COMENTARIOS AL SALMO 61


1. Comentario al Salmo 61 durante la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 10 noviembre 2004 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Juan Pablo II en la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 61, «La paz en Dios».
 

Sólo en Dios descansa mi alma,
porque de Él viene mi salvación;
sólo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre
todos juntos, para derribarlo
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?

Sólo piensan en derribarme de mi altura,
y se complacen en la mentira:
con la boca bendicen,
con el corazón maldicen.

Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque Él es mi esperanza;
sólo él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré.

De Dios viene mi salvación y mi gloria,
él es mi roca firme,
Dios es mi refugio.

Pueblo suyo, confiad en él,
desahogad ante él vuestro corazón,
que Dios es nuestro refugio.

Los hombres no son más que un soplo,
los nobles son apariencia:
todos juntos en la balanza subirían
mas leves que un soplo.

No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo;
y aunque crezcan vuestras riquezas,
no les deis el corazón.

Dios ha dicho una cosa,
y dos cosas que he escuchado:

«Que Dios tiene el poder
y el Señor tiene la gracia;
que tú pagas a cada uno
según sus obras»


1. Acaban de resonar las dulces palabras del Salmo 61, un canto de confianza, que comienza con una especie de antífona, repetida en la mitad del texto. Es como una jaculatoria fuerte y serena, una invocación que es también un programa de vida: «Sólo en Dios descansa mi alma, porque de Él viene mi salvación; sólo Él es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré» (versículos 2-3.6-7).

2. El Salmo, sin embargo, más adelante pone en contraposición dos formas de confianza. Son dos opciones fundamentales, una buena y otra perversa, que comportan dos conductas morales diferentes. Ante todo, está la confianza en Dios, exaltada en la invocación inicial, donde aparece un símbolo de estabilidad y seguridad, la «roca», es decir, una fortaleza y un baluarte de protección.

El Salmista confirma: «De Dios viene mi salvación y mi gloria, él es mi roca firme, Dios es mi refugio» (versículo 8). Lo dice tras haber evocado las confabulaciones de sus enemigos que «sólo piensan en derribarme de mi altura» (Cf. versículos 4-5).

3. Pero está también la confianza de carácter idólatra, ante la que el orante fija con insistencia su atención crítica. Es una confianza que lleva a buscar la seguridad y la estabilidad en la violencia, en el robo y en la riqueza.

Entonces, se hace un llamamiento sumamente claro: «No confiéis en la opresión, no pongáis ilusiones en el robo; y aunque crezcan vuestras riquezas, no les deis el corazón» (versículo 11). Evoca tres ídolos, proscritos como contrarios a la dignidad del hombre y a la convivencia social.

4. El primer falso dios es la violencia a la que la humanidad sigue recurriendo por desgracia también en nuestros días ensangrentados. A este ídolo le acompaña un inmenso cortejo de guerras, opresiones, prevaricaciones, torturas y asesinatos execrables, cometidos sin remordimiento.

El segundo falso dios es el robo, que se manifiesta en la extorsión, en la injusticia social, en la usura, en la corrupción política y económica. Demasiada gente cultiva la «ilusión» de satisfacer de este modo su propia codicia.

Por último, la riqueza es el tercer ídolo al que «se apega el corazón» del hombre con la esperanza engañosa de poderse salvar de la muerte (Cf. Salmo 48) y asegurarse el prestigio y el poder.

5. Al servir a esta tríada diabólica, el hombre olvida que los ídolos no tienen consistencia, es más, son dañinos. Al confiar en las cosas y en sí mismo, olvida que es «un soplo», «apariencia», es más, si se pesa en la balanza, sería «más leve que un soplo» (Salmo 61,10; Cf. Salmo 38, 6-7).

Si fuéramos más conscientes de nuestra caducidad y de nuestros límites como criaturas, no escogeríamos el camino de la confianza en los ídolos, ni organizaríamos nuestra vida según una jerarquía de pseudo-valores frágiles e inconsistentes. Optaríamos más bien por la otra confianza, la que se centra en el Señor, manantial de eternidad y de paz. Sólo Él «tiene el poder»; sólo Él es manantial de gracia; sólo Él es plenamente justo, pues paga «a cada uno según sus obras» (Cf. Salmo 61, 12-13).

6. El Concilio Vaticano II dirigió a los sacerdotes la invitación del Salmo 61 a «no apegar el corazón a la riqueza». El decreto sobre el ministerio y la vida sacerdotal exhorta: «han de evitar siempre toda clase de ambición y abstenerse cuidadosamente de toda especie de comercio» (Presbyterorum ordinis, n. 17).

Ahora bien, este llamamiento a rechazar la confianza perversa y a escoger la que nos lleva a Dios es válido para todos y debe convertirse en nuestra estrella polar en el comportamiento cotidiano, en las decisiones morales, en el estilo de vida.

7. Es verdad, es un camino arduo, que comporta incluso pruebas para el justo y opciones valientes, pero siempre caracterizadas por la confianza en Dios (Cf. Salmo 61, 2). Desde este punto de vista, los Padres de la Iglesia vieron en el orante del Salmo 61 una premonición de Cristo y pusieron en sus labios la invocación inicial de total confianza y adhesión a Dios.

En este sentido, en el «Comentario al Salmo 61», san Ambrosio argumenta: «Nuestro Señor Jesús, al asumir la carne del hombre para purificarla con su persona, ¿no debería haber cancelado inmediatamente la influencia maléfica del antiguo pecado? Por la desobediencia, es decir, violando los mandamientos divinos, la culpa se había introducido, arrastrándose. Ante todo, por tanto, tuvo que restablecer la obediencia para bloquear el foco del pecado... Asumió con su persona la obediencia para transmitírnosla» («Comentario a los doce salmos» --«Commento a dodici Salmi»-- 61,4: SAEMO, VIII, Milano-Roma 1980, p. 283).

[Traducción italiana realizada por Zenit. Al final de la audiencia, uno de los colaboradores del Papa leyó esta síntesis en castellano]

Las dulces palabras del Salmo proclamado anteriormente son una serena y fuerte plegaria, que es también un programa de vida: «Sólo en Dios descansa mi alma. Él es mi roca firme y mi salvación» (Sal 61, 2-3).

A esta firme confianza en el Señor se contrapone una tentación de carácter idólatra: la de la violencia, el robo y la riqueza, consideradas como medios para alcanzar prestigio y poder.

Sin embargo, quien es consciente de la caducidad y de los límites propios de las criaturas, no fundamentará su vida sobre estos falsos valores. Se orienta más bien hacia la confianza verdadera, que tiene su centro en el Señor, fuente de alegría y de paz.


2. EL VERDADERO AMOR

«Tuyo es, Señor, el verdadero amor».

No hay palabra que usemos más aquí abajo en la tierra que la palabra «amor». El amor es la aspiración más alta, el deseo más noble, el placer más profundo del hombre sobre la tierra. Y, sin embargo, no hay palabra de la que más abusemos que la palabra «amor». Le hacemos decir bajas pasiones y sentimientos inconstantes, lo manchamos con infidelidad y aun lo anegamos en violencia. Tenemos incluso que renunciar a veces a la palabra para evitar sentidos desagradables. Nos falla el lenguaje, porque nosotros le hemos fallado a la verdad.

Aun cuando me llego a la religión y la oración y a mi relación contigo, Señor, confieso que uso con miedo la palabra «amor)). Tu gracia y tu benevolencia me animan a decir «te amo», pero al mismo tiempo caigo en la cuenta de lo poco que digo cuando digo eso, de lo poca cosa que es mi amor, superficial, inconstante, poco de fiar. Soy consciente de las limitaciones e imperfecciones de mi amor, y comprendo entonces que yo también debería abstenerme de usar esa palabra. No encuentro el verdadero amor en la tierra, ni siquiera en mi propio corazón.

Por eso me consuela ahora pensar que al menos hay un lugar, una persona en quien puedo encontrar el verdadero amor, y ese eres tú, Señor. «Tuyo es, Señor, el verdadero amor». De hecho ese es tu mismo ser, tu esencia, tu definición. «Dios es amor». Tú eres amor, tú eres el único amor puro y verdadero, firme y eterno. Puedo volver a pronunciar la palabra y recobrar su sentido. Puedo creer en el amor, porque creo en ti. Puedo renovar la esperanza y recobrar el valor de amar, porque sé que existe el amor verdadero, y está cerca de mi.

Ahora puedo amar, porque creo en tu amor. Me sé y me siento amado con el único amor verdadero que existe, tu amor infinito y eterno. Y eso me da fuerzas y confianza para entregarme a amar a los demás, a ti primero y sobre todo, y luego, en ti y para ti, a todos aquellos que tú pones a mi lado en la vida. El amor verdadero es tuyo, Señor, y con fe y humildad yo ahora lo hago mío para amar a todos en tu nombre.

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 117