1. EL ARMA DE LOS POBRES
La gente no entiende las maldiciones, porque la gente no entiende a los pobres. El hombre abandonado que no tiene dónde acogerse, que sufre sin remedio por el capricho de los ricos y la opresión de los poderosos, que sabe en su conciencia que es víctima de la injusticia, pero no encuentra salida a la amargura de sus días y a la agonía de su vida: ¿qué puede hacer?
No tiene poder ninguno, no tiene dinero, no tiene influencia, no tiene medios para ejercer presión o forzar decisiones como lo hacen hombres de mundo para abrirse paso y conseguir lo que quieren. No tiene armas para luchar en un mundo en el que todos están armados hasta los dientes. Su única arma es la palabra. Como miembro del Pueblo de Dios, su palabra, cuando habla en defensa propia, es la palabra de Dios, porque la defensa de un miembro es la defensa del Pueblo entero. Y así lanza el arma, carga cada palabra con las desgracias más trágicas que se le ocurren, y pronuncia la maldición que es advertencia y aviso y amenaza de que Dios hará lo que dice la maldición si el enemigo no cesa en sus ataques y se retira. La maldición es la fuerza de disuasión nuclear en una sociedad que creía en el poder de las palabras.
La palabra está cargada de poder. Hace lo que dice. Vuela y descarga. Una vez pronunciada, no puede ser revocada. La bendición es bendición, y la maldición es maldición, desde el momento en que sale de los labios del pobre, que es el único que tiene derecho a lanzarla, y encontrará el blanco, y descargará sobre la cabeza del malvado que persigue al pobre la explosión de castigo divino, restableciendo así la justicia en un mundo en que ya no se hace justicia. La maldición es el arma defensiva del hombre que no tiene armas.
También yo me encuentro impotente ante el reino de la injusticia en el mundo de hoy; y con el derecho que me da mi impotencia, me dispongo a usar fielmente el arma que tú, Señor, pones en mis manos como miembro de tu Pueblo y pobre entre los pobres.
Que los que matan a hierro, a hierro mueran; que todos los opresores, explotadores, estafadores, manipuladores, todos los que dan y reciben sobornos, niegan el salario justo y abusan del pobre, todos los injustos y violentos, sean subyugados para siempre; que todos los secuestradores, atracadores, raptores, terroristas, sean víctimas de su propio terror; que los dictadores de todo signo dejen de serlo, y los que traman el mal para los demás lo vean tramado contra sí mismos. Que estas palabras extiendan sus alas, vuelen derechas, den en el blanco, pongan fin a la injusticia y traigan la paz a los pobres que tú amas, Señor.
«Yo
daré gracias al Señor con voz potente, lo alabaré en medio de la multitud: porque se puso a la derecha del pobre para salvar su vida de sus adversarios».
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 208