SALMOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO PARA LOS CRISTIANOS DE HOY
JOSÉ ALDAZÁBAL
Una dificultad superable
A muchos cristianos les cuesta orar con los salmos.
Intuyen que, por serPalabrareveladay además un tesoro de la
literaturajudía y universal, deben tener gran valor. Y que no en vano la
Iglesia los ha ido rezando generación tras generación, desde el
principio.
Pero una serie de interrogantes se alzan ante ellos: porque el
lenguaje de estos salmos, por ejemplo, refleja una visión cosmológica
deficiente, o porque hablan de situaciones históricas pasadas y
difícilmente actualizables, o porque se mueven en unas categorías
morales que pueden parecer precristianas, si no anticristianas, por su
dureza o su violencia o sus motivaciones de recompensa cara a Dios.
Eso hace que a veces se reciten los salmos con una cierta
religiosidad obediente, pero sin saborearlos del todo. Y tal vez con una
duda planteada más o menos explícitamente: ¿no podríamos dejarlos
estar y rezar con oraciones nuestras, directamente cristianas, y de
nuestro tiempo?
Una primera respuesta podría ser la que ya sugiere la introducción a
la Liturgia de las Horas (IGLH 102): el mismo Espíritu que inspiró a
Israel en su oración es el que sigue animando a la Iglesia de hoy y a
cada cristiano. Si, como dice Pablo (Rm 8,26-27), nosotros no
sabemos rezar, "pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables", es imposible que la oración de los salmos no tenga
vigencia para un cristiano.
Además, la Iglesia desde su primera generación asumió el Salterio,
sin ruptura, como su libro privilegiado de oración. Claro que los salmos
no son "cristianos", pero eso no quiere decir que no sean una
magnífica pauta de oración que expresa poéticamente el gran diálogo
entre Dios y el hombre, y tampoco que no se puedan "cristianizar"
desde la nueva situación en que nos encontramos después de Cristo
Jesús. Durante veinte siglos han sido el gozo y el alimento de todas las
generaciones cristianas: ¿cómo pueden haber perdido su valor para
nosotros?
En el fondo creo que hay una falta de motivación, una deficiente
catequesis sobre los salmos. Por mucho que se recurra a las ayudas
pedagógicas que el mismo libro of icial propone (número más reducido,
distribución inteligente moniciones, antífonas, sentencias, canto...), lo
que más falta hace en estos momentos es dar a conocer los valores y
la riqueza espiritual que contiene este libro de oración bíblica.
Esto no es extraño. Hasta hace muy pocos años los salmos estaban
prácticamente reservados a los sacerdotes y religiosos de coro, y en
latín. Han pasado apenas quince desde su uso más generalizado en la
liturgia, y en lengua viva. Y no se puede decir que en algunos
ambientes se haya hecho el necesario esfuerzo por acercar a los fieles
orantes a la espiritualidad de los salmos. En la celebración de la
Eucaristía, por ejemplo, el único salmo que se dice, el responsorial, en
general se realiza de una manera pobre, prosaica, sin el ritmo de
pausa ni el clima meditativo que requiere. Se "cumple" con él, porque
está ahí y hay que decirlo, pero no se valora ni con el canto ni con
otras ayudas sugeridas por el Misal (por ejemplo, con un ministro
distinto, el "salmista"). ¿Cómo va a producir gozo ni contagiar
entusiasmo por los salmos?
En general falta una formación bíblica progresiva. Y en concreto,
sobre los salmos. Porque el que se acerca una vez a ellos desde las
claves convenientes y con la ayuda de autores que le of recen una
reflexión iluminadora, llega con relativa facilidad a gustarlos y los
convierte gozosamente en una de sus más sentidas oraciones.
En la IGLH (n. 23) el primer deber que se le recuerda a un ministro
ordenado de la comunidad cristiana es convocar a la oración, animarla,
"proporcionar la debida catequesis". En concreto le urge: "encáucenlos
mediante una instrucción apropiada hacia la inteligencia cristiana de
los salmos, a fin de que gradualmente lleguen a gustar mejor y a hacer
más amplio uso de la oración de la Iglesia".
También aquí se cumple lo del eunuco ante la lectura de Isaías:
¿cómo lo puedo entender si nadie me lo explica? (cf. Hch 8,30ss).
Allí donde se da gradualmente esta catequesis, y la experiencia viva
de salmodia con el pueblo cristiano, se está enriqueciendo de manera
notoria la oración común y la personal.
SALMOS DESDE CRISTO
Lo que aquí quiero presentar son unas sencillas reflexiones sobre
los valores que también para el cristiano de hoy tienen los salmos
bíblicos.
Voy a proceder un poco inversamente a lo que se suele hacer:
desde la cristianización hacia la humanización. El ejemplo de la primera
generación cristiana y del mismo Cristo nos da una clave de lectura
desde el misterio de Cristo. Pero creo que para rezar saboreando los
salmos hay algo todavía previo a la clave cristiana, y es la humana.
Hará falta ser cristiano para decirlos en plenitud. Pero también hace
falta ser hombre, ser humano, para captar toda su densidad.
Por eso, además de la lectura "teológico-cristiana", voy a aconsejar
que se digan los salmos desde la vida humana, sin olvidar, por tanto,
su resonancia religiosa y existencial desde nuestra historia.
El ejemplo de la primera generación
La generación apostólica compuso sus oraciones y sus poemas
propios. Himnos que cantan los valores característicos: Cristo Jesús,
su misterio pascual, el plan salvador de Dios, las actitudes de la vida
cristiana...
Se van descubriendo, a medida que avanza la técnica literaria, más
himnos 0 pasajes en las cartas de Pablo 0 de Pedro 0 en el
Apocalipsis. Basta recordar los cánticos del Nuevo Testamento (N T)
que en la última reforma han sido incorporados al rezo de Vísperas.
Pero a la vez siguió asumiendo los salmos como oración propia: no
parece que le costara demasiado su cristianización, su lectura desde la
realidad de Cristo. Por una parte estaba la convicción del valor
humano-religioso de estos poemas orados. Por otra, un respeto
profundo a su condición de Palabra revelada de Dios, que no sólo nos
ha manifestado su voluntad o las líneas de la Historia de salvación,
sino incluso ha inspirado nuestra oración. Y finalmente, la nueva
óptica, que lo ve todo desde Cristo: no vieron ninguna dificultad en la
lectura cristiana de los salmos. El centenar de citas que el NT hace del
Salterio indica la espontaneidad con que aquellas comunidades vieron
retratado a Cristo en los salmos.
Esto es un punto de partida decisivo. El que Jesús, personalmente,
orara con los salmos, no me parece demasiado importante. Aunque no
existieran los pasajes explícitos del Evangelio en que se pone esta
oración en labios de Jesús (son más de veinte), lo cual es además bien
comprensible por la encarnación del Señor en la espiritualidad de su
pueblo, seguiría siendo determinante que la primera comunidad sí vio
en el Salterio una oración de Cristo y desde Cristo.
Unos salmos los cristianizaron "por alto", dirigiendo a Cristo lo que el
salmista decía de Yahvé. Otros "por bajo", poniendo en boca de Cristo
los sentimientos del autor inspirado.
Cristo es para el NT la clave maestra de toda la Escritura, y también
de los salmos. El es "la piedra que desecharon los arquitectos" (Sal
117), aquél en quien se reunirán las naciones (Sal 71), el verdadero
Templo y morada de Yahvé (Sal 131), el auténtico Siervo perseguido a
muerte (Sal 21), el Señor sentado a la diestra de Dios (Sal 109) porque
es el Hijo por excelencia (Sal 2) que no conocerá la corrupción de su
cuerpo (Sal 15), el Buen Pastor (Sal 22), el nuevo David, Rey de Israel
(Sal 109), el nuevo Moisés que viene a enseñarnos la ley del Espíritu
(Sal 118)...
Estos y muchos más pasajes sálmicos están interpretados en el NT
de Cristo y desde Cristo. Así como de la Iglesia, nueva realización
plena de Israel. Se cristianizan tanto los salmos de alabanza como los
de acción de gracias como los de súplica y lamentación: en Cristo han
adquirido nuevo valor las realidades positivas humanas de que hablan
los salmos, en él la Pascua ha llegado a su cumplimiento, en él la
injusticia y el dolor han tenido la experiencia decisiva.
Unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento
Un ejemplo, pues, modélico para nosotros el que nos dieron los
primeros cristianos y que luego siguieron y desarrollaron las
generaciones sucesivas, sobre todo en las obras y comentarios de los
Santos Padres.
Los salmos no hablan de Cristo, y sin embargo la comunidad los lee
en cristiano con plena espontaneidad. Si el salmo 2 se quejaba de
naciones que se amotinan y de reyes y caudillos que conspiran contra
el Ungido de Yahvé, la comunidad apostólica afirmará con decisión:
"porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y
Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo
Siervo Jesús, a quien has ungido..." (Hch 4,25-27). Si el salmo 21, obra
maestra del dolor rezado, gritaba la angustia del perseguido, del
abandonado, privado de todo por sus enemigos, el Evangelio no
dudará en poner en labios de Cristo sus palabras y en aplicar a su
historia de pasión muchos detalles del mismo salmo: "Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?" (Mt 27,35.39.46)...
Esto fue posible porque para aquellos cristianos de la primera
generación existía una unidad admirable entre lo antiguo y lo nuevo,
en toda la Historia de la Salvación. El mismo Dios que eligió a Israel era
el que congregaba ahora al nuevo Pueblo en torno a Cristo. El que
obró las maravillas de la primera Pascua fue el que nos alegró con la
plenitud de la Pascua de Cristo. El que hizo la primera Alianza con
Abraham, renovaba ahora en Cristo la segunda y definitiva. Por eso,
los salmos, que cantan las primeras realidades y valores, son vistos
ahora desde la perspectiva más completa, desde Cristo, pero sin
perder su vigencia anterior.
Se cumple, también en estos salmos, lo de San Agustín: "novum in
vetare latet, vetas in novo patet": el N T estaba ya latente en el
Antiguo, y el Antiguo Testamento aparece ahora, en el Nuevo, en toda
su intención y riqueza. 14
Tampoco en la oración, pues, encontraron los primeros cristianos
dificultad en ver lannitariedad progresiva entre la oración judía y la
cristiana, que, lejos de excluirse, se complementan e iluminan
mutuamente.
El trinomio: AT, Cristo, Iglesia, funciona perfectamente. Lo que ya
era realidad salvífica en Israel, se ve cumplido en plenitud en Cristo, y
tiene su prolongación sacramental y vivencialen la Iglesia de Cristo.
Hay novedad radical en Cristo, pero también hay continuidad. Los
salmos suponen una serie de categorías de fe que no han quedado
abolidas, sino que precisamente encuentran su mejor expresividad
desde la altura de Cristo. El gozo, el dolor, la reflexión sapiencial, la
memoria histórica, la visión crítica de la vida, el amor y fidelidad de
Dios: todo tiene ahora todavía más sentido que antes..
"Lo que los salmos han dicho acerca de mí"
Así se ve la fuerza de la expresión que Lucas pone en labios de
Cristo en aquel capítulo magníficamente literario y catequético que es
el último de su Evangelio. A los dos discípulos de Emaús "les explicó lo
que había sobre él en todas las Escrituras" (Lc 24,27), y a los
apóstoles reunidos en Jerusalén les interpretó los recientes
acontecimientos desde la clave de la Escritura, esta vez incluyendo
explícitamente los salmos: "es necesario que se cumpla todo lo que
está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos acerca
de mí" (Lc 24,44): y entonces "abrió sus inteligencias para que
comprendieran las Escrituras" (Lc 24,45).
Por eso la introducción a la Liturgia de las Horas invita a decir los
salmos "en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre
de la persona del mismo Cristo" (IGLH 108): "siguiendo esta senda, los
Santos Padres aceptaron y comentaron todo el Salterio a modo de
profecía acerca de Cristo y su Iglesia... al oír en los salmos a Cristo
que clama al Padre o el Padre que habla con su Hijo" (IGLH 109).
Hay unos textos que, en nuestra Liturgia de las Horas, nos ayudan
continuamente a hacer este ejercicio de lectura cristiana de los salmos:
las antífonas, los "títulos" y las frases o sentencias, tanto del NT como
de los Padres, que nos ofrecen el modo mejor de orar cristianamente
los salmos.
SALMOS DESDE EL HOMBRE
Pero hay otra clave también importante para la lectura de los salmos:
decirlos no sólo desde Cristo, sino desde la historia del hombre.
Así es como están en la Palabra revelada de Dios. Pertenecen a la
rica herencia de fe y de oración que nos ha legado Israel: una herencia
que incluso literariamente es un tesoro de toda la humanidad.
En ellos refleja Israel su historia, que es también la nuestra, porque
es profundamente humana y religiosa. En ellos resuenan las mejores
actitudes del hombre ante Dios y ante su propia vida.
En verdad los salmos reflejan la apasionante experiencia de un
pueblo y de tantos personajes conocidos del AT: David, los profetas,
los justos, los pecadores, el pueblo entero. Vienen a ser un auténtico
"crucigrama" en que convergen y resuenan -en alusiones y
connotaciones- las historia contadas por los otros libros del AT
Historias que podemos considerar como paradigmáticas de todas las
culturas y generaciones. Los cristianos no nos deberíamos sentir
"superiores" y traducir con excesiva mentalidad teológica todo el
bagaje de los salmos a nuestra realidad cristiana: el justo indefenso, o
el pueblo alegre o angustiado, no son sólo Cristo o la Iglesia. Son el
hombre y los pueblos de todos los tiempos. Jerusalén no es siempre la
Iglesia; es también la ciudad terrena, encarnada en las coordenadas
de toda la historia. La Pascua que cantan los salmos es, sin duda,
preludio de la Pascua de Cristo. Pero es también toda la actuación
salvífica de Dios a favor del hombre, en la historia dramática y gozosa
de todos los pueblos.
Un Dios con el que se puede dialogar
También aquí, en los salmos, el AT no es sólo promesa y figura, sino
una hermosa realidad de fe.
Si el NT es "el libro de Cristo", el AT es "el libro de Dios y el hombre".
Y en ningún lugar está la historia de esta relación más dramática y
expresivamente dicha -orada- como en el Salterio.
Los salmos son un magnífico diálogo entre Dios y el hombre, y por
ello mismo son la mejor guía de oración.
Dios no es un Ser lejano, abstracto. Para los salmistas es una
Persona viva, cercana, que interpela y se deja interpelar. Se le alaba,
se le busca, se le exponen las alegrías y las súplicas, los gritos de
júbilo y los de angustiada protesta: "en ti me refugio, no me dejes
indefenso", "en el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti", "el
Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres, los ojos del
Señor están puestos en sus fieles", "mi alma te busca, a ti, Dios mío:
tiene sed de Dios, del Dios vivo", "en mi angustia te busco, Señor mío",
"sólo en Dios descansa mi alma", "espera Israel en el Señor ahora y
por siempre", "Señor, tú me sondeas y me conoces, de lejos penetras
mis pensamientos"...
Lenguaje lleno de poesía. Lenguaje de fe, impregnado de confianza.
Lenguaje accesible, sencillo y profundo, expresión de las mejores
actitudes del hombre religioso para con su Dios.
Esto no ha quedado "superado" por el NT, aunque Cristo lo haya
cumplido en toda su plenitud, y con El los cristianos digamos esas
palabras con mayor sentido. El ejemplo de oración de estos salmos
sigue válido espejo del hombre creyente de todos los tiempos.
Alabanza y lamento
Ante ese Dios que nos habla y nos escucha, los salmos van orando,
en una espiritualidad finisima, las mil vicisitudes de la vida humana. El
que reza con ellos se ve retratado a sí mismo en muchos momentos, ve
reflejada la historia también presente de toda la humanidad.
Como dice el Catecismo Holandés, "el que quiera tener condensada
toda la riqueza de actitudes que caracterizan al hombre de oración, no
tiene sino echar mano de los ciento cincuenta salmos... En ellos vemos
nuestra seguridad y nuestra incertidumbre... Si nos detenemos un
poco, advertiremos que casi todas las expresiones e imágenes son aún
familiares a los hombres de hoy: manos que se tienden para ayudar,
ojos que espían, luz que alegra... Los salmos son la colección poética
más leída de la humanidad".
Aunque respondan a una mentalidad oriental, y de hace siglos, estos
poemas son fundamentalmente universales, humanos, siempre
actuales.
En ellos encontramos una bipolaridad que continuamente se va
alternando: la alegría y el dolor. Se ora el triunfo, la fiesta, la memoria
agradable, la sensación de seguridad en las manos de Dios. Se ora
también la situación dolorosa de los deprimidos, marginados,
angustiados, perseguidos injustamente, cansados, pecadores. Queja y
alabanza, alegría y rabia. Todo hecho oración ante Dios, y por tanto
visto desde la fe, aunque no por ello suponga menos densidad en los
sentimientos, tanto festivos como dramáticos, de la vida del hombre.
En la alabanza nos dan los judíos en verdad un gran ejemplo: es la
respuesta básica del creyente para con Dios, y muchos de los salmos
muestran una capacidad estupenda de admiración hacia la obra de
Dios, de gratitud por su cercanía, de confianza en su amor: "alaba,
alma mía, al Señor", "cantad al Señor un cántico nuevo", "criaturas
todas del Señor, bendecid al Señor", "unos confían en sus carros,
otros en su caballería: nosotros invocamos el nombre del Señor"...
Pero también en los momentos de angustia y crisis -de eso ha tenido
Israel siempre mucha experiencia, y con él toda la humanidad- ha
quedado plasmada su oración entrañable: "hazme justicia, oh Dios,
defiende mi causa", "a voz en grito clamo al Señor, desahogo ante él
mis afanes", "las lágrimas son mi pan noche y día"; las imágenes se
suceden con expresividad: animales que acosan, un arado que surca
las espaldas, la enfermedad que corroe, fuerzas que faltan... El
lamento sale desde lo más profundo de la vida. Muchas veces es la
única salida ante una situación desesperada: gritar la propia oración
ante Dios. Desde el momento en que la pena es "dicha" ante Dios ya
es eficaz la oración: el mismo que la expone ya ve su desgracia desde
otra perspectiva de fe. 18
Orar la vida
Los salmos son nuestro propio espejo. Poemas de toda la
humanidad. Reflejan la fatiga y el sudor del hombre, sus miedos y
alegrías, su deseo de libertad y felicidad, sus recuerdos buenos y
malos, sus grandezas y su fragilidad: basta comparar el salmo 8 ("¿qué
es el hombre para que te acuerdes de él? lo hiciste poco inferior a los
ángeles") con el 129 ("desde lo hondo a ti grito, Señor").
A los cristianos de hoy, que viven inmersos en la sociedad de
consumo, superficial y materialista, los salmos pueden serles una guía
estupenda para profundizar en su visión de la vida. No sólo porque son
un libro revelado, sino porque son una obra maestra de la reflexión
religiosa de un pueblo que como ningún otro ha sabido rezar ante Dios
su propia vida.
Los deberíamos cantar en sintonía con toda nuestra historia
humana, desde la vida, desde la experiencia existencial, haciéndolos
nuestros, encarnando en ellos nuestra vida de cada día. Los salmos
son una prueba de cómo se puede acercar la oración a la vida, y la
vida a la oración.
Actualizar los salmos no significa cambiarlos, sino decirlos desde
nuestra situación histórica. El sentido literario original (salmos de
victoria, de procesión al Templo, de desastres personales o colectivos,
oraciones de un enfermo...) a la vez nos sugiere la clave de lectura,
pero también nos deja libertad para una encarnación del salmo en
nuestra vida, por otra parte siempre paralela y repetida, con sus luces
y sombras. No hace falta tampoco que nos metamos demasiado en la
piel de los israelitas en el destierro o que hagamos esfuerzos por sentir
vitalmente el amor o la añoranza por Jerusalén. Desde nuestra vida de
cada día, con las antenas sensibles a los vaivenes de todo lo humano,
no dando la espalda a las grandes alegrías y las preocupaciones de la
humanidad de hoy, podemos decir significativamente los salmos. Son
como un "sf', no sólo a Cristo y su Misterio de Salvación, sino también
al hombre, a los valores de la vida, vistos y cantados ante Dios.
Por eso podemos repetir que para decirlos bien tal vez lo que a
algunos les falta no es el sentido teológico y cristiano, sino el humano:
el sentir solidaridad con todo hombre. Aunque suene el "yo" -y debe
resonar en cada uno de nosotros-, es el "nosotros" el que se
encuentra latente en estas oraciones sálmicas. Ni el amor ni el dolor ni
la fe son experiencias sólo individuales, sino de la Iglesia y de la
humanidad. El pecado de David es el pecado de la humanidad y el
mío, hoy y aquí. Por tanto el "Miserere", el Salmo 50, es un poema de
la humanidad y mío, más que de David o del que sea su autor.
Grito de protesta
La vida que reflejan los salmos es, a veces, dura. Se dan en ella
situación de injusticia y triunfo del mal.
No nos extraña que esta oración adquiera con frecuencia un tono de
protesta y se convierta como en un grito imprecatorio salido desde
dentro del dolor, dirigiéndolo a Dios en medio de la angustia y la
impotencia.
El lenguaje de tales salmos resulta difícil de asimilar para algunos,
por sus peticiones de venganza y castigo y sus expresiones duras.
Pero también esta dificultad es superable.
No creo que haya sido sabia la supresión de algunos de estos
salmos (tres) en el rezo de la Liturgia de las Horas, así como de
algunos pasajes de otros. Con ello supongo que no se habrá querido
arreglar el problema: porque quedan muchos otros con el mismo tono,
e incluso en muchos salmos de alabanza y euforia, en el fondo lo que
se festeja es el triunfo contra el enemigo.
Lo que hace falta es leerlos desde la clave justa, que es también
aquí por una parte la de Cristo y la del hombre.
El mal sigue existiendo en nuestro mundo: el mal organizado, el de
los cínicos y canallas, que es contra los que protesta el salmista, los
que luchan contra la causa de Dios y la de su Pueblo elegido.
Ahora bien: Dios no quiere el mal, así como Cristo tampoco lo
quería. Cristo dijo palabras muy duras contra unas categorías de
hombres que en su tiempo se oponían por orgullo y autosuficiencia a la
venida del Reino de Dios. Basta que recordemos las terribles series de
"ay de vosotros" que aparecen en el Evangelio.
¿Por qué un cristiano no puede expresar en su oración su repulsa
contra el mal, su protesta contra las injusticias que sufren tantos
hombres en nuestra sociedad, solidarizándose a la vez con el salmista,
con Cristo y con todo el que sufre en nuestra generación por culpa de
la mala voluntad de otros?
Si los salmos retratan la vida, es lógico que no callen el mal que
existe. Si un cristiano ora los salmos, es lógico que asuma la misma
tensión en su rechace del mal, que no será tanto de unas personas
concretas y nombradas, pero no deja de ser real. San Pablo dice que
"nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los
principados, las potestades, contra los dominadores de este mundo
tenebroso, contra los espíritus del mal" (Ef 6,12). Nuestra oración no
siempre ha de ser necesariamente suave y consoladora, llena de
aleluyas. A veces contiene, como la de los salmos, dudas, preguntas,
dolor. No es que busquemos lotrágico: es queexisteyaennuestro
mundo, y no Le podamos dar la espalda ni siquiera en el momento de
nuestra oración ante Dios.
La oración se hace aquí lamento, y el lamento, muchas veces, grito.
Hay que reconocer que es valiente el lenguaje que los salmistas
emplean en su interpelacióna Dios: ¿porqué?, ¿hasta cuándo?,
¡piedad, sálvanos!, ¡acuérdate!, ¡despierta! En otros muchos salmos le
dirigen su acción de gracias y su alabanza entusiasta, pero en estos es
una súplica desgarrada la que se escapa desde el dolor sentido en
propia carne o en la del pueblo entero.
Estos salmos son muy educadores para un cristiano. Nos
comprometen, nos ayudan a ser solidarios con el hombre. En el fondo
están poniendo en palabras unas experiencias muy duras del hombre,
y nos invitan a hacerlas nuestras: con amor, pero con fuerza. La
oración no tiene por qué ser siempre una sucesión de alabanzas y de
afirmaciones muy bien contrastadas. La duda, la pregunta, la protesta,
la lamentación tienen también lugar en esta oración inspirada de la
Biblia.
No nos podemos olvidar que el Evangelio pone en labios de Jesús
bastantes pasajes de salmos que son precisamente de los más
"violentos": Jn 13,18 cita para el caso de Judas lo del salmo 41: "tiene
que cumplirse la Escritura: el que come mi pan ha alzado contra mí su
talón"; Jn 15,25 repite la frase del salmo 35: "me han odiado sin
motivo"; Jn 19,24 hace el paralelo de la Pasión con el salmo 21: "para
que se cumplieran las Escrituras: se han repartido mis vestidos y han
echado a suerte mi túnica"; Jesús es en verdad el Varón de dolores, el
justo perseguido, el salmista que, en nombre de todos, grita su oración
al Padre: ¿por qué me has abandonado? mi alma está triste hasta la
muerte... 6
Por eso un cristiano, cantando estos salmos, está "diciendo" el mal
en la presencia de Dios, como en una especie de exorcismo lleno de
fe. Confiesa que el vencedor del mal es Dios. El hombre es impotente.
Y a la vez esta oración se vuelve compromiso de lucha por la causa del
bien: "decir, expresar" el pecado, reconociéndolo en nuestra oración,
es ya un gran trecho del camino para superarlo.
Santa Teresa, en carta del 31 de enero de 1579 a las carmelitas de
Sevilla, aplica valientemente a sus enemigos -los enemigos de su
causa, que ella cree firmemente que coincide con la de Dios- las
palabras del Salmo 140, diciendo: "y verán cómo antes de mucho se
tragará el mar a los que nos hacen la guerra, como hizo al rey Faraón,
y dejarán libre a su pueblo"...
Cuando hace poco más de un año les fueron secuestrados en Italia
sus hijos al matrimonio alemán Krónzucker, entre las numerosas
entrevistas que aparecieron en los medios de comunicación me llamó
la atención un detalle: el Sr. Kronzucker confesó que en medio del
nerviosismo y la angustia de la espera, habíaun elemento que les daba
ánimos: laoración. Y en concreto dijo que había dicho más de una vez
el salmo 57, el salmo del que es víctima de la injusticia y clama a Dios
porque está seguro de su fidelidad...7
No "espiritualizar demasiado" los salmos
Por tanto, me atrevería a dar un consejo: no espiritualizar en exceso
los salmos en nuestra oración.
Los cantamos desde Cristo, sí. Pero los salmos no "sólo" nos hablan
de Cristo, de su misterio pascual, de su obra salvadora. Están también
en labios del hombre, de lahumanidad entera. Y si en Cristo tienen
especial resonancia es precisamente por su total identificación con el
hombre, tanto en sus momentos de fiesta como en los de dolor.
Como tampoco vale el interpretar las diversas situaciones siempre
del "demonio" o del "pecado". Los salmos nos hablan de muchos males
concretos, sociales, humanos, personales y comunitarios, que afectan
al hombre en su carne.
Dicho de otra manera: es bueno que cristianicemos los salmos, pero
sin deshumanizarlos. Tienen ya de por sí, como oración del AT, una
carga de fe y de ofrenda céltica para con Dios, una admirable postura
oracional del hombre. De nuevo quiero insistir: el AT no es sólo figura
o profecía: Abraham no se dispone a sacrificar a su hijos "para"
prefigurar el gesto de Cristo; la entrañable oración que el autor del
salmo 21 logra expresar en medio de su abatimiento no tiene su única
significación en que luego el Evangelio la ponga en labios de Cristo.
Los salmos hablan del hombre ante Dios. Y ante un Dios que, según
estos poemas, hace suyos los gritos del hombre y asume los derechos
humanos.
Eso así: el que logreunirestas dos perspectivas, lahumanay
laespecíficamente cristiana, debe ser un hombre creyente, que intenta
ver la vida desde los ojos de Dios. E incluso añadiría más: debe ser un
hombre "bíblico", que ha ido asimilando poco a poco las claves en que
la Palabra revelada ha descrito la Historia de la Salvación. Nosotros,
que somos occidentales, y del siglo XX, podemos necesitar para ello un
esfuerzo más: pero esto es posible, y cuando lo conseguimos
encontramos en los salmos una expresión y un alimento magníficos de
nuestra fe cristiana. 8
Retrato del hombre salmista
Los salmos que tomamos entre manos en la Liturgia de las Horas, en
la celebración de la Palabra o en nuestra oración personal, son algo
más que fórmulas a repetir o unas páginas de la Escritura que
"debemos" recitar.
Están pensados para que sean oración nuestra. El lema del "psallite
sapientes", del salmodiar saboreando lo que decimos, es todo un reto
para cada generación cristiana.
El ejemplo de la primera nos debería animar a decirlos desde
nuestra vida humana y desde nuestra perspectiva cristiana. Así los
mismos salmos que recitamos nos van educando a estar más abiertos
a Dios, más sensibles a la historia humana, más en consonancia con
Cristo Jesús. Nos van educando en nuestra finura humana y en
nuestra vida de fe, personal y comunitaria.
Los salmos, retrato de la humanidad, suspiro, lloro, lamento, súplica,
risa, júbilo, alabanza, admiración, silencio, postración, aplauso, danza,
duda, procesión, pregunta, grito, recuerdo, memoria crítica,
esperanza...
En verdad, aún sin subirnos a altas teologías, los gustaremos si
vamos descubriendo los valores humanos y religiosos que contienen,
si vamos identificándonos, desde nuestra historia, con ese "salmista"
ideal que ha sido el instrumento de que el Espíritu se ha servido para
que esta oración quedara escrita en la Palabra de la Revelación.
Este salmista es admirable:
- vive su vida con intensidad, con todas las vicisitudes personales y
comunitarias; no es ciertamente un alienado;
- está arraigado en su tierra, en su historia: no ora desde las nubes;
- desea la felicidad, la libertad, la justicia, pero muchas veces
aparece hundido en el fracaso y el dolor;
- unas veces aplaude en momentos de victoria, y otras grita
desesperado porque se ve acosado por los enemigos;
- tiene sentido moral de la vida: reflexiona sabiamente sobre los
vaivenes del hombre, los valores que en verdad merecen la pena,
rechazando el mal y buscando ansiosamente la Ley de Dios y el bien;
- ha hecho la opción de confiar en Dios, y no en las riquezas o el
poder: su apertura para con Dios es admirable;
- tiene un concepto muy vivo y personal de Dios, el autor de todas
las cosas, el protagonista de la historia;
- es un hombre profundamente religioso: la alabanza a Dios está
continuamente en su boca, así como la disposición de obediencia a su
voluntad;
- es un hombre con buena memoria: une en su visión el pasado, el
presente y el futuro, y eso le hace sabio en su caminar;
- es también un hombre pecador, y lo reconoce muchas veces en la
presencia de Dios;
- es un hombre, finalmente, que sabe orar: con libertad, hasta con
osadía (como lo hicieran por su parte grandes creyentes como
Abraham, Moisés, Job, Jeremías), con espíritu poético, uniendo en sus
palabras su propia vida y su fe en Dios.
Un salmista-naturalmente estoy singularizando para de alguna
manera personalizar ese gran libro del Salterio- que puede ser, si lo
encarnamos bien, un óptimo maestro de oración humana y cristiana.
JOSÉ
ALDAZÁBAL
DOSSIERS-CPL/82 Págs. 9-24
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6. El resto del NT sigue con la misma técnica interpretativa: Hch 1,20 pone
en boca de Pedro, contra Judas, las palabras de uno de los salmos
más trágicos, el 108; el mismo Pedro cita en ese pasaje el Salmo 68,
cosa que también hace Pablo, con energía, aplicando en Rm 11,9 sus
palabras a los que rechazan a Cristo.
7. Si a algunos, a pesar de todo, les resulta imposible superar la clave de
lectura cristiana de estos salmos, cabe siempre la pedagogía de la
selección gradual. Sin necesidad de "suprimir" de nuestro libro de
oración sus palabras duras, se pueden en estos casos reservar para la
oración personal, siguiendo la Imea de una educación progresiva en
nuestras actitudes de oración.
8. Me gusta el criterio con que Beauchamp aconseja acercarse al rezo de
los salmos: "Los salmos no se deben leer simplemente como si el
pueblo judío hablara en ellos, ni simplemente como si Cristo hablara en
ellos, ni simplemente como si expusiera mi propia vida o la de la Iglesia.
Aquí no hay nada de simplemente. El texto incluye todos esos círculos,
uno dentro de otro y pasando de uno a otro..." (p. 42 de la obra citada
en la nota 5).