1. EL ENEMIGO EN CASA
«¡Dios mío, los gentiles han entrado en tu heredad!»
Leo un peligro moderno en la alarma antigua. Los gentiles han entrado en tu heredad. Una mentalidad pagana ha aparecido en círculos religiosos. El racionalismo se ha infiltrado en tu Iglesia. Se rebaja la autoridad, se minimiza el dogma, se ignora la tradición, se desoye a la obediencia. Todo queda racionalizado, secularizado, desmitificado. Visión secular de credo religioso. La razón por encima de la fe. El hombre por delante de Dios. Ese es el peligro del mundo religioso hoy. Penetración pagana en el santuario de Jerusalén.
Y ése es el peligro de mi propia vida. Yo vivo en medio de ese santuario, pero también a mí me afectan ahora esos vientos paganos que soplan en él. Todo el mundo piensa así, ésa es la tendencia moderna; los teólogos de moda defienden ese punto de vista, todos los entendidos se acogen a la interpretación liberal. Ese es el peligro. Los asaltos desde fuera del santuario son más fáciles de rechazar, porque se les reconoce como tales. En cambio, es mucho más dificil resistir la tentación sigilosa desde dentro, que en un principio parece inocente y amiga. Esta causa mayores estragos, porque llega disfrazada y ataca en la oscuridad.
Quiero para mí la totalidad de la fe, Señor. No quiero medias tintas, no quiero ambigüedades ni verdades a medias. Quiero que el santuario de mi alma quede libre de toda influencia pagana. Quiero para mi la integridad de tu palabra y la totalidad de tu revelación. No quiero enturbiar verdades eternas con modas pasajeras. Quiero la pureza de tu santuario y la dignidad de tu templo. Quiero que la Ciudad Santa sea y permanezca santa para siempre. Quiero que mi fe resplandezca sin sombras y sin intermitencias. Quiero ser moderno por ser eterno, y actual por ser tradicional. Quiero estar al tanto de las últimas investigaciones desde la firmeza de mis antiguas convicciones. Quiero que sea la fidelidad a ti, Señor, la que rija mi vida por siempre.
Restaura en tu Iglesia, Señor, la firmeza de tu revelación. Purifica nuestros pensamientos y robustece nuestras creencias. Limpia tu santuario y santifica tu ciudad. Haz que resplandezca la fe de los creyentes con el fulgor de tu verdad.
«Entonces nosotros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, contaremos tus alabanzas de generación en generación".
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 152