso tenemos la citatio implicita), sin llamar la atención sobre su deficiencia o posibles inexactitudes (véase, por ejemplo, el registro de las generaciones en Gen. 5). El Espíritu Santo no le ha revelado el verdadero estado de cosas porque se trataba de cosas sin importancia alguna para la concepción religiosa total. En efecto, la finalidad de la Sagrada Escritura es meramente religiosa y no profana. Asimismo encontramos con frecuencia en el AT, sobre todo en los libros más antiguos, narraciones que contienen un elemento histórico y de importancia para la religión, pero que son relatadas por el autor en el estilo poético del Oriente o que existían ya de antemano bajo la forma de narraciones poéticas. La lectura atenta de tales narraciones nos permitirá deducir el verdadero sentido a partir del modo de expresión. En caso de pensar que ciertas narraciones históricas deben entenderse en sentido literal, llegaríamos a formarnos ideas bien poco dogmáticas e indignas de Dios. Ya ·Agustín-san ha llamado nuestra atención sobre este punto (De genesi ad litteram 6, 12): Dios, dice él, no amasa el cuerpo con manos humanas y sirviéndose del lodo, como lo hacen los niños que en invierno construyen figuras con la nieve, insuflándole luego la vida por las narices. Dios tampoco trabaja durante seis días como lo hacen los hombres, para descansar el día séptimo. Dios ni siquiera trabaja, sino que lo crea todo por medio de su palabra todopoderosa e inmanente, cuya eficacia es de tal modo infinita que sus efectos aparecen en el orden de la existencia, sin que por eso surgiese una relación real entre el operante y lo operado. De ahí se deduce que la historia de la creación es, por ejemplo, una narración acomodada al modo de trabajar del hombre, destinada a explicar a los hijos de Israel que todo lo que existe, aun las cosas consideradas como dioses por los egipcios y otros paganos, el sol, y las estrellas, y el mar, y el Nilo son criaturas del Dios verdadero y eterno; que han sido creadas de la nada por su palabra omnipotente. Del mismo modo deben ser interpretados los capítulos siguientes, que tratan de la historia primitiva de la Humanidad: Un fondo indudablemente histórico ha sido descrito de un modo popular, debiendo tener aquí en cuenta que este modo de descripción contiene bajo forma simbólica verdades humanas y teológicas. La exactitud de nuestra afirmación la confirma el colorido de las correspondientes narraciones que pertenecen a una época cultural totalmente distinta.

Del mismo modo, podemos y debemos pensar que son narraciones legendariamente matizadas no sólo todas aquellas cosas cuya interpretación rigurosamente histórica nos pondría en contradicción con hechos históricos seguros, es decir, las narraciones cuya interpretación histórica sea excesivamente artificiosa, sino también todas las narraciones cuya interpretación literal implicase ideas indignas de Dios. Otra cosa hay que tener en cuenta todavía: Aun en los casos en que el autor sagrado nos transmite con sus propias palabras acontecimientos históricos, se sirve de formas y estilos empleados en su tiempo y dentro de su pueblo, tal como hoy se sigue narrando en el Oriente y aun en China y el Japón. Tampoco aquí la misión del Espíritu Santo consiste en asegurar la precisión y exactitud históricas de acuerdo con lo que hoy exigimos del historiador en el Occidente. El Espíritu deja al autor que narre tal como se suele narrar, pero de tal modo que aparece con toda claridad el conocimiento religioso que ha de ser evidenciado por la totalidad del suceso histórico... Si de esta manera el autor neotestamentario conserva la libertad de escoger, ordenar y acentuar las cosas en correspondencia con su finalidad y misión, el Espíritu Santo permite que el autor del AT desarrolle de un modo todavía más libre sus capacidades narrativas, puesto que no pretende escribir historia propiamente tal, sino que se sirve de una figura o de un suceso histórico para tejer en torno a ellos una narración ético-religiosa o verdadera poesía. Por ejemplo, el Libro de la Sabiduría es una obra didáctica, inspirada, de la época tardía del judaísmo, que pone en boca de Salomón las palabras de sus enseñanzas. El libro de Job es un diálogo filosófico-religioso que surge en torno a la figura histórica de un justo de tiempos antiguos y terminado por Dios autoritativamente en la poesía inspirada.

Pero podrá decir alguno: Entonces, al leer la Sagrada Escritura nadie puede saber qué es y no es verdad, cuáles de sus narraciones son o no son históricamente verdaderas. Nosotros contestamos: Así es, en efecto; pero no es la verdad histórica lo que importa. Por lo que se refiere al contenido religioso del libro de Tobías importa poco que se trate de una novela religiosa o de una narración histórica. Nosotros tenemos que tomar la Sagrada Escritura tal como ha sido escrita y de acuerdo con lo que el Espíritu Santo ha intentado con ella: no es un manual histórico moderno, no es ni siquiera una obra teológica de consulta, es un libro vivo, cuyo contenido tiende siempre a excitar e inspirar vida religiosa, aun en los casos en que trata de historia profana. Todos los libros de la Sagrada Escritura comenzando por los libros de Moisés hasta los libros de los Reyes, en especial, ponen suficientemente de manifiesto esta tendencia, tanto si tenemos en cuenta la selección de temas como el modo de expresión.

Las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia relativas a la infalibilidad de la Sagrada Escritura, de acuerdo con las cuales los historiadores sagrados sine ullo errore (sin error alguno) escriben la verdad tanto en lo que concierne a asuntos religiosos como profanos, deben ser, pues, entendidas debidamente. En todos los casos en que el escritor declara expresamente o insinúa con su modo de expresarse que el estado de cosas es éste o el otro y que debe ser entendido de esta o aquella manera, en tales casos el Espíritu Santo mantiene libre de todo error la respectiva afirmaci6n positiva. En tales casos se nos narran hechos históricos verdaderos. El determinar dónde y cuándo sucede esto es una misión reservada a la exégesis científica. En última instancia sólo puede decidirlo el Magisterio eclesiástico." Véase la Encíclica Divino afflante Spiritu (30-9-43), de Pío XII. Cfr. D. 2292/4; NR. 126a-126c.

Debemos destacar aquí que también la forma de expresión se halla bajo la influencia normativa de la inspiración del Espíritu Santo y que los libros de la Sagrada Escritura presentan raras veces enseñanzas religiosas abstractas, sino que tienen casi siempre como punto de partida una situación histórica determinada.

(...) La doctrina eclesiástica no condena la teoría de que un mito ha podido ser el cuerpo linguístico de la revelación divina transmitida por la Biblia. El escritor sagrado, inspirado por el Espíritu Santo, ha podido servirse de un mito para revestir, es decir, encarnar la Revelación, lo mismo que el apóstol San Juan, que vivía en el mundo del helenismo, se sirve de la expresión Logos y de categorías gnósticas para hablar del Hijo de Dios. El contenido proviene de Dios. Pero Dios se vale de las formas humanas de expresión. Por no haberse establecido una distinción entre forma de expresión y contenido surgieron complicaciones superfluas en el caso de Galileo. Mientras que al principio las doctrinas de Galileo fueron admitidas con entusiasmo por círculos eclesiásticos (aun por el Papa Pablo V), más tarde la Congregación de la Inquisición (predecesora del Santo Oficio) prescribió en el año 1616 que las teorías relativas a la quietud del sol y movimiento de la tierra no se podían ni mantener, ni enseñar, ni defender, por estar en oposición con la Sagrada Escritura. Las demás medidas adoptadas quedaron limitadas a la prohibición de algunos libros, asunto que la Congregación de la Inquisición dejó en manos de la Congregación del Indice. Además de tres libros nombrados expresamente -ninguno de ellos era de Galileo- fueron prohibidos todos los libros que defendiesen el sistema copernicano. Al principio no fue condenado ningún libro de Galileo, ni aun siquiera su libro "Sobre las manchas del sol". No obstante, en el año 1633 los jueces de la Inquisición prohibieron el "Dialogo sopra i due massimi sistemi", publicado un año antes, declarando, además, que Galileo se había hecho sospechoso de herejía, puesto que parece haber defendido la enseñanza falsa y opuesta a la Escritura, según la cual la tierra se mueve y el sol permanece siempre inmóvil y es el centro del mundo, enseñando además que se puede mantener y defender como probable una opinión que ha sido definida como opuesta a la Sagrada Escritura. L. v. Pastor escribe sobre este caso: "Lo triste en el caso de Galileo es que el desacierto de los representantes de la Iglesia se cometió en nombre de la religión. Mezclado con fábulas y exageraciones, este caso ha presentado una ocasión, a través de los siglos, a todos los enemigos de la Iglesia para despreciarla y combatirla. Pero dondequiera que intervenga el hombre ocurrirán necesariamente desatinos, a no ser que Cristo instituya un tribunal dotado de infalibilidad, lo cual no se puede afirmar ni siquiera del tribunal de la Inquisición, aun cuando sus decisiones hayan sido confirmadas por el Papa, siempre que éste no hable ex cathedra"

Para juzgar con ecuanimidad sobre estas falsas y funestas decisiones, en las cuales se consideró como cuestión de fe un asunto meramente profano, conviene no olvidar nunca que la Iglesia, en todos los tiempos, está sometida a las debilidades e imperfecciones de todo lo humano y que existe una evolución del conocimiento de la fe. Las medidas adoptadas contra Galileo contribuyeron a que se desarrollasen fuera de la Iglesia las ciencias naturales, que tan gran incremento han experimentado a partir de los comienzos de la Época Moderna. Pero no se debe exagerar la importancia negativa de esas medidas, ya que se puede dudar que la Humanidad hubiese evolucionado de otro modo de no haberse presentado el "caso Galileo". Desde los comienzos del Humanismo y Renacimiento ha ido apartándose cada vez más de la Iglesia, tanto más cuanto que los éxitos triunfales de las ciencias naturales parecían confirmar que la Humanidad puede erigir formas nobles de existencia sin la ayuda de la Iglesia.

(·SCHMAUS-2.Pág. 40-46) ........................................................................

2. 

Por tener en Dios su fundamento, las criaturas poseen una profundidad inconmensurable. Nuestra mente no puede sondear esa profundidad, aunque por ser una realización del pensamiento divino es absolutamente racional e inteligible. Nada es absurdo en la Creación.

Las criaturas no son realidades últimas y absolutas, son fundaciones de Dios; con ello no pierden nada de su valor y fuerza. Al contrario. Las criaturas, realizaciones finitas de la gloria divina, puestas en el seno acogedor de Dios y defendidas por la omnipotencia y la fidelidad divina, son de por sí esplendorosas y su fundamento es la inconmovibilidad. Pero el que niega los fundamentos divinos del mundo le despoja también de la gloria divina y de la seguridad existencial garantizada por Dios. Sólo aparentemente engrandece el mundo cuando dice que es divino. En realidad, le hunde en los abismos de una irrevocable estrechez (Mt. 6, 27). Cuando se cierran todos los caminos que conducen hacia Dios, el hombre y las cosas quedan sujetos a las férreas leyes del fluir cíclico de la Naturaleza. Y no les queda más ser que el propio, precario y mísero, como nos lo enseña la experiencia. El que hace desaparecer a Dios del mundo, con sus negaciones, empequeñece el mundo, le priva de la infinita grandeza de Dios, que es la última y más profunda dimensión de las cosas.

·Nietzsche-F ha conocido todos los horrores de esta situación y la ha descrito de un modo emocionante. En una poesía describe del siguiente modo el sentimiento de soledad y abandono del hombre que no cree en Dios: "Los cuervos graznan. Y emigran con raudo vuelo a la ciudad: bien pronto nevará. ¡Feliz el hombre que ahora tiene patria! Tú estás ahí aterrorizado y miras hacia atrás mucho tiempo ha. ¿Por qué, necio infeliz, entras en el mundo huyendo del invierno? El mundo, una puerta fría y muda abierta hacia mil desiertos. El que ha perdido lo que tú perdiste nunca parará. Pálido estás ahí. Condenado a peregrinar en el invierno, semejante al humo, que va buscando siempre cielos mas fríos. Vuela, pájaro, grazna tu canción de pájaro de desiertos! Y tú, necio infeliz, oculta el corazón sangriento en hielo y burla. Los cuervos graznan y emigran con raudo vuelo a la ciudad: ya pronto nevará. Desgraciado el hombre que no tiene ahora patria".

La Historia demuestra que cuando el mundo no es considerado como creación divina se presenta indefectiblemente el peligro de negar su esencia, su valor y su realidad. Para el idealismo filosófico sólo las esencias superhistóricas tienen valor. Este sistema pasa por alto la unicidad, la individualidad con su temporalidad y, sobre todo, el sujeto personal con su historicidad. Las cosas sólo son espumantes ondas del mar divino.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA II
DIOS CREADOR
RIALP. MADRID 1959.Pág. 65

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3.

CREACION/ECOLOGIA ECOLOGIA/CREACIÓN

La «casi total desaparición del mensaje sobre la Creación en la catequesis, la predicación y la teología». En un tiempo como el nuestro, en el que la cuestión ecológica ha alcanzado un altísimo grado de interés social y se cuidan con particular sensibilidad las relaciones del hombre con su entorno natural, ha dejado «paradójicamente» de oírse en la sociedad dicho mensaje cristiano. En una época como la actual, en la que -como señalaba el Cardenal Ratzinger en un discurso pronunciado en mayo de 1989 ante los Obispos responsables de las Comisiones doctrinales de las diferentes Conferencias Episcopales de Europa- «experimentamos el rebelarse de la creación contra las manipulaciones del hombre y se plantea, como problema central de nuestra responsabilidad ética, la cuestión de los límites y normas de nuestra intervención sobre la creación, es altamente sorprendente que la doctrina de la creación como contenido de fe haya sido en parte abandonada y sustituida por vagas consideraciones de filosofía existencial».

El mundo creado no es conocido por muchos en su más profunda verdad de ser un don amoroso hecho al hombre por Dios Creador, en el que se contiene una enseñanza sobre el Amor y la Sabiduría creadora -y, por tanto un profundo mensaje moral dirigido a la conciencia del hombre-, y la humanidad sufre a través de esa ignorancia o de ese olvido, una honda desorientación respecto del sentido de las cosas y de la propia existencia del hombre. De ahí «la urgente gravedad del problema de la Creación en la predicación actual», o bien, en frase mucho más fuerte y explícita, la necesidad de que «el mensaje sobre Dios Creador vuelva a encontrar en nuestra predicación el rango que le es debido». Es urgente, en definitiva, anunciar a los hombres contemporáneos la verdad de la Creación y, para alcanzar ese fin, reavivar ante todo en la conciencia de los cristianos la enseñanza revelada.

JOSEPH RATZINGER
CREACION Y PECADO
NAVARRA 1992. EUNSA
. Pág. 12 s.

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4. Creer que el mundo no tiene un creador es lo mismo que afirmar que un diccionario es el resultado de una explosión en una tipografía." (Benjamin Franklin)