COMENTARIOS AL SALMO 123


Benedicto XVI: «Nuestro auxilio es el nombre del Señor»

Comentario al Salmo 123

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 22 junio 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la catequesis de Benedicto XVI, pronunciada durante la audiencia general de este miércoles, dedicada a comentar el Salmo 123, «Nuestro auxilio es el nombre del Señor».


Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.


1. Ante nosotros tenemos el Salmo 123, un cántico de acción de gracias entonado por toda la comunidad en oración que eleva a Dios la alabanza por el don de la liberación. El salmista proclama al inicio esta invitación: «Que lo diga Israel» (versículo 1), estimulando a todo el pueblo a elevar una acción de gracias viva y sincera al Dios salvador. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, éstas, con sus pocas fuerzas, no hubieran sido capaces de liberarse y sus adversarios, como monstruos, les hubieran descuartizado y triturado.

Si bien se ha pensado en algún acontecimiento histórico particular, como el final del exilio de Babilonia, es más probable que el Salmo quiera ser un himno para agradecer intensamente al Señor por haber superado los peligros y para implorarle la liberación de todo mal.

2. Después de haber mencionado al inicio a unos «hombres» que asaltaban a los fieles y eran capaces de haberles «tragado vivos» (Cf. versículos 2-3), el canto tiene dos pasajes. En la primera parte, dominan las aguas arrolladoras, símbolo para la Biblia del caos devastador, del mal y de la muerte: «Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes» (versículos 4-5). El orante experimenta ahora la sensación de encontrarse en una playa, habiéndose salvado milagrosamente de la furia impetuosa del mar.

La vida del hombre está rodeada de emboscadas de los malvados que no sólo atentan contra su existencia, sino que quieren destruir también todos los valores humanos. Sin embargo, el Señor interviene en ayuda del justo y le salva, como canta el Salmo 17: «Él extiende su mano de lo alto para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me libera de un enemigo poderoso, de mis adversarios más fuertes que yo… El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me salvó porque me amaba» (versículos 17-20).

3. En la segunda parte de nuestro canto de acción de gracias se pasa de la imagen marina a una escena de caza, típica de muchos salmos de súplica (Cf. Salmo 123, 6-8). Evoca una bestia que tiene entre sus fauces a su presa o una trampa de cazadores que captura a un pájaro. Pero la bendición expresada por el Salmo nos da a entender que el destino de los fieles, que era un destino de muerte, ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvadora: «Bendito el Señor, que no nos entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió, y escapamos» (versículos 6-7).

La oración se convierte en este momento en un suspiro de alivio que surge de lo profundo del alma: incluso cuando se derrumban todas las esperanzas humanas, puede aparecer la potencia liberadora divina. El Salmo concluye con una profesión de fe, que desde hace siglos ha entrado en la liturgia cristiana como una premisa ideal de toda oración: «Adiutorium nostrum in nomine Domini, qui fecit caelum et terram - Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra» (versículo 8). El Omnipotente se pone en particular de parte de las víctimas y de los perseguidos «que están clamando a él día y noche» y «les hará justicia pronto» (Cf. Lucas 18,7-8).

4. San Agustín ofrece un comentario articulado a este salmo. En primer lugar, observa que este salmo propiamente lo cantan los «miembros de Cristo, que han alcanzado la felicidad». En particular, «lo han cantado los santos mártires, quienes habiendo salido de este mundo, están con Cristo en la alegría, dispuestos a retomar incorruptos esos mismos cuerpos que antes eran corruptibles. En su vida, sufrieron tormentos en el cuerpo, pero en la eternidad esos tormentos se transformarán en adornos de justicia».

Pero en un segundo momento el obispo de Hipona nos dice que también nosotros podemos cantar este salmo con esperanza. Declara: «También nosotros estamos animados por una esperanza segura cantaremos exultando. No son extraños para nosotros los cantores de este Salmo… Por tanto, cantemos todos con un solo corazón: tanto los santos que ya poseen la corona como nosotros, que con el afecto nos unimos a su corona. Juntos deseamos esa vida que aquí abajo no tenemos, pero que nunca podremos tener si antes no la hemos deseado».

San Agustín vuelve entonces a la primera perspectiva y explica: «Los santos recuerdan los sufrimientos que afrontaron y desde el lugar de felicidad y de tranquilidad en el que se encuentran miran el camino recorrido; y, dado que hubiera sido difícil alcanzar la liberación si no hubiera intervenido para ayudarles la mano del Liberador, llenos de alegría, exclaman: "Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte". Así comienza su canto. No hablan ni siquiera de aquello de lo que se han librado por la alegría de su júbilo» (Comentario al Salmo 123, «Esposizione sul Salmo 123», 3: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, p. 65).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa dirigió un saludo a los peregrinos en diferentes idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo que hemos escuchado es un canto de acción de gracias, que la comunidad orante eleva a Dios porque nos libera y nos salva. Si el Señor no hubiera estado de parte de las víctimas, éstas serían impotentes por sí solas para liberarse de los adversarios que, como monstruos, las habrían abatido. Con otra imagen, el orante se siente en tierra firme, salvado milagrosamente de la furia de un mar impetuoso.

La vida del hombre está rodeada por las asechanzas de los malvados, que no sólo atentan contra su existencia sino que intentan destruir también todos los valores humanos. Sin embargo, el Señor interviene para defender y salvar al justo.

La bendición expresada por el Salmo hace ver que el destino de los fieles, que era la muerte, se ha cambiado radicalmente en un destino de salvación: cuando caen todas las esperanzas humanas, aparece la fuerza de la liberación divina y comprendemos que nuestro auxilio es el nombre del Señor, que se pone de parte de los perseguidos.


2. ATRAPADO EN LA TRAMPA

En mis malos ratos, pienso, Señor, que la vida es una trampa. Perdóname por decir esto ante ti, que has hecho la vida y eres el responsable de su funcionamiento; pero a veces me siento como atrapado en las redes de una existencia sin valor y sin sentido, como un pájaro en el lazo del cazador. De nada me sirve agitar las alas o mover frenéticamente las piernas. Estoy apresado en la tenaza de acero de mi duda mortal. No puedo ir a ningún sitio. Quizá es que no hay ningún sitio adonde ir.

De todas las depresiones que sufro, este sentido de impotencia es la mayor prueba. No puedo hacer nada. No soy nada. Un pedazo de arcilla, una masa inerte, un vacío existencial. Mi vida no cuenta para nada, si es que puede llamarse vida. No le supongo nada a nadie, y menos a mí mismo. Mi llegada a este mundo no ha cambiado en nada la faz de la tierra, y tampoco la cambiará mi salida. El viento va y viene, pero al menos columpia a las flores y hace cantar a los árboles. Yo no valgo ni para eso. No cuento para nada. Veo la vida como un juego cruel en el que me echan de aquí para allá, sin que siquiera me pregunten adónde quiero ir y qué quiero hacer. O, más en profundidad, el hecho descarnado es que yo mismo no sé adónde quiero ir ni lo que quiero hacer. Las raíces de mi impotencia se hunden en mi propio ser. Eso es lo que me desespera.

Estoy atrapado, alma y cuerpo, en una trampa que yo mismo he puesto. Quizá esperaba demasiado de la vida, de mi mismo, de ti, Señor, si es que puedo hablarte cuando ni siquiera tu existencia me dice nada (y perdóname por decirte esto, pero es sólo para marcar el limite de mi desesperación). Tenía esperanzas que no se han cumplido y sueños que no se han hecho realidad. La vida me ha estafado con toda la cruel indiferencia de un juego de azar. Estoy sumido en la miseria de un vivir sin sentido.

La única oración que puedo hacer hoy, Señor (y aun ésa la he de tomar prestada palabra por palabra del salmo, ya que yo no tengo fuerzas para crear hoy mi oración), es pedirte que me saques pronto de las tinieblas en que estoy, para que pueda hacer mías de verdad las palabras que tú has inspirado:

«Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador; la trampa se rompió y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra».

¡Rompe la trampa pronto, Señor!».