1. ¿ QUE ES EL HOMBRE?
«Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?; ¿qué son los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa».
No digo esto en un momento de depresión, Señor, ni tampoco para quejarme, ni mucho menos para denigrarme a mí mismo. Lo único que pretendo es poner las cosas en su sitio, encajar mi vida en la perspectiva que le corresponde y aprender a no tomarme demasiado en serio a mí mismo. Esta es la mejor manera de enfocar la vida, en providencia sana y tranquila, y te ruego me ayudes a dominar ese arte, Señor.
Sí, soy un soplo de viento y una sombra que pasa. Pensamiento feliz que ya en sí mismo reduce el volumen de mis problemas y rebaja la altura artificial del trono de mi pretendida realeza. Se desinfla el globo de mi autoimportancia. ¿Qué puede haber más ligero y alegre que un soplo de viento y una sombra voladora? Disfrutaré mucho más de las cosas cuando no se me peguen, y bailaré con más alegría mi vida cuando se aligere su peso. No soy yo quien ha de resolver todos los problemas del mundo y deshacer los entuertos de la sociedad moderna. Seguiré adelante, haciendo todo lo que pueda en cada ocasión, pero sin la seriedad imposible de ser el redentor de todos los males y el salvador de la humanidad. Ese papel no es el mío. Yo soy algo mucho más humilde. Soy soplo de viento y sombra que pasa. Dejadme pasar, dejadme volar, y que mi presencia pasajera traiga un instante de descanso a todos a los que salude con gesto de buena voluntad en un mundo cargado de dolor.
Me siento ligero y estoy feliz. Soy un soplo de viento, pero ese viento es el viento de tu Espíritu, Señor. Soy sombra que pasa, pero esa sombra es la que arroja la columna de nube que guía a tu Pueblo por el .desierto. Soy tu sombra, soy tu brisa. Esa es la definición más feliz de mi vida sencilla. Gracias por inspirármela, Señor.
«Dichoso el pueblo que esto tiene, dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor».
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 261
2. Juan Pablo II: Canto de oración por
la paz definitiva
Audiencia general del miércoles dedicada al Salmo 143
CIUDAD DEL VATICANO, 21 mayo 2003 (ZENIT.org).-
Publicamos a continuación la intervención de Juan Pablo II en la audiencia
general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 143, canto de oración por
la paz.
Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;
Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y refugio,
que me somete los pueblos.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?
¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.
Señor, inclina tu cielo y desciende;
toca los montes, y echarán humo;
fulmina el rayo y dispérsalos;
dispara tus saetas y desbarátalos.
Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.
Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.
1. Acabamos de escuchar la primera parte del salmo 143. Tiene las características de un himno real, entretejido con otros textos bíblicos, para dar vida a una nueva composición de oración (cf. Sal 8, 5; 17, 8-15; 32, 2-3; 38, 6-7). Quien habla, en primera persona, es el mismo rey davídico, que reconoce el origen divino de sus éxitos.
El Señor es presentado con imágenes marciales, según la antigua tradición simbólica. En efecto, aparece como un instructor militar (cf. Sal 143, 1), un alcázar inexpugnable, un escudo protector, un triunfador (cf. v. 2). De esta forma, se quiere exaltar la personalidad de Dios, que se compromete contra el mal de la historia: no es un poder oscuro o una especie de hado, ni un soberano impasible e indiferente respecto de las vicisitudes humanas. Las citas y el tono de esta celebración divina guardan relación con el himno de David que se conserva en el salmo 17 y en el capítulo 22 del segundo libro de Samuel.
2. Frente al poder divino, el rey judío se reconoce frágil y débil, como lo son todas las criaturas humanas. Para expresar esta sensación, el orante real recurre a dos frases presentes en los salmos 8 y 38, y las une, confiriéndoles una eficacia nueva y más intensa: "Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?, ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa" (vv. 3-4). Aquí resalta la firme convicción de que nosotros somos inconsistentes, semejantes a un soplo de viento, si no nos conserva en la vida el Creador, el cual, como dice Job, "tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12, 10).
Sólo con el apoyo de Dios podemos superar los peligros y las dificultades que encontramos diariamente en nuestra vida. Sólo contando con la ayuda del cielo podremos esforzarnos por caminar, como el antiguo rey de Israel, hacia la liberación de toda opresión.
3. La intervención divina se describe con las tradicionales imágenes cósmicas e históricas, con el fin de ilustrar el señorío divino sobre el universo y sobre las vicisitudes humanas: los montes, que echan humo en repentinas erupciones volcánicas (cf. Sal 143, 5); los rayos, que parecen saetas lanzadas por el Señor y dispuestas a destruir el mal (cf. v. 6); y, por último, las "aguas caudalosas", que, en el lenguaje bíblico, son símbolo del caos, del mal y de la nada, en una palabra, de las presencias negativas dentro de la historia (cf. v. 7). A estas imágenes cósmicas se añaden otras de índole histórica: son "los enemigos" (cf. v. 6), los "extranjeros" (cf. v. 7), los que dicen falsedades y los que juran en falso, es decir, los idólatras (cf. v. 8).
Se trata de un modo muy concreto, típicamente oriental, de representar la
maldad, las perversiones, la opresión y la injusticia: realidades tremendas de
las que el Señor nos libra, mientras vivimos en el mundo.
4. El salmo 143, que la Liturgia de las Horas nos propone, concluye con
un breve himno de acción de gracias (cf. vv. 9-10). Brota de la certeza de que
Dios no nos abandonará en la lucha contra el mal. Por eso, el orante entona una
melodía acompañándola con su arpa de diez cuerdas, seguro de que el Señor "da la
victoria a los reyes y salva a David, su siervo" (cf. vv. 9-10).
La palabra "consagrado" en hebreo es "Mesías". Por eso, nos hallamos en presencia de un salmo real, que se transforma, ya en el uso litúrgico del antiguo Israel, en un canto mesiánico. Los cristianos lo repetimos teniendo la mirada fija en Cristo, que nos libra de todo mal y nos sostiene en la lucha contra las fuerzas ocultas del mal. En efecto, "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ef 6, 12).
5. Concluyamos, entonces, con una consideración que nos sugiere san Juan Casiano, monje de los siglos IV-V, que vivió en la Galia. En su obra La encarnación del Señor, tomando como punto de partida el versículo 5 de nuestro salmo -"Señor, inclina tu cielo y desciende"-, ve en estas palabras la espera del ingreso de Cristo en el mundo.
Y prosigue así: "El salmista suplicaba que (...) el Señor se manifestara en
la carne, que apareciera visiblemente en el mundo, que fuera elevado
visiblemente a la gloria (cf. 1 Tm 3, 16) y, finalmente, que los santos
pudieran ver, con los ojos del cuerpo, todo lo que habían previsto en el
espíritu" (L'Incarnazione del Signore, V, 13, Roma 1991, pp. 208-209).
Precisamente esto es lo que todo bautizado testimonia con la alegría de la fe.
(©L'Osservatore Romano - 23 de mayo de 2003)
Queridos hermanos y hermanas:
Hemos escuchado la primera parte del Salmo, que tiene las características de un
himno real. Con el antiguo uso de imágenes bélicas, se nos presenta a Dios que
lucha contra el mal en la historia. Frente a la potencia divina el rey hebreo se
siente frágil y débil, como lo son todas las criaturas humanas. Por tanto, sólo
con la ayuda divina podemos superar los peligros y dificultades de cada día y
comprometernos a caminar hacia la liberación de cualquier opresión.
El Salmo termina con una acción de gracias por la certeza de que Dios no nos
abandonará en la lucha contra el mal. Los cristianos repetimos esta oración
teniendo la mirada fija en Cristo, que nos libra todo mal y nos sostiene en la
batalla contra los poderes perversos y ocultos.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial a los
peregrinos de Riobamba, Ecuador, con su Obispo, monseñor Víctor Corral Mantilla;
saludo igualmente a los diversos peregrinos de España y de otros países
latinoamericanos. Os exhorto a todos a renovar vuestra confianza plena en el
Señor.
3.
Benedicto XVI: Con Cristo es posible «un mundo
diverso»
Comentario al Salmo 143, «Oración por la victoria y la paz»
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 25 enero 2006 (ZENIT.org).-
Publicamos la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general de este
miércoles dedicada a comentar la segunda parte del Salmo 143 (9-15), «Oración
por la victoria y la paz».
Oh Dios, quiero cantarte un canto nuevo, salmodiar
para ti al arpa de diez cuerdas, tú que das a los reyes la victoria, que salvas
a David tu servidor. De espada de infortunio sálvame. Líbrame de la mano de
extranjeros, cuya boca profiere falsedad y cuya diestra es diestra de mentira.
Sean nuestros hijos como plantas florecientes en su juventud, nuestras hijas
como columnas angulares, esculpidas como las de un palacio; nuestros graneros
llenos, rebosantes de frutos de toda especie, nuestras ovejas, a millares, a
miríadas, por nuestras praderías; nuestras bestias bien cargadas; no haya brecha
ni salida, ni grito en nuestras plazas.
¡Feliz el pueblo a quien así sucede feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!
¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Concluye hoy la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la que
hemos reflexionado sobre la necesidad de invocar constantemente del Señor el
gran don de la unidad plena entre todos los discípulos de Cristo. La oración, de
hecho, contribuye decisivamente a hacer más sincero y fecundo el compromiso
común ecuménico de las iglesias y comunidades eclesiales.
En este encuentro retomamos la meditación del Salmo 143, que la Liturgia de las
Vísperas nos propone en dos ocasiones diferentes (Cf. versículos 1-8 y
versículos 9-15). El tono sigue siendo el de un himno y, en este segundo
movimiento del Salmo, entra en la escena la figura del «Ungido», es decir, del
«Consagrado» por excelencia, Jesús, que atrae hacia sí a todos para que sean
«una sola cosa» (Cf. Juan 17, 11.21). No es casualidad el que el escenario que
dominará en el canto se caracterice por la prosperidad y la paz, símbolos
típicos de la era mesiánica.
2. Por este motivo, el canto es definido «nuevo», término que en el lenguaje
bíblico más que hacer referencia a la novedad exterior de las palabras indica la
plenitud última que sella la esperanza (Cf. versículo 9). Se eleva, por tanto,
un canto a la meta de la historia en la que finalmente quedará acallada la voz
del mal, descrita por el salmista con la «falsedad» y la «mentira», expresiones
que indican la idolatría (Cf. v. 11).
Pero a este aspecto negativo le sigue, con un espacio mucho mayor, la dimensión
positiva, la del nuevo mundo gozoso que está a punto de afirmarse. Este es el
verdadero «shalom», es decir, la «paz» mesiánica, un horizonte luminoso
articulado en una serie de imágenes de vida social que pueden ser también para
nosotros un auspicio para el nacimiento de una sociedad más justa.
3. Ante todo aparece la familia (Cf. versículo 12), que se basa en la vitalidad
de la procreación. Los hijos, esperanza del futuro, son comparados a árboles
vigorosos; las hijas son representadas como columnas sólidas que rigen el
edificio de la casa, como las del templo. De la familia se pasa a la vida
económica, al campo con sus frutos conservados en graneros, con las praderías de
ganado que pace, con los animales de tiro que trabajan en campos fértiles (Cf.
versículos 13-14a).
La mirada se dirige después a la ciudad, es decir, a toda la comunidad civil que
finalmente goza del don precioso de la paz y de la tranquilidad. De hecho, se
han terminado definitivamente las «brechas» que abren los invasores en los muros
urbanos durante los asaltos; terminan las incursiones que traen saqueos y
deportaciones y, por último, no se escucha el «grito» de los desesperados, de
los heridos, de las víctimas, de los huérfanos, triste legado de las guerras
(Cf. versículo 14b).
4. Este retrato de un mundo diverso, pero posible, es confiado a la obra del
Mesías, así como a la de su pueblo. Todos juntos, bajo la guía del Mesías,
Cristo, tenemos que trabajar por este proyecto de armonía y de paz, impidiendo
la acción destructora del odio, de la violencia, de la guerra. Es necesario, sin
embargo, ponerse del lado del Dios del amor y de la justicia.
Por este motivo el Salmo concluye con las palabras: «¡Feliz el pueblo a quien
así sucede feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor!». Dios es el bien de los
bienes, la condición de todos los demás bienes. Sólo un pueblo que reconoce a
Dios y que defiende los valores espirituales y morales puede salir realmente al
encuentro de una paz profunda y convertirse asimismo en una fuerza de paz para
el mundo, para los demás pueblos. Y, por tanto, puede entonar con el salmista el
«canto nuevo», lleno de confianza y esperanza. Recuerda espontáneamente el Pacto
nuevo, la novedad misma que es Cristo y su Evangelio.
Es lo que nos recuerda san Agustín. Al leer este Salmo, él interpreta también la
frase: «salmodiaré para ti al arpa de diez cuerdas». El arpa de diez cuerdas es
para él la ley, compendiada en los diez mandamientos. Pero de estas diez
cuerdas, de estos diez mandamientos, tenemos que encontrar la clave adecuada.
Sólo si se hacen vibrar estas diez cuerdas, estos diez mandamientos --dice san
Agustín-- con la caridad del corazón suenan bien. La caridad es la plenitud de
la ley. Quien vive los mandamientos como dimensiones de la única caridad, canta
realmente el «canto nuevo». La caridad que nos une a los sentimientos de Cristo
es el verdadero «canto nuevo» del «hombre nuevo», capaz de crear también un
«mundo nuevo». Este Salmo nos invita a cantar con «el arpa de diez cuerdas», con
un nuevo corazón, a cantar con los sentimientos de Cristo, a vivir los diez
mandamientos en la dimensión del amor, a contribuir así a la paz y a la armonía
del mundo (Cf. «Comentarios a los Salmos» --«Esposizioni sui Salmi»--, 143,16: «Nuova
Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp. 677).
[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la
audiencia, el Santo Padre dirigió un saludo a los peregrinos en varios idiomas.
En castellano, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
El texto del salmo que hoy comentamos, comienza ensalzando al Ungido por
excelencia, Jesucristo, que inaugura la era mesiánica, como lo muestran los
signos del auténtico bienestar y prosperidad, vislumbrándose ya un mundo
vigoroso y lleno de vida, donde reina la paz y no hacen brecha quienes desean
sembrar desorden y opresión.
Esta imagen de un mundo diverso, de una humanidad renovada y redimida, es obra
de Dios, del Mesías, a cuyo lado se pone el pueblo elegido para destruir el odio
y la violencia. Por eso se entona «un canto nuevo», lleno de esperanza en el
nuevo pacto anunciado por los profetas y cumplido en Cristo. En él, como dice
san Agustín, se alcanza la plenitud de la ley, que es la caridad.