¿QUÉ DEBEMOS ENSEÑAR EN LA CATEQUESIS?


F. COUDREAU, P.S.S.


I
INTRODUCCIÓN 


Planteada así la pregunta, la respuesta parece muy sencilla, 
puesto que, de hecho, muchos catequistas la responden 
diariamente. Ni siquiera tendría que plantearse: "Lo que tenemos 
que enseñar en la catequesis es sencillamente la doctrina 
cristiana". 
Como de ésta tenemos exposiciones claras y precisas, nada más 
sencillo que conocerla bien y transmitirla debidamente. 
Y. sin embargo, ¡con qué angustia abordamos a nuestros 
interlocutores! Esta doctrina cristiana, tan clara, tan precisa, en el 
momento en que hay que presentarla, transmitirla y hacerla vivir, 
nos hace sentirnos incómodos, dudosos, balbuceantes, 
vacilantes... ¡Y si solamente se tratara de nosotros! Pero lo grave 
es que esta doctrina no pasa a nuestros oyentes, no les interesa, 
permanece fuera de ellos como una cosa extraña, rara. 
Esto es lo que nos hace reflexionar. Esto es, sobre todo , lo que 
nos aflige. Una cuestión dolorosa para nosotros, pastores. 
Así, pues, ¿qué es lo que, por consiguiente, hemos de enseñar 
en la catequesis? 
La tradición actual de la enseñanza religiosa nos da una 
primera respuesta. La doctrina que hay que transmitir es ésta: 
-el dogma: lo que debemos creer; 
-la moral: lo que debemos hacer; 
-los sacramentos: lo que debemos practicar, o mejor dicho: de lo 
que debemos vivir. 
Por lo demás, ¿no es éste el contenido del catecismo? 
Sin embargo, una primera reflexión sobre esta respuesta nos 
deja ya inquietos. Efectivamente, la práctica religiosa, a saber, la 
vida de sacramentos y especialmente la celebración eucarística, 
¿no es el objeto de lo que debemos creer (y por lo mismo del 
dogma)? 
Además, ¿se puede hablar de lo que debemos hacer (la moral) 
sin presentarlo como un compromiso conectado normalmente con 
la contemplación del objeto mismo de la fe (el dogma)? 
De ahí que entre estas tres partes de la doctrina: dogma, moral y 
sacramentos, hay unas interferencias, unas relaciones esenciales 
para la vida cristiana, que deben aparecer en la catequesis. Una 
presentación que disloque la doctrina y aísle los aspectos que 
piden estar unidos tiene que dejarnos insatisfechos.
Si ahora nos preguntamos ¿cuáles son las fuentes de la 
doctrina cristiana que debemos enseñar?, las conocemos bien. 
En una palabra, es la tradición expresada concretamente en: 
-la Biblia expresión de la Palabra de Dios; 
-la Liturgia: realidad de los misterios de la salvación; 
-el Credo: resumen de la enseñanza de la Iglesia. 

Las cosas se complican aún más si, sin dejar la perspectiva del 
objeto de nuestra enseñanza religiosa, consideramos, para 
definirlo, el sujeto al que se dirige ésta. 
En efecto, no se puede definir, en el plano catequético y 
pastoral, el objeto de la enseñanza religiosa sin tener en cuenta el 
sujeto. Tenemos aquí un dato importante, a la vez elemental y 
esencial, de la pedagogía. Así, pues, considerando el sujeto a 
definir y el objeto de la enseñanza religiosa a delimitar, 
necesariamente hay que examinar un triple punto de vista: 
Una cuestión de cantidad: ¿Qué grado de desarrollo y de 
precisión ha de darse a la doctrina cristiana? 
Una cuestión de orden y de progresión: ¿por qué misterio 
comenzar? 
Una cuestión de presentación: ¿qué aspecto del misterio será 
el más adaptado a las posibiiidades de nuestros oyentes? 
Este es el problema -¡inmenso! -del condicionamiento 
psicológico y sociológico de la enseñanza religiosa. Efectivamente, 
sólo el conocimiento preciso de un niño, de sus posibilidades y de 
sus limitaciones en función de su edad y su medio ambiente, nos 
permitirán determinar, en la doctrina que se le debe enseñar, la 
cantidad, el orden que hay que seguir y el modo de presentación. 
Aunque esto es necesario para presentar una respuesta 
matizada a la cuestión planteada, no es nuestro propósito hacer, 
aquí, un estudio del objeto de la enseñanza religiosa a partir de las 
diferentes edades psicológicas y de los distintos ambientes de 
vida. 
Pero entonces, qué se quiere del pobre conferenciante al 
proponerle la cuestión: "¿Qué debemos enseñar en la 
catequesis?" 
Ustedes ven que esta cuestión, sencilla a primera vista, es de las 
que cuanto más se profundizan, menos se siente uno capaz de 
responder. 
Sin embargo, si la pedagogía exige prudencia -prueba de ello es 
presentar primeramente la complejidad del problema-, también 
exige audacia. Por tanto, seremos audaces e intentaremos dar luz 
al problema con tres series de reflexiones: 
1.° Sobre la originalidad fundamental de lo que hemos de 
enseñar en la catequesis: el objeto de nuestra enseñanza religiosa 
es de un orden distinto al objeto de nuestra enseñanza profana. 
2.° Sobre el carácter especifico de este objeto: es un 
mensaje, es decir, una palabra, un misterio, una vida. 
3.° Sobre la exigencia imperiosa dictada por este mensaje: 
necesita un signo sin el cual no tiene valor. Este signo es la 
atmósfera y el testimonio de una comunidad. 



PRIMERA PARTE 

ORIGINALIDAD FUNDAMENTAL
DE LO QUE HEMOS DE ENSEÑAR
EN LA CATEQUESIS 


Hablar de originalidad en ]a enseñanza religiosa ¿quiere decir 
que no es verdadera enseñanza? De ningún modo. 
Es preciso proclamarlo muy claramente y afirmarlo con energía: 
la enseñanza religiosa es una verdadera enseñanza que tiene 
un objeto propio, objeto que el predicador y el catequista deben 
transmitir al catequizando. 
Si la enseñanza religiosa se dirige a todo el hombre, se dirige 
esencialmente a su capacidad de conocer, para transmitirle una 
doctrina exacta y muy precisa que coincida exactamente con el 
objeto mismo de la revelación. 
El don revelado, si bien es misterio y vida, no deja de ser un don 
anterior y exterior al hombre, que viene directamente de Dios, un 
don trascendente y gratuito, que pide ser recibido humilde y 
amorosamente. 
La doctrina cristiana, si conduce a la vida cristiana, es, primero, 
objeto de conocimiento y, por tanto, objeto de enseñanza. A eso se 
le llama catequesis. 
La Palabra del Señor es terminante: "Id, enseñad a todas las 
gentes..."
De ahí que hay una verdadera enseñanza religiosa y un 
verdadero objeto de esta enseñanza. 
Pero, una vez esto sentado y afirmado claramente, es necesario 
precisar inmediatamente que la enseñanza religiosa no es una 
enseñanza como las otras. 
Efectivamente, el objeto de la enseñanza profana, si satisface la 
curiosidad intelectual del hombre, si incluso aporta una solución al 
problema inmediato de su vida terrestre, no se impone al hombre 
como una exigencia de fe o de conducta. En cambio, el objeto de la 
enseñanza religiosa no puede dejar indiferente al hombre. Lo 
cuestiona a fondo, y esto por dos razones. 
La doctrina cristiana no se reduce a un conjunto de verdades 
parciales, yuxtapuestas y sucesivas. Las verdades que presenta 
no son más que aspectos de una sola y misma Verdad, la Verdad 
total, Dios mismo, el Ser por excelencia. 
La doctrina cristiana, a diferencia de la doctrina profana, no es 
algo que se dirige únicamente a la inteligencia, sino alguien, es 
Dios mismo que, conocido por la inteligencia, se dirige a todo el 
hombre. 
Esto es capital -y aquí está su originalidad-. El objeto que hay 
que conocer en la enseñanza religiosa es al mismo tiempo un 
sujeto: es Dios. Ahora bien, Dios no es un programa escolar, es 
otra cosa, es un ser real y personal, a la vez estudiado y que 
enseña. 
De ahí que si la enseñanza religiosa es una verdadera 
enseñanza, lo es sólo analógicamente, respecto a la enseñanza 
profana. 
Pero avancemos un poco más. El objeto de la enseñanza 
religiosa no es una verdad como las otras, porque es verdad y 
valor a un tiempo y, ante este valor, el hombre no puede quedar 
indiferente.
Sin duda alguna, el hombre se interesa por los objetos de las 
ciencias profanas, pero éstas no le exigen una actitud vital. Por el 
contrario, ante la verdad religiosa, que siempre lo cuestiona en 
profundidad, el hombre se plantea el problema de su destino. Y 
debe tomar posición. 
En resumen, la originalidad del objeto de la enseñanza religiosa 
está en que este objeto es alguien, Dios que se dirige al hombre y 
le exige una respuesta; está en que esta verdad es un valor que 
compromete la vida del hombre y le exige una actitud vital. 
A este primer aspecto es preciso añadir otro no menos 
importante.
Si el objeto de la enseñanza religiosa pertenece a un orden 
superior que no es el de las ciencias profanas, el conocimiento 
de este objeto es también de orden superior: es conocimiento 
de fe. 
Indudablemente, la enseñanza religiosa utiliza el conocimiento 
humano concreto y abstracto. Pero lo sobrepasa, pues el 
conocimiento propio de esta enseñanza es el conocimiento de fe.
CATI/MISION: En efecto, todo cuanto enseñamos en la 
catequesis se enseña solamente en una perspectiva de fe. Nuestra 
misión de catequistas es suministrar un verdadero alimento a la fe 
naciente y creciente de nuestros catequizandos. Puede decirse 
que enseñar cuando se catequiza es alimentar la fe. «Fides ex 
auditu»: no hay fe sin palabra, sin mensaje, sin enseñanza, pero 
tampoco hay enseñanza religiosa si no alimenta la fe. 
El desarrollo de la vida de fe es la causa final que define en 
profundidad la enseñanza religiosa. 
De ahí que esa causa final lanza una luz singular sobre el objeto 
mismo de nuestra enseñanza. 
Si este objeto es anterior y exterior respecto a la vida de fe de 
los que deben recibirlo y de quienes será su alimento, no impide 
que, desde el punto de vista de la enseñanza religiosa, este objeto 
solamente encuentre su modo de presentación, y se defina en 
catequesis en la perspectiva de la fe que hay que promover y 
alimentar en el catequizando. Las palabras sólo tienen sentido en 
el acto de fe. 
Aquí tenemos una perspectiva fundamental, la única que 
verdaderamente puede ayudarnos a definir lo que debe ser el 
objeto de la enseñanza religiosa y lo que debemos enseñar en la 
catequesis. 
Alimentar la fe es el fin que debemos alcanzar, tanto en el sujeto 
que va hacia la conversión, como en el que hay que reafirmarla. 
Pero entonces, sólo una auto-reflexión sobre lo que es la fe 
puede precisar y definir en profundidad el verdadero objeto de la 
catequesis cristiana. Lo diremos una vez más: no es la catequesis 
quien crea el objeto de la enseñanza religiosa; éste ha sido 
definido totalmente por el propio dato revelado, y la revelación, 
bien lo sabemos, viene de Dios y no del hombre. Pero solamente 
en la perspectiva de las exigencias de una fe viva el dato revelado 
se convierte en objeto de catequesis, cuya originalidad propia es 
ser alimento de la fe. 
Por consiguiente, y puesto que las dos cuestiones son 
correlativas, sólo la respuesta a: «¿Qué es la fe?» nos permitirá 
responder a: "¿Qué debemos enseñar en la catequesis?" 
FE/QUÉ-ES: La fe -aquí se trata, evidentemente, de la fe viva 
animada por la caridad- es un encuentro que incluye una llamada 
y una respuesta; es, fundamentalmente, el acto de conversión 
del hombre que deja el mundo de los valores y de las realidades 
humanas por el mundo de los valores y de las realidades 
trascendentales, en el cual quiere, en adelante, encontrar su 
estabilidad. Es un paso: el paso de lo visible a lo invisible. El 
creyente deja el mundo de lo inmediato por el mundo del más allá. 

Este acto sencillo que se define con la adhesión a Dios en la 
persona de Cristo se abre concretamente a un doble movimiento: 
un movimiento de acogida y de recepción, y un movimiento de 
expansión y de entrega. 
Creer es, ante todo, acoger; pero no acoger de una manera 
fría y superficial, sino como lo hace una madre que besa al hijo que 
estrecha cariñosamente entre sus brazos. Así, el creyente debe 
acoger a Cristo. 
Pero no hay fe viva sin un segundo movimiento, un movimiento 
de expansión, de entrega, de compromiso, que sigue al 
movimiento de acogida. 
El ejemplo más claro y evocador de un acto de conversión 
auténtica y fe viva, de esa fe que deseamos ver nacer en cada uno 
de nuestros catequizandos, es el de San Pablo en el camino de 
Damasco. 
Todos conocemos esa página de los Hechos: "Saulo, Saulo, 
¿por qué me persigues? -¿Quién eres, Señor? -Yo soy Jesús, a 
quien tú persigues". 
San Pablo reconoce a Cristo, contempla su misterio, le acoge, se 
prosterna y adora; primer movimiento de la fe. 
Pero: "Una fe que no actúa, ¿es una fe sincera?" 
Es, inmediatamente, el segundo movimiento de la fe. 
«Señor, ¿qué quieres que haga?-Entra en Damasco.» 
Y, al instante, Pablo se pone en camino. Es el compromiso, la 
entrega, la consagración positiva de la vida a Cristo. 
Cada contacto entre un catequista y un catequizando debe 
ser un camino de Damasco, es decir, un encuentro y un diálogo, 
una acogida y una entrega. 
La enseñanza religiosa presenta la doctrina cristiana al 
catequizando, sólo para comprometerle en la vida cristiana. En el 
lazo estrecho, la unión íntima, entre la doctrina y la vida está la 
profunda originalidad de la enseñanza religiosa. 
Puesto que la catequesis tiene como finalidad promover, 
alimentar, educar la fe, no incluye solamente -e insisto en el 
"solamente"- un aspecto de instrucción religiosa -aspecto 
indispensable-, sino también, al mismo tiempo, y de una manera 
también indispensable, un aspecto de educación religiosa. 
En la catequesis hay que hablar de formación cristiana, porque 
formación cristiana engloba los dos aspectos: instrucción y 
educación. 
Por consiguiente, hablar de objeto de la enseñanza religiosa es 
sobrepasar en mucho lo que se entiende normalmente por objeto 
de enseñanza, puesto que este objeto de la enseñanza religiosa, 
después de haber pasado por el conocimiento, debe, por así 
decirlo, hundirse en lo más profundo del ser para impregnarlo 
totalmente y así pueda abrirse a un estilo de vida que lo renueve 
por completo. 
En la fe, el conocimiento se traduce en la vida. 
Quizá hemos desconocido demasiado este carácter original de la 
enseñanza religiosa que ha quedado en el plano excesivamente 
intelectual y conceptual de la enseñanza profana, y no nos hemos 
preocupado bastante de ser educadores de la fe. Quizá a esta 
laguna de una fe educada superficialmente se deban muchos 
desfallecimientos en la perseverancia cristiana. Ya sé: hay muchas 
causas psicológicas y sociológicas de la no perseverancia. Sin 
embargo, es muy importante que, ya desde el comienzo, el 
catequista con una enseñanza verdaderamente educadora de la 
fe, dé al catequizando las máximas posibilidades de perseverancia. 

Pero ¿en qué condiciones nuestra enseñanza cristiana es 
educadora de la fe? Para ello, ¿qué carácter debe tener? 


SEGUNDA PARTE 

CARÁCTER ESPECIFICO DEL OBJETO 
TRASCENDENTAL
DE LA ENSEÑANZA RELIGIOSA 


En esa perspectiva, en la catequesis hemos de enseñar 
esencialmente un mensaje. 
La palabra -tradicional, es verdad -de "doctrina cristiana" evoca 
a menudo un sistema de ideas, conceptos y nociones, mientras 
que la catequesis educadora de la fe, cuyo objeto alimenta la fe, 
no puede reducirse a una presentación nocional de la doctrina. 
Para evitar este escollo, la doctrina cristiana, en la catequesis, 
debe presentarse como un mensaje. Del cual veremos 
sucesivamente: 
Su forma: una palabra, 
su contenido: un misterio, 
su sentido: una vida. 


I
SU FORMA: UNA PALABRA 

MENSAJE/QUÉ-ES ¿Qué es un mensaje? Es una palabra. El 
mensaje cristiano es la Palabra de Dios. Es Dios que se dirige al 
hombre. 
Sin duda, lo hemos dicho y lo volveremos a decir, la catequesis 
tiene un contenido, y esto es capital. Pero lo que debe retener ante 
todo nuestra atención es que ese contenido tiene una forma: se 
presenta como una Palabra de Dios. 
Y esto no es menos capital. En efecto, en buena filosofía 
escolástica, la forma da su realidad, su consistencia a la materia. 
Por tanto es capital que nosotros, catequistas, al intentar definir el 
objeto de la catequesis cristiana, consideremos primeramente su 
forma. Lo cual tendrá muchas consecuencias para la pedagogía 
catequística. 

PD/QUÉ-ES:Entonces, ¿qué es la Palabra de Dios? 
Es un anuncio que conduce a una acogida en la alegría. 
Es un acto que conduce a una presencia en el recogimiento. 

Es una llamada que conduce a un diálogo entre dos 
vivientes.

1.° Es un «anuncio» que conduce a una "acogida" en la « 
alegría»:
El mensaje cristiano es, muy concretamente, el anuncio del 
Evangelio, de la Buena Nueva: la venida entre nosotros del 
Hijo de Dios Salvador. 
Esto es lo que los teólogos llaman el kerygma: palabra culta sin 
duda, pero que aclara singularmente nuestra d


2.° La Palabra de Dios es un «acto» que conduce a una 
"presencia" en el "recogimiento". 
Es el acto de Dios revelándose al hombre. Es Dios que se vuelve 
hacia nosotros para decirnos no tanto lo que es El en Sí mismo, 
sino más bien lo que El, Dios, es para nosotros y lo que nosotros 
somos para El. 
Es Dios manifestándose al hombre, ofreciéndole, 
entregándole la riqueza de su vida, su vida desbordante que se 
derrama impetuosa sobre la humanidad: "apparuit benignitas et 
humanitas salvatoris D.N.J.C.". 
Efectivamente, por la palabra se entrega la persona 
enteramente. Hay una filosofía del lenguaje que nos explica cómo 
la palabra es la expresión de la persona. Por otra parte, la 
etimología confirma esta perspectiva: persona es la máscara a 
través de la cual un actor nos hace descubrir su personaje. 
Del mismo modo, Dios se entrega por la palabra; por ella se nos 
manifiesta. Dios nos habla tan fuerte, para estar realmente 
presente entre nosotros, que su palabra vive entre nosotros: "Et 
Verbum caro factum est". Su palabra es el Verbo de Dios, 
Jesucristo. Su Palabra es todopoderosa. Es Palabra viva. Por ella, 
Dios, efectivamente, está presente en el mundo. 
Catequistas, no tenemos que preocuparnos en primer lugar de la 
forma externa de nuestro mensaje. ¡Cuántas veces lo complicamos 
con un gran aparato humano que oculta la Palabra de Dios! 
Tenemos que despojarnos de las palabras humanas para no 
tergiversar el lenguaje de Dios. Dios no tiene necesidad de todos 
nuestros trucos. Necesita, sobre todo, de la pureza del instrumento 
por el cual y a través del cual quiere manifestarse El mismo. 
Desconfiemos de las palabras humanas presuntuosas e impuras 
que sólo buscan proporcionar una doctrina muy interesante. 
Nosotros debemos prestar nuestros labios a la Palabra de 
Dios para que, por ellos, Dios se haga presente al que nos 
escucha, algo así como el sacerdote en la Eucaristía presta su 
boca para que Dios se haga presente. 
La Palabra de Dios debe ser ante todo contemplada antes 
que aprendida. No se aprende sobre Dios, se le contempla. 
A esta percepción de lo divino en la fe hay que conducir a los 
que nos escuchan. 
¿Nuestro mensaje? Una palabra, un acto, una presencia. 

3.° La Palabra de Dios es una «llamada» que conduce a un 
"diálogo" entre "dos vivientes". 
La Palabra de Dios es poderosa. Hace irrupción en el mundo. 
Ataca al hombre como una espada, nos dice la Biblia, como el 
ácido ataca la base. Le exige tomar posición... 
No puede ser de otra manera. 
En efecto, la Palabra de Dios es alguien que se dirige 
personalmente al hombre. Cuando uno se dirige a un 
interlocutor es para tener una respuesta. Por otra parte, el 
contenido de esta palabra, ya lo hemos visto, no es solamente una 
verdad, sino un valor ante el cual el hombre no puede permanecer 
indiferente. En el mensaje cristiano no se trata de una verdad 
abstracta, sino de una verdad viva. No se trata de algo, sino de 
alguien. 
El hombre así colocado súbitamente en presencia de Dios, 
interpelado por El, está obligado a responder: aceptación o 
rechazo, este encuentro entre Dios y el hombre debe ser el punto 
de partida para un diálogo. 
No se aprende sobre Dios, ya lo hemos dicho, sino que se le 
contempla. Sí, se le contempla y se le habla. 
Catequistas, nuestra lección ¿es una interpelación de Dios al 
hombre, y, sobre todo, permite una respuesta? 
Estamos muy a menudo preocupados por lo que vamos a decir, 
buscamos sobre todo interesar, mientras que lo primero es poner 
a nuestro interlocutor en situación de poder responder a Dios 
que se presenta ante él.
La pedagogía catequística es principalmente una pedagogía de 
la respuesta. Tengamos siempre la preocupación por crear el 
diálogo, y en cuanto comience sepamos desaparecer. 
La Palabra de Dios no es la palabra humana. Si se sirve de la 
palabra humana, lo hace como de un apoyo que, pronto, debe 
desaparecer. 
Es a partir de la respuesta como Dios tiene derecho a esperar 
de nuestros catequizandos que nosotros encontraremos el modo 
de presentación del mensaje que hay que transmitir. 
Ese es el primer carácter del mensaje: una Palabra de Dios. 
Esto nos sugiere ya muchas reflexiones pedagógicas. Da a 
nuestra acción un estilo propio. 
Efectivamente, una cosa es ser quien expone magistralmente 
unas verdades formuladas en lenguaje humano, y otra muy 
diferente ser tan sólo el eco de la Palabra de Dios en su acto de 
interpelación al hombre. 
Toda nuestra pedagogía ha de respetar: 
Ese anuncio que pueda acogerse en la alegría; 
Esa presencia que pueda contemplarse en el recogimiento, 

Ese diálogo que pueda inaugurarse en una vida. 
A partir de ahí, podemos definir los elementos esenciales de una 
pedagogía de la fe. 
A partir de ahí, nuestra técnica encuentra de verdad los 
elementos esenciales de una pedagogía de la fe. 
A partir de ahí, nuestra técnica encuentra sus verdaderos 
criterios. No tenemos que verificar la eficacia de nuestra acción por 
el efecto producido. Una eficacia que nos pareciera real, pero que, 
de hecho, no respetara las características esenciales de un 
mensaje Palabra de Dios, sería superficial y, por tanto, ilusoria y 
engañadora. 
Digámoslo de una vez para siempre: Para el catequista que 
quiere hacer de su enseñanza la transmisión de un mensaje 
Palabra de Dios, no existe un estilo definido. Pero, para todo 
catequista, existe la obligación de una reflexión cotidiana sobre las 
exigencias de un tal mensaje. 


II
SU CONTENIDO: UN MISTERIO

Lo que tenemos que enseñar en la catequesis es el misterio 
cristiano. 
¿En qué consiste? 
Es algo positivo, 
Es algo sencillo, 
Es algo divino. 

1º. Es algo positivo. MISTERIO/QUÉ-ES
¿Qué es un misterio? 
El catecismo lo define como "una verdad que no podemos 
comprender, pero que debemos creer". 
Esta definición subraya el aspecto incomprensible del misterio y 
su carácter obligatorio para la fe: es verdad y está bien. Aunque, 
en esta definición puramente negativa, ¿hay un alimento para la 
fe? Porque eso es de lo que se trata. La revelación de Dios, ¿es 
algo puramente incomprensible? ¿No es ante todo una luz, una 
gran luz?, ¿algo que no se sabía y que ahora se sabe, se entrevé, 
algo que da sentido a nuestra vida? 
La manifestación de Dios en su Hijo, Cristo Salvador, es algo 
muy positivo: un beneficio, una riqueza. Frente a nuestros 
interlocutores que tienen hambre y sed de Dios, y cuya fe es 
necesario alimentar, ¿se puede presentar el misterio como una 
realidad tan negativa? 
Desde este punto de vista, ¿no sería mejor decir que el misterio 
es un secreto de su vida que Dios nos ha hecho conocer? 
Claro que debemos guardar su carácter de incomprensibilidad, 
pero esto está en segundo lugar en comparación con la riqueza 
positiva del don divino que El nos hace conocer. 
El sol, cuando le miramos directamente, nos ciega, nos obliga a 
cerrar los ojos y, por tanto, a verle con dificultad. Y, sin embargo, 
ilumina magníficamente nuestro camino, nos calienta, nos alegra. 
Así ocurre con el misterio: nos ilumina de tal forma que nos obliga 
a cerrar los ojos. Pero somos nosotros quienes lo recubrimos en 
parte de tinieblas. 
Además, etimológicamente, misterio viene de la palabra griega 
muo, que quiere decir guiñar los ojos, ver mal, pero ver, a pesar 
de todo. 
Misterio es lo que no se ve muy bien, lo que se entrevé, lo que 
supone una iniciación para que pueda verse bien, lo que se ve 
cada vez mejor y que un día se verá muy bien. 
Un secreto des su vida que Dios nos ha hecho conocer, el 
secreto de la vida de Dios: ese es el misterio cristiano. 

2.° Es algo sencillo. J/REVELADOR-DE-D Pero es por su 
Palabra como Dios nos ha hecho conocer su misterio oculto en El 
desde la eternidad. Ahora bien, la Palabra de Dios, ya lo hemos 
visto, nos ha hecho presente Aquel en quien está contenido todo 
su secreto: "Et Verbum caro factum est, et habitavit in nobis." 
En el Verbo encarnado está contenido todo cuanto Dios quiso 
hacernos conocer de Sí mismo, de lo que El es para nosotros y 
nosotros para El; su amor, su vida, su gloria que llegan a ser 
nuestro amor, nuestra vida, nuestra gloria. En Jesucristo, hemos 
visto el amor, la vida y la gloria de Dios. En Jesucristo, recibimos 
nuestro amor, nuestra vida y nuestra gloria. 
Por consiguiente, el contenido del mensaje cristiano es, muy 
adecuadamente, el misterio de Cristo en lo que tiene de sencillo, 
de único, de global. 
Presentar el mensaje cristiano como la auténtica Palabra de Dios 
es presentar a nuestros catequizandos, en su simplicidad, el único 
misterio de Cristo. Es, sencillamente, anunciar a Jesucristo. 
Entonces, ¿cuáles son las grandes líneas que ha de seguir una 
catequesis para presentar el misterio de Cristo a los hombres? 
Están dadas por la liturgia, expresión actual y viviente de este 
misterio. 
La liturgia nos presenta en estos tres ciclos: Epifanía, Pascua y 
Pentecostés, los tres aspectos del misterio de Cristo tal como los 
vive la Iglesia. 
Son los tres momentos de una catequesis que manifieste lo que 
es Jesucristo para nosotros: 
En el ciclo de Epifanía, el Señor está ahí: es la catequesis 
cristológica, que nos dice lo que es la persona del Salvador 
(Encarnación). 
En el ciclo de Pascua, el Señor vuelve al Padre: es la 
catequesis soteriológica, que nos dice lo que es la Pascua del 
Salvador (Redención). 
En el ciclo de Pentecostés el Señor queda entre nosotros: es 
la catequesis eclesiológica, que nos dice lo que es la mediación 
del Salvador (Iglesia). 
De esta manera el kerygma, la Buena Nueva que proclama la 
salvación en Jesucristo, se abre en tres ciclos de catequesis: 

a) La catequesis epifánica desarrolla la manifestación de Dios 
al mundo. Esta venida de Dios que se vuelve hacia los 
hombres, su acto de exteriorización, incluye tres momentos que 
corresponden a los tres acontecimientos de Cristo: Dios habla a los 
hombres en su Hijo para crearlos, salvarlos y juzgarlos: Creación, 
Encarnación y Parusía. 
En primer lugar, el Verbo es la Palabra creadora de Dios: 
"todas las cosas fueron hechas por El, y sin El no se hizo nada de 
cuanto ha sido hecho. Por El fue creado todo". 
Es también la Palabra vivificadora de Dios en el mundo, 
comunicándose esplendorosamente a los hombres: «Yo he venido 
para que tengan vida.» 
Finalmente, es la Palabra de Dios que juzga manifestándose 
gloriosamente al final de los tiempos como juez de vivos y 
muertos. 

b) La catequesis pascual desarrolla la misión esencial de 
Cristo, a saber: su paso y su vuelta al Padre. La Pascua del Hijo 
del Hombre. 
Pero en el Reino de Dios todos los hombres estamos invitados a 
realizar nuestra Pascua con el Rey. Será la Pascua de los hijos de 
los hombres. 
En la Pascua, es decir, en la vuelta a Dios de toda la humanidad, 
con y en Cristo, es donde la existencia humana encuentra su 
sentido. 
Pero, en esa vuelta hacia Dios, Cristo se enfrenta con el pecado 
y, a causa del pecado, la salvación no puede realizarse más que 
en la Redención. En Cristo llevándonos hacia el Padre, el pecado 
encuentra su significación. 

c) La catequesis pentecostal, por último, nos muestra a Cristo 
que, después de haber hecho irrupción en el mundo (Encarnación) 
y consumado su gesta pascual (Redención), trabaja en el 
cumplimiento y perfeccionamiento del Reino, recapitulando 
todo en El para que Dios sea todo en todos. 
Su presencia es necesaria a los hombres: El es nuestro lazo 
indispensable con Dios y nos ayuda a realizar nuestra Pascua, 
nuestro paso al Padre. Esta presencia eficaz de Cristo es la Iglesia 
y todos los sacramentos que ponen a nuestra disposición la 
realidad misma de los misterios salvadores. 
Pero, después de haber separado los tres ciclos, hay que 
resaltar fuertemente todo lo que, profundamente se comunica en 
su interior. 
No hay tres misterios cristianos, sino tres aspectos de un 
solo y único misterio cristiano: el misterio de Cristo. 
Cristo viene, actúa. permanece. Pero El realiza la unidad de la 
catequesis, El es el único misterio. Es siempre de El de quien se 
habla. 
Catequistas, ¡cómo debemos reflexionar sobre esta simplicidad 
y esta unidad del mensaje, misterio de Cristo! ¡Cómo, muy a 
menudo, la presentación actual de la doctrina cristiana a nuestros 
catequizandos da la impresión de verdades yuxtapuestas sin lazo 
vital, de mandamientos aislados sin perspectiva viviente, de 
prácticas religiosas insuficientemente conectadas con la vida de 
Cristo en nosotros! 
Es urgente volver a lo esencial, a anunciar la Buena Nueva, 
presentar a Jesucristo en su misterio, total y simple, es decir, en su 
manifestación epifánica, en su gesta pascual, en su presencia en 
la Iglesia. 
La doctrina cristiana tiene necesidad de una gran corriente vital 
que le dé su sentido, su consistencia. Esta gran corriente vital es la 
presencia de Cristo viviente. 
Nuestros fieles, a través de la doctrina, no contemplan bastante 
la persona viviente de Jesucristo. Eso se ha dejado para la piedad, 
como suele decirse, cuando en realidad enseñar es alimentar la fe, 
hacer contemplar a Jesucristo. 
No hay fe viva, cuyo verdadero alimento es la enseñanza 
religiosa, sin una mirada constante sobre Jesucristo en el 
recogimiento de una oración. 
La catequesis no es tanto una clase donde se aprende, 
sino principalmente un emplazamiento elevado desde donde 
se contempla. 

3.° Es algo divino. 
Ya hemos hablado de la fe. Es verdad que, en la catequesis, el 
catequizando debe conocer el mensaje cristiano por la Palabra de 
Dios que le presenta el misterio de Cristo. Pero el conocimiento 
de que se trata en este caso es un conocimiento 
trascendente, es decir, superior a todo conocimiento humano, es 
un conocimiento de fe. 
Ya que se trata de poner en marcha un conocimiento de orden 
superior, el catequista tiene el deber de proponer un objeto de 
conocimiento que sea de este orden trascendente superior, 
digámoslo de una vez, de orden divino. 
En efecto, el misterio de Cristo no es una realidad humana. Por 
tanto, no está al alcance del conocimiento humano, sea sensible o 
racional. 
El primero nos permite entrar en contacto con realidades 
concretas inmediatas. El segundo, con ideas, conceptos, nociones, 
fruto del trabajo de abstracción realizado por la inteligencia a partir 
de los datos sensibles. 
Ahora bien, en la enseñanza religiosa y a causa del carácter 
trascendental de su objeto, hay que situarse, más allá del 
conocimiento humano sensible y racional, en el plano trascendente 
del conocimiento de fe, en el plano del conocimiento intelectual, 
iluminado y sobre-elevado por la gracia, en una palabra, en el 
plano sobrenatural. 
Por supuesto, el catequista, porque es hombre y porque se 
dirige a un hombre, debe utilizar, en el plano humano, los 
conocimientos concretos, es decir, todo lo que, en el orden de lo 
inmediato, pueda servir de punto de comparación para la 
presentación del misterio. Debe utilizar también los conocimientos 
abstractos, es decir, las ideas, los conceptos. el lenguaje, las 
fórmulas y las palabras. 
Pero estos conceptos y fórmulas, aunque sean una expresión 
válida del misterio divino que alimenta la fe, no son, propiamente 
hablando, el objeto de la fe. 
FORMULA-DOGMATICA:Es importante, en efecto, distinguir 
bien en el dogma cristiano la fórmula dogmática: el concepto, 
la palabra que expresa el misterio divino; y la realidad 
dogmática: el misterio divino expresado por la fórmula. 
La realidad dogmática es la realidad misteriosa o, con más 
exactitud, mistérica -la res mysterii, como dicen los teólogos-, 
realidad trascendente e infinita, inexplicable de forma exhaustiva 
por la palabra humana. La fórmula dogmática es el vehículo 
conceptual y verbal por el cual se expresa, en lenguaje humano 
-exacto y válido-, la realidad del misterio. 
La fórmula dogmática necesariamente es limitada y finita, ya que 
está concebida dentro de las posibilidades humanas. Pero, 
escogida por Dios o garantizada por la Iglesia, está 
verdaderamente "consagrada", y es además el único medio para 
expresarnos y para alcanzar la verdad divina por medio de la 
inteligencia. 
Hablando con propiedad, sin embargo, la fórmula dogmática no 
es el objeto de la fe. El objeto de la fe es la realidad divina 
expresada por esta fórmula. 
Esta distinción es capital para el catequista preocupado por una 
enseñanza religiosa educadora de la fe. 
Efectivamente, si el dato revelado es el dogma en su totalidad 
(realidad y fórmula inseparablemente unidas), solamente la 
realidad dogmática, el misterio en sí mismo, es el objeto específico 
del conocimiento de fe, alimento de la vida de fe. 
De esto se deduce que lo que nuestros catequizandos deben 
contemplar, aquello con lo que deben entrar en contacto, no es 
la fórmula, sino, por ella y más allá de ella, la realidad 
trascendente. 
El catequista debe, por consiguiente, hacer descubrir, más allá 
de la fórmula abstracta que se dirige a la razón, la realidad que se 
dirige a la fe. Hacer olvidar el vehículo humano, para ayudar a los 
ojos del alma a fijarse en lo divino. Debe, por decirlo así, romper la 
cáscara para saborear el fruto, rasgar la envoltura humana para 
que aparezca la riqueza divina. 
Ahora bien, existe una tentación muy grande y muy peligrosa, 
tanto para nosotros como para nuestros catequizandos: 
detenernos en la fórmula dogmática, en la palabra, olvidando que, 
a través y más allá de la palabra y de la fórmula que se dirige a la 
razón, hay que presentar a los ojos de su fe, la realidad 
trascendente y divina, lo que jamás el ojo vio ni el oído escuchó. 
Toda la pedagogía catequista debe esforzarse en 
conseguir este paso del plano humano al divino. Todas las 
técnicas de pedagogía catequística deben juzgarse a la luz de esta 
exigencia -el paso de un plano al otro. 
Hemos hablado ya de una pedagogía de la respuesta. Ahora hay 
que hablar de una pedagogía del ir más allá. 
Es a la luz de esta distinción como tenemos que considerar el 
uso del manual. Desde el punto de vista del dogma fórmula y del 
dogma realidad, el manual es lo mejor y lo peor. Dicho de otro 
modo, para el catequista es un instrumento indispensable y 
peligroso a la vez: 
Indispensable porque hay una necesidad de expresar en fórmula 
el dogma, para asegurar la exactitud y la precisión de la doctrina. 
Peligroso porque hay una necesidad de ir más allá de la fórmula, 
para alcanzar la realidad misteriosa. 
Para evitar ese peligro conviene hacer contemplar primeramente 
la realidad del misterio para alimentar con ella la fe, antes de 
detenerse en la fórmula que no es más que su expresión humana. 
De otro modo corremos el riesgo de que nuestro catequizando, 
sorprendido por una fórmula que no comprende, se decepcione, se 
encierre en sí mismo y se desinterese o, en otro caso, se quede en 
el plano humano de los conceptos y de las ideas, objeto de los 
conocimientos abstractos, sin desembocar en el plano de la 
realidad divina, objeto del conocimiento de fe. 
Aquí está, hay que advertirlo, una de las mayores 
dificultades de la pedagogía catequística. 
El catequista -y ese es todo un arte- debe jugar sucesivamente, 
o incluso simultáneamente, con los distintos órdenes de 
conocimiento sensible y conocimiento intelectual de fe. 
Un ejemplo ilustrará este punto capital de mi exposición: 
Si tengo que presentar a un grupo de niños el misterio de la 
Santísima Trinidad, puedo partir de la fórmula del catecismo: un 
solo Dios en tres personas. Es un misterio, no lo podemos 
comprender; tan sólo ilustrar con la comparación del triángulo 
dibujado en el tablero: tres lados, un triángulo; tres personas, un 
solo Dios. 
Al final de mi explicación habrán comprendido todo cuanto es 
posible. Pero, su vida, ¿se habrá transformado en algo? ¿Les he 
presentado algo que alimente su fe? Absolutamente nada. Al 
quedarme en el plano de la fórmula, no he dado paso al elemento 
vivo del dogma, el único que puede fortalecer su fe. 
TRI/MENSAJE:¿Cuál es, pues, el elemento vivo del misterio 
trinitario? Es la vida misma de Dios. Lo esencial a transmitir para la 
educación de la fe, no es primeramente -aunque sea 
indispensable- la definición de la Trinidad, "un solo Dios en tres 
personas", que es algo así como la fórmula algebraica, sino lo que 
está bajo esta fórmula: la riqueza misma de la vida de Dios. 
Dios es Trinidad porque es amor y porque el amor es el don de sí 
mismo, el brotar continuo de la vida. Dios, porque es amor, no 
puede dejar de darse, y porque se da totalmente engendra un Hijo 
semejante a El mismo, Dios como su Padre. Amor del Padre por el 
Hijo, amor del Hijo por el Padre: es el Espíritu Santo. Hay tres 
Personas en Dios porque el Dios único, bajo el impulso del amor, 
estalla en tres Personas, y Dios es Uno porque esas tres Personas 
se aman hasta tal punto que, al tender el amor a la unión, se 
reúnen en la unidad de la naturaleza divina. Este es el elemento 
vivo del dogma de la Trinidad: la vida íntima del Dios-Amor. 
Además, si después de haberles hecho contemplar la Trinidad 
como al Dios amor que se da, les recuerdo que el hombre está 
creado a imagen de Dios, comprenden fácilmente que el hombre 
no encuentra su felicidad más que en la imitación de Dios. Su vida 
ha de ser, por tanto, amor y don de sí mismo a los demás para la 
realización de la unidad. La Caridad es Dios; el hombre está 
creado a imagen de Dios; para respetar esta imagen el hombre 
será, por la gracia, amor, como Dios es amor. 
Ahí está ya estructurada la vida cristiana a partir del misterio de 
Dios: es la unión viva del dogma, de la moral y de la espiritualidad . 

Es sólo un ejemplo. Pero así podría hacerse con todos los 
misterios cristianos. Esta observación es capital. Lo que importa, 
en efecto, es que el catequizando entre en contacto personal, no 
con las fórmulas -indispensables por otra parte, y que deben 
aprenderse-, sino, por ellas y en ellas, a través y más allá de ellas, 
con la realidad sobrenatural. 
En este nivel es donde se sitúa el misterio cristiano, del que 
hemos dicho que es algo positivo, sencillo y divino. 


III
SU SENTIDO: UNA VIDA 

El mensaje cristiano tiene su forma: una palabra. Su contenido: 
un misterio. Tiene también su sentido: una vida. 
Uno de los males de que adolece la catequesis, ya lo hemos 
dicho, es el divorcio que existe entre la instrucción y la educación, 
entre la doctrina y la vida. 
La catequesis es una enseñanza, cierto. Pero una enseñanza 
muy original. puesto que debe desembocar en la vida. Catequizar 
es enseñar para vivir: es dar una enseñanza que es una vida. 
Desde este punto de vista, la catequesis es más una iniciación 
que una enseñanza. 
La enseñanza en la catequesis será vida en un doble plano: 
El plano divino: el de la vida teologal, descubierta y despertada 
en la catequesis; 
El plano humano: el de la vida humana y concreta, orientada en 
su verdadero sentido en la catequesis, por la luz que recibe del 
mensaje cristiano. 

1º. La animación de la vida teologal. 
Una catequesis viva ha de hacer descubrir al catequizando la 
riqueza de su vida teologal y guiar progresivamente su actividad.
¿No es esa la actitud de San Pablo en Damasco, cuando 
reconoce a Cristo Jesús y se compromete a seguirlo (acto de fe y 
acto de amor)? 
¿No es, igualmente, la pregunta de todo creyente? "¿Una fe que 
no actúa es una fe sincera?" 
La catequesis, ¿es una verdadera enseñanza religiosa, 
educadora de la fe, si no sitúa verdaderamente al catequizando en 
la vida cristiana? 
Enseñar, también lo hemos dicho, es hacer contemplar. Pero no 
puede separarse la contemplación de la acción. 
La contemplación es la actividad misma del alma y en el 
alma, de la vida teologal. Por eso, enseñar en la catequesis es 
hacer vivir. La catequesis debe hacer, pues, descubrir al 
catequizando la riqueza de su vida teologal, de la que será, a un 
tiempo, espectador y actor. 
Descubrirá la vida de Cristo en él, como una vida existente y 
operante. 
Verdaderamente, podemos decir que el objeto de la enseñanza 
religiosa es la vida teologal. 
Catequistas ¿hemos tenido esa preocupación primordial de 
la vida de hacer crecer en el alma de los cristianos la fe, la 
esperanza y la caridad?
Otro criterio cierto del valor de una pedagogía catequística. 
Hemos dicho: pedagogía de la respuesta, pedagogía del ir más 
allá; ahora podemos decir pedagogía del compromiso vital. 
Exponiéndonos a limitar lo que llamamos conocimiento religioso, 
hemos de tener cuidado, por encima de todo, de que el misterio de 
Cristo sea conocido en su dimensión de vida. Sepamos ir a lo 
esencial del mensaje, y que este mensaje, verdadera Palabra de 
Dios, penetre profundamente en el catequizando, como la gota de 
agua ataca la piedra y poco a poco penetra en ella. 
No importa la cantidad de doctrina recibida. Lo que cuenta es el 
grado de profundidad con que penetra en el catequizando para 
realizar en él su obra de renovación y de resurrección espiritual. Lo 
que cuenta es la vida que brota por todas partes. 
Que nuestros catequizandos desde muy jóvenes se 
entusiasmen en esta contemplación amorosa con miras a un 
compromiso personal. 
Este es el método activo como se entiende normalmente, y sobre 
todo en cuanto a la actividad del alma. 
¡La vida! Sí, esto es lo que Cristo nos vino a traer: «Yo he 
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.» 
Eso necesitan. Es la vida lo que esperan. Tienen hambre. Su fe 
necesita pan para ser alimentada. ¿No habrá nadie que se lo 
reparta? 

2º. La significación de la vida humana. 
Pero este compromiso vital profundo se manifiesta en la 
realidad humana concreta. 
En definitiva, lo que preocupa al hombre es el problema de su 
vida y de su vida de cada día: misterio de inseguridad, de 
aspiración y de decaimiento, exigencia de renuncia, de superación 
y de elección. 
Es la Palabra de Dios quien viene a dar su sentido, su 
significación al misterio y a las exigencias de la vida del hombre. 
Efectivamente, nosotros conocemos bien algunos de los 
dolorosos problemas, de los enigmas que plantea al hombre su 
propia vida: el sufrimiento, la soledad, la muerte; el egoísmo, la 
injusticia, la solidaridad; el amor, la entrega de sí mismo, la 
admiración; el cuerpo, el corazón, el espíritu: otros tantos enigmas, 
otros tantos problemas que inquietan el corazón del hombre. 
El mensaje cristiano no explica la vida humana, pero le da su 
sentido. La realidad humana toma su significación en Cristo. 
Pedagogos, hemos de presentar el mensaje cristiano a partir de 
los problemas de vida del hombre. Pastores de almas, hemos de 
presentar el misterio de Cristo como una luz para la vida del 
hombre. 
El hombre no espera una catequesis que satisfaga su espíritu 
sediento con hermosas síntesis o doctrinas coherentes. Espera 
una catequesis que, por encima de todo, sea una luz, un faro para 
su vida 
Sepamos, por consiguiente, presentar todos los lazos que unen 
el misterio de Cristo y la vida humana. Eso no es ni inmanentismo 
ni oportunismo. Es, sencillamente, la Buena Nueva de la salvación. 


TERCERA PARTE

EXIGENCIA NECESARIA DEL MENSAJE:
EL TESTIMONIO DE UNA COMUNIDAD 


CATE/COMUNIDAD Sin una comunidad cristiana viva y que se 
ame, la catequesis no tiene sentido. Esta comunidad es el medio 
viviente indispensable para la enseñanza religiosa. Es parte 
integrante de esta enseñanza y por tres razones: 
Es: un signo para dar autenticidad a la Palabra, 
un apoyo para consolidar la fe, 
una expansión necesaria de la vida. 

1º. Un signo. PREDICACION/SIGNO
Toda palabra de Dios transmitida por una palabra humana exige 
un signo, prueba de su origen divino. Cristo hizo milagros, los 
apóstoles hicieron milagros, los misioneros hicieron milagros. 
Como ellos, nosotros transmitimos la Palabra de Dios. Nuestro 
mensaje tiene, por consiguiente, necesidad de un signo actual 
de su origen divino y de su verdad. Pero nosotros no hacemos 
milagros. Y, sin embargo, sin este signo, nuestra palabra es vana, 
porque enseñar no es sólo entregar el mensaje, sino dar la prueba 
actual de su verdad. 
Si no hacemos milagros será porque Cristo ha dejado, para 
nuestra palabra, otro signo que pruebe su autenticidad. Ese signo 
es la Iglesia y, en la Iglesia, la vida de caridad de la 
comunidad cristiana. 
"Todos os reconocerán en esto: En que os améis unos a otros". 

Esta caridad de la Iglesia, signo divino de nuestra palabra, es, 
por tanto, parte integrante del mensaje cristiano. 
Enseñar es transmitir la doctrina cristiana en su integridad: 
contenido y signo. Es, pues, hacer descubrir a nuestros 
catequizandos la Iglesia, sacramento viviente de Jesucristo; la 
liturgia, expresión viviente del misterio de Cristo; la caridad de la 
comunidad cristiana, prueba viviente de la verdad de nuestro 
mensaje. 
Cristianos que vivan de la vida de Cristo, inseparablemente 
unidos en la caridad. Cristianos que se amen. Esto es lo que 
necesitan los hombres para acoger nuestra enseñanza y creer en 
ella. 

2º. Un apoyo. 
Verdadero motivo de credibilidad, signo para su fe, esta 
comunidad es también para nuestros catequizandos un apoyo 
indispensable. ¿Cómo puede mantenerse su fe incipiente sin un 
ambiente de vida reconfortante y protector? 
El recién nacido tiene necesidad de su madre y del ambiente 
familiar para vivir. De la misma manera, el cristiano que se abre 
a la fe tiene necesidad de su madre: la Iglesia, de un ambiente 
familiar: la cálida intimidad de una comunidad fervorosa que 
sostenga su fe. 
Todavía más: en contacto con una comunidad verdadera que 
vive realmente de la vida de amor del Dios Trinidad, el 
catequizando tiene una percepción más directa, profunda e íntima 
del misterio de Cristo contemplado en fe, en la catequesis. 
Efectivamente, en las lecciones de catequesis las palabras son 
siempre abstractas, y cualquier persona -más todavía el niño- tiene 
dificultad en ir más allá del mundo visible o del mundo de la razón 
para descubrir el de la gracia. 
Teniendo presente el testimonio de una comunidad que vive de 
Dios y que se ama en Dios, el catequizando, niño o adulto, admira 
y ama. Todo esto lo acerca a un verdadero conocimiento en la fe. 
Está bien, y es necesario, explicar a alguien qué es la Eucaristía. 
Pero ¡qué magnífica lección para él ver toda una comunidad 
recibiendo la Eucaristía, manantial, para sus miembros, de una 
verdadera vida de caridad! Esto dice mucho más que nuestras 
palabras. Esto es un verdadero y auténtico objeto de 
enseñanza religiosa. 
Enseñar para educar la fe es hacer descubrir al catequizando la 
realidad de la Iglesia. Porque, al descubrir a la Iglesia, conoce, 
contempla y ama a Jesucristo. ¿Tiene otra finalidad la catequesis? 


3.° Una expansión. 
Finalmente, la comunidad es necesaria para nuestros 
catequizandos a fin de que puedan vivir una vida cristiana 
auténtica. 
En efecto, no se puede vivir en cristiano, aislado, sino con 
los demás. La comunidad que los acoge en su seno es el 
ambiente donde se expansiona su vida cristiana, donde esa 
vida encontrará su necesaria dimensión de caridad.
Limitar nuestras perspectivas al desarrollo en el alma de 
nuestros catequizandos, niños o adultos, de una vida cristiana 
personal, es privarles de un elemento esencial para esta vida, del 
elemento comunitario. 
Por tanto, no hay enseñanza religiosa verdadera sin una 
comunidad que sea un signo para la palabra, un apoyo para la fe y 
una expansión de la vida. 
¡La comunidad cristiana! El catequizando tiene necesidad de 
descubrirla y de incrustarse en ella. Es parte integrante del 
mensaje que debe recibir. 

CONCLUSIÓN 
Tales perspectivas nos conducen, al terminar esta exposición, a 
una triple conclusión que -perdonen la audacia- se traduce en una 
triple exigencia. 
Enseñar la catequesis, bajo la forma de un mensaje, Palabra de 
Dios, misterio de Cristo y vida de la fe, exige de nosotros, 
catequistas, una pedagogía, una pastoral y una espiritualidad. 
Una pedagogía cuyos tres caracteres hemos esbozado en el 
curso de esta exposición: 
Una pedagogía de la acogida, de la contemplación y de la 
respuesta. 
Ahora se trata de que nosotros, catequistas, permitamos este 
triple caminar. 
Me atrevería a decir que corresponde a los tres puntos del 
método de oración de M. Olier: Jesús delante de los ojos, Jesús en 
el corazón y Jesús en las manos. 
Tendría muy poca gracia que desarrollara esta comparación. 
Pero valdría la pena. Daría mucho de sí. 

Una pastoral: La catequesis debe hacerse en Iglesia, en 
comunidad cristiana. Esta es indispensable como signo para la fe, 
como expresión viva del misterio de Cristo, como ambiente 
comunitario donde puede expansionarse la vida de Cristo en ellos. 


Una espiritualidad, por último. En esta perspectiva sólo puede 
transmitirse lo revelado si, después de haberlo acogido, lo 
contemplamos largamente. 
CATI/VOCACION: La vocación de catequista es, en primer 
lugar, una vocación de contemplativo. La enseñanza religiosa no 
se realiza más que en la oración, el recogimiento y la fe. Lo cual no 
quiere decir en la tristeza: el anuncio de la Buena Nueva se realiza 
solamente en la alegría, pero es una alegría que viene de adentro 
y que protege a los niños de un enervamiento que perjudicaría la 
actividad profunda de su alma. 
Pedagogos, pastores, espirituales: ¡Cuántas exigencias! 
Hay bastante como para abrumarnos y para hacernos 
estremecer. La tarea es para atemorizar, pero es magnífica. 
Para llevarla a cabo no somos más que un puñado; un puñado 
de catequistas frente a un mundo cerrado a Jesucristo. Por tanto, 
la calidad ha de suplir la cantidad. Y después, ¡qué importa! En 
Navidad no había más que un niño (chiquitín) y el Reino de Dios se 
ha convertido en un gran árbol. 
En Lourdes no había más que una niña, y Lourdes se ha 
convertido en un lugar privilegiado del mundo cristiano. 
Humilde y pequeño movimiento catequístico, sí. Pero llevamos en 
el corazón una fe, un amor y, sobre todo, una invencible 
esperanza.

P. COUDREAU
EL MENSAJE DE LA CATEQUESIS CRISTIANA
CELAM-CLAF.MAROVA MADRID-1969.Págs. 21-48