COMENTARIOS AL SALMO 7
 

1. DIOS ES MI REFUGIO

Te llamo, Señor, «mi refugio» y «mi escudo», y en verdad lo eres, y yo quiero entender en tu presencia los modos y caminos que tienes de protegerme y defenderme. Al decir «refugio», no pienso en una cueva escondida en altas montañas donde yo fuera a huir lejos del alcance de mis enemigos; ni tampoco me imagino que tú pones un escudo ante mí para que nadie pueda herirme y yo salga ileso. Eso es protección externa, mientras que tú estás dentro de mi.

Tú no me proteges desde fuera, sino desde dentro. No tengo que acogerme a ti, porque yo estoy en ti y tú estás en mí. Tú proteges mi cuerpo dándome un organismo sano, e informando mi alma, con tu gracia. Tú me defiendes identificándote conmigo, y ésa es mi fortaleza.

Cuando en la vida me encuentro con una dificultad y pienso en ti, no es para pedirte que quites la dificultad, sino que me des fuerzas para enfrentarme a ella; no es para imponerte a ti mi solución, sino para aceptar la tuya, sea la que sea; no es para forzarte a ver las cosas como yo las veo, sino para aprender a verlas como tú las ves. Tú eres mi fortaleza, porque tú eres mi ser.

Me oirás a veces, Señor, quizá demasiadas veces en estos Salmos, hablar de otros como «enemigos». Espero que entiendas mi lenguaje y adaptes su sentido. No es lenguaje de odio, sino de angustia; no desprecio a nadie, pero sufro por las acciones de otros y me desahogo ante ti con el lenguaje más breve que viene a mis labios. Vivo en un mundo regido por la competencia, donde el éxito del otro es una amenaza a mi propio avance, donde la mera existencia de millones a mi alrededor me quita a mí el sitio de vivir.

Cada persona delante de mí en una cola es un «enemigo»; cada conductor que por una fracción de segundo se me adelanta a aparcar en el único sitio libre es mi «enemigo»; cada candidato que aspira al mismo puesto de trabajo que yo pido y necesito es mi «enemigo». Claro que todos ellos son mis hermanos, y yo los abrazo y los amo ante ti. No deseo mal a nadie, y no causaré mal a nadie a sabiendas. Aunque use lenguaje de guerra, estoy en paz con todos, y a todos los acepto en tu amor.

Lo que si temo es que la competencia que sufro se vuelva in-justa; que influencias, sobornos, engaños me priven a mí del puesto o la recompensa que en justicia merezco; y ése es el contexto en el que la palabra «enemigo» ha surgido en mi lenguaje y se ha metido en mis oraciones. Por eso la protección que te pido es protección contra los medios injustos que otros usen para eliminarme, para que no caiga yo víctima de ellos y así no sienta la tentación de odiar a nadie. Protege mi vida y mi trabajo para que la palabra «enemigo» no tenga ya ocasión de asomarse a mis labios. Hazme justicia para que yo pueda creer en el hombre. Defiéndeme de la envidia para que se me haga fácil mirar con bondad a los que me rodean. Esa es la protección que de ti deseo, Señor.

«Yo daré gracias al Señor por su justicia, tañendo para el nombre del Señor Altísimo).

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 22