COMENTARIOS AL SALMO 150

 

1. MÚSICA

«Alabad al Señor tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas, alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo ser que alienta alabe al Señor».

Cada vez que escucho música, pienso en ti, Señor. La música es la creación más pura del hombre y es donde más se acerca a ti en la expresión de su alma y en la sublimidad de su arte. Sonido puro, armonía sin palabras, aire hecho belleza, espacio vibrante de alegría. Al escuchar las obras maestras de la humanidad, me asombro al pensar qué toque de inspiración angélica puede haber logrado ese estremecimiento de perfección desnuda que eleva la mente a regiones más allá de este mundo. Te encuentro, Señor, entre las cuerdas de un cuarteto o los acordes de una sinfonía, con un realismo que es casi gracia sacramental, en consagración redentora de todo mi ser. Gracias, Señor, por el don de la música en mi vida.

Alabad al Señor con violines y violas, con violoncelos y contrabajos, con flautas y flautines; alabadlo con pianos y arpas, con armonios y órganos, con guitarras y mandolinas; alabadlo con óboes y clarinetes, con fagots y tubas, con trompas y trompetas; alabadlo con trombones y xilofones, con tambores y timbales, con triángulos y castañuelas. «¡Todo ser que alienta alabe al Señor!»

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 268


 

2. Catequesis en la audiencia general del miércoles, 9 de enero

Todo ser vivo alabe al Señor

1. El himno en que se ha apoyado ahora nuestra oración es el último canto del Salterio, el salmo 150. La palabra que resuena al final en el libro de la oración de Israel es el aleluya, es decir, la alabanza pura de Dios; por eso, la liturgia de Laudes propone este salmo dos veces, en los domingos segundo y cuarto.

En este breve texto se suceden diez imperativos, que repiten la misma palabra:  "Hallelú", "alabad". Esos imperativos, que son casi música y canto perenne, parecen no apagarse nunca, como acontecerá también en el célebre "aleluya" del Mesías de Händel. La alabanza a Dios se convierte en una especie de respiración del alma, sin pausa. Como se ha escrito, "esta es una de las recompensas de ser hombres:  la serena exaltación, la capacidad de celebrar. Se halla bien expresada en una frase que el rabí Akiba dirigió a sus discípulos:  Un canto cada día, un canto para cada día" (A.J. Heschel, Chi è l'uomo?, Milán 1971, p. 198).

2. El salmo 150 parece desarrollarse en tres momentos. Al inicio, en los primeros dos versículos (vv. 1-2), la mirada se dirige al "Señor" en su "santuario", a "su fuerza", a sus "grandes hazañas", a su "inmensa grandeza". En un segundo momento -semejante a un auténtico movimiento musical- se une a la alabanza la orquesta del templo de Sión (cf. vv. 3-5 b), que acompaña el canto y la danza sagrada. En el tercer momento, en el último versículo del salmo (cf. v. 5 c), entra en escena el universo, representado por "todo ser vivo" o, si se quiere traducir con más fidelidad al original hebreo, por "todo cuanto respira". La vida misma se hace alabanza, una alabanza que se eleva de las criaturas al Creador.

3. En este primer comentario del salmo 150 sólo nos detendremos en los momentos primero y último del himno. Forman una especie de marco para el segundo momento, que ocupa el centro de la composición y que examinaremos más adelante, cuando la liturgia de Laudes nos vuelva a proponer este salmo.

La primera sede en la que se desarrolla el hilo musical y orante es la del "santuario" (cf. v. 1). El original hebreo habla del área "sagrada", pura y trascendente, en la que mora Dios. Por tanto, hay una referencia al horizonte celestial y paradisíaco, donde, como precisará el libro del Apocalipsis, se celebra la eterna y perfecta liturgia del Cordero (cf., por ejemplo, Ap 5, 6-14). El misterio de Dios, en el que los santos son acogidos para una comunión plena, es un ámbito de luz y de alegría, de revelación y de amor. Precisamente por eso, aunque con cierta libertad, la antigua traducción griega de los Setenta e incluso la traducción latina de la Vulgata propusieron, en vez de "santuario", la palabra "santos":  "Alabad al Señor entre sus santos".

4. Desde el cielo el pensamiento pasa implícitamente a la tierra al poner el acento en las "grandes hazañas" realizadas por Dios, las cuales manifiestan "su inmensa grandeza" (v. 2). Estas hazañas son descritas en el salmo 104, el cual invita a los israelitas a "meditar todas las maravillas" de Dios (v. 2), a recordar "las maravillas que ha hecho, sus prodigios y los juicios de su boca" (v. 5); el salmista recuerda entonces "la alianza que pactó con Abraham" (v. 9), la historia extraordinaria de José, los prodigios de la liberación de Egipto y del viaje por el desierto, y, por último, el don de la tierra. Otro salmo habla de situaciones difíciles de las que el Señor salva a los que "claman" a él; las personas salvadas son invitadas repetidamente a dar gracias por los prodigios realizados por Dios:  "Den gracias al Señor por su piedad, por sus prodigios en favor de los hijos de los hombres" (Sal 106, 8. 15. 21. 31).

Así se puede comprender la referencia de nuestro salmo a las "obras fuertes", como dice el original hebreo, es decir, a las grandes "hazañas" (cf. v. 2) que Dios realiza en el decurso de la historia de la salvación. La alabanza se transforma en profesión de fe en Dios, Creador y Redentor, celebración festiva del amor divino, que se manifiesta creando y salvando, dando la vida y la liberación.

5. Llegamos así al último versículo del salmo 150 (cf. v. 5 c). El término hebreo usado para indicar a los "vivos" que alaban a Dios alude a la respiración, como decíamos, pero también a algo íntimo y profundo, inherente al hombre.

Aunque se puede pensar que toda la vida de la creación es un himno de alabanza al Creador, es más preciso considerar que en este coro el primado corresponde a la criatura humana. A través del ser humano, portavoz de la creación entera, todos los seres vivos alaban al Señor. Nuestra respiración vital, que expresa autoconciencia y libertad (cf. Pr 20, 27), se transforma en canto y oración de toda la vida que late en el universo.

Por eso, todos hemos de elevar al Señor, con todo nuestro corazón, "salmos, himnos y cánticos inspirados" (Ef 5, 19).

6. Los manuscritos hebraicos, al transcribir los versículos del salmo 150, reproducen a menudo el Menorah, el famoso candelabro de siete brazos situado en el Santo de los Santos del templo de Jerusalén. Así sugieren una hermosa interpretación de este salmo, auténtico Amén en la oración de siempre de nuestros "hermanos mayores":  todo el hombre, con todos los instrumentos y las formas musicales que ha inventado su genio -"trompetas, arpas, cítaras, tambores, danzas, trompas, flautas, platillos sonoros, platillos vibrantes", como dice el Salmo- pero también "todo ser vivo" es invitado a arder como el Menorah ante el Santo de los Santos, en constante oración de alabanza y acción de gracias.

En unión con el Hijo, voz perfecta de todo el mundo creado por él, nos convertimos también nosotros en oración incesante ante el trono de Dios.


3. CATEQUESIS DEL PAPA 26-II-2003

Todo ser que alienta alabe al Señor

1. Resuena por segunda vez en la liturgia de Laudes el salmo 150, que acabamos de proclamar:  un himno festivo, un aleluya al ritmo de la música. Es el sello ideal de todo el Salterio, el libro de la alabanza, del canto y de la liturgia de Israel.

El texto es de una sencillez y transparencia admirables. Sólo debemos dejarnos llevar por la insistente invitación a alabar al Señor:  "Alabad al Señor (...), alabadlo (...), alabadlo". Al inicio, Dios se presenta en dos aspectos fundamentales de su misterio. Es, sin duda, trascendente, misterioso, distinto de nuestro horizonte:  su morada real es el "templo" celestial, su "fuerte firmamento", semejante a una fortaleza inaccesible al hombre. Y, a pesar de eso, está cerca de nosotros:  se halla presente en el "templo" de Sión y actúa en la historia a través de sus "obras magníficas", que revelan y hacen visible "su inmensa grandeza" (cf. vv. 1-2).

2. Así, entre la tierra y el cielo se establece casi un canal de comunicación, en el que se encuentran la acción del Señor y el canto de alabanza de los fieles. La liturgia une los dos santuarios, el templo terreno y el cielo infinito, Dios y el hombre, el tiempo y la eternidad.

Durante la oración realizamos una especie de ascensión hacia la luz divina y, a la vez, experimentamos un descenso de Dios, que se adapta a nuestro límite para escucharnos y hablarnos, para encontrarse con nosotros y salvarnos. El salmista nos impulsa inmediatamente a utilizar un subsidio para nuestro encuentro de oración:  los instrumentos musicales de la orquesta del templo de Jerusalén, como son las trompetas, las arpas, las cítaras, los tambores, las flautas y los platillos sonoros. También la procesión formaba parte del ritual en Jerusalén (cf. Sal 117, 27). Esa misma invitación se encuentra en el Salmo 46, 8:  "Tocad con maestría".

3. Por tanto, es necesario descubrir y vivir constantemente la belleza de la oración y de la liturgia. Hay que orar a Dios no sólo con fórmulas teológicamente exactas, sino también de modo hermoso y digno.

A este respecto, la comunidad cristiana debe hacer un examen de conciencia para que la liturgia recupere cada vez más la belleza de la música y del canto. Es preciso purificar el culto de impropiedades de estilo, de formas de expresión descuidadas, de músicas y textos desaliñados, y poco acordes con la grandeza del acto que se celebra.
Es significativa, a este propósito, la exhortación de la carta a los Efesios a evitar intemperancias y desenfrenos para dejar espacio a la pureza de los himnos litúrgicos:  "No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 18-20).

4. El salmista termina invitando a la alabanza a "todo ser vivo" (cf. Sal 150, 5), literalmente a "todo soplo", "todo respiro", expresión que en hebreo designa a "todo ser que alienta", especialmente "todo hombre vivo" (cf. Dt 20, 16; Jos 10, 40; 11, 11. 14). Por consiguiente, en la alabanza divina está implicada, ante todo, la criatura humana con su voz y su corazón. Juntamente con ella son convocados idealmente todos los seres vivos, todas las criaturas en las que hay un aliento de vida (cf. Gn 7, 22), para que eleven su himno de gratitud al Creador por el don de la existencia.

En línea con esta invitación universal se pondrá san Francisco con su sugestivo Cántico del hermano sol, en el que invita a alabar y bendecir al Señor por todas las criaturas, reflejo de su belleza y de su bondad (cf. Fuentes Franciscanas, 263).

5. En este canto deben participar de modo especial todos los fieles, como sugiere la carta a los Colosenses:  "La palabra de Cristo habite en vosotros con toda  su  riqueza;  instruíos y amonestaos con toda sabiduría; cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados" (Col 3, 16).

A este respecto, san Agustín, en sus Exposiciones sobre los salmos, ve simbolizados en los instrumentos musicales a los santos que alaban a Dios:  "Vosotros, santos, sois la trompeta, el salterio, el arpa, la cítara, el tambor, el coro, las cuerdas y el órgano, los platillos sonoros, que emiten hermosos sonidos, es decir, que suenan armoniosamente. Vosotros sois todas estas cosas. Al escuchar el salmo, no se ha de pensar en cosas de escaso valor, en cosas transitorias, ni en instrumentos teatrales". En realidad, "todo espíritu que alaba al Señor" es voz de canto a Dios (Esposizioni sui Salmi, IV, Roma 1977, pp. 934-935).

Por tanto, la música más sublime es la que se eleva desde nuestros corazones. Y precisamente esta armonía es la que Dios espera escuchar en nuestras liturgias.