COMENTARIOS AL SALMO 38

 

1. PLEGARIA DEL HOMBRE CANSADO

Estoy cansado, Señor; estoy harto de la vida. La gente dice que la vida es corta; a mí ahora me parece larga, eternamente larga. No sé qué hacer con la vida. Podría vivir aún el doble de lo que he vivido, quizá el triple, y me estremezco de sólo pensarlo. La carga, la rutina, el puro aburrimiento de vivir. No me quejo ahora del sufrimiento, sino del abrumador cansancio de la existencia. Recorrer las mismas calles, hacer los mismos quehaceres, encontrarse con la misma gente, decir las mismas vaciedades. ¿Es eso vivir? Y si eso es vivir, ¿merece la pena?

«Señor, dame a conocer mi fin».

Parece una plegaria fúnebre y, sin embargo, en este momento es mi única consolación. Dame a conocer mi fin. Recuérdame que esta triste existencia llegará un día a su fin, que todo se acabará y ya no habrá más caminar sin dirección ni más vivir sin sentido. Hazme saber al menos que esto no va a durar para siempre, que no va a durar mucho, por favor. La vida es tan dolorosamente aburrida, tan insoportablemente reiterativa...

Temo a la silla en que me siento, odio a la mesa sobre la que escribo, no puedo aguantar la vista de estas cuatro paredes que cincundan mi vida y limitan mi existencia. Oigo hablar de presos en la cárcel. ¿Qué más me da que la cárcel tenga muros altos o bajos, mientras a mí no me dejen salir y determinen el paso de mis horas y el curso de mis días con eficiencia brutal? Un mañana que es igual que hoy, como hoy ha sido lo mismo que ayer y siempre lo ha sido y seguirá siendo sin remedio. «Ganarse la vida» le dicen a eso. ¿No habrá pensado nadie todavía en vivir la vida?

Estoy cansado, Señor, y tú lo sabes. Sin embargo siento cierto descanso al decírtelo no como una queja, ni siquiera como una oración, si es que me entiendes, sino simplemente cómo una confidencia, una charla entre amigos, un desahogo ante alguien que me entiende y está dispuesto a escucharme con paciencia. Mi cansancio es el cansancio del caminante, y quiero sentarme sobre una piedra al borde del camino y olvidar por un momento la fatiga del caminar por el polvo y las piedras. Seguiré andando, Señor, pero déjame descansar un poco antes de volver a emprender el triste viaje. El recuerdo de que tú estás cerca me dará las fuerzas que necesito para continuar.

«Escucha, Señor, mi oración, haz caso de mis gritos, no seas sordo a mi llanto: porque yo soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres. Aplácate, dame respiro, antes de que pase y no exista".

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 77