¿QUÉ DEBEMOS ENSEÑAR EN LA CATEQUESIS?
F. COUDREAU, P.S.S.
I
INTRODUCCIÓN
Planteada así la pregunta, la respuesta parece muy sencilla,
puesto que, de hecho, muchos catequistas la responden
diariamente. Ni siquiera tendría que plantearse: "Lo que tenemos
que enseñar en la catequesis es sencillamente la doctrina
cristiana".
Como de ésta tenemos exposiciones claras y precisas, nada más
sencillo que conocerla bien y transmitirla debidamente.
Y. sin embargo, ¡con qué angustia abordamos a nuestros
interlocutores! Esta doctrina cristiana, tan clara, tan precisa, en el
momento en que hay que presentarla, transmitirla y hacerla vivir,
nos hace sentirnos incómodos, dudosos, balbuceantes,
vacilantes... ¡Y si solamente se tratara de nosotros! Pero lo grave
es que esta doctrina no pasa a nuestros oyentes, no les interesa,
permanece fuera de ellos como una cosa extraña, rara.
Esto es lo que nos hace reflexionar. Esto es, sobre todo , lo que
nos aflige. Una cuestión dolorosa para nosotros, pastores.
Así, pues, ¿qué es lo que, por consiguiente, hemos de enseñar
en la catequesis?
La tradición actual de la enseñanza religiosa nos da una
primera respuesta. La doctrina que hay que transmitir es ésta:
-el dogma: lo que debemos creer;
-la moral: lo que debemos hacer;
-los sacramentos: lo que debemos practicar, o mejor dicho: de lo
que debemos vivir.
Por lo demás, ¿no es éste el contenido del catecismo?
Sin embargo, una primera reflexión sobre esta respuesta nos
deja ya inquietos. Efectivamente, la práctica religiosa, a saber, la
vida de sacramentos y especialmente la celebración eucarística,
¿no es el objeto de lo que debemos creer (y por lo mismo del
dogma)?
Además, ¿se puede hablar de lo que debemos hacer (la moral)
sin presentarlo como un compromiso conectado normalmente con
la contemplación del objeto mismo de la fe (el dogma)?
De ahí que entre estas tres partes de la doctrina: dogma, moral y
sacramentos, hay unas interferencias, unas relaciones esenciales
para la vida cristiana, que deben aparecer en la catequesis. Una
presentación que disloque la doctrina y aísle los aspectos que
piden estar unidos tiene que dejarnos insatisfechos.
Si ahora nos preguntamos ¿cuáles son las fuentes de la
doctrina cristiana que debemos enseñar?, las conocemos bien.
En una palabra, es la tradición expresada concretamente en:
-la Biblia expresión de la Palabra de Dios;
-la Liturgia: realidad de los misterios de la salvación;
-el Credo: resumen de la enseñanza de la Iglesia.
Las cosas se complican aún más si, sin dejar la perspectiva del
objeto de nuestra enseñanza religiosa, consideramos, para
definirlo, el sujeto al que se dirige ésta.
En efecto, no se puede definir, en el plano catequético y
pastoral, el objeto de la enseñanza religiosa sin tener en cuenta el
sujeto. Tenemos aquí un dato importante, a la vez elemental y
esencial, de la pedagogía. Así, pues, considerando el sujeto a
definir y el objeto de la enseñanza religiosa a delimitar,
necesariamente hay que examinar un triple punto de vista:
Una cuestión de cantidad: ¿Qué grado de desarrollo y de
precisión ha de darse a la doctrina cristiana?
Una cuestión de orden y de progresión: ¿por qué misterio
comenzar?
Una cuestión de presentación: ¿qué aspecto del misterio será
el más adaptado a las posibiiidades de nuestros oyentes?
Este es el problema -¡inmenso! -del condicionamiento
psicológico y sociológico de la enseñanza religiosa. Efectivamente,
sólo el conocimiento preciso de un niño, de sus posibilidades y de
sus limitaciones en función de su edad y su medio ambiente, nos
permitirán determinar, en la doctrina que se le debe enseñar, la
cantidad, el orden que hay que seguir y el modo de presentación.
Aunque esto es necesario para presentar una respuesta
matizada a la cuestión planteada, no es nuestro propósito hacer,
aquí, un estudio del objeto de la enseñanza religiosa a partir de las
diferentes edades psicológicas y de los distintos ambientes de
vida.
Pero entonces, qué se quiere del pobre conferenciante al
proponerle la cuestión: "¿Qué debemos enseñar en la
catequesis?"
Ustedes ven que esta cuestión, sencilla a primera vista, es de las
que cuanto más se profundizan, menos se siente uno capaz de
responder.
Sin embargo, si la pedagogía exige prudencia -prueba de ello es
presentar primeramente la complejidad del problema-, también
exige audacia. Por tanto, seremos audaces e intentaremos dar luz
al problema con tres series de reflexiones:
1.° Sobre la originalidad fundamental de lo que hemos de
enseñar en la catequesis: el objeto de nuestra enseñanza religiosa
es de un orden distinto al objeto de nuestra enseñanza profana.
2.° Sobre el carácter especifico de este objeto: es un
mensaje, es decir, una palabra, un misterio, una vida.
3.° Sobre la exigencia imperiosa dictada por este mensaje:
necesita un signo sin el cual no tiene valor. Este signo es la
atmósfera y el testimonio de una comunidad.
PRIMERA PARTE
ORIGINALIDAD FUNDAMENTAL
DE LO QUE HEMOS DE ENSEÑAR
EN LA CATEQUESIS
Hablar de originalidad en ]a enseñanza religiosa ¿quiere decir
que no es verdadera enseñanza? De ningún modo.
Es preciso proclamarlo muy claramente y afirmarlo con energía:
la enseñanza religiosa es una verdadera enseñanza que tiene
un objeto propio, objeto que el predicador y el catequista deben
transmitir al catequizando.
Si la enseñanza religiosa se dirige a todo el hombre, se dirige
esencialmente a su capacidad de conocer, para transmitirle una
doctrina exacta y muy precisa que coincida exactamente con el
objeto mismo de la revelación.
El don revelado, si bien es misterio y vida, no deja de ser un don
anterior y exterior al hombre, que viene directamente de Dios, un
don trascendente y gratuito, que pide ser recibido humilde y
amorosamente.
La doctrina cristiana, si conduce a la vida cristiana, es, primero,
objeto de conocimiento y, por tanto, objeto de enseñanza. A eso se
le llama catequesis.
La Palabra del Señor es terminante: "Id, enseñad a todas las
gentes..."
De ahí que hay una verdadera enseñanza religiosa y un
verdadero objeto de esta enseñanza.
Pero, una vez esto sentado y afirmado claramente, es necesario
precisar inmediatamente que la enseñanza religiosa no es una
enseñanza como las otras.
Efectivamente, el objeto de la enseñanza profana, si satisface la
curiosidad intelectual del hombre, si incluso aporta una solución al
problema inmediato de su vida terrestre, no se impone al hombre
como una exigencia de fe o de conducta. En cambio, el objeto de la
enseñanza religiosa no puede dejar indiferente al hombre. Lo
cuestiona a fondo, y esto por dos razones.
La doctrina cristiana no se reduce a un conjunto de verdades
parciales, yuxtapuestas y sucesivas. Las verdades que presenta
no son más que aspectos de una sola y misma Verdad, la Verdad
total, Dios mismo, el Ser por excelencia.
La doctrina cristiana, a diferencia de la doctrina profana, no es
algo que se dirige únicamente a la inteligencia, sino alguien, es
Dios mismo que, conocido por la inteligencia, se dirige a todo el
hombre.
Esto es capital -y aquí está su originalidad-. El objeto que hay
que conocer en la enseñanza religiosa es al mismo tiempo un
sujeto: es Dios. Ahora bien, Dios no es un programa escolar, es
otra cosa, es un ser real y personal, a la vez estudiado y que
enseña.
De ahí que si la enseñanza religiosa es una verdadera
enseñanza, lo es sólo analógicamente, respecto a la enseñanza
profana.
Pero avancemos un poco más. El objeto de la enseñanza
religiosa no es una verdad como las otras, porque es verdad y
valor a un tiempo y, ante este valor, el hombre no puede quedar
indiferente.
Sin duda alguna, el hombre se interesa por los objetos de las
ciencias profanas, pero éstas no le exigen una actitud vital. Por el
contrario, ante la verdad religiosa, que siempre lo cuestiona en
profundidad, el hombre se plantea el problema de su destino. Y
debe tomar posición.
En resumen, la originalidad del objeto de la enseñanza religiosa
está en que este objeto es alguien, Dios que se dirige al hombre y
le exige una respuesta; está en que esta verdad es un valor que
compromete la vida del hombre y le exige una actitud vital.
A este primer aspecto es preciso añadir otro no menos
importante.
Si el objeto de la enseñanza religiosa pertenece a un orden
superior que no es el de las ciencias profanas, el conocimiento
de este objeto es también de orden superior: es conocimiento
de fe.
Indudablemente, la enseñanza religiosa utiliza el conocimiento
humano concreto y abstracto. Pero lo sobrepasa, pues el
conocimiento propio de esta enseñanza es el conocimiento de fe.
CATI/MISION: En efecto, todo cuanto enseñamos en la
catequesis se enseña solamente en una perspectiva de fe. Nuestra
misión de catequistas es suministrar un verdadero alimento a la fe
naciente y creciente de nuestros catequizandos. Puede decirse
que enseñar cuando se catequiza es alimentar la fe. «Fides ex
auditu»: no hay fe sin palabra, sin mensaje, sin enseñanza, pero
tampoco hay enseñanza religiosa si no alimenta la fe.
El desarrollo de la vida de fe es la causa final que define en
profundidad la enseñanza religiosa.
De ahí que esa causa final lanza una luz singular sobre el objeto
mismo de nuestra enseñanza.
Si este objeto es anterior y exterior respecto a la vida de fe de
los que deben recibirlo y de quienes será su alimento, no impide
que, desde el punto de vista de la enseñanza religiosa, este objeto
solamente encuentre su modo de presentación, y se defina en
catequesis en la perspectiva de la fe que hay que promover y
alimentar en el catequizando. Las palabras sólo tienen sentido en
el acto de fe.
Aquí tenemos una perspectiva fundamental, la única que
verdaderamente puede ayudarnos a definir lo que debe ser el
objeto de la enseñanza religiosa y lo que debemos enseñar en la
catequesis.
Alimentar la fe es el fin que debemos alcanzar, tanto en el sujeto
que va hacia la conversión, como en el que hay que reafirmarla.
Pero entonces, sólo una auto-reflexión sobre lo que es la fe
puede precisar y definir en profundidad el verdadero objeto de la
catequesis cristiana. Lo diremos una vez más: no es la catequesis
quien crea el objeto de la enseñanza religiosa; éste ha sido
definido totalmente por el propio dato revelado, y la revelación,
bien lo sabemos, viene de Dios y no del hombre. Pero solamente
en la perspectiva de las exigencias de una fe viva el dato revelado
se convierte en objeto de catequesis, cuya originalidad propia es
ser alimento de la fe.
Por consiguiente, y puesto que las dos cuestiones son
correlativas, sólo la respuesta a: «¿Qué es la fe?» nos permitirá
responder a: "¿Qué debemos enseñar en la catequesis?"
FE/QUÉ-ES: La fe -aquí se trata, evidentemente, de la fe viva
animada por la caridad- es un encuentro que incluye una llamada
y una respuesta; es, fundamentalmente, el acto de conversión
del hombre que deja el mundo de los valores y de las realidades
humanas por el mundo de los valores y de las realidades
trascendentales, en el cual quiere, en adelante, encontrar su
estabilidad. Es un paso: el paso de lo visible a lo invisible. El
creyente deja el mundo de lo inmediato por el mundo del más allá.
Este acto sencillo que se define con la adhesión a Dios en la
persona de Cristo se abre concretamente a un doble movimiento:
un movimiento de acogida y de recepción, y un movimiento de
expansión y de entrega.
Creer es, ante todo, acoger; pero no acoger de una manera
fría y superficial, sino como lo hace una madre que besa al hijo que
estrecha cariñosamente entre sus brazos. Así, el creyente debe
acoger a Cristo.
Pero no hay fe viva sin un segundo movimiento, un movimiento
de expansión, de entrega, de compromiso, que sigue al
movimiento de acogida.
El ejemplo más claro y evocador de un acto de conversión
auténtica y fe viva, de esa fe que deseamos ver nacer en cada uno
de nuestros catequizandos, es el de San Pablo en el camino de
Damasco.
Todos conocemos esa página de los Hechos: "Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? -Yo soy Jesús, a
quien tú persigues".
San Pablo reconoce a Cristo, contempla su misterio, le acoge, se
prosterna y adora; primer movimiento de la fe.
Pero: "Una fe que no actúa, ¿es una fe sincera?"
Es, inmediatamente, el segundo movimiento de la fe.
«Señor, ¿qué quieres que haga?-Entra en Damasco.»
Y, al instante, Pablo se pone en camino. Es el compromiso, la
entrega, la consagración positiva de la vida a Cristo.
Cada contacto entre un catequista y un catequizando debe
ser un camino de Damasco, es decir, un encuentro y un diálogo,
una acogida y una entrega.
La enseñanza religiosa presenta la doctrina cristiana al
catequizando, sólo para comprometerle en la vida cristiana. En el
lazo estrecho, la unión íntima, entre la doctrina y la vida está la
profunda originalidad de la enseñanza religiosa.
Puesto que la catequesis tiene como finalidad promover,
alimentar, educar la fe, no incluye solamente -e insisto en el
"solamente"- un aspecto de instrucción religiosa -aspecto
indispensable-, sino también, al mismo tiempo, y de una manera
también indispensable, un aspecto de educación religiosa.
En la catequesis hay que hablar de formación cristiana, porque
formación cristiana engloba los dos aspectos: instrucción y
educación.
Por consiguiente, hablar de objeto de la enseñanza religiosa es
sobrepasar en mucho lo que se entiende normalmente por objeto
de enseñanza, puesto que este objeto de la enseñanza religiosa,
después de haber pasado por el conocimiento, debe, por así
decirlo, hundirse en lo más profundo del ser para impregnarlo
totalmente y así pueda abrirse a un estilo de vida que lo renueve
por completo.
En la fe, el conocimiento se traduce en la vida.
Quizá hemos desconocido demasiado este carácter original de la
enseñanza religiosa que ha quedado en el plano excesivamente
intelectual y conceptual de la enseñanza profana, y no nos hemos
preocupado bastante de ser educadores de la fe. Quizá a esta
laguna de una fe educada superficialmente se deban muchos
desfallecimientos en la perseverancia cristiana. Ya sé: hay muchas
causas psicológicas y sociológicas de la no perseverancia. Sin
embargo, es muy importante que, ya desde el comienzo, el
catequista con una enseñanza verdaderamente educadora de la
fe, dé al catequizando las máximas posibilidades de perseverancia.
Pero ¿en qué condiciones nuestra enseñanza cristiana es
educadora de la fe? Para ello, ¿qué carácter debe tener?
SEGUNDA PARTE
CARÁCTER ESPECIFICO DEL OBJETO
TRASCENDENTAL
DE LA ENSEÑANZA RELIGIOSA
En esa perspectiva, en la catequesis hemos de enseñar
esencialmente un mensaje.
La palabra -tradicional, es verdad -de "doctrina cristiana" evoca
a menudo un sistema de ideas, conceptos y nociones, mientras
que la catequesis educadora de la fe, cuyo objeto alimenta la fe,
no puede reducirse a una presentación nocional de la doctrina.
Para evitar este escollo, la doctrina cristiana, en la catequesis,
debe presentarse como un mensaje. Del cual veremos
sucesivamente:
Su forma: una palabra,
su contenido: un misterio,
su sentido: una vida.
I
SU FORMA: UNA PALABRA
MENSAJE/QUÉ-ES ¿Qué es un mensaje? Es una palabra. El
mensaje cristiano es la Palabra de Dios. Es Dios que se dirige al
hombre.
Sin duda, lo hemos dicho y lo volveremos a decir, la catequesis
tiene un contenido, y esto es capital. Pero lo que debe retener ante
todo nuestra atención es que ese contenido tiene una forma: se
presenta como una Palabra de Dios.
Y esto no es menos capital. En efecto, en buena filosofía
escolástica, la forma da su realidad, su consistencia a la materia.
Por tanto es capital que nosotros, catequistas, al intentar definir el
objeto de la catequesis cristiana, consideremos primeramente su
forma. Lo cual tendrá muchas consecuencias para la pedagogía
catequística.
PD/QUÉ-ES:Entonces, ¿qué es la Palabra de Dios?
Es un anuncio que conduce a una acogida en la alegría.
Es un acto que conduce a una presencia en el recogimiento.
Es una llamada que conduce a un diálogo entre dos
vivientes.
1.° Es un «anuncio» que conduce a una "acogida" en la «
alegría»:
El mensaje cristiano es, muy concretamente, el anuncio del
Evangelio, de la Buena Nueva: la venida entre nosotros del
Hijo de Dios Salvador.
Esto es lo que los teólogos llaman el kerygma: palabra culta sin
duda, pero que aclara singularmente nuestra d
2.° La Palabra de Dios es un «acto» que conduce a una
"presencia" en el "recogimiento".
Es el acto de Dios revelándose al hombre. Es Dios que se vuelve
hacia nosotros para decirnos no tanto lo que es El en Sí mismo,
sino más bien lo que El, Dios, es para nosotros y lo que nosotros
somos para El.
Es Dios manifestándose al hombre, ofreciéndole,
entregándole la riqueza de su vida, su vida desbordante que se
derrama impetuosa sobre la humanidad: "apparuit benignitas et
humanitas salvatoris D.N.J.C.".
Efectivamente, por la palabra se entrega la persona
enteramente. Hay una filosofía del lenguaje que nos explica cómo
la palabra es la expresión de la persona. Por otra parte, la
etimología confirma esta perspectiva: persona es la máscara a
través de la cual un actor nos hace descubrir su personaje.
Del mismo modo, Dios se entrega por la palabra; por ella se nos
manifiesta. Dios nos habla tan fuerte, para estar realmente
presente entre nosotros, que su palabra vive entre nosotros: "Et
Verbum caro factum est". Su palabra es el Verbo de Dios,
Jesucristo. Su Palabra es todopoderosa. Es Palabra viva. Por ella,
Dios, efectivamente, está presente en el mundo.
Catequistas, no tenemos que preocuparnos en primer lugar de la
forma externa de nuestro mensaje. ¡Cuántas veces lo complicamos
con un gran aparato humano que oculta la Palabra de Dios!
Tenemos que despojarnos de las palabras humanas para no
tergiversar el lenguaje de Dios. Dios no tiene necesidad de todos
nuestros trucos. Necesita, sobre todo, de la pureza del instrumento
por el cual y a través del cual quiere manifestarse El mismo.
Desconfiemos de las palabras humanas presuntuosas e impuras
que sólo buscan proporcionar una doctrina muy interesante.
Nosotros debemos prestar nuestros labios a la Palabra de
Dios para que, por ellos, Dios se haga presente al que nos
escucha, algo así como el sacerdote en la Eucaristía presta su
boca para que Dios se haga presente.
La Palabra de Dios debe ser ante todo contemplada antes
que aprendida. No se aprende sobre Dios, se le contempla.
A esta percepción de lo divino en la fe hay que conducir a los
que nos escuchan.
¿Nuestro mensaje? Una palabra, un acto, una presencia.
3.° La Palabra de Dios es una «llamada» que conduce a un
"diálogo" entre "dos vivientes".
La Palabra de Dios es poderosa. Hace irrupción en el mundo.
Ataca al hombre como una espada, nos dice la Biblia, como el
ácido ataca la base. Le exige tomar posición...
No puede ser de otra manera.
En efecto, la Palabra de Dios es alguien que se dirige
personalmente al hombre. Cuando uno se dirige a un
interlocutor es para tener una respuesta. Por otra parte, el
contenido de esta palabra, ya lo hemos visto, no es solamente una
verdad, sino un valor ante el cual el hombre no puede permanecer
indiferente. En el mensaje cristiano no se trata de una verdad
abstracta, sino de una verdad viva. No se trata de algo, sino de
alguien.
El hombre así colocado súbitamente en presencia de Dios,
interpelado por El, está obligado a responder: aceptación o
rechazo, este encuentro entre Dios y el hombre debe ser el punto
de partida para un diálogo.
No se aprende sobre Dios, ya lo hemos dicho, sino que se le
contempla. Sí, se le contempla y se le habla.
Catequistas, nuestra lección ¿es una interpelación de Dios al
hombre, y, sobre todo, permite una respuesta?
Estamos muy a menudo preocupados por lo que vamos a decir,
buscamos sobre todo interesar, mientras que lo primero es poner
a nuestro interlocutor en situación de poder responder a Dios
que se presenta ante él.
La pedagogía catequística es principalmente una pedagogía de
la respuesta. Tengamos siempre la preocupación por crear el
diálogo, y en cuanto comience sepamos desaparecer.
La Palabra de Dios no es la palabra humana. Si se sirve de la
palabra humana, lo hace como de un apoyo que, pronto, debe
desaparecer.
Es a partir de la respuesta como Dios tiene derecho a esperar
de nuestros catequizandos que nosotros encontraremos el modo
de presentación del mensaje que hay que transmitir.
Ese es el primer carácter del mensaje: una Palabra de Dios.
Esto nos sugiere ya muchas reflexiones pedagógicas. Da a
nuestra acción un estilo propio.
Efectivamente, una cosa es ser quien expone magistralmente
unas verdades formuladas en lenguaje humano, y otra muy
diferente ser tan sólo el eco de la Palabra de Dios en su acto de
interpelación al hombre.
Toda nuestra pedagogía ha de respetar:
Ese anuncio que pueda acogerse en la alegría;
Esa presencia que pueda contemplarse en el recogimiento,
Ese diálogo que pueda inaugurarse en una vida.
A partir de ahí, podemos definir los elementos esenciales de una
pedagogía de la fe.
A partir de ahí, nuestra técnica encuentra de verdad los
elementos esenciales de una pedagogía de la fe.
A partir de ahí, nuestra técnica encuentra sus verdaderos
criterios. No tenemos que verificar la eficacia de nuestra acción por
el efecto producido. Una eficacia que nos pareciera real, pero que,
de hecho, no respetara las características esenciales de un
mensaje Palabra de Dios, sería superficial y, por tanto, ilusoria y
engañadora.
Digámoslo de una vez para siempre: Para el catequista que
quiere hacer de su enseñanza la transmisión de un mensaje
Palabra de Dios, no existe un estilo definido. Pero, para todo
catequista, existe la obligación de una reflexión cotidiana sobre las
exigencias de un tal mensaje.
II
SU CONTENIDO: UN MISTERIO
Lo que tenemos que enseñar en la catequesis es el misterio
cristiano.
¿En qué consiste?
Es algo positivo,
Es algo sencillo,
Es algo divino.
1º. Es algo positivo. MISTERIO/QUÉ-ES
¿Qué es un misterio?
El catecismo lo define como "una verdad que no podemos
comprender, pero que debemos creer".
Esta definición subraya el aspecto incomprensible del misterio y
su carácter obligatorio para la fe: es verdad y está bien. Aunque,
en esta definición puramente negativa, ¿hay un alimento para la
fe? Porque eso es de lo que se trata. La revelación de Dios, ¿es
algo puramente incomprensible? ¿No es ante todo una luz, una
gran luz?, ¿algo que no se sabía y que ahora se sabe, se entrevé,
algo que da sentido a nuestra vida?
La manifestación de Dios en su Hijo, Cristo Salvador, es algo
muy positivo: un beneficio, una riqueza. Frente a nuestros
interlocutores que tienen hambre y sed de Dios, y cuya fe es
necesario alimentar, ¿se puede presentar el misterio como una
realidad tan negativa?
Desde este punto de vista, ¿no sería mejor decir que el misterio
es un secreto de su vida que Dios nos ha hecho conocer?
Claro que debemos guardar su carácter de incomprensibilidad,
pero esto está en segundo lugar en comparación con la riqueza
positiva del don divino que El nos hace conocer.
El sol, cuando le miramos directamente, nos ciega, nos obliga a
cerrar los ojos y, por tanto, a verle con dificultad. Y, sin embargo,
ilumina magníficamente nuestro camino, nos calienta, nos alegra.
Así ocurre con el misterio: nos ilumina de tal forma que nos obliga
a cerrar los ojos. Pero somos nosotros quienes lo recubrimos en
parte de tinieblas.
Además, etimológicamente, misterio viene de la palabra griega
muo, que quiere decir guiñar los ojos, ver mal, pero ver, a pesar
de todo.
Misterio es lo que no se ve muy bien, lo que se entrevé, lo que
supone una iniciación para que pueda verse bien, lo que se ve
cada vez mejor y que un día se verá muy bien.
Un secreto des su vida que Dios nos ha hecho conocer, el
secreto de la vida de Dios: ese es el misterio cristiano.
2.° Es algo sencillo. J/REVELADOR-DE-D Pero es por su
Palabra como Dios nos ha hecho conocer su misterio oculto en El
desde la eternidad. Ahora bien, la Palabra de Dios, ya lo hemos
visto, nos ha hecho presente Aquel en quien está contenido todo
su secreto: "Et Verbum caro factum est, et habitavit in nobis."
En el Verbo encarnado está contenido todo cuanto Dios quiso
hacernos conocer de Sí mismo, de lo que El es para nosotros y
nosotros para El; su amor, su vida, su gloria que llegan a ser
nuestro amor, nuestra vida, nuestra gloria. En Jesucristo, hemos
visto el amor, la vida y la gloria de Dios. En Jesucristo, recibimos
nuestro amor, nuestra vida y nuestra gloria.
Por consiguiente, el contenido del mensaje cristiano es, muy
adecuadamente, el misterio de Cristo en lo que tiene de sencillo,
de único, de global.
Presentar el mensaje cristiano como la auténtica Palabra de Dios
es presentar a nuestros catequizandos, en su simplicidad, el único
misterio de Cristo. Es, sencillamente, anunciar a Jesucristo.
Entonces, ¿cuáles son las grandes líneas que ha de seguir una
catequesis para presentar el misterio de Cristo a los hombres?
Están dadas por la liturgia, expresión actual y viviente de este
misterio.
La liturgia nos presenta en estos tres ciclos: Epifanía, Pascua y
Pentecostés, los tres aspectos del misterio de Cristo tal como los
vive la Iglesia.
Son los tres momentos de una catequesis que manifieste lo que
es Jesucristo para nosotros:
En el ciclo de Epifanía, el Señor está ahí: es la catequesis
cristológica, que nos dice lo que es la persona del Salvador
(Encarnación).
En el ciclo de Pascua, el Señor vuelve al Padre: es la
catequesis soteriológica, que nos dice lo que es la Pascua del
Salvador (Redención).
En el ciclo de Pentecostés el Señor queda entre nosotros: es
la catequesis eclesiológica, que nos dice lo que es la mediación
del Salvador (Iglesia).
De esta manera el kerygma, la Buena Nueva que proclama la
salvación en Jesucristo, se abre en tres ciclos de catequesis:
a) La catequesis epifánica desarrolla la manifestación de Dios
al mundo. Esta venida de Dios que se vuelve hacia los
hombres, su acto de exteriorización, incluye tres momentos que
corresponden a los tres acontecimientos de Cristo: Dios habla a los
hombres en su Hijo para crearlos, salvarlos y juzgarlos: Creación,
Encarnación y Parusía.
En primer lugar, el Verbo es la Palabra creadora de Dios:
"todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de
cuanto ha sido hecho. Por El fue creado todo".
Es también la Palabra vivificadora de Dios en el mundo,
comunicándose esplendorosamente a los hombres: «Yo he venido
para que tengan vida.»
Finalmente, es la Palabra de Dios que juzga manifestándose
gloriosamente al final de los tiempos como juez de vivos y
muertos.
b) La catequesis pascual desarrolla la misión esencial de
Cristo, a saber: su paso y su vuelta al Padre. La Pascua del Hijo
del Hombre.
Pero en el Reino de Dios todos los hombres estamos invitados a
realizar nuestra Pascua con el Rey. Será la Pascua de los hijos de
los hombres.
En la Pascua, es decir, en la vuelta a Dios de toda la humanidad,
con y en Cristo, es donde la existencia humana encuentra su
sentido.
Pero, en esa vuelta hacia Dios, Cristo se enfrenta con el pecado
y, a causa del pecado, la salvación no puede realizarse más que
en la Redención. En Cristo llevándonos hacia el Padre, el pecado
encuentra su significación.
c) La catequesis pentecostal, por último, nos muestra a Cristo
que, después de haber hecho irrupción en el mundo (Encarnación)
y consumado su gesta pascual (Redención), trabaja en el
cumplimiento y perfeccionamiento del Reino, recapitulando
todo en El para que Dios sea todo en todos.
Su presencia es necesaria a los hombres: El es nuestro lazo
indispensable con Dios y nos ayuda a realizar nuestra Pascua,
nuestro paso al Padre. Esta presencia eficaz de Cristo es la Iglesia
y todos los sacramentos que ponen a nuestra disposición la
realidad misma de los misterios salvadores.
Pero, después de haber separado los tres ciclos, hay que
resaltar fuertemente todo lo que, profundamente se comunica en
su interior.
No hay tres misterios cristianos, sino tres aspectos de un
solo y único misterio cristiano: el misterio de Cristo.
Cristo viene, actúa. permanece. Pero El realiza la unidad de la
catequesis, El es el único misterio. Es siempre de El de quien se
habla.
Catequistas, ¡cómo debemos reflexionar sobre esta simplicidad
y esta unidad del mensaje, misterio de Cristo! ¡Cómo, muy a
menudo, la presentación actual de la doctrina cristiana a nuestros
catequizandos da la impresión de verdades yuxtapuestas sin lazo
vital, de mandamientos aislados sin perspectiva viviente, de
prácticas religiosas insuficientemente conectadas con la vida de
Cristo en nosotros!
Es urgente volver a lo esencial, a anunciar la Buena Nueva,
presentar a Jesucristo en su misterio, total y simple, es decir, en su
manifestación epifánica, en su gesta pascual, en su presencia en
la Iglesia.
La doctrina cristiana tiene necesidad de una gran corriente vital
que le dé su sentido, su consistencia. Esta gran corriente vital es la
presencia de Cristo viviente.
Nuestros fieles, a través de la doctrina, no contemplan bastante
la persona viviente de Jesucristo. Eso se ha dejado para la piedad,
como suele decirse, cuando en realidad enseñar es alimentar la fe,
hacer contemplar a Jesucristo.
No hay fe viva, cuyo verdadero alimento es la enseñanza
religiosa, sin una mirada constante sobre Jesucristo en el
recogimiento de una oración.
La catequesis no es tanto una clase donde se aprende,
sino principalmente un emplazamiento elevado desde donde
se contempla.
3.° Es algo divino.
Ya hemos hablado de la fe. Es verdad que, en la catequesis, el
catequizando debe conocer el mensaje cristiano por la Palabra de
Dios que le presenta el misterio de Cristo. Pero el conocimiento
de que se trata en este caso es un conocimiento
trascendente, es decir, superior a todo conocimiento humano, es
un conocimiento de fe.
Ya que se trata de poner en marcha un conocimiento de orden
superior, el catequista tiene el deber de proponer un objeto de
conocimiento que sea de este orden trascendente superior,
digámoslo de una vez, de orden divino.
En efecto, el misterio de Cristo no es una realidad humana. Por
tanto, no está al alcance del conocimiento humano, sea sensible o
racional.
El primero nos permite entrar en contacto con realidades
concretas inmediatas. El segundo, con ideas, conceptos, nociones,
fruto del trabajo de abstracción realizado por la inteligencia a partir
de los datos sensibles.
Ahora bien, en la enseñanza religiosa y a causa del carácter
trascendental de su objeto, hay que situarse, más allá del
conocimiento humano sensible y racional, en el plano trascendente
del conocimiento de fe, en el plano del conocimiento intelectual,
iluminado y sobre-elevado por la gracia, en una palabra, en el
plano sobrenatural.
Por supuesto, el catequista, porque es hombre y porque se
dirige a un hombre, debe utilizar, en el plano humano, los
conocimientos concretos, es decir, todo lo que, en el orden de lo
inmediato, pueda servir de punto de comparación para la
presentación del misterio. Debe utilizar también los conocimientos
abstractos, es decir, las ideas, los conceptos. el lenguaje, las
fórmulas y las palabras.
Pero estos conceptos y fórmulas, aunque sean una expresión
válida del misterio divino que alimenta la fe, no son, propiamente
hablando, el objeto de la fe.
FORMULA-DOGMATICA:Es importante, en efecto, distinguir
bien en el dogma cristiano la fórmula dogmática: el concepto,
la palabra que expresa el misterio divino; y la realidad
dogmática: el misterio divino expresado por la fórmula.
La realidad dogmática es la realidad misteriosa o, con más
exactitud, mistérica -la res mysterii, como dicen los teólogos-,
realidad trascendente e infinita, inexplicable de forma exhaustiva
por la palabra humana. La fórmula dogmática es el vehículo
conceptual y verbal por el cual se expresa, en lenguaje humano
-exacto y válido-, la realidad del misterio.
La fórmula dogmática necesariamente es limitada y finita, ya que
está concebida dentro de las posibilidades humanas. Pero,
escogida por Dios o garantizada por la Iglesia, está
verdaderamente "consagrada", y es además el único medio para
expresarnos y para alcanzar la verdad divina por medio de la
inteligencia.
Hablando con propiedad, sin embargo, la fórmula dogmática no
es el objeto de la fe. El objeto de la fe es la realidad divina
expresada por esta fórmula.
Esta distinción es capital para el catequista preocupado por una
enseñanza religiosa educadora de la fe.
Efectivamente, si el dato revelado es el dogma en su totalidad
(realidad y fórmula inseparablemente unidas), solamente la
realidad dogmática, el misterio en sí mismo, es el objeto específico
del conocimiento de fe, alimento de la vida de fe.
De esto se deduce que lo que nuestros catequizandos deben
contemplar, aquello con lo que deben entrar en contacto, no es
la fórmula, sino, por ella y más allá de ella, la realidad
trascendente.
El catequista debe, por consiguiente, hacer descubrir, más allá
de la fórmula abstracta que se dirige a la razón, la realidad que se
dirige a la fe. Hacer olvidar el vehículo humano, para ayudar a los
ojos del alma a fijarse en lo divino. Debe, por decirlo así, romper la
cáscara para saborear el fruto, rasgar la envoltura humana para
que aparezca la riqueza divina.
Ahora bien, existe una tentación muy grande y muy peligrosa,
tanto para nosotros como para nuestros catequizandos:
detenernos en la fórmula dogmática, en la palabra, olvidando que,
a través y más allá de la palabra y de la fórmula que se dirige a la
razón, hay que presentar a los ojos de su fe, la realidad
trascendente y divina, lo que jamás el ojo vio ni el oído escuchó.
Toda la pedagogía catequista debe esforzarse en
conseguir este paso del plano humano al divino. Todas las
técnicas de pedagogía catequística deben juzgarse a la luz de esta
exigencia -el paso de un plano al otro.
Hemos hablado ya de una pedagogía de la respuesta. Ahora hay
que hablar de una pedagogía del ir más allá.
Es a la luz de esta distinción como tenemos que considerar el
uso del manual. Desde el punto de vista del dogma fórmula y del
dogma realidad, el manual es lo mejor y lo peor. Dicho de otro
modo, para el catequista es un instrumento indispensable y
peligroso a la vez:
Indispensable porque hay una necesidad de expresar en fórmula
el dogma, para asegurar la exactitud y la precisión de la doctrina.
Peligroso porque hay una necesidad de ir más allá de la fórmula,
para alcanzar la realidad misteriosa.
Para evitar ese peligro conviene hacer contemplar primeramente
la realidad del misterio para alimentar con ella la fe, antes de
detenerse en la fórmula que no es más que su expresión humana.
De otro modo corremos el riesgo de que nuestro catequizando,
sorprendido por una fórmula que no comprende, se decepcione, se
encierre en sí mismo y se desinterese o, en otro caso, se quede en
el plano humano de los conceptos y de las ideas, objeto de los
conocimientos abstractos, sin desembocar en el plano de la
realidad divina, objeto del conocimiento de fe.
Aquí está, hay que advertirlo, una de las mayores
dificultades de la pedagogía catequística.
El catequista -y ese es todo un arte- debe jugar sucesivamente,
o incluso simultáneamente, con los distintos órdenes de
conocimiento sensible y conocimiento intelectual de fe.
Un ejemplo ilustrará este punto capital de mi exposición:
Si tengo que presentar a un grupo de niños el misterio de la
Santísima Trinidad, puedo partir de la fórmula del catecismo: un
solo Dios en tres personas. Es un misterio, no lo podemos
comprender; tan sólo ilustrar con la comparación del triángulo
dibujado en el tablero: tres lados, un triángulo; tres personas, un
solo Dios.
Al final de mi explicación habrán comprendido todo cuanto es
posible. Pero, su vida, ¿se habrá transformado en algo? ¿Les he
presentado algo que alimente su fe? Absolutamente nada. Al
quedarme en el plano de la fórmula, no he dado paso al elemento
vivo del dogma, el único que puede fortalecer su fe.
TRI/MENSAJE:¿Cuál es, pues, el elemento vivo del misterio
trinitario? Es la vida misma de Dios. Lo esencial a transmitir para la
educación de la fe, no es primeramente -aunque sea
indispensable- la definición de la Trinidad, "un solo Dios en tres
personas", que es algo así como la fórmula algebraica, sino lo que
está bajo esta fórmula: la riqueza misma de la vida de Dios.
Dios es Trinidad porque es amor y porque el amor es el don de sí
mismo, el brotar continuo de la vida. Dios, porque es amor, no
puede dejar de darse, y porque se da totalmente engendra un Hijo
semejante a El mismo, Dios como su Padre. Amor del Padre por el
Hijo, amor del Hijo por el Padre: es el Espíritu Santo. Hay tres
Personas en Dios porque el Dios único, bajo el impulso del amor,
estalla en tres Personas, y Dios es Uno porque esas tres Personas
se aman hasta tal punto que, al tender el amor a la unión, se
reúnen en la unidad de la naturaleza divina. Este es el elemento
vivo del dogma de la Trinidad: la vida íntima del Dios-Amor.
Además, si después de haberles hecho contemplar la Trinidad
como al Dios amor que se da, les recuerdo que el hombre está
creado a imagen de Dios, comprenden fácilmente que el hombre
no encuentra su felicidad más que en la imitación de Dios. Su vida
ha de ser, por tanto, amor y don de sí mismo a los demás para la
realización de la unidad. La Caridad es Dios; el hombre está
creado a imagen de Dios; para respetar esta imagen el hombre
será, por la gracia, amor, como Dios es amor.
Ahí está ya estructurada la vida cristiana a partir del misterio de
Dios: es la unión viva del dogma, de la moral y de la espiritualidad .
Es sólo un ejemplo. Pero así podría hacerse con todos los
misterios cristianos. Esta observación es capital. Lo que importa,
en efecto, es que el catequizando entre en contacto personal, no
con las fórmulas -indispensables por otra parte, y que deben
aprenderse-, sino, por ellas y en ellas, a través y más allá de ellas,
con la realidad sobrenatural.
En este nivel es donde se sitúa el misterio cristiano, del que
hemos dicho que es algo positivo, sencillo y divino.
III
SU SENTIDO: UNA VIDA
El mensaje cristiano tiene su forma: una palabra. Su contenido:
un misterio. Tiene también su sentido: una vida.
Uno de los males de que adolece la catequesis, ya lo hemos
dicho, es el divorcio que existe entre la instrucción y la educación,
entre la doctrina y la vida.
La catequesis es una enseñanza, cierto. Pero una enseñanza
muy original. puesto que debe desembocar en la vida. Catequizar
es enseñar para vivir: es dar una enseñanza que es una vida.
Desde este punto de vista, la catequesis es más una iniciación
que una enseñanza.
La enseñanza en la catequesis será vida en un doble plano:
El plano divino: el de la vida teologal, descubierta y despertada
en la catequesis;
El plano humano: el de la vida humana y concreta, orientada en
su verdadero sentido en la catequesis, por la luz que recibe del
mensaje cristiano.
1º. La animación de la vida teologal.
Una catequesis viva ha de hacer descubrir al catequizando la
riqueza de su vida teologal y guiar progresivamente su actividad.
¿No es esa la actitud de San Pablo en Damasco, cuando
reconoce a Cristo Jesús y se compromete a seguirlo (acto de fe y
acto de amor)?
¿No es, igualmente, la pregunta de todo creyente? "¿Una fe que
no actúa es una fe sincera?"
La catequesis, ¿es una verdadera enseñanza religiosa,
educadora de la fe, si no sitúa verdaderamente al catequizando en
la vida cristiana?
Enseñar, también lo hemos dicho, es hacer contemplar. Pero no
puede separarse la contemplación de la acción.
La contemplación es la actividad misma del alma y en el
alma, de la vida teologal. Por eso, enseñar en la catequesis es
hacer vivir. La catequesis debe hacer, pues, descubrir al
catequizando la riqueza de su vida teologal, de la que será, a un
tiempo, espectador y actor.
Descubrirá la vida de Cristo en él, como una vida existente y
operante.
Verdaderamente, podemos decir que el objeto de la enseñanza
religiosa es la vida teologal.
Catequistas ¿hemos tenido esa preocupación primordial de
la vida de hacer crecer en el alma de los cristianos la fe, la
esperanza y la caridad?
Otro criterio cierto del valor de una pedagogía catequística.
Hemos dicho: pedagogía de la respuesta, pedagogía del ir más
allá; ahora podemos decir pedagogía del compromiso vital.
Exponiéndonos a limitar lo que llamamos conocimiento religioso,
hemos de tener cuidado, por encima de todo, de que el misterio de
Cristo sea conocido en su dimensión de vida. Sepamos ir a lo
esencial del mensaje, y que este mensaje, verdadera Palabra de
Dios, penetre profundamente en el catequizando, como la gota de
agua ataca la piedra y poco a poco penetra en ella.
No importa la cantidad de doctrina recibida. Lo que cuenta es el
grado de profundidad con que penetra en el catequizando para
realizar en él su obra de renovación y de resurrección espiritual. Lo
que cuenta es la vida que brota por todas partes.
Que nuestros catequizandos desde muy jóvenes se
entusiasmen en esta contemplación amorosa con miras a un
compromiso personal.
Este es el método activo como se entiende normalmente, y sobre
todo en cuanto a la actividad del alma.
¡La vida! Sí, esto es lo que Cristo nos vino a traer: «Yo he
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.»
Eso necesitan. Es la vida lo que esperan. Tienen hambre. Su fe
necesita pan para ser alimentada. ¿No habrá nadie que se lo
reparta?
2º. La significación de la vida humana.
Pero este compromiso vital profundo se manifiesta en la
realidad humana concreta.
En definitiva, lo que preocupa al hombre es el problema de su
vida y de su vida de cada día: misterio de inseguridad, de
aspiración y de decaimiento, exigencia de renuncia, de superación
y de elección.
Es la Palabra de Dios quien viene a dar su sentido, su
significación al misterio y a las exigencias de la vida del hombre.
Efectivamente, nosotros conocemos bien algunos de los
dolorosos problemas, de los enigmas que plantea al hombre su
propia vida: el sufrimiento, la soledad, la muerte; el egoísmo, la
injusticia, la solidaridad; el amor, la entrega de sí mismo, la
admiración; el cuerpo, el corazón, el espíritu: otros tantos enigmas,
otros tantos problemas que inquietan el corazón del hombre.
El mensaje cristiano no explica la vida humana, pero le da su
sentido. La realidad humana toma su significación en Cristo.
Pedagogos, hemos de presentar el mensaje cristiano a partir de
los problemas de vida del hombre. Pastores de almas, hemos de
presentar el misterio de Cristo como una luz para la vida del
hombre.
El hombre no espera una catequesis que satisfaga su espíritu
sediento con hermosas síntesis o doctrinas coherentes. Espera
una catequesis que, por encima de todo, sea una luz, un faro para
su vida
Sepamos, por consiguiente, presentar todos los lazos que unen
el misterio de Cristo y la vida humana. Eso no es ni inmanentismo
ni oportunismo. Es, sencillamente, la Buena Nueva de la salvación.
TERCERA PARTE
EXIGENCIA NECESARIA DEL MENSAJE:
EL TESTIMONIO DE UNA COMUNIDAD
CATE/COMUNIDAD Sin una comunidad cristiana viva y que se
ame, la catequesis no tiene sentido. Esta comunidad es el medio
viviente indispensable para la enseñanza religiosa. Es parte
integrante de esta enseñanza y por tres razones:
Es: un signo para dar autenticidad a la Palabra,
un apoyo para consolidar la fe,
una expansión necesaria de la vida.
1º. Un signo. PREDICACION/SIGNO
Toda palabra de Dios transmitida por una palabra humana exige
un signo, prueba de su origen divino. Cristo hizo milagros, los
apóstoles hicieron milagros, los misioneros hicieron milagros.
Como ellos, nosotros transmitimos la Palabra de Dios. Nuestro
mensaje tiene, por consiguiente, necesidad de un signo actual
de su origen divino y de su verdad. Pero nosotros no hacemos
milagros. Y, sin embargo, sin este signo, nuestra palabra es vana,
porque enseñar no es sólo entregar el mensaje, sino dar la prueba
actual de su verdad.
Si no hacemos milagros será porque Cristo ha dejado, para
nuestra palabra, otro signo que pruebe su autenticidad. Ese signo
es la Iglesia y, en la Iglesia, la vida de caridad de la
comunidad cristiana.
"Todos os reconocerán en esto: En que os améis unos a otros".
Esta caridad de la Iglesia, signo divino de nuestra palabra, es,
por tanto, parte integrante del mensaje cristiano.
Enseñar es transmitir la doctrina cristiana en su integridad:
contenido y signo. Es, pues, hacer descubrir a nuestros
catequizandos la Iglesia, sacramento viviente de Jesucristo; la
liturgia, expresión viviente del misterio de Cristo; la caridad de la
comunidad cristiana, prueba viviente de la verdad de nuestro
mensaje.
Cristianos que vivan de la vida de Cristo, inseparablemente
unidos en la caridad. Cristianos que se amen. Esto es lo que
necesitan los hombres para acoger nuestra enseñanza y creer en
ella.
2º. Un apoyo.
Verdadero motivo de credibilidad, signo para su fe, esta
comunidad es también para nuestros catequizandos un apoyo
indispensable. ¿Cómo puede mantenerse su fe incipiente sin un
ambiente de vida reconfortante y protector?
El recién nacido tiene necesidad de su madre y del ambiente
familiar para vivir. De la misma manera, el cristiano que se abre
a la fe tiene necesidad de su madre: la Iglesia, de un ambiente
familiar: la cálida intimidad de una comunidad fervorosa que
sostenga su fe.
Todavía más: en contacto con una comunidad verdadera que
vive realmente de la vida de amor del Dios Trinidad, el
catequizando tiene una percepción más directa, profunda e íntima
del misterio de Cristo contemplado en fe, en la catequesis.
Efectivamente, en las lecciones de catequesis las palabras son
siempre abstractas, y cualquier persona -más todavía el niño- tiene
dificultad en ir más allá del mundo visible o del mundo de la razón
para descubrir el de la gracia.
Teniendo presente el testimonio de una comunidad que vive de
Dios y que se ama en Dios, el catequizando, niño o adulto, admira
y ama. Todo esto lo acerca a un verdadero conocimiento en la fe.
Está bien, y es necesario, explicar a alguien qué es la Eucaristía.
Pero ¡qué magnífica lección para él ver toda una comunidad
recibiendo la Eucaristía, manantial, para sus miembros, de una
verdadera vida de caridad! Esto dice mucho más que nuestras
palabras. Esto es un verdadero y auténtico objeto de
enseñanza religiosa.
Enseñar para educar la fe es hacer descubrir al catequizando la
realidad de la Iglesia. Porque, al descubrir a la Iglesia, conoce,
contempla y ama a Jesucristo. ¿Tiene otra finalidad la catequesis?
3.° Una expansión.
Finalmente, la comunidad es necesaria para nuestros
catequizandos a fin de que puedan vivir una vida cristiana
auténtica.
En efecto, no se puede vivir en cristiano, aislado, sino con
los demás. La comunidad que los acoge en su seno es el
ambiente donde se expansiona su vida cristiana, donde esa
vida encontrará su necesaria dimensión de caridad.
Limitar nuestras perspectivas al desarrollo en el alma de
nuestros catequizandos, niños o adultos, de una vida cristiana
personal, es privarles de un elemento esencial para esta vida, del
elemento comunitario.
Por tanto, no hay enseñanza religiosa verdadera sin una
comunidad que sea un signo para la palabra, un apoyo para la fe y
una expansión de la vida.
¡La comunidad cristiana! El catequizando tiene necesidad de
descubrirla y de incrustarse en ella. Es parte integrante del
mensaje que debe recibir.
CONCLUSIÓN
Tales perspectivas nos conducen, al terminar esta exposición, a
una triple conclusión que -perdonen la audacia- se traduce en una
triple exigencia.
Enseñar la catequesis, bajo la forma de un mensaje, Palabra de
Dios, misterio de Cristo y vida de la fe, exige de nosotros,
catequistas, una pedagogía, una pastoral y una espiritualidad.
Una pedagogía cuyos tres caracteres hemos esbozado en el
curso de esta exposición:
Una pedagogía de la acogida, de la contemplación y de la
respuesta.
Ahora se trata de que nosotros, catequistas, permitamos este
triple caminar.
Me atrevería a decir que corresponde a los tres puntos del
método de oración de M. Olier: Jesús delante de los ojos, Jesús en
el corazón y Jesús en las manos.
Tendría muy poca gracia que desarrollara esta comparación.
Pero valdría la pena. Daría mucho de sí.
Una pastoral: La catequesis debe hacerse en Iglesia, en
comunidad cristiana. Esta es indispensable como signo para la fe,
como expresión viva del misterio de Cristo, como ambiente
comunitario donde puede expansionarse la vida de Cristo en ellos.
Una espiritualidad, por último. En esta perspectiva sólo puede
transmitirse lo revelado si, después de haberlo acogido, lo
contemplamos largamente.
CATI/VOCACION: La vocación de catequista es, en primer
lugar, una vocación de contemplativo. La enseñanza religiosa no
se realiza más que en la oración, el recogimiento y la fe. Lo cual no
quiere decir en la tristeza: el anuncio de la Buena Nueva se realiza
solamente en la alegría, pero es una alegría que viene de adentro
y que protege a los niños de un enervamiento que perjudicaría la
actividad profunda de su alma.
Pedagogos, pastores, espirituales: ¡Cuántas exigencias!
Hay bastante como para abrumarnos y para hacernos
estremecer. La tarea es para atemorizar, pero es magnífica.
Para llevarla a cabo no somos más que un puñado; un puñado
de catequistas frente a un mundo cerrado a Jesucristo. Por tanto,
la calidad ha de suplir la cantidad. Y después, ¡qué importa! En
Navidad no había más que un niño (chiquitín) y el Reino de Dios se
ha convertido en un gran árbol.
En Lourdes no había más que una niña, y Lourdes se ha
convertido en un lugar privilegiado del mundo cristiano.
Humilde y pequeño movimiento catequístico, sí. Pero llevamos en
el corazón una fe, un amor y, sobre todo, una invencible
esperanza.
P.
COUDREAU
EL MENSAJE DE LA CATEQUESIS CRISTIANA
CELAM-CLAF.MAROVA MADRID-1969.Págs. 21-48