COMENTARIOS AL SALMO 101

 

1. AMO A MI CIUDAD

Amo tus mismas piedras y el polvo de tus calles. Tú eres mi ciudad, mi Sión, mi Jerusalén; tú, la ciudad donde vivo, por cuyas calles ando, cuyos rincones conozco, cuyo aire respiro, cuyos ruidos sufro. Tú, la ciudad que se me da dado para que sea mi casa, mi puesto en la tierra, mi refugio en la vida, mi vínculo urbano con la raza del hombre civilizado. Tú, signo y figura de la Ciudad de Dios, mientras continúas siendo plenamente la ciudad del hombre en tu penosa historia y tu presente realidad. Te amo, te abrazo, estoy orgulloso de ti. Me alegra vivir en ti, enseñarte a visitantes, dar tu nombre junto al mío al dar la dirección donde vivo, unir así tu nombre al mío en sacramento topográfico de matrimonio residencial. Tú eres mi ciudad, y yo soy tu ciudadano. Nos queremos.

Te quiero tal y como eres; con polvo y todo. Podría besar en adoración las piedras de tus calles y erigirlas en altares para ofrecer sobre ellas el sacrificio de alabanza. Tus avenidas son sagradas, tus cruces son benditos, tus casas están ungidas con la presencia del hombre, hijo de Dios. Tú eres un templo en tu totalidad, y consagras con el sello del hombre que trabaja los paisajes vírgenes del planeta tierra.

Por ti rezo, ciudad querida, por tu belleza y por tu gloria; rezo a ese Dios cuyo templo eres y cuya majestad reflejas, para que repare los destrozos causados en ti por la insensatez del hombre y los estragos del tiempo y te haga resplandecer con la perfección final que yo sueño para ti y que él, como Dueño y Señor tuyo, quiere también para ti.

«Tú permaneces para siempre, y tu nombre de generación en generación. Lavántate y ten misericordia de Sión, que es hora y tiempo de misericordia. Tus siervos aman sus piedras, se compadecen de sus ruinas. Los gentiles temerán tu nombre; los reyes del mundo tu gloria, cuando el Señor reconstruya Sión y aparezca en su gloria».

Tus heridas son mis heridas, y tus tribulaciones las mías. Al pedir por ti pido por mí, desahuciado como me encuentro a veces ante el fracaso, la enfermedad y la muerte. En mi esperanza por tu restauración va incluida mi esperanza en mi propia inmortalidad. Mi propia vida parece a veces desmoronarse, y entonces me acojo a ti, me escondo en ti, me uno a ti. Cuando sufro, me acuerdo de tus sufrimientos; y cuando las sombras de la vida se me alargan, pienso en las sombras de tus ruinas. Y entonces pienso también en tus cimientos, firmes y permanentes desde tiempos antiguos; y en la permanencia de tu historia encuentro la fe que necesito para continuar mi vida.

Ciudad moderna de huelgas y disturbios, de explosiones de bombas y sirenas de policía. Sufro contigo y vivo contigo, con la esperanza de que nuestro sufrimiento traerá redención y llegaré a cantar libremente en ti las alabanzas del Señor que te hizo a ti y me hizo a mí.

«Para anunciar en Sión el nombre del Señor, y su alabanza en Jerusalén; cuando se reúnan unánimes los pueblos y los reyes para dar culto al Señor».

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 195