1. ENSÉÑAME, SEÑOR
«Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley».
Necesito que me eduques, Señor. Quiero ser alumno dócil en tu escuela sin muros. Quiero observar, quiero asimilar, quiero aprender. Sé que la enseñanza dura todo el día, pero yo no aprendo, porque no me fijo, no sé leer las situaciones, no reconozco tu voz.
Enséñame a través de los acontecimientos de cada día. Tú eres quien me los pones delante, así es que tú sabes el sentido y la importancia que tienen para mí. Enséñame a entenderlos, a descifrar tus mensajes en un encuentro fortuito, en una noticia, en una alegría súbita, en una preocupación persistente. Tú estás allí, Señor. Tu mano ha trazado esos rasgos. Tu rostro se esconde en todos esos rostros. Enséñame a reconocerlo. Enséñame a entender todo lo que tú quieres decirme en cada uno de esos sucesos y encuentros a lo largo del día.
Enséñame a través de los silencios del corazón. Tú no necesitas palabras ni escritos. Tú estás presente en mis cambios de ánimo y tú lees mis pensamientos. Enséñame a conocerme a mí mismo. Enséñame a entender este lío de sentimientos y este embrollo de ideas que llevo dentro y con los que no sé qué hacer. ¿Por qué reacciono como reacciono? ¿Por qué me siento triste de repente sin motivo? ¿Por qué me enfado con los que más quiero? ¿Por qué no puedo rezar cuando quiero hacerlo? ¿Por qué dudo de ti mientras proclamo mi fe en ti? ¿Por qué me odio a mí mismo cuando sé que tú me amas? ¿Por qué soy tal enigma para mí mismo que, cuanto más me examino, menos me entiendo?...
Enséñame a través de los demás, enséñame a través de la experiencia, enséñame a través de la vida. Libera mis instintos de la rutina y los prejuicios que los atenazan, para que me guíen con la sabiduría de la naturaleza a través de la selva de decisiones diarias. Reanima mis sentidos para que me devuelvan el aroma de la creación a través de la amistad de mi propio cuerpo. Acalla mi mente para que pueda recibir con inocencia virginal las imágenes prístinas del mundo del pensamiento. Purifica mi corazón para que adquiera la confianza de latir al compás de los ritmos eternos de la creación, en cercanía de amor.
Enséñame a través de tu presencia, de tu palabra, de tu gracia. Hazme ver las cosas como tú las ves; hazme valorar lo que tú valoras y rechazar lo que tú rechazas. Hazme confiar en tu providencia y creer en la bondad de los hombres aun cuando me hagan daño o me desprecien. Hazme tener fe en tu acción entre los hombres para que encuentre alegría en la esperanza de la venida del Reino.
Enséñame, Señor, enséñame día a día; haz que me entienda mejor a mi mismo, a la vida y a ti. Enciende en mi mente la luz de tu entender para que guíe mis pasos a lo largo del camino que lleva a ti.
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 180