IGLESIA, ESCRITURA Y TRADICIÓN

 

1. Iglesia y Escritura I/BI/RELACIONES 

Hemos aclarado la relación de la Iglesia con la tradición oral. Pero hay que tratar de la relación de la Iglesia con la Escritura. Esto es indispensable, porque sin una justa inteligencia de la relación de la Iglesia con la Sagrada Escritura no pueden comprenderse perfectamente muchas verdades mariológicas.

Debemos partir del hecho de que Cristo ha confiado a la Iglesia la revelación predicada por El y por los Apóstoles. Le entregó su obra y su palabra. La Iglesia tiene el encargo de hacer presentes la palabra y obra de Cristo desde su Ascensión hasta su segunda venida. La Iglesia se sabe responsable de ello. Hace presente en los sacramentos la obra de Cristo realizada en el Espíritu Santo y por eso plena de espíritu. Hace presente en su actividad docente la palabra llena de dinamismo celestial y, en consecuencia, eficaz. La palabra de la revelación, que debe hacer presente, se la entrega de dos maneras: por escrito y por la tradición oral. Puede proponer obligatoriamente la palabra de Dios porque puede explicarla auténtica y, por tanto, obligatoriamente. Está capacitada para ello, por el Espíritu Santo que se le prometió, y que es el corazón y el alma de su comunidad. El Espíritu Santo rinde su testimonio de Cristo, predicho por éste mismo (lo. 14, 26; 15, 26 sig.), en el testimonio que de Cristo da la Iglesia (Act. 1, 8). Por eso ella es instrumento, órgano, boca del Espíritu Santo. Por esta cualidad puede llenar el encargo de Cristo de predicar a todos los hombres el Evangelio (Mt. 28, 19 sig.).

I/MEDIACION: Si alguno dice que por esta mediación de la Iglesia se inserta una autoridad humana entre Dios y los hombres, a los que se dirige El en la Escritura, debemos contestar lo siguiente: no es posible sin alguna forma de mediación humana. El que no quiera admitir como válida a la Iglesia, insertará de por medio su propio espíritu falible. Pues la palabra revelada, registrada en la Escritura, necesita en todo caso de la explicación e inteligencia del espíritu humano. Vicente ·Lerins-V-SAN declara qué clase de errores pueden presentarse por eso: "¿Qué necesidad hay de añadir la autoridad del sentir eclesiástico al canon de las Escrituras, siendo éste perfecto y bastándose a sí mismo suficientísimamente para todo? La razón es porque no todos interpretan la Sagrada Escritura en un único y mismo sentido, debido a su profundidad; sino que sus sentencias son interpretadas diversamente por cada uno, de manera que parece pueden sacarse de ella tantas sentencias como hombres. Pues de un modo la interpreta Novaciano, de otro Sabelio, de otro Donato, de otro Arrio, Eunomio y Macedonio; de otro modo Fotino Apolinar y Prisciliano; de otro Joviniano, Pelagio y Celestio; de otro, por fin, Nestorio. Por tanto, es muy necesario, a causa de tantos y tan diversos errores, que se mantenga la línea de la interpretación profética y apostólica según la norma del sentido eclesiástico y católico". El peligro de tales contradictorios y manifiestos errores en la interpretación de la Escritura, que a partir de la época patrística no han disminuido, sino que incluso se han hecho esencialmente más agudos, no pone de todos modos el último fundamento de por qué ni el fiel particular, ni siquiera el filólogo, puede interpretar la Escritura decisivamente basado en su ciencia o clarividencia personal, sino sólo el magisterio eclesiástico. La razón última no está en lo táctico-pragmático, sino en la disposición de Cristo. Porque Cristo ha autorizado y comprometido a la Iglesia como la auténtica expositora y predicadora de su palabra (Mt. 18, 17; 28, 19 sig.; Mc. 16, 15; Lc. 24, 47); el abandono antievangélico de esta su determinación significa un peligro para la exposición de la Escritura; el peligro, a saber, de la absorción de la palabra de Dios por los deseos humanos, las disposiciones de ánimo, las opiniones de moda.

También la Iglesia viviente, como cuerpo de Cristo dirigido por el Espíritu Santo, su alma, se sabe responsable de la guarda fiel de la revelación de Cristo y de su protección de falsificaciones, restricciones e ingredientes humanos. El Concilio Vaticano dice: _VAT-I "En cumplir este cargo pastoral, nuestros antecesores pusieron empeño incansable, a fin de que la saludable doctrina de Cristo se propagara por todos los pueblos de la tierra, y con igual cuidado vigilaron para que allí donde había sido recibida se conservara sincera y pura. Por lo cual, los obispos de todo el orbe, ora individualmente, ora congregados en concilios, siguiendo la larga costumbre de las Iglesias y la forma de la antigua regla, dieron cuenta particularmente a este Sede Apostólica de aquellos peligros que surgían en cuestiones de fe, a fin de que allí señaladamente se resarcieran los daños de la fe donde la fe no puede sufrir mengua. Los Romanos Pontífices, por su parte, según lo persuadía la condición de los tiempos y de las circunstancias, ora por la convocación de concilios universales o explorando el sentir de la Iglesia dispersa por el orbe, ora por sínodos particulares, ora empleando otros medios que la divina Providencia deparaba, definieron que habían de mantenerse aquellas cosas que, con la ayuda de Dios, habían reconocido ser conformes a las Sagradas Escrituras y a las tradiciones apostólicas; pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la fe".

Cuando la Iglesia se considera intérprete y custodio, pero no creadora e inventora de las verdades de fe, se sabe de acuerdo con la Sagrada Escritura. Pablo dice en la primera epístola a los Corintios (4, 6): "en nosotros aprended lo de "no ir más allá de lo que está escrito", y que nadie por amor de alguno se infle en perjuicio de otro." A los Gálatas (1, 8 sig.) les escribe: "Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo he dicho antes y ahora de nuevo os lo digo: si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema." En la época patrística, Ireneo, sobre todo, señaló la creación de nuevas revelaciones por los gnósticos como destrucción de la revelación de Cristo.

Cuando la Iglesia se inserta, como expositora de la Sagrada Escritura no es un espíritu humano el que se pone entre Dios y los creyentes. Más bien es el mismo Espíritu Santo, que utiliza la Iglesia como su órgano, el que expone la Escritura. Ya que es el autor principal de la misma, expone El su propia palabra al explicar la Escritura a través de los portadores del magisterio eclesiástico. Aquí el Espíritu Santo realiza aquella función que Cristo deja entrever en el discurso de despedida, según San Juan (lo. 16, 12-15): "Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquel, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. El me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo hará conocer." Aquí se ve que la exposición de la Escritura por la Iglesia no significa una arbitrariedad ni una soberanía eclesiástica sobre la palabra de Dios. Cristo permanece el Señor de su propia palabra. Continúa siéndolo en el Espíritu Santo. La Iglesia realiza así aquel servicio para el que fue enviada por Cristo, cuyo abandono significaría declinar de su misión. El Espíritu Santo se sirve de ella para hacer hablar a la letra muerta. Por su medio, la actividad del Espíritu Santo consigue una forma concreta e histórica, alejada de toda ilusión espiritual. Quien vea en la Iglesia una institución legítima de Cristo con órganos visibles no puede escandalizarse de la relación entre la Escritura y la Iglesia tal como se ha descrito. Quien, evidentemente, rehúse la Iglesia como una institución visible, es consecuente si le niega el derecho de interpretar las Escrituras. Sin embargo, está en contradicción precisamente con la misma Escritura, ya que ella atestigua a la Iglesia como institución visible.

La unión de Iglesia, Escritura y tradición es reconocida también por muchos teólogos evangélicos. Así, W. ·Stählin-W dice:."La Biblia como escritura santa, es el libro de la cristiandad que se lee y expone en el ámbito de la Iglesia como documento auténtico de la revelación de Dios. Sólo en unión con una historia viva en la transmisión (traditio) de generación en generación es eficaz la Biblia como norma de la Iglesia... No hay ninguna posibilidad de saltar fuera de la tradición de la Iglesia a una relación inmediata con la Sagrada Escritura. El humanismo intentó conseguir una relación propia y autónoma con su contenido, a través de un trabajo histórico-filológico del texto sagrado, y pensó volver por este camino a las fuentes... La opinión de que se puede lograr una relación inmediata con la Sagrada Escritura aparte y fuera de la tradición eclesiástica, y penetrar así en las fuentes por la exégesis histórica, es una ilusión humanística".

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961.Págs. 51-54

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2. BI/TRADICION: Relación entre Escritura y tradición 

Vamos a estudiar la relación entre Escritura y tradición. Son dos fuentes de fe independientes. Ambas tienen sus propias excelencias. La tradición se caracteriza por garantizar la autoridad de la Escritura, al dar testimonio del canon y de la inspiración. La Escritura no se atestigua a sí misma como palabra de Dios. Necesita más bien un testimonio exterior a ella, basado en una determinación divina. La garantía dada por la tradición consigue, por supuesto, su seguridad definitiva a través de la proposición del magisterio eclesiástico.

Se podía, en realidad, afirmar que el carácter de la Sagrada Escritura, como palabra de Dios, se impone por sí mismo al lector atento que se abra a Dios espontáneamente; y, por tanto, no necesita de una garantía externa. Pero a esto se opone que Dios mismo lo ha determinado así, que su palabra sea anunciada a los hombres por la voz viva de los representantes de la autoridad puestos por El (v. /Mt/28/19s sig.; /Rm/10/14-17). La fe viene por el oído, según una ley vigente en la nueva alianza, no por inspiración privada, individual (aunque, naturalmente, el auténtico oír sólo es posible en el Espíritu Santo), y tampoco por la lectura. Evidentemente la Iglesia no determina a capricho el canon de las Sagradas Escrituras. Antes bien, sólo ha admitido en la lista de las Escrituras Santas, e inspiradas, aquellas que en realidad son inspiradas, cuya inspiración le es conocida, que se le imponían, por así decirlo, como escrituras santas e inspiradas. Por último, el carácter de la Iglesia como comunidad, como pueblo de Dios, se puede declarar como fundamento de la determinación divina de que la fe venga por el oído, o sea, que no el particular, sino la comunidad eclesiástica representada por los portadores de la autoridad puestos por Dios haya recibido la garantía de las Sagradas Escrituras. La Iglesia no es la suma de los fieles particulares que se preocupan de su propia salvación, sino la comunidad de los creyentes en Cristo, cuya salvación se lleva a cabo según el modo dispuesto por Dios. La Iglesia no hace escrituras santas, sino que las hace reconocibles. No es un principio ontológico, sino gnoseológico, de las Sagradas Escrituras.

Una preeminencia decisiva de la Sagrada Escritura es la inspiración; el hecho, por tanto, de que sea Dios su autor invisible principal Y, en consecuencia, esté libre de error. Por ello, se la ha llamado en la encíclica de Pío XII Divino afflante Spiritu. el más precioso depósito de la revelación divina. Además de eso, se puede lograr en ella la revelación con mayor claridad, rapidez, seguridad y viveza. Ante todo, debemos agradecer a la Sagrada Escritura la imagen de Jesucristo. Su estudio es, según la encíclica Provindentissimus Deus, el "alma de la teología". De modo parecido se expresa el Papa Benedicto XV en la encíclica Spiritus Paraclitus.

Así, pues, Escritura y tradición son idénticas en cuanto a fuerza testimonial respecto a la revelación divina. Pero su testimonio no se puede reconocer con la misma seguridad. Para comprender el testimonio de la tradición son necesarias muchas y difíciles investigaciones históricas. La última seguridad sólo la da el magisterio eclesiástico. (...).

Evolución del dogma DOGMA/EVOLUCION 

Si comparamos los dogmas de la Iglesia con la Sagrada Escritura, aparece una gran diferencia en la forma de expresión de las respectivas afirmaciones. Incluso muchas veces parece que tal diferencia consiste en el contenido; evidentemente, hay una evolución en el conocimiento de lo revelado. Se refiere, no sólo a los conocimientos científicos de la teología, sino a la fe misma. La inteligencia de lo que se atestigua en la Sagrada Escritura y en la tradición oral crece constantemente hacia una plenitud mayor.

Referente a la cuestión de la evolución del dogma, tenemos que decir en nuestra síntesis algunas cosas fundamentales. Se trata de saber que sí, y en qué sentido, hay evolución del dogma, y qué realidad existe entre un dogma enunciado por la Iglesia y la Sagrada Escritura. Primeramente hay que notar que por la evolución del dogma no se pueden crear nuevas verdades reveladas. Antes bien, la revelación misma concluyó con Cristo y los Apóstoles; pues es la hora en que apareció Cristo en la plenitud de los tiempos (Ga 4, 4; Eph. 1, 10). La última época (Act. 2, 17; I Pet. 1, 20), la consumación de los tiempos (I Cor. 10, 11). Cristo promete a sus Apóstoles que el Espíritu Santo les introducirá en todas las verdades que El les ha descubierto. El debe iluminarles sobre lo que Cristo les ha comunicado, pero que ha quedado muchas veces ininteligible (lo. 16, 12-15). Deben predicarlo en todo el mundo para testimonio de todos los pueblos; después vendrá el fin (Mt. 24, 14). Este es el encargo de Cristo a los Apóstoles. Añade que estará con ellos hasta el fin del mundo, hasta la consumación de los tiempos, hasta que se cumpla este encargo (Mt. 28, 16-20). También los Apóstoles se saben los guardianes, custodios y pregoneros responsables de la doctrina confiada y recomiendan a sus sucesores perseverar fieles en la tradición (Gal. 1, 9, Rom. 16, 17; I Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 14). Cristo es el fundamento, que ha sido puesto por Dios mismo; nadie puede poner ningún otro. Los demás sólo pueden continuar edificando sobre este fundamento (I Cor. 3, 10 sig.). La humanidad no puede sobrepasar por encima de Cristo, únicamente puede crecer cada vez más vigorosamente en El (Eph. 4, 11-16). Así como no pueden los discípulos añadir nada a las comunicaciones que el mismo Dios ha hecho por Cristo, igualmente tampoco pueden quitar nada. El discípulo que detentase a la comunidad una parte de la revelación divina, sería responsable de su salvación (Act. 20, 18-28). Sería borrado por Dios del libro de la vida (Apoc. 22, 19). Cualquiera mutación del Evangelio hace caer el anatema sobre quien la intenta (Gal.1, 8).

También en la época patrística la pretensión de poseer nuevas revelaciones, que sobrepasen a Cristo, fue firmemente rechazada por San Ireneo, Tertuliano, Vicente de Lerins. Ireneo de Lyon declaró, contra las ilusiones del gnosticismo, que no hay nada que mejorar en la predicación de los Apóstoles. Estos comunicaron clara, segura y perfectamente lo que Cristo les encargó. Un mejoramiento de su doctrina sería un falseamiento de la revelación divina. La seriedad con que procedió la Iglesia antigua en la repulsa de las irrupciones gnósticas, de un incontrolado iluminismo, se deja entrever en unas expresiones de Vicente de Lerins: FIDELIDAD/PREDICACION: Dice, comentando a /1Tm/06/20: "Guarda el depósito, aclara el Apóstol. ¿Qué es el depósito? Lo que se te ha confiado, no lo que tú has inventado; lo que recibiste, no lo que tú has forjado; una cosa proveniente, no de ingenio, sino de enseñanza; no de adquisición privada, sino de tradición pública; una cosa que ha llegado a ti, no que tú has creado, respecto a la cual no debes ser autor, sino custodio; no fundador, sino discípulo; no guía, sino secuaz... Lo que se te ha confiado, esto permanezca en ti, por ti sea entregado. Recibiste oro, da oro. No quiero que me pongas una cosa en lugar de otra, no quiero que me cambies desvergonzada o fraudulentamente oro por plomo o por cobre. No quiero apariencias de oro, sino oro genuino".

La razón íntima de por qué no hay nuevas revelaciones que superen a Cristo, sino que con El se cierra la revelación divina, no está en que Dios quiera ocultar a los hombres explicaciones más amplias que les puedan interesar, que quieran negar, tal vez la respuesta a muchos problemas que les atormentan. Más bien hay que ponerla en el carácter histórico y real de la revelación. La divina automanifestación no se realizó sólo por la comunicación de verdades celestiales, sino por la acción histórica de Dios en los hombres. Las verdades que Dios comunicó no son únicamente, pero sí en su mayor parte, explicación de la acción histórica realizada por Dios en los hombres. En esta acción histórica divina experimentó el hombre quién es Dios, cómo piensa, qué planes tiene respecto al hombre. La acción de Dios tendió desde el principio, desde la vocación de Abraham y Moisés hasta la misión de los profetas, a un determinado suceso histórico. Este suceso era la muerte y resurrección de Cristo, juntamente con la Ascensión y la misión del Espíritu, relacionadas con aquélla. Hasta aquí, las intenciones de Dios respecto al hombre permanecían claras en cierto sentido. En las disposiciones de la salvación que iban sucediéndose "no quedaban aún patente, hasta que vino Cristo, cómo respondería Dios en definitiva a la réplica humana, casi siempre negativa a su acción personal; si la última de sus palabras eficaces sería la palabra de la ira o la del amor. Pero ahora ya está puesta la realidad definitiva, que no puede ser superada ni sustituida: la indisoluble, irrevocable presencia de Dios en el mundo como salud, amor y perdón; como comunicación de la misma realidad, íntima, divina y de su vida trinitaria al mundo, Cristo". Con Cristo apareció aquella forma de vida que debe tener carácter definitivo para todos los hombres y para la creación entera. Por encima de ella no puede conseguirse una forma de vida superior. Sólo puede tratarse de entender cada vez mejor a Cristo y su acción, y crecer cada vez más en El y en su obra. Para esto téngase en cuenta la doctrina de la redención por Cristo.

Así, pues, es evidente que el pueblo de Dios no espera nuevas comunicaciones celestiales más allá de la revelación, que se da en Cristo, a no ser su segunda venida. El Concilio Vaticano expresa así esta conciencia y la responsabilidad que incumbe a la Iglesia: "La doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada. De ahí que también hay que mantener perpetuamente aquel sentido de los sagrados dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia y jamás hay que apartarse de ese sentido so pretexto y nombre de más alta inteligencia (can.3). Crezca, pues, mucho y poderosamente se adelante en quilates la inteligencia, ciencia y sabiduría de todos y de cada uno, ora de cada hombre en particular, ora de toda la Iglesia universal, de las edades y de los siglos; pero solamente en su propio género, es decir, en el mismo dogma, en el mismo sentido, en la misma sentencia (Vicente de Lerins)".

RVS/PRIVADAS: Las revelaciones privadas no realizan ninguna contribución al mejoramiento de la revelación divina. Mientras la revelación universal y pública, conservada en la Sagrada Escritura y en la tradición oral, vale para la comunidad eclesiástica misma, la revelación privada se dirige a personas particulares. No pertenece por eso al depositum fidei. La Iglesia, como guardiana de la revelación, tiene derecho y deber de examinar la revelación privada. La afronta con gran cautela y reserva. Es extraordinariamente difícil distinguir si una revelación privada ha nacido de las profundas posibilidades que moran en el corazón humano, o si baja del cielo. Incluso cuando la Iglesia, después de un examen cuidadoso y prudente, reconoce como auténtica una revelación privada, nunca se la propone como objeto de obligación universal de fe. La aprobación eclesiástica dice, más bien, que la revelación privada no está en contradicción con la revelación universal y pública, y que puede servir de edificación espiritual. Si algunos movimientos religiosos han salido de revelaciones privadas y han llevado a declaraciones doctrinales de la Iglesia, sólo han constituido el motivo para la proposición de lo que estaba contenido en el depositum fidei.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961.Págs. 55-62

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3. TRADICION/RENOVACION  FE/DEPÓSITO

"Nuestro deber no consiste solamente en guardar el precioso tesoro, como si únicamente nos preocupase la antigüedad; también hemos de preocuparnos, con voluntad alegre y sin miedo, de la obra que nuestro tiempo exige, continuando de esta manera el camino que la Iglesia viene recorriendo desde hace veinte siglos... Una cosa es el fondo y la sustancia de la doctrina tradicional del depositum fidei, y otra muy diversa la forma de su presentación ; a esto es a lo que hoy debemos dar gran importancia".

JUAN-XXIII