CATECUMENADO 51 



MARÍA
VIRGEN Y MADRE DE DIOS
MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA 



OBJETIVO CATEQUÉTICO 
* Presentar el misterio de María, Virgen y Madre de Dios, Madre e 
imagen de la Iglesia. 

154. María, humilde mujer judía 
María es una humilde mujer judía: como pobre de Yahvé, pone 
totalmente su confianza en Dios. En el canto del Magnificat transmite 
Lucas una tradición que conserva el sentido y los sentimientos de fondo 
de la oración de María, modelo de la del Pueblo de Dios. Según la forma 
clásica de un salmo de acción de gracias, celebra María las maravillas 
que Dios hace en la historia de la salvación en favor de los humildes. En 
su propia pobreza vive anticipadamente el misterio de las 
bienaventuranzas (193) 

155. «Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la 
humillación de su esclava» 
Y María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi 
espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su 
esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el 
Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo. Y su 
misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace 
proezas con sus brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del 
trono a los poderosos, y enaltece a los humildes; a los hambrientos los 
colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su 
siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a 
nuestros padres-, en favor de Abrahán y su descendencia para siempre» 
(Lc 1, 46-55) (194). 

156. María, creyente: «De fe en fe» 
La fe de María es la misma del Pueblo de Dios: una fe humilde que se 
ahonda sin cesar a través de las oscuridades y de las pruebas. Ella vive 
cada momento en una situación de no comprender todavía (cfr. Lc 2, 
19-51) con referencia a algo venidero que ha de traer solución y 
cumplimiento. Lo hace con fe profunda y confiada. En esa fe actúa la 
misma gracia que después, cuando llega la hora, trae la luz. Pero, al 
surgir, la luz se convierte en punto de partida para una nueva 
expectación creyente. Así María camina «de fe en fe» (Rm 1, 17) (195). 

157. La vida de Jesús es para María un misterio progresivamente 
iluminado 
Desde la anunciación, la vida de Jesús se presenta a María como 
misterio de fe, misterio que es progresivamente iluminado por mensajes 
enraizados en las profecías del Antiguo Testamento. El niño se llamará 
Jesús, será hijo del Altísimo, hijo de David, el rey de Israel, el Mesías 
anunciado (Lc 1, 31-33). En la presentación en el templo oye María 
aplicar a su Hijo la profecía de Siervo de Yahvé, luz de las naciones y 
signo de contradicción (Lc 2, 29-35). A los doce años, en medio de los 
doctores, Jesús habla a su madre con palabras llenas de resonancia 
profética: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"» (Lc 
2, 49). María reconocerá en ellas no sólo la misión y vocación de su hijo, 
sino también la superioridad de la fe sobre la maternidad carnal (196). 

158. Fe de María ante los caminos insospechados de Dios 
M/FEM/PD
El Evangelio de San Lucas recoge las reacciones de María ante los 
caminos insospechados que Dios va abriendo en su vida: su turbación 
ante el saludo del ángel (Lc 1, 28ss), su dificultad ante lo que parece 
imposible (1, 34), su asombro ante la perspectiva profética que descubre 
Simeón (2,33), su perplejidad ante la respuesta de Jesús en el templo 
(/Lc/02/50). En presencia de un misterio que la desborda todavía, 
reflexiona sobre el mensaje, piensa sin cesar en el acontecimiento 
misterioso, conservando sus recuerdos, meditándolos en su corazón 
(/Lc/01/19/51). Atenta a la palabra de Dios, la acoge con generosidad 
aun cuando desborda sus perspectivas y aun cuando haya de sumir a 
José en la ansiedad (Mt 1, 19-20). En razón de esta fe, Jesús mismo 
proclamó bienaventurada a la que le había llevado en sus entrañas (Lc 
11, 27-28). María, creyente y fiel lo es en el silencio cuando su Hijo entra 
en la vida pública y así permanece hasta la cruz (197). 

159. Un saludo mesiánico: «Alégrate, llena de gracia, el Señor es 
contigo» 
¿Cómo pudo María mantenerse en tal vocación? Porque en su pura 
sencillez se escondía una plenitud y profundidad de vida que no tenían 
parangón, una sencillez, que se llama gracia: 
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28). El 
«alégrate» del ángel no es un saludo corriente: evoca las promesas de la 
venida del Señor a su ciudad santa (So 3,14-17; Za 9,9). El «llena de 
gracia», o colmada de favor y del amor divino, puede evocar a la esposa 
del Cantar de los Cantares, una de las figuras más tradicionales del 
pueblo elegido. Sólo ella recibe, en nombre de Israel y de la humanidad, 
el anuncio de la salvación. Ella lo acepta y hace así posible su 
cumplimiento: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu 
palabra» (Lc 1, 38). La fe de María, su aceptación del mensaje divino, 
repercute en la salvación de toda la humanidad (198). 

160. María, sin mancha de pecado, desde su concepción 
María es por excelencia la elegida de Dios y la plenamente salvada por 
Cristo. Es llena de gracia, sin mancha desde su concepción, enemiga del 
mal desde el principio (cfr. Gn 3, 15), desde siempre fiel al plan de Dios. 
Recogiendo la fe de la Iglesia universal, con el refrendo de los Obispos 
de todo el mundo, el Papa Pío IX (el 8 de diciembre de 1854) proclama 
como dogma de fe la Inmaculada Concepción de María: «Por la autoridad 
de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y 
Pablo y la Nuestra, declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina 
que sostiene que la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune 
de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su 
Concepción..., en atención a los méritos de Jesucristo..., es doctrina 
revelada por Dios, y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída 
por todos los fieles" (DS 2803; cf. LG 53-59) (199).

161. María, siempre virgen 
María es «siempre virgen» (DS 301; 422; 502ss; 1880). Dice San 
Agustín: «María concibió siendo virgen, dio a luz como virgen y 
permaneció siempre virgen» (Sermo 196, 1). En el momento de la 
anunciación, la virginidad de María es puesta de relieve por la objeción 
que ella misma dirige al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco 
varón?» (Lc 1, 34). Esta pregunta da pie al ángel para anunciarle la 
concepción virginal de Jesús: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la 
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a 
nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 35). El Espíritu de Dios que dirigió 
la creación del mundo (Gn 1, 2) va a inaugurar en la concepción de 
Jesús la creación de un mundo nuevo (ver tema 14) (200). 

162. María, la Virgen Madre 
A todos los niveles de la tradición evangélica es María, ante todo, «la 
madre de Jesús». Diversos textos la designan sencillamente con este 
título (Mc 3,31-32; Lc 2,48; Jn 2,1-12; 19,25-26). Con él se define toda 
su función en la obra de la salvación. Las primeras páginas bíblicas 
anuncian a la mujer cuya descendencia aplastará la cabeza de la 
serpiente (Gn 3, 15). Luego, en los relatos de esterilidad hecha fecunda 
por Dios, las mujeres que dieron a luz a personajes decisivos en la 
historia de Israel prefiguran remotamente a la Virgen Madre. Esta 
maternidad virginal se insinúa en la profecía del Enmanuel, Dios con 
nosotros (Is 7, 14), profecía que los evangelistas reconocerán cumplida 
en Jesucristo (Mt 1, 23; Lc 1, 35-36) (201).

163. María, Madre de Dios 
María, la madre de Jesús, es por esto mismo verdadera Madre de 
Dios. El Concilio de Efeso (año 431) afirma solemnemente: «Si alguno no 
confiesa que el Enmanuel es verdaderamente Dios y que, por esto, la 
Santísima Virgen es Madre de Dios (Theotokos), puesto que engendró, 
según la carne, al Verbo de Dios encarnado, sea anatema» (DS 252). 
San Cirilo de Alejandría, que presidió el Concilio, escribía a continuación 
a sus fieles: «Sabéis que se reunió el santo sínodo en la gran iglesia de 
María, Madre de Dios. Pasamos allí el día entero... Había allí unos 
doscientos obispos reunidos. Todo el pueblo esperaba con ansiedad, 
aguardando desde el amanecer hasta el crepúsculo la decisión del santo 
Sínodo... Cuando salimos de la iglesia, nos acompañaron con antorchas 
hasta nuestros domicilios, porque era de noche. Se respiraba alegría en 
el ambiente; la ciudad estaba salpicada de luces; incluso las mujeres nos 
precedían con incensarios y abrían la marcha» (Epístola 24; ver LG 53) 
(203). 

164. «Era preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde 
al Hijo» 
María disfruta con todo su ser personal de la gloria eterna. Ha llegado 
a la plenitud escatológica de modo completo, siguiendo los pasos de su 
Hijo. Era necesario que así sucediera, dice San Juan Damasceno: «Era 
necesario que conservase la Virgen sin ninguna corrupción su cuerpo 
después de la muerte... Era necesario que aquella que había visto a su 
Hijo en la cruz lo contemplase ahora a la diestra del Padre, pues era 
preciso que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo" (E. in 
Dormitionem Dei Genitricis. Hom 2, 14) (205).

165. María, elevada en cuerpo y alma a la gloria 
Con la adhesión del Episcopado universal, Pío Xll definió como dogma 
de fe el misterio de la Asunción en la Constitución Apostólica 
«Munificentissimus Deus» (el 1 de noviembre de 1950): «... Para gloria 
de Dios omnipotente que otorgó su particular benevolencia a la Virgen 
María, para el honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del 
pecado y de la muerte, para una mayor gloria de su augusta Madre, y 
para gozo y regocijo de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor 
Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y por 
Nuestra propia autoridad, proclamamos, declaramos y definimos ser 
dogma divinamente revelado que: La Inmaculada Madre de Dios, siempre 
Virgen María, acabado el curso de su vida terrestre, fue elevada en 
cuerpo y alma a la gloria celestial» (DS 3903). Por el misterio de la 
Asunción, María es ya lo que el mundo está llamado a ser. Como dice el 
Concilio Vaticano ll, ha sido «elevada por el Señor a Reina del Universo 
para ser más conforme con su Hijo, Señor de los señores y vencedor del 
pecado y de la muerte» (LG 59) (206). 

166. María, imagen de la Iglesia María es imagen de la Iglesia, Virgen 
y Madre. 
La iglesia, como María, engendra a Jesús en el corazón de los 
hombres no por el poder de la carne y de la sangre, sino en virtud de la 
acción del Espíritu Santo (cfr. Jn 1, 13). La iglesia es, así, una esposa 
virgen (cfr. Ap 21, 2), fecundada por el Espíritu. 
María es imagen de la Iglesia creyente. En ella vemos el misterio de la 
Iglesia vivido en su plenitud por una persona humana que acoge la 
Palabra de Dios con toda su fe. La fidelidad de la Iglesia a la llamada de 
Dios se transparenta primeramente en María, y esto del modo más 
perfecto. En ella se revela así, de manera personal e histórica, la vida de 
la Iglesia, que asume la actitud opuesta a la de Eva (208). 

167. María, Madre de la Iglesia 
María es Madre de la Iglesia. Dice San Agustín: «María es madre de 
los miembros que creyeron en su Hijo, porque cooperó con su amor a 
que los fieles naciesen en la Iglesia» (De Virg. 5,5; 6,6). En la misma 
medida en que los hombres son miembros de la iglesia, tienen a María 
por Madre. María es Madre de todo el Pueblo de Dios, proclama Pablo 
Vl: «Proclamamos a María Santísima "Madre de la Iglesia", es decir, 
Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los 
pastores, que la llaman Madre amorosa» (AAS 5ó,1964; 1007-1008) 
(211). 

168. María, icono escatológico de la Iglesia peregrina 
María es ya lo que la Iglesia está llamada a ser. Ella es signo de 
esperanza cierta para la Iglesia que camina hacia la casa del Padre. 
«Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada 
ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia, 
que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra 
precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de 
esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cfr. 2 P 
3, 10)» (LG 68). Muy justamente se llama a María icono escatológico de 
la Iglesia peregrina (215). 
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TEMA 51-1

OBJETIVO: 
PRESENTAR EL MISTERIO DE MARÍA, 
VIRGEN Y MADRE DE DIOS, 
MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del montaje audiovisual María Madre de Jesús. 
* Diálogo: nuestra reacción ante el montaje (evitar disquisiciones 
teológicas). 
* Oraci6n comunitaria: desde la propia situación . 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
* Presentación del montaje audiovisual titulado María, Madre de Jesús, 
de C. ROJAS (Ed. Tres Medios, Madrid): intenta recuperar el papel de 
María en la historia de salvación, así como su entorno sociorreligioso; se 
trata de adentrarnos nosotros en el recorrido de su fe (ver AUCA 29/30; 
también, DEPARTAMENTO DE AUDIOVISUALES (SNC), Montajes 
audiovisuales. Fichas críticas (Il), M-8). 
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TEMA 51-2

OBJETIVO: 
PRESENTAR EL MISTERIO DE MARÍA 
VIRGEN Y MADRE DE DIOS, 
MADRE E IMAGEN DE LA IGLESIA 

PLAN DE LA REUNIÓN 
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Presentación del tema 51 en sus puntos clave.
* Diálogo: lo más importante. 
* Oración comunitaria: Lc 1,46-55, canción apropiada . 

PISTA PARA LA REUNIÓN 
PUNTOS CLAVE 
* María, humilde mujer judía. 
* Se alegra mi espíritu... 
* De fe en fe. 
* Alégrate, llena de gracia. 
* Enemiga del mal, desde el principio, desde su concepción. 
* María, siempre Virgen. 
* María, Madre de Dios. 
* Elevada en cuerpo y alma a la gloria. 
* María, Madre e Imagen de la Iglesia.