COMENTARIOS AL SALMO 6
 

EXAMEN DE CONCIENCIA

No puedo dormir esta noche. «Estoy agotado de gemir, de no-che lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas». No lloro por miedo a nadie ni por compasión de mí mismo. Sufro en la no-che sin conciliar el sueño, porque sé que me he portado mal contigo, Señor, y ese pensamiento me parte el alma y ahuyenta el sueño. Acepta mis lágrimas, Señor.

No me imaginaba yo, en aquella desgraciada hora en que mi conciencia se obnubiló y el hecho fatal se consumó en la sombra, que su memoria había de plantarse tan pronto frente a mis ojos para estropearme el día y robarme el sueño. Y tampoco puedo imaginarme ahora cómo pude yo olvidarme de ti en aquel triste momento y obrar como si tú no existieras, como si tú no estuvieras presente sufriendo el desplante de que yo te hacía objeto en mi hermano con gesto insensato. Lo hice con frialdad, como todos lo hacen cuando defraudan a otro en la cruel competencia de este mundo sin ley. Lo hice y me encogí de hombros, creyendo que todo quedaría en eso.

Pero no quedó. Vino la noche, y con la soledad y la oscuridad cayó el débil soporte de la hipocresía que me rodeaba, y me quedé solo con mi conciencia y mi acción y las lágrimas sobre mi lecho. Me abruma la pena, y no es sentimiento fingido de arrepentimiento oficial, sino el triste constatar que, si te he fallado hoy con facilidad tan irresponsable, lo mismo puedo volver a hacerlo cualquier día y a cualquier hora, y eso me preocupa y me humilla. ¿Cómo puedo volver a fiarme de mí mismo? ¿Cómo puedo decir que amo a mi hermano si lo traiciono tan fácilmente? Y si no amo a mi hermano, ¿cómo puedo decir que te amo a ti? Y si no te amo a ti, ¿cómo puedo dormir?

Mi vigilia hoy no es penitencia, sino amor; no es para implorar perdón, sino para despertar a mi alma; o sí, es para implorar perdón que sea curación y remedio, para pedir misericordia, y con ella la mayor misericordia, que es la gracia de no volverlo a hacer.

«Misericordia, Señor, que desfallezco; cura, Señor, mis huesos dislocados; tengo el alma en delirio».

«Vuélvete, Señor, libera mi alma; sálvame por tu misericordia».

«El Señor ha escuchado mi súplica; el Señor ha aceptado mi oración. El Señor ha escuchado mis sollozos».

CARLOS G. VALLÉS
Busco tu rostro
Orar los Salmos
Sal Terrae. Santander 1989, pág. 19