1. Confía!
Autor: Cecilia Blanco
“Encomienda a Dios tus afanes, y Él te sustentará” (Salmo 54,23)
En el Diccionario encontré estas definiciones para los términos anteriores:
Encomienda Encargo. Recomendación. Amparo, patrocinio, custodia.
Encomendar Encargar a uno que haga alguna cosa o que cuide de ella o de
una persona. Entregarse en manos de alguien y fiarse de su amparo.
Afán Trabajo excesivo. Anhelo vehemente.
Afanar Entregarse al trabajo con apremio. Intentar con anhelo conseguir
alguna cosa. Traerle apurado.
Sustentar Proveer a uno del alimento necesario. Conservar una cosa en su
ser. Sostener una cosa para que no se caiga. Mantener, sostener.
Sustento Mantenimiento, alimento. Sostén o apoyo.
En la Biblia de Jerusalén se lee: “Descarga en Yahvé tu peso y Él te
sustentará”. Como si dijera: Suéltate, abandónate, confíate… porque Dios te
sostendrá y cuidará de ti. Es como el ejercicio donde una persona se pone al
centro de un círculo de personas, cierra sus ojos, y se deja ir hacia un lado y
hacia otro, confiando que quienes lo rodean no lo dejarán caer.
En este pequeño versículo, se encuentra toda la esencia del Amor tierno y
maternal de Dios, y de la actitud necesaria, de nuestra parte, para
experimentarlo.
Dios como alimento, y Dios como sostén y apoyo. Dos caras del mismo Dios-Amor.
El Salmo dice: encomienda, y como vemos en el significado de esta palabra
“encargar a uno que haga alguna cosa o que cuide de ella o de una persona” se
refiere tanto a poner en manos de alguien un trabajo, una cosa o una persona, lo
que significa TODO.
La que más me gusta es: “Entregarse en manos de alguien y fiarse de su amparo”.
Amparo significa “favorecer, proteger”. Mientras que favorecer equivale a decir
“ayudar, apoyar. Beneficio, gracia. Favorito: Que es apreciado con preferencia,
que goza del favor de un personaje”.
Como si tradujéramos esto en: “Entrégate en sus manos y confía en su cuidado, en
su protección, en su abrigo, en su defensa, ya que te ama con predilección, y
vuelca en ti, todo su cuidado”.
Tenemos preocupaciones, problemas, dificultades, sueños, deseos… Trabajos a los
que nos entregamos con apremio, con apuro, con exceso. Como si todo dependiera
de nosotros. Y en esta lucha se nos olvida que podemos fluir suavemente en medio
de nuestras actividades cotidianas haciendo equipo.
Aquí no se trata de no hacer, de abandonarse a la pasividad sino más bien, de
hacer sin que el hacer se vuelva un afán, un trabajo excesivo, un anhelo
vehemente. De no entregarse al trabajo con apremio, con preocupación, con
desasosiego, sin paz.
Puedo luchar con todas mis fuerzas o puedo unir todo mi ser a Aquel que es la
Fuerza y la Energía. Fluir es lo contrario a resistir. Solo puede fluir un
líquido o un gas, nunca un sólido. Las moléculas de un fluido son relativamente
libres, por eso no tiene forma propia, y es elástico; siempre toma la forma del
recipiente donde está contenido. Bueno, pues ¡déjate contener por Dios! y
tomarás su Forma, su Estilo.
Si las moléculas de nuestra personalidad están tan cohesionadas, tan
estructuradas, ante cada situación pondremos resistencia para sentir cierta
seguridad. Pero para fluir se necesita ser libres en nuestra esencia,
flexibilidad, apertura, soltura, abandono. Soltar la imagen (forma propia) para
dejarse con-formar por Dios (tomar Su Forma).
Pero no es un salto en el vacío, lo que se te pide. No es confiar en quién sabe
quién.
Es tener la certeza de que, en quien pones TODA TU PERSONA, todos tus sueños e
ideales, todo aquello que más amas, todo lo que disfrutas, todo lo que te
preocupa… es tu Señor, es tu Dios, es tu Amigo, es tu TODO.
Es tener la certeza de que El proveerá de todo lo que necesites para ser
realmente feliz.
De que Él conservará tu ser y tu esencia fusionados en el Suyo.
De que Él será tu sostén en los momentos de duda, de debilidad, de fragilidad.
De que Él te sostendrá en medio de las dificultades y de los problemas, muy
especialmente, pero en sí, en cada momento, porque eres lo más amado, lo más
preciado, lo más hermoso para Él.
¡Confía!
2. VIOLENCIA EN LA CIUDAD Salmo 54
«Veo en la ciudad violencia y discordia; día y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia; dentro de ella, calamidades; no se apartan de su plaza la crueldad y el engaño».
Es mi ciudad, Señor, y son mis días en ella los que asi transcurren. Violencia en la ciudad. Huelgas y manifestaciones y gritos de ataque y sirenas de la policía. Calles que parecen campos de batalla, y edificios que parecen fortalezas sitiadas. Disparos y explosiones en la vecindad. Casas que se queman, tiendas robadas, y sangre sobre las losas del pavimento. Y yo he estado en esos edificios y he andado por esas calles.
Conozco la angustia del toque de queda de veinticuatro horas, la picadura amarga del gas lacrimógeno, el frenesí dionisiaco de la multitud en orgía de destrucción, la noticia fría de una muerte violenta en el portal de al lado. La inseguridad de toda la noche, la tensión del encierro obligatorio en casa, la angustia de no saber cuánto durará, el peso negro de la venganza sobre el corazón del hombre.
Esa es mi ciudad, florida en sus jardines y orgullosa en sus monumentos. Ciudad de larga historia y comercio floreciente, de rico folklore y diseño artístico. Ciudad edificada para que los hombres vivan juntos en ella, para que recen en sus templos, aprendan en sus escuelas y se mezclen en los amplios espacios de su abrazo urbano. Ciudad a la que amo a lo largo de tantos años en que he vivido en ella, viéndola crecer, e identificándome con el aire y el temple de sus estaciones, sus fiestas, su calor y sus lluvias, sus ruidos y sus olores. Mi hogar, mi casa, mi dirección sobre la tierra, el lugar de descanso adonde vuelvo tras cada viaje, al calor de mis amigos y a la familiaridad del rincón bien amado.
Y ahora mi ciudad arde en llamas y se disuelve en sangre. Siento vergüenza y dolor; siento miedo y desgana. Incluso siento la tentación de escaparme y buscar refugio para librarme del odio y la violencia que entristecen y amenazan mi existencia.
«¡Quién me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigraría lejos, habitaría en el desierto, me pondría en seguida a salvo de la tormenta, del huracán que devora, Señor».
Pero no, no me marcharé. Me quedaré en mi ciudad y llevaré sus cicatrices en mi cuerpo y su vergüenza en mi alma. Me quedaré en medio de la violencia, víctima voluntaria de las pasiones del hombre en la solidaridad de un dolor común. Lucharé contra la violencia sometiéndome a ella, y ganaré la paz sufriendo la guera. Me quedaré en mi ciudad como sus piedras, sus edificios y sus árboles, en fidelidad leal tanto en la adversidad como en la prosperidad. Redimiré los sufrimientos de la ciudad que amo cargándolos en cruz sobre mis espaldas. Que hombres de buena voluntad anden de la mano por sus calles para que vuelva la paz a la ciudad afligida.
«Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga».
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 107