COMENTARIOS AL SALMO 36
1. ESPERA EN EL SEÑOR
«Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará. Descansa en el Señor y espera en él, no te exasperes por el hombre que triunfa empleando la intriga, porque los que obran mal son excluidos, pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra».
Necesito esas palabras: «Descansa en el Señor y espera en él». Descanso y espera. Yo soy todo impaciencia y prisas, siempre de aquí para allá, y ya no sé si eso es celo santo por las cosas de tu gloria o, sencillamente, el mal genio que yo tengo y no me deja parar. Todo lo hago por tu Reino, desde luego, por el bien de las almas y el servicio del prójimo; pero hay en todo ello una presión constante, como si el destino de la humanidad entera dependiera exclusivamente de mí y de mis esfuerzos. Siento necesidad de trabajar, conseguir, bendecir, sanar, poner remedio a todos los males del mundo, comenzando, desde luego, por todos los defectos de mi persona, y así he de actuar, rezar, planear, organizar, conseguir, conquistar. Demasiada actividad en mi pequeño mundo; demasiadas ideas en mi cabeza; demasiados proyectos en mis manos. Y en medio de toda esa prisa loca, oigo la palabra que me llega desde arriba: Espera.
Descansa y espera.
Espera en el Señor, que es esperar al Señor.
Todos mis planes y obligaciones quedan desde ahora reducidos a esa sola palabra. Espera. Tranquilo. No te precipites, no te empeñes, no te atosigues, no te vuelvas loco y no vuelvas loco a
todo el mundo a tu alrededor. No te comportes como si el delicado equilibrio del cosmos entero dependiera de ti en cada instante. Siéntate y cállate. La naturaleza sabe esperar, y sus frutos llegan cuando les toca. La tierra aguarda a la lluvia, los campos esperan a las semillas y a las cosechas, el árbol espera a la primavera, las mareas esperan su horario celeste, y las estrellas centelleantes esperan edades enteras a que el ojo del hombre las descubra y alguien piense en la mano que las puso en sus órbitas. Toda la creación sabe esperar la plenitud de los tiempos que viene a darle sentido y recoger la mies de esperanza en gavillas de alegría. Sólo el hombre es impaciente y se le quema el tiempo en las manos. Sólo yo quedo aún por aprender la paciencia de los cielos que trae la paz al alma y le deja a Dios libre para actuar a su tiempo y a su manera. El secreto de la acción cristiana no es el hacer, sino el dejarle a Dios que haga. «Confía en él, y él actuará".¡Si supiera yo dejarte hacer en mi vida y en mi mundo lo que tú quieres hacer! ¡Si aprendiera a no entrometerme, a no apurarme, a no temer que todo se va a perder si no controlo yo todo personalmente! ¡Si tuviera la fe y confianza suficientes para dejarte venir cuando tú quieras y hacer lo que te agrade! ¡Si aprendiera a esperar! Esperar es creer, y esperar es amar. Esperar tu venida es anticiparla en gozo y esperanza en la escatología privada de mi corazón.
¡Bienaventurados los que esperan, porque el gozo del
encuentro coronará la fidelidad de la espera!
CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 73