Venerado por judíos, cristianos y árabes, ¿podrá este símbolo religioso evitar el odio entre ellos?
Por DAVID VAN BIEMA
(TIME) -- No sería justo considerar a Abraham uno de los grandes personajes ignorados de la Biblia, pues casi todo el mundo conoce su trayectoria histórica. Pero hasta hace poco no había recibido el reconocimiento que merece como renovador de las ideas religiosas. Al ser el pionero bíblico de la teoría de que no hay más que un solo Dios, se sitúa a la altura de Moisés, San Pablo y Mahoma. Según Thomas Cahill, autor en 1998 del libro The Gifts of the Jews (Los dones de los judíos), Abraham supone el punto de partida "de todo lo que sería la evolución de la cultura y de la sensibilidad". En otras palabras, Abraham cambió el mundo.
Todavía menos conocido para la mayoría es la diversidad de sus seguidores. Los judíos consideran a Abraham como el primer patriarca, pero desconocen la importancia que tiene en el cristianismo, que acepta la historia de la Torá como parte del Antiguo Testamento y es venerado tanto en las misas católicas ("Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala, como aceptaste ... el sacrificio de Abraham") como en aquella canción infantil protestante ("El padre Abraham tuvo muchos hijos/ Y yo soy uno de ellos y tú también / así que demos palmas...").
Ni los judíos ni los cristianos saben exactamente el papel de Abraham en el Islam, que reconoce la Torá, pero con algunos cambios y añadidos significativos. El Corán habla de Abraham como el primer hombre que se rindió totalmente a Alá. Cada una de las cinco oraciones diarias acaba refiriéndose a él. El libro sagrado relata cómo Abraham levantó la Kaaba, el edificio negro en forma de cubo que constituye el centro de oración de la Meca. Algunos rituales de los peregrinos en la ciudad recuerdan episodios de su historia. Los fieles que no pueden unirse a los peregrinos celebran el Festival del Sacrificio, en el que tradicionalmente se ofrece un cordero o una cabra para conmemorar el mismo sacrificio que los judíos celebran en su año nuevo. Es el día más sagrado del calendario islámico.
De hecho, salvo el mismo Dios, Abraham es la única figura bíblica que disfruta de la adoración unánime de las tres religiones. En teoría, este extraordinario consenso debería convertirlo en una especie de superestrella para todos, en un refugio espiritual en estos tiempos de cólera y desconfianza. Y después del aniversario de los atentados del 11 de septiembre, los activistas ecuménicos han comenzado a programar conferencias sobre Abraham, discursos sobre Abraham e incluso "salones sobre Abraham" por todos el país y el resto del mundo. Bruce Feiler, autor del libro de viajes bíblicos y éxito de ventas Walking the Bible (Paseo a través de la Biblia), ha publicado una nueva obra titulada Abraham A Journey to the Heart of Three Faiths (Abraham: Un viaje al corazón de las tres religiones), que ha despertado interés adicional.
Pero la batalla no será fácil. Si Abraham es realmente el patriarca de las tres religiones, entonces sería como un padre que ha dejado un disputado testamento.
El Judaísmo y el Islam, para los iniciados, ni siquiera se ponen de acuerdo sobre cuál fue el hijo que estuvo a punto de ser sacrificado. Luego está la Alianza de Abraham con Dios. Muchos judíos (y algunos cristianos conservadores) creen que dicha alianza era una garantía para el pueblo judío sobre la Tierra Santa. Esta creencia alimenta en gran medida el movimiento de colonización israelí y constituye un factor cada vez más importante en la hostilidad de Israel hacia las demandas nacionalistas palestinas. "Nuestra conexión con la tierra se remonta a nuestro primer antepasado.
Los árabes no tienen derecho a la tierra de Israel", dice el rabino Haim Druckman, fundador del movimiento de colonización y parlamentario por el Partido Nacional Religioso. Este argumento enfurece a los musulmanes palestinos, especialmente porque el Corán asegura que Abraham no era judío, sino el primer practicante del Islam. "La gente que apoyó a Abraham creía en un Dios y nada más que un Dios, y esos fueron los musulmanes. Sólo los musulmanes", dice el jeque Taysir Tamimi, el representante de Yasser Arafat para el diálogo religioso.
Tampoco quedan al margen del rencor tripartito los primeros cristianos, que utilizaron su visión de Abraham, que decía que fue santificado con la gracia divina fuera de las leyes judías, para demostrar que la antigua religión necesitaba un sustituto. Este argumento ha ayudado a alimentar casi dos milenios de antisemitismo.
Así pues, Abraham es una figura mucho más compleja, y más interesante, de lo que parece a primera vista. Su historia constituye una especie de escándalo multireligioso, un ejemplo de la cara oculta del monoteísmo: el deseo de definirse unos mediante la exclusión o la demonización de los otros. El destino de los bienhechores ecuménicos que buscan deshacer esa herencia y convertir al patriarca en un verdadero símbolo del consenso debería interesarles a todos los que se muestran interesados en la aparente división entre el Islam y Occidente. Feiler, autor de Abraham dice: "Creo que no es el medio ideal para la reconciliación, pero es la mejor figura que tenemos".
Abraham nació, según la tradición, en una familia que vendía ídolos: una forma de resaltar el politeísmo que reinaba en Oriente Medio antes de la renovación espiritual del patriarca. Las primeras palabras conmovedoras de su capítulo en el Libro del Génesis de la Torá las pronuncia Dios, y a menudo se refieren a él como el Escogido: "Sal de tu tierra natal/y de la casa de tu padre/ Y haré de ti una gran nación/ Y bendeciré a aquellos que te bendigan/ Y maldeciré a aquellos que te maldigan/ Y todas las familias de la tierra serán bendecidas por ti". Abraham parecía no estar muy bien preparado para el trabajo. Para construir una nación, hay que tener un heredero y Abraham, a sus 75 años no sólo no tenía hijos, sino que Sara, su esposa, ya había pasado la menopausia. Sin embargo toma la decisión, y parte con su esposa Sara hacia una región desértica, Canaán, y comienza así una nueva era espiritual.
Durante el viaje, Dios le hace una proposición. Los hijos de Abraham serán tan numerosos como granos de polvo sobre la tierra y las estrellas en el cielo. Pasarán 400 años como esclavos, pero al final poseerán la tierra desde el Nilo hasta el Eúfrates. El pacto se sella con una ceremonia misteriosa en un sueño, durante el cual el Señor, apareciéndose como una zarza ardiendo, se pone a sí mismo formalmente bajo juramento. A Abraham le exige una prueba distinta: debe inscribir un signo de la Alianza en su cuerpo, iniciando así la tradición judía y musulmana de la circuncisión. Ahora está comprometido, dice Dios más tarde, a "mantener el camino del Señor de hacer el bien y la justicia".
La vida de Abraham es rica en acontecimientos. Hace un viaje de ida y vuelta a Egipto y firma una alianza entre las ciudades cananeas que podrían corresponder a las actuales Nablús, Hebrón, Jerusalén y Bersebá. Acumula riquezas y se distingue en ocasiones como un rey guerrero y en otras como un consumado diplomático.
Mientras tanto, la Torá habla de su vida doméstica como si fuera una telenovela. Convencida de que no puede tener hijos, Sara le ofrece a su joven esclava egipcia Agar para que engendre un heredero. Funciona: el anciano de 86 años engendra un hijo llamado Ismael. Pero Dios insiste en que Sara concebirá y, en un milagro que confirma la fe de Abraham, da a luz a su segundo hijo, Isaac. Celosa de Agar y del afecto que reclama Ismael a su esposo y su legado, Sara convence a Abraham para que los envíe al desierto. Dios los salva y promete a Agar que Ismael será el padre de una gran nación con doce hijos (que según la tradición son las 12 tribus árabes). Sin embargo, establece con Abraham que la Alianza se transmitirá solamente a los descendientes de Isaac.
Luego, como última prueba espectacular de su fe, Dios pide a Abraham la ofrenda de "tu hijo, tu único hijo, a quien tanto amas, tu Isaac" como sacrificio humano. Con una obediencia que ha inquietado a los pensadores modernos desde Kierkegaard, pero que a los tradicionalistas les parece trascendentalmente correcta, el padre se dispone a realizar el sacrificio en una montaña llamada Moriah. Solo en el último instante detiene Dios la mano del padre y renueva su promesa sobre los descendientes de Abraham.
A los 175 años, Abraham muere y es enterrado junto a Sara, que le precedió, en un terreno que él había comprado en una ciudad que ahora se llama Hebrón; los dos hijos asistieron al funeral.
Esta es la historia. ¿Pero que tiene de importante? Pese a todos los esfuerzos y discusiones, no hay forma de saber en qué siglo vivió Abraham, ni siquiera si existió realmente. Pero Abraham representa una revolución en el pensamiento. Aunque no es un monoteísta puro (nunca sugiere que no existan otros dioses), es el primer personaje de la Biblia que abandona todo lo que sabe en nombre del Señor y avanza conscientemente cada vez más en esa dirección, hasta el punto de no retorno en Moriah.
Las implicaciones de su espíritu innovador son casi infinitas. Tener "un Dios que cuenta", en lugar de una constelación de dioses que requieren rituales esporádicos para apaciguarlos, como escribe Cahill en The Gifts of the Jews, implica que la relación de Abraham con Dios "se convirtió en el centro de su vida", como sería para sus millones de seguidores. Según Eugene Fisher, director de relaciones católico-judías de la Conferencia Estadounidense de Obispos Católicos: "El monoteísmo es una idea nueva y radical, el concepto que subyace en la civilización occidental". El nombre de Abraham está tan vinculado a esta nueva visión que las dos religiones monoteístas que surgieron no dudaron en incluirlo en su credo, desdeñando las reivindicaciones de los demás.
La Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén podría ser el lugar más cristiano de la tierra, y la masa de roca gris del Gólgota (o Calvario), el lugar más sagrado de la Iglesia. Según la tradición, aquí fue crucificado Jesús. Justo encima de la extensión rocosa protegida con plexiglás, hay una capilla que comparten la Iglesia católica y la ortodoxa griega. La parte católica está decorada con tres mosaicos. En el centro está María Magdalena; a la izquierda Cristo tras bajarlo de la cruz; y a la derecha nada más y nada menos que Abraham, a punto de sacrificar a Isaac. Feiler apunta: "La imagen de Jesús que yace sobre la piedra de unción es casi idéntica a la de Isaac sobre el altar". La Epístola a los Romanos del Nuevo Testamento dice que las ataduras y la liberación de Isaac son un acto profético de la Resurrección.
El hombre al que se atribuye esta idea es el apóstol Pablo. Jesús menciona a Abraham en los Evangelios, pero fue Pablo el que hizo el trabajo más exhaustivo, al citar al patriarca en sus epístolas del Nuevo Testamento más que a cualquier otra figura, excepto a Cristo. Es evidente que Pablo, tal vez el que más se identificaba como judío entre los apóstoles, presentía la importancia de conectar su nuevo movimiento con el patriarca del Judaísmo. Y lo hizo principalmente mediante la repuesta original de Abraham a la llamada de Dios, y con su fe ciega en que Dios le daría un hijo. Su fe, escribió Pablo, convirtió a Abraham en "el padre de todos los creyentes".
Sin embargo, la ofrenda abrahámica de Pablo a su religión de nacimiento estaba envenenada. Uno de sus temas preferidos era que el creyente ya no necesitaba ser judío ni seguir la ley judía para ser redimido. El camino hacia la salvación pasaba por Cristo. La historia de Abraham también le servía para este propósito. Su Alianza era mucho más antigua que las tablas de la ley judía que Moisés trajo de la montaña y, por eso, Pablo escribió: "la promesa a Abraham y a sus descendientes... no fue dada por la ley".
Y tampoco le fue dada por herencia tribal. El Dios de la Biblia hebrea, escribió Pablo, decidió que Abraham era "justo" varios años antes de su circuncisión, lo que quería decir que sus oyentes no necesitaban convertirse en judíos circuncidados para ser los herederos de Abraham. El Bautismo y la fe serían más que suficiente. Pablo se mostró impreciso sobre si el cristianismo anulaba la Alianza abrahámica del judaísmo. Pero sus sucesores asumieron que eso fue lo que había querido decir.
No hay ninguna fe tan conscientemente monoteísta como el Islam, que acepta con gozo a Abraham. Si muchos judíos lo consideran el abuelo dinástico cuyo nieto Jacob fundó el pueblo de Israel, para los musulmanes es uno de los cuatro profetas más importantes. Tan pura es su sumisión al Dios único que Mahoma dirá más tarde que su mensaje no es más que la restauración de la fe de Abraham. El Corán incluye escenas de la infancia de Abraham, en las que recrimina a su padre por creer en ídolos y sobrevive, como Daniel, en un horno al que es condenado por su lealtad a Alá. Y en la versión coránica de su prueba definitiva, cuando Abraham le comunica a su hijo la orden de Dios, el chico le responde: "¡Padre mío! Haz lo que se te ordena. Y si Alá quiere, hallarás en mí uno de los fieles". El Corán indica con aprobación: "Los dos se habían rendido", usando el verbo cuya forma nominal es la palabra Islam. Al superar semejantes pruebas, Alá le dice a Abraham: "¡Mira, te he nombrado guía de la humanidad!".
Pero no como judío. De forma parecida a Pablo, el Islam concluyó que Dios elegía a su gente por su compromiso espiritual y no por su linaje, por lo cual los únicos seguidores verdaderos de Abraham son los creyentes auténticos, es decir, los musulmanes. Es más, si Alá llegó a tener un pacto con los judíos como raza, estos los rompieron con episodios como la adoración del ternero de oro del Libro del Éxodo de la Torá. De hecho, el Corán aconseja a los musulmanes que se sientan tentados por la conversión tanto si procede de los judíos como de los cristianos, a decir: "No... (nosotros seguimos) la religión de Abraham".
Y además está la cuestión de Isaac e Ismael. Al contrario que la Torá, el Corán no especifica qué hijo le pide Dios a Abraham que sacrifique. Los intérpretes musulmanes de la generación posterior a Mahoma concluyeron que el profeta descendía del hijo de la esclava Agar, Ismael. Varios siglos más tarde, después de muchas deliberaciones, la opinión académica determinó que Ismael fue también el hijo que se puso debajo del cuchillo. La decisión terminaba de despojar de derechos a los judíos: no solo su demanda genealógica no era válida, sino que su patriarca se quedó sin papel en el gran drama de la rendición.
Todo empezó ahí. Los judíos, dolidos tomaron iniciativas para cimentar la identidad judía de Abraham: el Talmud lo describe anacrónicamente como seguidor de la ley mosaica y hablando hebreo. Y redujeron considerablemente el papel de Ismael. Según Shaul Magid, profesor de Midrash en el Seminario Teológico Judío de Nueva York, los padres judíos solían ponerles a sus hijos el nombre del hijo árabe de Abraham, pero la costumbre desapareció cuando empezaron a vivir bajo dominio musulmán.
Hacia el siglo XI, el gran estudioso bíblico Rashi, citando a otras autoridades anteriores, describió a Ismael como un "ladrón" a quien "todo el mundo odia", un insulto que todavía se encuentra entre sus comentarios situados en un lugar prominente en muchas ediciones actuales de la Torá, y que se sigue enseñando en muchas escuelas ortodoxas judías. Ibn Kathir, comentador coránico del siglo XIII, contraatacó alegando que los judíos habían introducido a Isaac "deshonesta y falsamente" en la historia de la Torá, aún sabiendo que no era cierto: "Forzaron esta versión porque Isaac es su padre, mientras que Ismael es el padre de los árabes". Este sentimiento también sobrevive hoy día entre los musulmanes.
Dan ganas de llorar, incluso al mismo Feiler. "Tomaron una figura bíblica abierta a todos", escribe, "quitaron lo que querían ignorar, amplificaron lo que querían destacar y terminaron con un símbolo de su propia individualidad que se parecía mucho más una imagen de sus propias fantasías que un reflejo de la historia original". Y con horror se dio cuenta de que Abraham "es tanto un modelo para el fanatismo como para la moderación".
La Tumba de los Patriarcas, una estructura masiva de piedra construida por el rey Herodes hace 2000 años, es la triste metáfora viva de las facciones abrahamistas. Pese a la promesa de Dios de que esta tierra pertenecería algún día a su pueblo, Abraham en el Génesis se encarga de pagar a Efrón el Hitita 400 monedas de plata por una cueva en Hebrón para que sirva de cementerio para la familia. Allí fueron enterrados Sara y él y más tarde, según añaden las Escrituras, también Isaac y su esposa Rebeca, su nieto Jacob y su primera esposa Lea. Herodes levantó un grandioso monumento donde creyó que se encontraba el lugar. Durante gran parte de los últimos siglos, sus dueños musulmanes, que la llaman la Mezquita de Abraham, permitían a los judíos rezar cerca de la entrada.
Cuando los israelíes tomaron control de la zona en 1967, los creyentes de ambas religiones rezaban juntos. Pero en 1994 un colono radical israelí, el Dr. Baruch Goldstein, asesinó a 29 musulmanes que rezaban en la tumba. La custodia se organizó bajo un esquema complicado que permite a cada religión acceder a partes de la tumba en ciertos días y a la totalidad en otros, pero impide que se encuentren ambas a la vez. Desde la última Intifada, este plan sigue en pie, pero el sitio, rodeado de controles y alambradas en un vecindario bajo estricto toque de queda militar, presenta su mensaje de piedad inextricablemente unido a la violencia y la desconfianza.
Una de las premisas fundamentales del movimiento ecuménico, que ha tratado el problema desde finales del siglo XIX, es que si musulmanes, cristianos y judíos quieren llegar a respetar y entenderse unos a los otros, una de las vías principales pasa por Abraham. Fisher, de la Conferencia de Obispos Católicos, dice: "No podemos dejar de hablar los unos con los otros sobre él". Pero el hecho de que se haya identificado el camino no lo hace más transitable.
En cualquier caso, los líderes islámicos moderados han reclutado periódicamente a Abraham para tender puentes. En 1977 el presidente egipcio Anwar Sadat, al anunciar en el parlamento israelí la valiente iniciativa que daría lugar a los acuerdos de 1979 de Camp David, invocó: "Abraham, la paz esté con él, el tatarabuelo de los árabes y los judíos".
Más recientemente, buscando una forma de acercarse a Estados Unidos que pasara el escrutinio de los dogmáticos clérigos del país, el presidente iraní, el moderado Muhammad Jatamí, propuso un "diálogo de civilizaciones" con Abraham como denominador común en 1998.
La Iglesia Católica ha emprendido una iniciativa teológica más amplia. Los teólogos del Concilio Vaticano II de 1962-65, conmocionados por el holocausto, releyeron las cartas de San Pablo. Indicaron que Pablo denominó la Alianza entre Dios y los judíos como irrevocable y recordaron el pasaje en el que compara a los cristianos como una rama de olivo silvestre injertada en el árbol del judaísmo. "Si la Alianza entre Dios y los hijos de Abraham muere", dice Fisher, "la rama se marchita junto a las raíces. Los cristianos quedarían huérfanos". El documento resultante del Vaticano II desarmó siglos de antisemitismo y comenzó a rehabilitar la noción de Abraham como judío.
Es una rareza histórica y un signo de esperanza que incluso cuando las tres religiones se peleaban sobre Abraham, continuaron (sin admitirlo) intercambiándose historias sobre el patriarca. Los préstamos y contrapréstamos, tan antiguos como el conflicto mismo, constituyen una lectura mucho más placentera. Tal vez la historia más esperanzadora sea un viejo relato islámico cuyas raíces, según la hipótesis del estudioso Reuven Firestone, se remontan tanto al judaísmo como al cristianismo.
Tiene lugar después de que Abraham ha estado a punto de sacrificar a su hijo, sea cual sea de los dos. El momento de la verdad acaba de pasar y la mano del padre ha sido detenida. Cuando el chico yace sobrecogido sobre el altar, Dios lo mira con orgullo y compasión y promete concederle cualquier plegaria. "Oh Dios, esto te suplico", dice el chico. "Que cuando cualquier persona de cualquier era te encuentre a las puertas del cielo, siempre que crea en un solo Dios, te pido que les permitas entrar en el paraíso". — Informes de Azadeh Moavevi/Teherán, Nadia Mustafa/ Nueva York, Matt Rees y Jamil Hamad/Hebrón y Eric Silver/Jerusalén.
Enviado a por Víctor A López, Miami, Florida