CATECUMENADO 23
CONVENCIDOS DE PECADO POR EL ESPÍRITU
OBJETIVO CATEQUETICO
* Descubrir que el pecado del hombre debe ser desenmascarado
desde la experiencia
de la fe.
14. Sólo delante de Dios el hombre adquiere conciencia del pecado
P/RECONCILIACION:El creyente es el hombre que vive en relación
con Dios. Sólo delante de Dios puede adquirir el hombre conciencia de
pecado. En la medida en que creemos en Dios vamos reconociendo, a la
vez, el propio pecado, el pecado de la humanidad y el pecado del
mundo. Hay en el corazón humano como una profunda aversión a
reconocerse pecador, aversión que sólo la presencia eficaz del Espíritu
va lentamente dominando con una pedagogía inseparable de la
pedagogía de la fe. Como bien se ha dicho, no puede uno verse pecador
sino por comparación, no se ve uno pecador sino por gracia de Dios, no
se conoce uno a sí mismo sino conociendo a Dios, no sabe uno lo que
tendría que ser sino cuando conoce lo que Dios le propone ser, no sabe
uno lo que le falta hasta que se lo dan. Dice el libro de los Proverbios: "Al
hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es Yahvé quien pesa
los corazones" (21, 2) (21).
15. Una personalidad de pecador, un cuerpo de pecado. Pasa
desapercibida la raíz más profunda de la miseria humana
PECADOR/CIEGO-SORDO: El pecado arraiga profundamente y se
hace como connatural al hombre, estableciendo en él una personalidad
de pecador, un cuerpo de pecado (/Rm/06/06). El pecado endurece los
oídos, cierra los ojos y embota el corazón (/Mt/13/15), y así pasa
desapercibida la raíz más profunda de la miseria humana. Porque el
pecado consiste también en no reconocer el propio pecado. Como dice
San Juan: «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no
somos sinceros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y
justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si
decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y no poseemos su
palabra» (/1Jn/01/08-10). La aversión a reconocer el propio pecado se
manifiesta con especial sinuosidad en el caso de la hipocresía farisaica
(Cfr. Mt 23, 23 ss) y llega a su extremo en la actitud demoníaca (22).
16. Padecemos los efectos, ¿pero vemos el pecado?
El hombre padece sus propios crímenes y miserias; padece las
guerras, que parecen brotar como por necesidad y como si nadie las
quisiera; padece la acumulación de bienes económicos, con la ambición,
la soberbia y las grandes fachadas de falsedad que hay detrás de ella;
padece también el envenenamiento de la atmósfera social por la lucha
de clases y una fe ciega en el recurso de la violencia; padece profundas
contradicciones y equívocos: en el seno de una Europa que se decía
culta y cristiana han muerto -no hace tanto tiempo- millones de personas
en las cámaras de gas; padece el hombre una incapacidad profunda
para romper el círculo del propio egoísmo y amar (23).
17. El incumplimiento del Decálogo señala e identifica al hombre viejo
Frente a la ceguera del hombre para reconocer su propio pecado, la
Palabra de Dios levanta acta de acusación por medio del Decálogo
«para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo
delante de Dios» (Rm 3, 19). El Decálogo señala al hombre como
pecador, le identifica como hombre viejo. Todo aquello que, saliendo de
dentro del corazón, supone una transgresión del Decálogo, mancha y
desfigura al hombre. Como dice Jesús: «de dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos
testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al hombre» (Mt 15,
19-20; cfr. Ga 3, 19 ss) (24).
18. Todos somos pecadores
Todos somos pecadores: «todos, judíos y gentiles, están bajo el
dominio del pecado; así dice la Escritura: Ninguno es justo, ni uno solo,
no hay ninguno sensato, nadie que busque a Dios. Todos se extraviaron,
igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo. Su
garganta es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua, con
veneno de víboras en sus labios. Su boca está llena de maldiciones y
fraudes, sus pies tienen prisa para derramar sangre; destrozos y ruinas
jalonan sus caminos, no han descubierto el camino de la paz. El temor de
Dios no existe para ellos» (/Rm/03/23). Por la palabra de Dios y en la fe
en Cristo llegamos a reconocernos pecadores. Alcanzar la verdad sobre
uno mismo es don de Dios. Que el mundo sea convencido de pecado es
señal de la acción del Espiritu (/Jn/16/08) (25).
19. Aceptar esperanzadamente el juicio de Dios sobre el propio pecado
Sólo desde la fe que nos hace capaces de una nueva experiencia se
puede aceptar la verdad sobre el pecado humano. Y además
esperanzadamente, sin derrotismos; sabemos que "a los que aman a
Dios todo les sirve para el bien" (/Rm/08/28). San Pablo subraya las
seguridades de la fe cuando escribe: «Si Dios está por nosotros, ¿quién
contra nosotros...? Dios es quien justifica, ¿quién condenará (Rm 8,
31.33). El mismo reconocimiento del propio pecado viene a ser signo
evangélico, «buena noticia" (26).
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TEMA 23-1
OBJETIVO:
DESCUBRIR LAS RASGOS FUNDAMENTALES DEL HOMBRE VIEJO
PLAN DE LA REUNION
* Relato de acontecimientos más significativos ocurridos desde la última reunión.
* Presentación del objetivo, plan y pista de la reuni6n .
* Lluvia de ideas y confrontación.
* Oraci6n comunitaria: desde la propia situaci6n.
PISTA PARA LA REUNION
* Lluvia de ideas: ¿Qué es lo que hace del hombre un hombre
deshumanizado?
O bien: ¿Qué es lo que hace de este mundo un mundo opresor?
* Confrontar los resultados con el Decálogo (y con Gn 3).
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TEMA 23-2
OBJETIVO:
DESCUBRIR QUE SOLO DELANTE DE DIOS
EL HOMBRE ADQUIERE CONCIENCIA DE PECADO
PLAN DE LA REUNION
* Información: personas, hechos, problemas...
* Presentación del tema 23 en sus puntos clave.
* Lectura de Rm 3,10-19 y Jn 16,1-15: comentario comunitario sobre lo
más importante.
* Oración comunitaria: desde la propia situaci6n.
PISTA PARA LA REUNION
PUNTOS CLAVE
* El pecado pasa inadvertido: debe ser desenmascarado.
* El Decálogo identifica al hombre como pecador, como hombre viejo
(Rm 3,19; Mt 15,19-20). * Se requiere la experiencia del Espíritu para
que el hombre reconozca su pecado (Jn 16,8).
* Todos somos pecadores (Rm 3,10-18).