COMENTARIOS AL SALMO

1.

A VOZ EN GRITO Salmo 141

He rezado en mi mente y he rezado en el grupo; he rezado en silencio y he rezado en voz baja. Hoy levanto el tono y rezo a voz en grito. Quiero probar todos los modos de acercarme a ti, Señor, según me llevan mis sentimientos y me inspira la presencia de mis hermanos. Y no hago más que usar palabras que tú me pones en los labios, Señor.

«A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor».

Mi grito proclama la urgencia de mi plegaria aun antes de que se distingan sus palabras. No necesito detallar peticiones o subrayar necesidades. Tú sabes lo que necesito, y no voy a molestarte con minucias. Lo único que pido es atención. Quiero que escuches mi voz en presencia de tu pueblo. Y por eso grito. Quiero recordarte que existo. Quiero romper el silencio de mi timidez con la desvergüenza de mi grito. Que la gente se vuelva y mire. Soy presa del dolor, y por eso grito. Que mi dolor te llegue en mi grito.

Mi dolor no es sólo el mío, sino el de mis hermanos y hermanas, mis amigos, los pobres y los oprimidos, todos los que sufren y se inclinan ante el peso de la injusticia y la dureza de la vida. Mi grito es el grito de la humanidad en pena, millones de voces unidas en una, porque el sufrimiento nos une a todos en el parentesco del dolor común. Por todos ellos grito con la sinceridad de mi dolor mientras resuenan sus ecos en este valle de lágrimas.

«A ti grito, Señor; atiende a mis clamores».

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 259


 

2. Juan Pablo II: Dios, refugio del hombre
Intervención en la audiencia general sobre el Salmo 141

CIUDAD DEL VATICANO, 12 noviembre 2003 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 141, «Tú eres mi refugio».

 

A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor;
desahogo ante Él mis afanes,
expongo ante Él mi angustia,
mientras me va faltando el aliento.

Pero tú conoces mis senderos,
y que en el camino por donde avanzo
me han escondido una trampa.

Mira a la derecha, fíjate:
nadie me hace caso;
no tengo adónde huir,
nadie mira por mi vida.

A ti grito, Señor;
te digo: «Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida».

Atiende a mis clamores,
que estoy agotado;
líbrame de mis perseguidores,
que son más fuertes que yo.

Sácame de la prisión,
y daré gracias a tu nombre:
me rodearán los justos
cuando me devuelvas tu favor.



1. La noche del 3 de octubre de 1226 san Francisco de Asís estaba falleciendo: su última oración fue precisamente el Salmo 141, que acabamos de escuchar. San Buenaventura recuerda que Francisco «exclamó con el Salmo: "A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor" y lo rezó hasta el versículo final: "Me rodearán los justos cuando me devuelvas tu favor"» (Leyenda Mayor, XIV,5, in: Fuentes Franciscanas, Padua - Asís 1980, p. 958).

El Salmo es una súplica intensa, salpicada por una serie de verbos de imploración al Señor: «clamo al Señor», «suplico al Señor», «desahogo ante Él mis afanes», «expongo ante Él mi angustia» (versículos 2-3). En la parte central del Salmo destaca la confianza en Dios que no es indiferente al sufrimiento del fiel (Cf. versículos 4-8). Con esta actitud, Francisco se encaminó hacia la muerte.

2. Se dirige a Dios con un «Tú», como quien se dirige a una persona que da seguridad: «Tú eres mi refugio» (versículo 6). «Tú conoces mi vida», es decir, el itinerario de mi vida, un recorrido marcado por la opción por la justicia. En este camino, sin embargo, los impíos han tendido una trampa (Cf. versículo 4): es la típica imagen tomada de las escenas de caza, frecuente en las súplicas de los Salmos, para indicar los peligros y las insidias a las que es sometido el justo.

Ante esta pesadilla, el Salmista lanza una señal de alarma para que Dios se dé cuenta de su situación e intervenga: «Mira a la derecha, fíjate» (versículo 5). Según la costumbre oriental, a la derecha de una persona estaba su defensor o el testigo favorable en un tribunal; o en la guerra, el guardia de cuerpo. El fiel, por tanto, está solo y abandonado, «nadie me hace caso». Por este motivo expresa una constatación angustiosa: «No tengo adónde huir, nadie mira por mi vida» (versículo 5).

3. Inmediatamente después, un grito revela la esperanza del corazón del que ora. En esa situación, la única protección y la única cercanía eficaz es la de Dios: «Tú eres mi refugio
y mi lote en el país de la vida» (versículo 6). El «lote», en el lenguaje bíblico, es el don de la tierra prometida, signo de amor divino por el pueblo. El Señor se convierte en el último y único fundamento sobre el que se puede apoyar, la única posibilidad de vida, la suprema esperanza.

El salmista lo invoca con insistencia, pues «estoy agotado» (versículo 7). Le suplica que intervenga para romper las cadenas de su cárcel de la soledad y de la hostilidad (Cf. versículo 8) y sacarle del abismo de la prueba.

4. Al igual que en otros salmos de súplica, la perspectiva final es la de la acción de gracias que se ofrecerá a Dios por haberle escuchado: «Sácame de la prisión, y daré gracias a tu nombre» (ibídem). Cuando sea salvado, el fiel irá a dar gracias al Señor en la asamblea litúrgica (Cf. ibídem). Le rodearán los justos, que experimentarán la salvación del hermano como un don que también se les ha hecho a ellos.

Esta atmósfera debe darse también en las celebraciones cristianas. El dolor de cada uno debe encontrar eco en el corazón de todos; al mismo tiempo, la alegría de cada uno debe ser vivida por toda la comunidad en oración. De hecho, «Qué bueno, qué dulce es habitar los hermanos todos juntos» (Salmo 132, 1) y el Señor Jesús dijo: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18, 20).

5. La tradición cristiana ha aplicado el Salmo 141 a Cristo perseguido y sufriente. En esta perspectiva, la meta luminosa de la súplica del Salmo se transfigura en un signo pascual, que se basa en el final glorioso de la vida de Cristo y de nuestro destino de resurrección con él.

Así lo afirma san Hilario de Poitiers, famoso doctor de la Iglesia del siglo IV, en su «Tratado sobre los Salmos».

Comenta la traducción latina del último versículo del Salmo, que habla de recompensa para el que ora y de la espera de estar junto a los justos: «Me expectant iusti, donec retribuas mihi». San Hilario explica: «El apóstol nos muestra cuál es la recompensa que le dio el Padre a Cristo: "Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda a lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2, 9-11). Esta es la recompensa: al cuerpo se le da la eternidad de la gloria del Padre. "Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Filipenses 3, 20-21). Los justos, de hecho, le esperan para que los recompense, haciéndoles conformes a la gloria de su cuerpo, que es bendito por los siglos de los siglos. Amén» (PL 9, 833-837).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia monseñor Vicente Juan Segura de la Secretaría de Estado del Vaticano leyó el resumen de la intervención del Papa]

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo 141 es una súplica intensa, marcada por algunas invocaciones como «te pido auxilio», «atiende mis clamores». La parte central del mismo está marcada por la confianza en Dios, que no permanece indiferente ante el sufrimiento del fiel. Cuentan las Fuentes Franciscanas que está fue la última oración de San Francisco en su agonía.

El Salmista, en esta bella composición, invoca a Dios con insistencia porque la angustia ha llegado al fondo, y le suplica que intervenga para romper las cadenas de la cárcel de la soledad y la hostilidad y lo saque del abismo de la prueba. Como en otros Salmos, la perspectiva final es la acción de gracias presentada al Señor después que Él haya escuchado la oración.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos de lengua española]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial la Sociedad San Vicente de Paúl, de Madrid, y a los fieles de la Parroquia del Cuerpo y Sangre de Cristo, de México. Os ánimo a confiar siempre en el Señor en la adversidad y darle gracias ante la salvación. Muchas gracias por vuestra atención.