CATECUMENADO 70 
RS/EP
 


HAY UNA ESPERANZA PARA EL MUNDO
HAY UNA ESPERANZA PARA Tl
¡RESUCITAREMOS!



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Descubrir que en Cristo resucitado se le ofrece al hombre la victoria sobre la muerte, el último enemigo. 

40. El mayor enigma de la vida humana MU/ENEMIGA
La muerte es el mayor de los enigmas, la más seria amenaza a las 
ansias humanas de vivir, el último enemigo (1 Co 15, 26) del hombre: «El 
máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el 
dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento 
es el temor por la desaparición perpetua» (GS 18). La muerte 
desconcierta, sobrecoge, escandaliza. Frente a ella, de uno u otro modo, 
el hombre se pregunta: ¿Por qué la muerte? ¿Habrá algo después? 
¿Qué será de mí y de los míos? (47). 

41. En cuestión el sentido de la vida y Dios mismo 
¿Estamos condenados a muerte o existe para nosotros una 
esperanza? La muerte pone en cuestión el ser y el sentido de la 
existencia humana. Si el hombre es, en realidad, un ser para la muerte, 
bien puede decirse también que es una pasión inútil. Ahora bien, la 
muerte pone en cuestión también a Dios. Dios es el Señor de la vida y de 
la muerte y, además, es Amor. El verdadero amor pide eternidad. Si la 
muerte fuese lo más fuerte, o Dios no sería Dios o Dios no sería amor. 
Es Dios mismo quien ha sembrado en el corazón del hombre un anhelo 
de inmortalidad (48). 

42. «Hay esperanza para tu futuro» 
El israelita creyente ha intuido por su fe en el Dios de la Alianza, que 
Dios mantendrá fielmente a los suyos consigo para siempre: «No dejarás 
a tu amigo ver la fosa; me librarás de las garras de la muerte, me 
colmarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha» 
(Sal/015/10-11). Dios, comprometido fiel y amorosamente con los suyos 
para siempre, nos llama sin cesar a la esperanza: «Así dice Yahvé: 
Reprime tu voz del lloro y tus ojos del llanto, porque... hay esperanza 
para tu futuro» (Jr/31/16-17). Llamarnos a la esperanza es una 
costumbre de Dios. Sus costumbres son eternas. Por eso, desde el 
principio (Gn 3,15), la historia de la salvación es una invitación de Dios 
para que el hombre espere, incluso contra toda esperanza (Rm/04/18). 
Dios es la esperanza en persona, como dice el salmista: «Tú, Dios mío, 
fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el 
vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno, tú me sostenías, 
siempre he confiado en ti» (Sal 70, 5-6) (49). 

43. Hubo esperanza para Abraham ABRAHAN/ESPERANZA 
Hubo esperanza para Abraham. Esperó lo humanamente inesperable. 
Dios le había dicho: «... Te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te 
haré crecer sin medida» (/Gn/17/05-06). Abraham era ya viejo y su mujer 
estéril; sin embargo, creyó y esperó en la Palabra de Dios que le 
prometía una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo 
(Gn 15, 5). Abraham, «apoyado en la esperanza, creyó, contra toda 
esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que 
se le había dicho: 'Así será tu descendencia'. No vaciló en la fe, aun 
dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto -tenía unos cien 
años- y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino 
que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse 
de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la 
justificación» (/Rm/04/18-22) (50). 

44. Hubo esperanza para Israel 
Hubo esperanza para Israel en medio del mar y en las soledades del 
desierto, donde no había camino: «Así dice el Señor, que abrió camino 
en el mar, y senda en las aguas impetuosas... Abriré un camino por el 
desierto, ríos en el yermo» (Is 43, 16-19). Y en medio del destierro, 
donde no había regreso: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, 
nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de 
cantares» (Sal 125,1 -2). Era el cumplimiento del anuncio profético: «... 
Volverán de tierra hostil» (Jr 31, 16) (51). 

45. Hubo esperanza para Jesús 
Hubo esperanza para Jesús: un «tercer día» ante el máximo enigma 
del hombre, la muerte. En efecto, ha habido un hombre que ha esperado 
como nadie, allí donde se troncha y desaparece toda esperanza 
humana. Ese hombre ha sido Jesús. El horizonte de Jesús se había ido 
cerrando progresivamente: la intriga, la persecución, la calumnia, la 
condena y, finalmente, la muerte. Todo había caído sobre él. Era una 
situación sin salida. Jesús lo sabe y así lo dice a sus discípulos en 
distintas ocasiones: «Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus 
discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de 
los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y tenía que ser ejecutado y 
resucitar al tercer día» (Mt 16, 21) (52). 

46. Un «tercer día» más allá de la muerte 
«... Y al tercer día resucitará» (Mt 17, 23; 20,19). Jesús confía 
totalmente en el Padre: por muy honda que sea su caída en el oscuro 
abismo de la muerte, nada podrá impedir que se manifieste triunfalmente 
la acción salvadora de Dios. Jesús sabe que de su humillación y de su 
muerte el Padre sacará la glorificación y la vida. Cambiará su suerte, 
habrá un tercer día más allá de la muerte, resucitará (53). 

47. ¡Cristo ha resucitado! 
«Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido 
Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hch 2, 
36). ¡Cristo ha resucitado! Este es ya el gran acontecimiento. Un muerto, 
Jesús, condenado y ejecutado por la turbia justicia de los hombres, vive. 
La resurrección de Cristo significa la ratificación categórica de lo que los 
justos del Antiguo Testamento habían presentido: Dios no abandona a 
sus elegidos al poder de la muerte. En Cristo ha desvelado este gran 
misterio (54). 

48. Resucitaremos como El 
Como dice San Pablo, nosotros, porque Cristo ha resucitado, 
resucitaremos a imagen de Cristo resucitado, como plenitud del cuerpo 
resucitado de Cristo, del que los bautizados somos miembros. Por eso 
San Pablo llama a Cristo Resucitado «primicias» (1 Co 15-20) o 
«primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18). Su resurrección no es el 
final feliz de un destino meramente individual, sino la anticipación y el 
modelo de un destino común a todos los suyos. Si el cristiano es el 
hombre que va asemejándose a Cristo como a su prototipo (cfr. Rm 8, 
29), ese proceso de asimilación no estará completo hasta que, muerto 
con El, resucite como El. Para representarnos, pues, nuestra 
resurrección, no tenemos otra referencia que el misterio de la 
resurrección de Cristo. Sabemos que Cristo una vez resucitado de entre 
los muertos, ya no muere más y que la muerte no tiene ya dominio sobre 
él; su vida es un vivir para Dios (cfr. Rm 6, 8-10). Por eso, resucitaremos 
a una vida no señalada ya para siempre por el poder y la amenaza de la 
muerte. Viviremos para Dios (55). 

49. Seremos los mismos.
CUERPO/RS: Según formulaciones de la fe de la Iglesia, «los muertos 
resucitarán en sus cuerpos»... (Símbolo, Fides Damasi; DS 72); «con sus 
propios cuerpos que ahora tienen» (Concilio IV de Letrán, DS 801). La 
resurrección de los muertos será «la resurrección de la misma carne que 
ahora tengo» (Profesión de fe impuesta a los Valdenses po Inocencio lll, 
DS 797). La fe cristiana no se limita a sostener el hecho de la 
resurrección, defiende además la identidad corporal del resucitado. Pero 
no podemos pensarla ingenuamente como una identidad groseramente 
material, como un retorno de la carne y sangre perecederas. En el fondo, 
la Iglesia, con su fe en la identidad del cuerpo resucitado, trata de 
salvaguardar la identidad del hombre resucitado con el hombre de la 
anterior existencia temporal. El cuerpo, en efecto, es la totalidad de mi 
persona en tanto me expreso y asomo a lo exterior. La corporeidad de la 
resurrección será la mía; más aún, será más mía que nunca lo fue en mi 
vida terrena (56). 

50. En plenitud :
El hombre muestra por su cuerpo lo que él es, en el gesto, en la 
palabra corporalmente articulable y perceptible. Durante la existencia 
terrena, esa automanifestación no se logra del todo; es, o puede ser, 
ambigua, equívoca, bien porque el hombre se enmascara con la mentira 
o el disimulo, bien porque no ha llegado aún a forjarse un semblante 
definitivo. Resucitar «con el mismo cuerpo» significará, por tanto, 
resucitar con un cuerpo propio, que transparente la propia y definitiva 
mismidad, ya sin posible equívoco: un cuerpo que es más mío que 
nunca, por cuanto es supremamente comunicativo de mi yo. El cuerpo 
glorioso («pneumático», espiritual, /1Co/15/44) es el yo irradiando la vida 
del Espíritu, libre de todo automatismo inconsciente, depositario de una 
plenitud integral que nace en el núcleo más íntimo de la persona y 
alcanza y transfigura su corporeidad. Existe una misteriosa continuidad 
entre nuestra actual corporeidad y la plenitud de nuestra resurrección en 
Cristo (57). 

51. La inmortalidad del alma 
La vida del hombre, en su núcleo más general, continúa más allá de la 
muerte, inmediatamente después de ella, y «previamente» a su 
resurrección. Por supuesto, dichas determinaciones temporales no 
corresponden del todo, unívocamente, a las de nuestro tiempo terrenal. 
Por eso puede decir con verdad Jesús al buen ladrón: «Te lo aseguro: 
hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Y Pablo, por su parte, 
puede escribir a la comunidad de Corinto: «Preferimos salir de este 
cuerpo para vivir con el Señor» (2 Co 5, 8). Y a los filipenses: «Deseo 
morir y estar con Cristo» (Flp 1, 23). 
La liturgia en uno de los Prefacios de difuntos, lo proclama así: «La 
vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma». 
La «inmortalidad del alma» no expresa por sí sola, como creencia de 
las religiones primitivas ni como pura y simple convicción filosófica, la 
totalidad del destino final del hombre ni los motivos originales de la fe en 
la resurrección. La inmortalidad del espíritu humano es contemplada por 
la fe en el contexto de la resurrección (58). 

52. Creemos en la comunión de los santos 
El Papa Pablo VI expresa de esta manera en el Credo del Pueblo de 
Dios la fe de la Iglesia en el misterio, ya actual, de la comunión de los 
santos. «Creemos en la comunión de todos los fieles cristianos, es decir, 
de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la 
bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y 
creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el 
amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos 
atentos a nuestras oraciones, como nos aseguró Jesús: Pedid y 
recibiréis» (CPD 30) (59). 

53. Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo de la esperanza. 
Un «tercer día» para el mundo 
La Resurrección de Jesús ha inaugurado para el mundo entero el 
amanecer de un nuevo día, el Día de la Resurrección, el "tercer día". El 
tercer día no es tanto un día solar de calendario, como, sobre todo, el 
principio que cualifica todo el tiempo nuevo: el tiempo que sigue a la 
resurrección de Jesús. Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo 
de la esperanza. La muerte no tendrá poder definitivo sobre el hombre y 
sobre el mundo. Por ello, puede decir Pablo: «La muerte ha sido 
devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde 
está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Co 1 5, 54- 55). San Ignacio de 
Antioquía ha expresado admirablemente ante su propio martirio, la fe 
cristiana en el amanecer de ese nuevo día que venza la oscuridad de la 
muerte: «Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, se oculte en 
Dios, a fin de que en El yo amanezca» (63). 

54. «Hay para ti un mañana y no habrá sido vana tu esperanza» 
Hay una esperanza para el mundo, una esperanza para el hombre, 
una esperanza para ti. Nuestra esperanza se llama Cristo Resucitado: 
«No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que 
nosotros debamos salvarnos» (Hch 4, 12). Si acoges en tu vida la acción 
de Cristo Resucitado, ciertamente «hay para ti un mañana y no habrá 
sido vana tu esperanza» (cfr. Pr 24, 14). No temas. Son para ti estas 
palabras de Jesús resucitado: «No temas: Yo soy el primero y el último, y 
soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; 
y tengo las llaves de la Muerte y del Infierno» (AD 1. 17-18) (64). 
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TEMA 70 

OBJETIVO: 
DESCUBRIR QUE EN CRISTO RESUCITADO SE LE OFRECE AL 
HOMBRE LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE, EL ULTIMO ENEMIGO 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Información: personas, hechos, problemas... 
* Presentación del tema 70 en sus puntos clave. 
* Diálogo: mensaje de la resurrección e interrogantes humanos ante el 

hecho de la muerte;
¿cómo es vivido desde la propia experiencia de fe?
* Oración comunitaria: Sal 15, canción apropiada. 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* Un «tercer día» más allá de la muerte. 
* Cristo ha resucitado. 
* Resucitaremos como El. 
* Seremos los mismos. 
* En plenitud. 
* La inmortalidad del alma. 
* Comunión de los santos. 
* Hay un mañana para el mundo, hay un mañana para ti.