CATECUMENADO 48
I/SACRAMENTO
SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES
LUZ DE LAS GENTES
OBJETIVO CATEQUÉTICO
* Descubrir que la Iglesia ha de ser, como Jesús, signo en medio de las
naciones y luz de las gentes.
114. Buscando el sentido último de nuestra vida humana
El hombre se pregunta muchas veces por el sentido de su vida: ¿Hacia
dónde caminamos? ¿Cuál es nuestra misión en la tierra? ¿Qué
significación tiene el amor? ¿Cómo responder a los enigmas de la vida y
de la muerte, de la culpa y del dolor? ¿Cómo satisfacer los deseos más
profundos del corazón humano? En definitiva ¿qué es el hombre?
Ciertamente, «todo hombre resulta para sí mismo un problema, percibido
con cierta oscuridad. Nadie en ciertos momentos, sobre todo en los
acontecimientos más importantes de la vida, puede huir del todo al
interrogante referido. A este problema sólo Dios da respuesta plena y
totalmente cierta, Dios que llama al hombre a pensamientos más altos y a
una búsqueda más humilde de la verdad» (GS 21). El hombre, envuelto
en oscuridad sobre su propia existencia, busca la luz (141).
115. Luz y tinieblas LUZ/TINIEBLAS:
El simbolismo de la luz es abundantemente utilizado en la Sagrada
Escritura. La luz es símbolo de vida, felicidad, alegría, verdad, liberación,
salvación mesiánica; las tinieblas lo son de muerte, desgracia y lágrimas.
La oposición entre luz y tinieblas viene a significar el enfrentamiento
dramático del bien y del mal, de Cristo y de Satán (Cfr 2 Co 6,14-15; Col
1,12-13; Hch 26,18; 1 P 2,9; Lc 22, 53; 16, 8; 1 Ts 5, 5; Ef 5, 7-8; Jn 12,
36). En el Antiguo Testamento, es luz todo lo que ilumina el camino hacia
Dios: la Ley, la Sabiduría, la Palabra de Dios (Qo 2,13; Pr 4,18-19; 6,23;
Sal 118; cfr. Rm 2,19). En el Nuevo Testamento, la luz es Cristo: «La luz
verdadera que alumbra a todo hombre» (Jn 1, 9), la nube luminosa que
guía al caminante (Cfr. Jn 8, 12; Ex 13, 21-22; Sb 18, 3) (142).
116. La nueva Jerusalén, luz de los pueblos
En el Antiguo Testamento, la promesa de la luz alimenta la esperanza
mesiánica: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló» (Is 9,1). El alba que
amanecerá para la nueva Jerusalén será maravillosa; Dios mismo
iluminará personalmente a los suyos (60,19-20) y las naciones
caminarán a su luz: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la
gloria del Señor amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra, ia
oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria
aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al
resplandor de tu aurora» (60, 1-3) (144).
117. El siervo de Yahvé, alianza del pueblo y luz de las naciones
El libro de la Consolación (Is 40-55) presenta frecuentemente a Israel
bajo la imagen de un siervo de Yahvé, elegido para ser su testigo ante
las naciones. Pero los cuatro «cantos del Siervo de Yahvé» (42, 1-9; 49,
1-6; 50, 4-11; 52, 13-53, 12) introducen en escena a un siervo
misterioso, que en algunos rasgos se asemeja al Israel-siervo, pero que
se distingue de él y se le contrapone en otros que le designan como
persona. Este Siervo será alianza del pueblo y luz de las naciones. «Es
poco, que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas
a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi
salvación alcance hasta el confín de la tierra» (Is 49,6; cfr.42,6) (145).
118. Jesús: La gran luz J/LUZ-MUNDO La profecía del Siervo de
Yahvé se cumple plenamente en Jesús. Cuando Jesús comienza a
predicar en Galilea, da cumplimiento a la esperanza mesiánica : «País de
Zabulón y país de Neftali, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea
de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a
los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló» (Mt
4,15-16). Galilea de los gentiles es símbolo de las naciones (paganas):
un pueblo que necesita la luz y la encuentra en la predicación de Jesús.
Esta luz se hará particularmente intensa, única en la exaltación del
Siervo, en la resurrección de Jesús, que «después de resucitar el
primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles»
(Hch 26, 23). Dios sale al encuentro del hombre, enviándole a su Hijo
Unigénito. Cristo enviado por el Padre se presenta como la luz del
hombre: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12; cfr. Jn 1, 9; 9, 39;
12, 35; 1 Jn 2, 8). La venida de Cristo como luz de los hombres obliga a
los hombres a pronunciarse a favor o en contra (Jn 3, 19-21; 7, 7; 9, 39;
12-46). Cristo, luz de los hombres, está presente en su Iglesia: «Yo
estaré con vosotros hasta el fin del mundo» (Mt 28,20; cfr. Jn 14, 18-23)
(146).
119. Jesús, signo levantado en medio de las naciones
Jesús es signo levantado en medio de los pueblos: «Aquel día la raíz
de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles,
y será gloriosa su morada» (Is 11,10). Es el «sol de justicia» (Ml 3, 20),
es decir, el Siervo elegido que enseñará a las naciones los que Dios
entiende por justicia (Is 42,1); es el manso y humilde de corazón (Mt
11,29), que anuncia la salvación a los pobres, a los que tienen hambre,
a los que lloran, a los que son perseguidos por causa de la justicia, a los
misericordiosos (Cfr. Lc 4,18-19; 6,20-38; Mt 5,1 -12): a los que llevan
dentro de sí el espíritu de las bienaventuranzas. Jesús, haciendo suya la
misión de Siervo, contradice la expectación mesiánica triunfalista e
inaugura la verdadera salvación con el gran signo de su elevación en la
cruz (Jn 12,3233; 3,14-15), el signo eficaz que proporciona el
resurgimiento de muchos (Lc 2,34), el estandarte levantado en lo alto
para la reunión de los hijos de Dios dispersos (Jn 11, 52) (147).
120. La Iglesia, luz de las gentes
La comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia, es signo visible de
la presencia invisible de Jesús entre los hombres. Por medio de la
predicación de la palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos,
especialmente de la Eucaristía, y de la caridad fraterna, Cristo actúa en
la iglesia y, en virtud de la acción oculta del Espíritu, se comunica a los
hombres. De esta manera, la Iglesia viene a ser, como Jesús, «luz de las
gentes», signo levantado en medio de las naciones». El Concilio
Vaticano Il presenta el misterio de la Iglesia como radicado en la claridad
de Cristo: "Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto
sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a
todos los hombres, anunciando el evangelio a toda criatura (cfr. Mc
16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la
Iglesia» (LG 1) (149).
121. La Iglesia, signo levantado en medio de las naciones
La Iglesia está llamada a ser, en Cristo Jesús, alianza de la humanidad
y signo levantado en medio de las naciones: «Al edificar, día a día, a los
que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en
el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la
Liturgia... presenta a la Iglesia, a los que están fuera, como signo
levantado en medio de las naciones (Is 11, 12) para que debajo de él se
congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos hasta que
haya un solo rebaño y un solo Pastor (Jn 10, 16)» (SC 2). Asimismo,
«como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución,
de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin
de comunicar los frutos de la salvación a los hombres» (LG, 8; cfr. GS
38; LG 42) (150).
122. La Iglesia, sacramento universal de salvación
La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano (Cfr. LG 1). «Se la compara por una notable analogía al misterio
del Verbo Encarnado, pues, así como la naturaleza asumida sirve al
Verbo Divino como de instrumento vivo de salvación unido
indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la
Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica para el acrecentamiento de
su cuerpo (Cfr. Ef 4, 16)» (LG 8). Así «todo el bien que el Pueblo de Dios
puede dar a la familia humana, al tiempo de su peregrinación en la tierra,
deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación
que manifiesta y al mismo tiempo, realiza el misterio de amor de Dios al
hombre» (GS 45) (151).
123. La Iglesia, humana y divina, visible e invisible
La Iglesia consta de elementos visibles e invisibles. Por medio de sus
elementos visibles significa y realiza la salvación invisible, la
transformación interior del hombre asociándolo a Cristo. El elemento
interior, la vida de gracia, la fe, la esperanza, la caridad, la unión íntima
con Dios en Cristo-Jesus es el más importante: «Propio es de la Iglesia
ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles,
entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo
y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano
esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción
a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cfr. Hb
13, 14)» (SC 2; cfr. LG 8) (152).
124. La Iglesia, misterio de unión con Dios
La Iglesia, sacramento universal de salvación, siendo humana, no es
del mundo. Como Cristo, puede decir: El que cree en mí, no cree en mí,
sino en el que me ha enviado (Jn 12,44). Si ella existe es para proclamar
ante la humanidad entera que ella está ya salvada por Jesucristo y que
debe y puede, por la gracia, llegar a ser plenamente eso que ya es
realmente: Misterio de unión con Dios. Su apariencia inmediata ha de
llevar a los hombres a una dimensión oculta en virtud de una
significación misteriosa que nosotros no siempre dominamos (153).
125. Estar en el mundo, sin ser del mundo
La presencia de la Iglesia en el mundo ha de mantener esta tensión:
Estar en el mundo, sin ser del mundo. Así lo pide Jesús en su oración al
Padre: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del
mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo» (Jn 17,15-16).
Manteniendo esa tensión, la comunidad cristiana aparecerá como signo
vivo, signo que choca, sorprende o convoca a los que están fuera. A
este respecto, es sumamente importante el testimonio de la Iglesia
primitiva recogido en la Epístola a Diogeneto: «Los cristianos no se
distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su habla, ni por
sus costumbres... Adaptándose en vestido, comida y demás género de
vida a los usos y costumbres de cada país, dan muestras de un tenor de
peculiar conducta admirable y, por confesión de todos, sorprendente...
Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo» (5-6)
(154).
126. «Vosotros sois la luz del mundo»
«La Iglesia sabe perfectamente que su mensaje está de acuerdo con
los deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la
dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes
desesperan ya de sus destinos más altos. Su mensaje, lejos de
empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad para el progreso
humano» (GS 21). Por ello, cada creyente puede escuchar
gozosamente, como dirigidas a él, estas palabras de Jesús: «Vosotros
sois la luz del mundo» (/Mt/05/14) (155).
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TEMA 48
OBJETIVO: DESCUBRIR QUE LA IGLESIA HA DE SER, COMO JESÚS,
SIGNO EN MEDIO DE LAS NACIONES Y LUZ DE LAS GENTES
PLAN DE LA REUNIÓN
* Presentación del objetivo y plan de la reunión.
* Oración inicial: Sal 43.
* Presentación del tema 48 en sus puntos clave.
* Diálogo: lo más importante.
* Lecturas: Is 60 y 62; Mt 4,15-16; Jn 9.
* Oración comunitaria: desde la propia situación, canción apropiada.
PISTA PARA LA REUNIÓN
PUNTOS CLAVE
* Luz y tinieblas.
* Luz de los pueblos: la nueva Jerusalén.
* El siervo de Yahvé: alianza del pueblo y luz de las naciones.
* Jesús: la Luz, signo levantado.
* La Iglesia, luz de las gentes.
* Signo levantado en medio de las naciones.
* Sacramento universal de salvación.
* Estar en el mundo sin ser del mundo: vosotros sois la luz del mundo,
* Para evaluación y discernimiento: ver PC-I,7(111).