«SOY LO QUE SOY POR LA GRACIA»
APÓSTOL POR GRACIA, APÓSTOL DE LA GRACIA


Juan J. BARTOLOMÉ
Salesiano
Profesor de Sagrada Escritura
en el Instituto Superior de Teología «Don Bosco»
Madrid 


Si algo prueba la ingente bibliografía especializada que sobre 
Pablo se ha publicado en estos últimos cincuenta años, es que 
«estamos todos aún lejos de entender a Pablo». Razones objetivas 
no faltan. 

1. Una propuesta para la comprensión de Pablo
Pablo no fue teólogo de profesión. Como misionero, tuvo que 
presentar el evangelio respetando su formulación tradicional tanto 
como las necesidades de sus oyentes; como pastor, debía 
responder además a las cuestiones que sus comunidades le 
presentaban o identificar las tareas que una vida creyente, inserta 
en un contexto pagano, no podía rehuir. Sus cartas fueron siempre 
un modo de reacción apostólica. 
Pablo fue, además, un hombre vehemente y polémico. Su 
temperamento le impedía ofrecer síntesis reposadas de su 
pensamiento; como apóstol y escritor, no era una persona distante 
ni permanecía neutral; siempre apasionado, se comprometía de 
lleno con lo que le ocupara en aquel momento. Su forma de ser 
influía en su forma de pensar y escribir; apenas puede citarse una 
aportación original suya que no haya sido expresada en fuertes -y a 
veces forzadas- antítesis. 
La dificultad de dar con el centro de su teología es, pues, más 
que lógica. Llegar a él es, sin duda, el problema fundamental, no 
resuelto aún, de la interpretación paulina: la soberanía de Cristo, la 
antropología teológica, el ser en Cristo como descripción de la 
existencia cristiana, la inserción sacramental en él, la justificación 
por la fe, la teología de la cruz, el triunfo definitivo de Dios en 
Cristo... son hoy las propuestas más recurridas. 
La obra paulina ofrece, en su conjunto, unas líneas básicas bien 
definidas: la confesión tradicional de la fe común, su formulación 
apostólica y la finalidad misionera son datos constituyentes del 
evangelio paulino. Su centro no debe reducirse, por tanto, a una 
-por central que sea- de las categorías que él utilizó en un 
determinado momento; todas ellas no son más que expresión 
concreta de lo que el evangelio significa para una comunidad 
concreta. Pues bien, todas nacen de una persuasión profunda: Dios 
ha intervenido, y en forma soberana y definitiva, en la muerte y 
resurrección de Cristo (Gal 1,12.16; 2,2, 1 Co 6,14); aceptar esta 
gracia comporta la salvación (Gal 2,15-16). Esa fue la experiencia 
vital de Pablo, y tal fue su evangelio. 

2. Apóstol por gracia, o la gracia como experiencia
«Damasco es lo más propio y personal que acontece en la vida 
de Pablo y, verosímilmente, la razón de sus diferencias con otros 
cristianos»11. Es el suceso clave para la comprensión de su 
persona y de su pensamiento: «su teología y su acción serán la 
expansión de su experiencia espiritual»12. Por desgracia, a pesar 
de contar con bastante información sobre él, se nos escapa su 
realidad más íntima; si no puede dudarse de su historicidad, su 
comprensión sigue siendo aún hoy una cuestión abierta. Cierto es 
que Pablo vio en él la razón de su fe y de su misión (Gal 1,13-17; 1 
Co 9,1; 15,8). 

2.1. El testimonio lucano 
Las noticias que tenemos sobre el suceso son, desde el punto 
de vista histórico, muy deficientes. Aunque a primera vista los tres 
relatos que Lucas nos ofrece (Hch 9,1-19; 22,6-21; 26,12-23) 
pudieran impresionarnos, un examen más detenido revela que, «en 
última instancia, sigue siendo algo impenetrable como 
acontecimiento»14. 
La conversión es presentada en Hch como una experiencia 
teofánica (aparición luminosa: Hch 9,3.17; 22,ó.14; 26,13.16; 
escucha de una voz: Hch 9,5; 22,8; 26,15) seguida de curación 
(Hch 9,7.17-18; 22,13-6) y de la investidura apostólica (Hch 22,21; 
26,16-18). El autor ha tratado de acercar a sus lectores a lo que 
narra, pero las divergencias de situaciones y detalles son tan 
grandes que la resultante no es una visión homogénea y 
verosímil15. Según él, no es que Pablo quisiera hacerse cristiano; 
es que no tuvo más remedio: el misionero de los gentiles no fue un 
espontáneo iluminado; su llamada y su apostolado siguieron un 
preciso plan divino. Interesaba a Lucas, además, presentar al 
apóstol desde el principio en relación y dependencia de una 
comunidad de testigos ya instituida y reconocida como tal16. 

2.2. El testimonio paulino 
Llama la atención que Pablo haya hablado pocas veces17 de 
acontecimiento tan central (cf. 1 Tes 2,4) y que, cuando lo hizo, se 
viera obligado a ello por los ataques que se dirigían contra su 
evangelio (cf. Gal 1,1.11-12). Jamás nos ofrece un relato histórico, 
y siempre que lo menciona lo utiliza como argumento dentro de una 
discusión: más que narrarlo, lo interpreta, desvelando las 
consecuencias que desató en su vida, la profunda reorientación 
personal que introdujo. 
Contra lo que pudiera esperarse, el apóstol no sitúa en este 
suceso el inicio de su fe en Cristo; siempre lo considera como la 
razón última de su actuación y el motivo decisivo de su evangelio, 
su origen histórico y la causa de su originalidad (Gal 1,15-17; 2,1-9; 
Flp 3,8.14; I Co 9,1; 15,8). A veces lo presenta como revelación 
definitiva de Dios (Gal 1,16); otras, como excepcional visión (2 Co 
3,18; 4,6) o vivencia cuasi-mística (Flp 3,12). Parece que le interesa 
más el mensaje captado en esa experiencia que lo que ésta pudiera 
tener de anécdota personal. Nadie le influyó ni le preparó; no 
dispuso de ayudantes ni intermediarios18; no fue mérito suyo ni de 
otros, sino gracia de Dios y elección (1 Co 15,9-10). Más que 
convertido20, se sintió llamado, enviado de Dios a los gentiles21. 
No hubo, pues, un proceso de cambio paulatino. Pablo no llegó a 
la fe en Cristo por insatisfaccion interna respecto de la ley (Flp 
3,6)22, como se ha podido suponer a partir de Rom 7,7-25. El 
cambio tuvo lugar no en un incrédulo ni en un creyente impío23, 
sino en un celoso seguidor de las tradiciones patrias (Flp 3,8; cf. 1 
QS 4,5-6.17-18): «no fue la culpa o la ansiedad relativa a la ley lo 
que le acercó al cristianismo o le mantuvo en su conversión 
cristiana»24; hubo ciertamente reubicación profunda de la propia 
vida y compromiso inmediato con la nueva visión de Dios. 
Ambos datos incuestionables hacen más sorprendente el cambio 
y magnifican aún más la iniciativa de Dios, quien tuvo la 
benevolencia (Gal 1,15) de revelar a su Hijo a Pablo. Entonces 
descubrió Pablo que toda su vida había estado bajo el signo de 
esta elección para el ministerio: su vida tenía por quehacer el 
evangelio, y su misión era una gracia concedida por Dios (Rm 
1,14.25; Gal 1,16); saber que Dios estaba implicado en Jesús le 
implicó a él en su proclamación (Rm 11,13); su cambio personal se 
debió a un nuevo conocimiento de Dios25. 
Sin llegar a conocer qué es lo que ocurrió camino de Damasco, 
se alcanza aquí a vislumbrar cómo le afectó a Pablo. Una vivencia 
personal concreta fue considerada por él como graciosa revelación 
de Dios: su vida y su tarea se le han convertido de repente en 
acontecimiento escatológico, en nueva creación (2 Co 5,17). El 
cambio que introdujo la llamada divina dejó de ser anécdota 
personal, pasando a ser suceso salvífico, momento decisivo en la 
revelación del misterio de Dios a los hombres (1 Co 10,11). 
De ahí que, inopinadamente, la predicación del evangelio se le 
impusiera como una necesidad, como destino obligado e inevitable 
(I Co 9,16: anagke). Como judío que es, Pablo no puede hablar de 
azar o de ciego destino, ya que cree en una voluntad divina que 
está tras lo que acontece en la historia; frente a esta destinación 
divina, resulta lógico que haga caso omiso de los juicios humanos (l 
Co 2,15), e inconcebible que piense en recompensas debidas a su 
trabajo (1 Co 9,18-19). Cuando tenga que defender su apostolado, 
no reivindicará a su favor autoridad alguna, sino que apelará a su 
obediencia al evangelio (1 Co 3,5; Col 1,23). Para quien se sabe 
enviado, no existe otro destino que el de su misión, y ¡ay de él si no 
evangelizare...! (1 Co 9,16). La necesidad de predicar allí donde 
Cristo es aún desconocido (Rm 15,19-20) es el efecto tangible de 
su conversión, la consecuencia inevitable de la gracia recibida y, al 
mismo tiempo, su prueba fehaciente. 

3. Apóstol de la gracia, o la gracia como mensaje
Resulta sintomático que Pablo, mientras ejerció de apóstol de 
Cristo, tuviera que defender su llamada al ministerio y el evangelio 
que predicaba. Estaba convencido de que ambos tenían un mismo 
origen: la gracia de elección con que Dios le había distinguido. La 
carta a los Gálatas -sin duda alguna el testimonio primero y más 
palmario de esta defensa-, junto con la carta a los Romanos, de la 
que ha llegado a ser considerada como un esbozo previo26, nos 
presenta el evangelio paulino de la forma más rotunda. 

3.1. El caso de Galacia 
La comunidad de Galacia, tras haber sido evangelizada por 
Pablo, se estaba poniendo del lado de quienes predicaban un 
evangelio diferente. De las alusiones que hace Pablo podemos 
reconstruir los contenidos de ese otro evangelio (Gal 1,6). Sus 
promotores defienden la vigencia salvífica de la ley judía (Gal 4,21; 
5,4) y, en particular, pretenden imponer la necesidad de la 
circuncisión (Gal 5,2; 6,12), incluso por la fuerza (cf. Gal. 5,12). 
Pero sus intenciones, según Pablo, no son buenas: no sólo no 
cumplen la ley que imponen a otros, sino que además quieren 
salvarse de la persecución (Gal 6,12-13). Añaden la observancia de 
un calendario (Gal 4,10) que Pablo, polémicamente, identifica como 
una recaída en la idolatría. Además, ponen en tela de juicio la 
legitimidad apostólica de la predicación paulina: Pablo no sería un 
verdadero apóstol (Gal 1,1.12), su evangelio buscaría tan sólo la 
aprobación humana (Gal 1,10) y no sería conforme con el 
testimonio de «las columnas de la iglesia» de Jerusalén (Gal 
2,2-10)27. 

3.1.1. La gracia como evangelio (Gal 2,14b-21)28 
La argumentación paulina se apoya en su experiencia cristiana 
(Gal 1,1.4.11-12.15; 2,11-20; 4,12; 6,14.17) y en la de su 
comunidad (Gal 1,4; 3,1-5; 4,13-15; 5,24-25) y tiene el acierto de 
acudir al testimonio de la ley para fundamentar su tesis sobre la 
insuficiencia salvífica de la ley (Gal 3,ó-4,31). El discurso de Pablo 
en Antioquía (Gal 2,14b21), que cierra el relato autobiográfico (Gal 
1,13 - 2,14a) e introduce la segunda parte de su defensa (Gal 3,1 - 
5,12), la demostración teórica, es la primera exposición, concisa y 
magistral, del evangelio de la gracia que Pablo predicaba. Para 
entender lo que en él dice no habrá que olvidar que, aun en el caso 
de que estuviera repitiendo el mismo discurso pronunciado ante 
Pedro, Bernabé y los demás (Gal 2,11.13), lo escribió años 
después teniendo a los gálatas como destinatarios. 
Se abre con una invectiva directa a Pedro («tú»: Gal 2,14b), 
seguido por un «nosotros» (Gal 2,15-17) que abarca a Pedro, 
Pablo, Bernabé y los demás judeocristianos. Gal 2,18-21 tiene 
como protagonista un «yo» que no puede ser reducido a Pablo en 
exclusiva, pues expresa algo válido para cualquier hombre (Gal 
2,18) y para cualquier cristiano (Gal 2,19-21): los gálatas quedan 
invitados a identificarse con la experiencia cristiana personalizada 
por Pablo, no pudiéndose reconocer en lo expresado 
inmediatamente antes, y que refleja la conciencia del judío creyente 
en Cristo (Gal 2,15- 17). La notable abundancia de frases 
condicionales (Gal 2,14b.17.18.21b) confiere al discurso un tono de 
argumentación mantenida; una impresión que confirman las 
numerosas antítesis, típicamente paulinas, que aparecen a lo largo 
de todo el discurso (Gal 2,14b- 15.16.19-21 a). La insistente 
repetición del término «Cristo» (Gal 2,16.16.17.17.19.20.21) señala 
la concentración cristológica del párrafo central, que se identifica 
claramente por una inclusión verbal (Gal 2,16.21: ley, justicia, 
Cristo). 

3.1.2. La fe que justifica, aceptación de la gracia 
En defensa de una vida cristiana liberada de la práctica de la ley 
judía, Pablo formula su doctrina de la justificación por la fe (Gal 
2,1516), que no es más que un certero alegato en favor de la 
primacía de la gracia. Antes de entrar en consideraciones 
teológicas, Pablo dirige un severo reproche a Pedro delante de 
todos (Gal 2,14b). Es de suponer que Pedro, Bernabé y los demás 
quedarían sorprendidos por semejante corrección, pero más por el 
motivo aducido que por el modo de realizarla. 
Y es que Pedro es acusado de haber seguido la forma pagana 
de vivir, a sabiendas de que era judío; Pedro se habría conducido 
contemporáneamente como pagano y judío. Haber compartido 
mesa con cristianos provenientes del paganismo, sin dejar de 
considerarse judío, le obligaría ahora, en presencia de los hombres 
de Santiago, a continuar siendo judío sin dejar la mesa común. Con 
su cambio, infiere Pablo, Pedro estaría condicionando la comunidad 
de vida a la asunción de prácticas que él mismo, antes de llegar los 
de Santiago, no habría dado por válidas. Que Pablo corrija en 
público sólo a Pedro se debe, ciertamente, a que fue éste quien 
creó el problema con su retirada de la mesa común. 
Con Pedro, Pablo comparte dos convicciones: como judíos, se 
saben portadores de una elección gratuita y de una situación 
privilegiada en la historia salvífica y no son, como los gentiles, 
pecadores, que ni tienen la ley ni pueden cumplirla (Gal 2,15). Al 
hacerse cristianos, han llegado al convencimiento de que la tan 
anhelada justificación sólo se alcanza por la fe (Gal 2,16): Dios 
aprueba la existencia del hombre que acepte a Cristo como 
salvador. 
También el judío creyente afirmaba que la justificación provenía 
sólo de Dios, que su imputación de justicia hacía justo al hombre, 
merced al poder soberano de la palabra de Dios, quien crea cuanto 
dice. El problema nace cuando Pablo distingue dos principios de 
justificación y, en especial, cuando los contrapone antitéticamente: 
las obras de la ley y la fe de Cristo; el judío y, por supuesto, el 
judeocristiano que se oponía al evangelio paulino no veían -ni 
podían aceptar- una oposición frontal entre ley cumplida y fe 
concedida; más bien, la práctica de la ley era prueba fehaciente de 
la fidelidad a Dios: la observancia legal era, en concreto, 
cumplimiento de la alianza. Paradójicamente Pablo no contrapone a 
la existencia creyente una vida de pecado; la actividad según la ley, 
sin fe en Cristo, es considerada -y no se contempla excepción 
alguna- negativa para la salvación, a pesar de que «obras de la 
ley» son las obras que, habiendo sido determinadas por la voluntad 
escrita y revelada por Dios, son buenas y justas, es decir, un modo 
de vida en conformidad con la ley divina. 
Resulta arriesgado tratar de identificar el origen de esa 
convicción paulina, que contradice la experiencia religiosa del fiel 
judío tanto como la del judeocristiano; para ambos sería impensable 
una alternativa entre fe y ley, pues una vida de fe incluía 
necesariamente la práctica de la ley. Pero es lógico pensar que 
Pablo se haya convencido de ello ateniéndose a su propia 
experiencia: de una parte, una revelación divina -que no su celo por 
la ley de Dios y las tradiciones paternas- le condujo al evangelio; de 
otra parte, su actividad misionera entre los gentiles, que no podían 
cumplir una ley que desconocían, estaba siendo coronada por el 
éxito; en ambos casos era patente la voluntad divina de justificar sin 
pasar por la ley (Gal 1,21). 
En la base de la doctrina paulina de la justificación estuvo, pues, 
su experiencia personal y apostólica; era él, como creyente y como 
misionero, el mejor testigo de su evangelio. El teólogo del amor 
gratuito de Dios es el creyente ganado por Cristo inmerecidamente 
y el apóstol predicador de una justificación sin condiciones previas. 
La ley no fue suficiente para el judío Saulo, ni era necesaria para 
los gentiles en orden a su justificación. La existencia en Cristo, 
experimentada en su propia persona y en su misión a los paganos, 
estaba en la base de su pensamiento y era contenido de su 
evangelio. Persona creyente y evangelio creído no pueden 
separarse en la vida y en la teología de Pablo. 
Nadie (Gal 2,16a: «hombre»; Gal 2,16c: «carne») puede 
ilusionarse con encontrar un camino de acceso a Dios apoyado en 
su cumplimiento legal; en consecuencia, se remueve cualquier 
privilegio automáticamente recibido (Gal 2,15: «por naturaleza») en 
orden a la salvación. La justificación (a notar que el verbo, negado 
cuando está en presente y en futuro, es afirmado en aoristo) no es 
una meta que conseguir mediante un intento continuado; ni se 
trabaja progresivamente ni se sitúa en el porvenir; es un hecho 
pasado y único, puntual y cumplido, simultáneo al momento de la 
adhesión a Cristo, que supone para Pablo la sumisión al veredicto 
divino revelado en Jesús. No hay posibilidad de engaño para el 
creyente: la obediencia que se le pide le ha de llevar a la 
aceptación del don que se le concede y no a la producción de 
obras, por buenas que sean. No se trata ya de hacer, sino de 
aceptar; ni se debe confiar en lo realizado, sino que habrá que 
esperar confiado, a pesar de lo realizado, sea poco o mucho, bueno 
o malo: creímos para ser justificados. 
Pablo, hablando desde la experiencia del judío creyente en 
Cristo, evita poner la fórmula «por las obras de la ley» cuando 
afirma en positivo la justificación; entonces sólo menciona la fe en 
Cristo. Los judeocristianos, como él, se han convertido a Cristo, 
abrazando la fe silencia su postura frente a la ley. Tal omisión es 
significativa; y es que la oposición ley/fe no es tan automática y 
apriorística como pudiera esperarse; la adhesión a Cristo por la fe 
no excluye sin más la obediencia a la ley. El judío creyente en Cristo 
no tiene que dejar de ser judío si desea llegar a ser cristiano. La fe 
en Cristo, con todo, no incluye necesariamente la ley mosaica; el 
cristiano gentil no ha de hacerse judío para poder ser cristiano 
auténtico. La diversidad de origen y de experiencias religiosas 
permanece en la unidad de la fe: la justificación de Dios es 
universal, porque es gracia y no efecto de un esfuerzo de 
obediencia. 
El apóstol no contempla más que una alternativa: o evangelio o 
ley o gracia u obediencia: o libertad o servidumbre. Y es a cristianos 
tentados de volver a la obediencia de la ley a quienes enfrenta con 
la disyuntiva de afirmar o negar el valor salvífico de la muerte de 
Cristo (Gal 2,21). Eso es, ni más ni menos, lo que él ve que está 
implicado en la crisis gálata, como lo estuvo ya en el incidente de 
Antioquía. Todo lo que él hace -su predicación primero, y su 
defensa del evangelio después- muestra que su opción personal es 
en favor de la gracia de Dios. 
Y es que, a diferencia de sus detractores -Pedro en Antioquía 
incluido-, su evangelio es Cristo (Gal 1,16) en exclusiva y con fuerza 
excluyente29. Cualquier otro principio, cualquier otra instancia, por 
sagrada que sea -y cuanto más sagrada antes, menos eficaz ahora- 
ha de desaparecer necesariamente: sólo el evangelio que contiene 
a Cristo solo es el evangelio verdadero; únicamente el evangelio de 
Dios (Gal 1,6-9), que es Jesucristo, sin añadiduras ni adherencias, 
fundamenta la libertad cristiana e impone la universalidad en la 
comunidad creyente. La seguridad con que el apóstol predica y 
defiende su evangelio -un evangelio que no había recibido de la 
comunidad, pero que comprometía a vivirlo en común- tiene como 
razón y origen la persuasión de que Dios en persona le ha 
encomendado ese evangelio, y de que Cristo es su contenido 
único. Centrarse sólo en Cristo, y éste crucificado (Gal 2,19; 1 Co 
2,2), hizo a Pablo, experimentada la gracia, apóstol de la libertad 
cristiana y pastor de comunidades abiertas, católicas. 

3.2. La comunidad cristiana, hija de la gracia 
En el Pablo redactor de la carta a los Gálatas podemos atisbar lo 
que la religión de Jesús habría dado de sí sin la reflexión teórica y 
la misión apostólica paulina. Pablo supo y quiso defender la lógica 
interna del kerigma primitivo -según su propia expresión, la verdad 
del evangelio (Gal 2,5.14)- sacándole las consecuencias menos 
evidentes pero necesarias: el camino de la salvación en Jesús, el 
crucificado que resucitó (Gal I ,4; 2, 19-21; 4,4-6; 5, 11; 6,12. 14. 
17), está abierto a cualquier hombre que crea en su nombre (Gal 
2,15-16); la fe es la única vía, condición exclusiva y excluyente, 
para la libertad cristiana (Gal 2,4; 5,1-15; cf. 3,28; 4,21-31); al ser 
gracia inmerecida, invalida cualquier privilegio previo, aún el 
legítimamente concedido por Dios (Gal 2, 20-21; 3,19-20). En 
consecuencia, los creyentes quedan salvados todos por Cristo, 
todos igualados por la fe en Él, beneficiarios y responsables todos 
de la misma gracia. 
Esta universalidad de la comunidad cristiana es don y 
compromiso, gracia y quehacer. Hace de la iglesia un sistema 
abierto donde actúa el espíritu de Jesús ampliando siempre los 
márgenes de la comunidad y ensanchando los límites de la mayoría 
de edad del creyente en Jesús, el Cristo; negar la necesidad de la 
circuncisión y, en consecuencia, la obediencia a la ley lleva a 
rehusar la integración de los creyentes en el judaísmo; si el criterio 
de pertenencia al verdadero Israel no es la raza, a través del 
nacimiento, sino la conversión, prueba de la fe, la comunidad de 
creyentes no puede sentirse cerrada; ello libera al grupo de 
cristianos de cualquier definición al proponerle como fin del existir 
cristiano la voluntad de Dios revelada en Cristo. Al mismo tiempo 
que abre la comunidad, la libra de la tentación del recurso a la 
ley-voluntad divina sabida porque escrita, y, por tanto, manipulable, 
en cuanto sujeta a interpretación. 
La comunidad cristiana se encuentra así indefensa ante la 
voluntad soberana de Dios; debe iniciar un proceso de búsqueda y 
someterse a una crítica radical frente a esa norma suprema. Por lo 
mismo, la comunidad se encuentra a sí misma confrontada con el 
mundo, puesto que su razón no es ni sabia ni poderosa: su razón 
es la palabra de la cruz, la única palabra que contiene el único 
evangelio (1 Co 2,1-2): Dios está-allí-para-nosotros, donde esté 
Jesús, y éste crucificado. Pero esta función crítica, de valor 
perenne, de la iglesia cristiana no es una palabra de muerte, sino 
que, al estar asociada en el kerigma a la confesión de la 
resurrección, es, sobre todo, mensaje de esperanza. El cristiano no 
tiene ya la muerte como fin de su vida, pues puede ya considerar la 
muerte por venir como etapa ya superada por Cristo y superable un 
día en Él. 
Pablo, siempre difícil de entender y quizá nunca entendido del 
todo, nos sigue siendo contemporáneo. La fe nos hace libres de 
todo vínculo legal, porque en Jesús muerto y resucitado Dios se nos 
ha mostrado definitivamente a nuestro favor. La comunidad 
cristiana era para Pablo -y debe seguir siéndolo hoy- una 
comunidad abierta, no porque así lo quiera ella siempre, ni porque 
se lo haya propuesto ahora como táctica acomodada a los tiempos, 
sino porque así lo quiso quien la fundó, y así se lo impuso desde 
sus inicios. La iglesia se convierte, en consecuencia, en asamblea 
de hombres libres y no en secta para iniciados; en espacio de 
libertades en el mundo y no en reducto de privilegiados; en hogar 
de libertadores y no en prisión para siervos. El evangelio ha 
liberado al creyente de la ley, de su obediencia, pero no le ha 
liberado de su hermano; la verdad del evangelio (Gal 2,5.14) reside 
precisamente en esa libertad que se vive en común31. 
La carta a los Gálatas es el documento principal que testimonia 
la lucha que sostuvo el primer cristianismo por liberarse de la tutela 
judía; es prueba documental de su propia consideración como 
movimiento mesiánico; es, por así decirlo, su partida de nacimiento 
como religión universal32. Y la doctrina de la justificación, que -si 
algo- es la experiencia de la gracia hecha eslogan doctrinal, fue 
formulada para dar fundamento teórico a esa conciencia. Y es que 
para Pablo «el hermano por el que Cristo murió marca la frontera 
de la libertad que hemos recibido como gracia: la liberación de la 
ley, que es gracia, impone al hermano como quehacer inevitable» (I 
Co 8,1 1-12)33. 

SAL TERRAE 1997/05 Págs. 377-389

........................
11. F. PASTOR, Pablo, un seducido por Cristo, Estella 1991, 34. 
12. L. CERFAUX. Itinerario espiritual de san Pablo, Barcelona 1968, 45. 

14. O. Kuss, San Pablo. La aportación del apóstol a la teología de la 
Iglesia primitiva, Barcelona 1975, 279. 
15. Cf. G. LOHFINK, La Conversion de Saint Paul, Paris 1967, 15-37, 
77-122; X. LÉoN-DuFouR, Resurrección de Jesús y Mensaje Pascual, 
Salamanca 1974, 115-133. 
16. G. BORNKAMM, Pablo de Tarso, Salamanca 1979, 55.
17. S. KIM (The Origin of Paulus Gospel, Tübingen, 1984,2. 3-31) 
encuentra referencias formales en Rom 10,2-4; I Cor 9,16-17; 2 Cor 3,16; 
4,6ó; 5,16; Flp 3.412; Ef 3 1-13; Col 1,23-29, entre otras. 
18. L. BAECK, Paulus, die Pharisaer und das NT, Frankfurt a.M. 1961, 
10. 
20. Recientemente, J. MURPHY O'CONNOR (Paul. A Critical Life, 
Oxford 1996, 71-80) ha vuelto a reivindicar el término «conversión» para 
describir la experiencia de Pablo. 
21. De hecho, seria preferible hablar de vocación y no de conversión. 
22. En cierto sentido, puede defenderse que Pablo se convirtió de una 
forma de judaísmo a otra nueva forma de ser judío: «desde el punto de 
vista de Pablo, él permaneció dentro del judaísmo» (S. SANDMEL, The 
Genius of Paul. A Study in History, Philadelphia 1979, 63). La mejor 
monografía sobre el tema sigue siendo todavía la de W.G. KUMMEL, 
Romer 7 und die Bekehrung des Paulus, Leipzig 1929. 
23. Curiosamente, tal es la idea que, al parecer, se hicieron en las 
comunidades paulinas que le sobrevivieron, cf. I Tim I.12-16. 
24. B.J. MALINA, El Mundo del Nuevo Testamento. Perspectivas desde 
la antropología cultural, Estella 1995. 87. 
25. «El hombre griego no tenía ningún Dios que lo tomase a su servicio 
y lo mandase como enviado. Sólo el hombre judío es consciente de que 
una revelación contiene una misión».
26. H. CONZELMANN Y A. LINDEMANN, Arbeitsbuch zum Neuen 
Testament Tubingen 1979,4. 190. En contenido y estructuración son tan 
semejantes que la carta a los Romanos ha podido ser vista como «una 
reproducción de Gálatas».
27. Para un estudio de los textos de Gálatas, ver J.IJ. BARTOLOMÉ, El 
evangelio y su verdad. La justificación por la fe y su vivencia en común. Un 
estudio exegético de Gal 2,5.14. Roma 1988, 35-71. 
28. Ver, para una mejor fundamentación de lo expuesto, J.J. 
BARTOLOMÉ, Pablo de Tarso. Una introducción a la vida y la obra de un 
apóstol de Cristo. Madrid 1996, 239-246.
29. «Solus Christus -únicamente Cristo es el principal lema de la 
teología paulina: muchos de los errores contra los que lucha pueden ser 
considerados de una u otra forma como determinaciones de ese 
solamente»
31. «Para Pablo no seria legitima una afirmación de la exclusividad 
salvifica de Cristo Jesús, centro del evangelio y experiencia judeocristiana, 
que no comporte la afirmación de su vivencia común: optar por el evangelio 
de la justificación impone optar por la comunidad de justificados», J.J. 
BARTOLOMÉ, El evangelio y su verdad. La justificación por la fe y su 
vivencia en común. Un estudio exegético de Gal 2,5.14, Roma 1988, 154. 

32. «La carta a los Gálatas es prueba documental importante de la 
ruptura del cristianismo con el judaísmo. Sin esa liberación, el 
cristianismo se habría quedado en simple secta judía, sin llegar a ser la 
religión de los pueblos»: K.H. SCHELKLE, Paulus. Leben, Briefe 
Theologie, Darmstadt 1981. 88. 
33. J.J. BARTOLOMÉ, Pablo de Tarso. Una introducción a la vida y la 
obra de un apóstol de Cristo. Madrid 1996, 63.