EL ÉXODO

Alejandro von Rechnitz

 

Primera Parte

PRECEDENTES, MOISES, LA PASCUA, PASO POR EL MAR.

 

1.Introducción.

Así como el Génesis se refiere a la historia de la creación y a la historia más remota del origen físico del pueblo de Israel, o sea a Abraham, así, en el relato de Exodo se nos refiere el verdadero origen de Israel en el plano religioso e ideológico.

En el Deuteronomio(26,5-10) encontramos la confesión de fe más antigua del pueblo de Israel­: “Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo pocos aún­; pero en ese país se hizo una nación grande y poderosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron dura servidumbre. Llamamos entonces a Yavé, Dios de nuestros padres, y Yavé nos escuchó, vio nuestra humillación, nuestros duros trabajos y la opresión a que estábamos sometidos. El nos sacó de Egipto con mano firme, demostrando su poder con señales y milagros que sembraron el terror. Y nos trajo aquí para darnos esta tierra que mana leche y miel. Y ahora vengo a ofrecer los primeros productos de la tierra que tú, Yavé, me has dado.”

Cualquiera que haya sido el origen objetivo de Israel, éste, su éxodo desde Egipto, es el que él quiere recordar, y en esta forma. El Exodo es, pues, para decirlo de una vez, el episodio clave para entender la historia del pueblo israelita y su religión.

 

2.Precedentes del Exodo.

El valle del río Nilo fue el escenario de una civilización admirable. El río y la periodicidad de sus crecidas permitieron que la agricultura se desarrollara magníficamente y exigieron a la vez, para que eso fuera así, que la organización social evolucionara  grandemente. Desde mucho tiempo antes, los diferentes poblados de Egipto se habían unificado en una sola nación, y ese logro se le atribuía al legendario rey Menes. En cualquiera de los casos, eso no había evitado que la antigua nobleza local luchara, durante muchos siglos, contra el poder central­; todo eso se hizo a costa de la esclavitud de los campesinos.

Estando en el poder la XII dinastía, la invasión de los hicsos(tribus asiáticas del grupo semita) había interrumpido todas esas luchas. Los hicsos dominaron el Egipto por unos cien años y fueron expulsados por Ahmés, que había iniciado la XVIII dinastía faraónica. No todos los descendientes de los semitas asiáticos se fueron de una sola vez. Muchos se habían mezclado del todo con los egipcios­; otros se mantuvieron en las fronteras de Egipto, y se marginaron, más o menos, de la cultura egipcia. En el capítulo 47 de Génesis se nos cuenta cómo un tal José, centralizó toda la vida(tierras, ganados, y habitantes) del país bajo el poder económico y político del faraón.  De hecho, esa centralización significó la reducción a la esclavitud legal de toda la población de Egipto.

El poder del faraón se hizo fuerte a costa de la desaparición del poder económico y político de los nobles terratenientes. A finales de la XVIII dinastía, Amenofis IV abolió enteramente el culto a todos los dioses tradicionales e impuso el culto a un dios único, llamado Atón. Se trataba de un dios sin imagen, dador de vida al universo entero, representado visiblemente sólo por el sol. Un dios único universal en el momento en que el Egipto se convertía en un imperio mundial.

Amenofis fue un reformador duro que cerró todos los templos e hizo eliminar los nombres de todos los dioses de todos los jeroglíficos, después de cambiar su propio nombre al de Akhenatón (“resplandor de Atón”) y de crear una nueva capital.

Amenofis había suprimido, de un solo golpe el culto a Amón, dios de la conservadora nobleza terrateniente, y el culto a Osiris, dios de las masas campesinas. Parece que Amenofis fue asesinado, su nueva capital destruida, y su sucesor y yerno, obligado a cambiar de nombre con la vuelta de los sacerdotes de Amón al poder­;la capital volvió a Tebas.

Al morir Amenofis hubo un desarreglo político enorme del que Egipto sólo salió con Ramsés­II, que reinó más de sesenta años. Bajo Ramsés los hebreos sufrieron la opresión insoportable de verse obligados a pasar de ser pastores seminómadas a ser peones esclavizados de un faraón poderosísimo y constructor de ciudades. 

 

3.MOISES.

Como el Pentateuco(los primeros cinco libros de la Biblia) es el resultado de diversas fuentes y redacciones, cada una de esas fuentes y redactores hace una representación distinta de Moisés­; cada nuevo redactor-revisor idealiza un poco más su figura.

En el redactor más antiguo(el “Yavista”) Moisés no aparece como obrador de milagros. Es un hombre que huye de Egipto y que luego vuelve allí como mensajero de Dios. En el Yavista, Dios es quien lo hace todo y Moisés pasa al trasfondo.

En el segundo redactor-revisor(el “Elohísta”) lo legendario se va intensificando. Moisés es salvado de las aguas del Nilo por una princesa(con lo que se le aplica la leyenda de Sargón). Aparece, como sacerdote, pronunciando oráculos, y como obrador de milagros­: con su vara milagrosa desencadena plagas y parte el mar. El es quien recibe, personalmente, en el monte Horeb las tablas de la Ley. Hace una serpiente de bronce para que al verla sanen los mordidos por las víboras venenosas del desierto. En esta redacción también se hace figurar a Moisés como profeta.

En la tercera redacción(el “Deuteronomista”) se idealiza a Moisés todavía más. Se engrandecen  sus cualidades y se pasan por alto sus debilidades. Moisés viene a ser el ideal de un israelita­:es el totalmente sumiso “siervo de Dios”(Dt.3,24­;34,5­;Núm.12,3). Se hace aparecer a Moisés como profeta(Dt.18,15.18­;34,10-12).Es, también, el mediador sufriente(Dt.1,37­;3,23-29­;4,21­;11,18 ss.25 ss.).

En la cuarta redacción-revisión(el “sacerdotal”) prácticamente se vacía a Moisés de toda realidad histórica. Esa redacción normaliza en torno a Moisés lo prodigioso y el intervencionismo divino. La figura de Moisés, en este documento, está dibujada de acuerdo mucho más con los cánones teológicos de la fe, que con alguna consideración a la realidad. Moisés, de hecho, es elevado por encima de todo ser humano y convertido en alguien que es casi un dios. Sólo él tiene contacto directo con Yavé(Ex.24,15-18 ss.). Sin embargo, se le atribuye una falta(que nunca se dice cuál es) que le hace imposible entrar en la tierra prometida(Núm. 20,8-9.12.24­;27,13).

En el Pentateuco, Moisés es, en resumen, el siervo fiel de Yavé, el mediador entre Dios y el pueblo, el liberador del pueblo, su legislador, un gran profeta e intercesor a su favor. Pero a todo eso llega Moisés a través de un proceso por medio del cual Dios lo amasa hasta convertirlo en el “instrumento” perfecto. Examinemos ese proceso.

Moisés era lo que, en los libros de sociología, se define como un “alienado” un miembro de la clase alta y opresora de Egipto, él pertenecía a las esferas del poder a pesar de tener su origen entre los oprimidos. Poco a poco se va identificando con ellos­: es criado por su madre(una oprimida), se hace violento y guerrillero(Ex.2,11-12), se tiene que exiliar(Ex.3) y allí, en el exilio, se siente llamado por Dios para la misión de liberar a su pueblo, con ello llega a Moisés su verdadera conversión.

Moisés debe concientizar al faraón y a la corte y, también, al pueblo esclavizado del que procede. Al pueblo deberá crearle la esperanza de la libertad, fomentarle la solidaridad(Ex.2, 13), organizarlo(Ex.4,29) y convencerlo de que Dios está con el pueblo(Ex.4,30-31). Moisés se tendrá que enfrentar no sólo al faraón sino también al pueblo(Ex.5,19-21). El comienzo de la liberación aparece con la muerte de los primogénitos egipcios, con esa muerte empieza el fin del futuro de la opresión egipcia, que sólo desaparecerá de verdad con el paso a través del Mar Rojo. De todos modos, los rabinos judíos dirán, después, que fue más fácil para Dios sacar a su pueblo de Egipto que sacar a Egipto del pueblo.

Haya sido Moisés judío o un egipcio, lo importante es que tuvo que identificarse con el pueblo oprimido hasta compartir plenamente esa situación de opresión porque, también para Moisés, lo que no se asume no se redime.

Examinemos, ahora, la vocación de Moisés. Moisés había llegado a conocer a Yavé a través de su suegro, Jetró, que era madianita o kenita y vivía en la península de Sinaí, o a través de las personas que vivían allí mientras duró el pastoreo de Moisés como refugiado. ¿Cómo, de verdad, fue el primer contacto, o el contacto decisivo, entre Dios y Moisés­?, ¿Qué experiencia interior vivió Moisés en ese contacto?

En la vocación y misión de Moisés el autor bíblico ha dejado trazado el esquema permanente de toda “vocación”. El teólogo redactor nos subraya que el contacto con Dios no es algo que pueda alcanzarse mediante técnicas de contemplación u oración. La verdadera revelación es siempre el resultado de un acto absolutamente libre por parte de Dios, porque Dios tiene siempre la iniciativa y porque Dios es el esencialmente inmanipulable.

Moisés aparece como quien se niega a hacerse cargo de una difícil misión y eso porque es importante que aparezca ante el pueblo que se trata de hablar en nombre de Dios y no por propia iniciativa. Para no hacerse cargo de la misión Moisés pone toda clase de dificultades.  Una de esas dificultades, quizá la decisiva, es exigirle a Dios que le revele su nombre. Pero el nombre propio, en la mentalidad judía bíblica, es el fundamento del poder de Dios y, quien conoce dicho nombre, tiene a su disposición el poder divino. Si Dios revela su nombre pierde su independencia. Por eso Dios se niega a dar su nombre, por eso contesta­: “ejyéh asher ejyéh”, o sea­:Yo soy el que soy, o Yo soy lo que Yo soy. De allí en adelante el pueblo de Israel empleará esa respuesta como el nombre propio de Dios.

El relato de la vocación del profeta Jeremías no es sino una “copia” paralela de la vocación de Moisés, que es vista como vocación ejemplar. Observemos­:

-Moisés había vivido la opresión de los hebreos en Egipto­; Jeremías había sido sacudido por la constante amenaza de invasión escita contra su pueblo.

-Ambos ponen dificultades y objeciones ante la responsabilidad que se les encomienda. Por ejemplo, la dificultad de no saber expresarse bien.

-Dios impone a los dos su voluntad, pero les promete, a ambos, su asistencia divina y su presencia.

-A ninguno de los dos les ahorra, la asistencia divina, las dificultades, y Jeremías expresará en sus “confesiones” la tortura interior que significó para él haber sido escogido por Dios para ser su vocero.

-Ambos parecen fracasar en la realización plena de la misión. Moisés muere antes de hacer entrar al pueblo en la tierra prometida. Jeremías no pudo impedir la catástrofe para Jerusalén y, probablemente, murió fuera de la tierra prometida, exiliado forzado en Egipto.

En cualquiera de los casos, el plan divino, a la corta o a la larga, acaba triunfando.

Hay dos trozos bíblicos, dentro de este contexto de la vocación de Moisés, que vale la pena examinar aparte­:

 

-La lucha con el ángel, cuando Moisés va hacia Egipto a empezar su misión. Esa lucha es toda una experiencia espiritual, profundamente teológica y realista, que se repite en muchos líderes.

Martín Buber, el gran filósofo judío, dice­:  “Conocemos este acontecimiento nocturno, este repentino derrumbamiento de la certeza que acababa de ser penosamente conseguida”. El autor bíblico parece haber querido plasmar gráficamente(Ex.4,24-26) la misma lucha interior que vivió Jacob antes de enfrentarse y dar la cara a Esaú, por ejemplo. El relato habla del “ángel de Yavé” porque, quizá, lo más duro de esa lucha sea percibir que la acción de Dios va a veces en contra de todo lo que pudiera esperarse. Hablando en términos más modernos tendríamos que decir que se trata de una especie de “noche obscura del alma” en donde el enemigo parece ser el mismo Dios.

 

-La muerte. Kafka, el genial escritor checo judío, ve en ella una especie de símbolo, una especie de teología de la gracia. Se quiere decir, escribe Kafka, que las realizaciones de los planes divinos superan las posibilidades del hombre y ha de ser Dios en realidad quien las lleve a su plenitud. Recordemos, en estos dos casos que analizamos, que la mentalidad típicamente hebrea expresa ideas abstractas a través o por medio de historias y realidades concretas. Muy bien dice un autor acerca de la muerte de Moisés­: “Hay hombres, cuyo destino es anunciar el día a los demás, pero ellos han de desaparecer antes de que el día venga”.

 

4.La Pascua.

La Pascua judía fue siempre una fiesta triple, o mejor, tres fiestas que se han unido en una y se han unido, también, a un acontecimiento histórico. Veamos­:

La fiesta de los panes sin levadura(los panes “ácimos”) es una fiesta agrícola(y, por lo tanto, tomada a los cananeos una vez conquistada la tierra prometida). Se le presenta a la divinidad la primera gavilla cortada en la cosecha de la cebada, pero la cebada no “leva”(no crece o fermenta)con la levadura, por eso se trata de “panes sin levadura”. Después se le dio otros sentidos­: con ocasión del nuevo año, que comenzaba con la primavera, se procuraba limpiar el templo de toda impureza y, por lo mismo, de todo lo que pudiera recordar al muerto año anterior. Mezclar levadura, hecha entonces de harina fermentada, del año anterior era, según la mentalidad de la época, mezclar los “espíritus” o fuerzas de los dos años. Por eso no quedará más remedio que comer pan sin levadura hasta que fermente la nueva harina(que aparecía con los primeros granos de la cosecha del trigo, en pentecostés). Todavía las costumbres actuales judías exigen que, en la semana anterior a la Pascua, se limpie rigurosamente cada casa de todo producto de trigo y hasta de cada grano de trigo del año anterior. Después se dará a los panes sin levadura el sentido histórico de la urgencia de Israel para salir de Egipto en el momento del Exodo, con eso encontrarán los “panes ácimos” cananeos un lugar y sentido en la teología de Israel.

La fiesta del cordero se efectuaba (y se efectúa aún) entre los nómadas en cualquier época del año y, en realidad, tenía mucho más sentido mágico que cultual. Se degollaba un cordero y se mojaban, con su sangre, los postes de la tienda de campaña con la finalidad de proteger a sus habitantes contra enfermedades, desgracias y espíritus malignos. El cordero no necesariamente servía de comida­; es la sangre la que servía para preservarse de la influencia maligna de espíritus. Originalmente(observemos) se celebraba fuera de todo santuario, y sin sacerdotes ni altares­; se comía con hierbas del desierto, revestidos los participantes de los atuendos propios de pastores en pleno nomadeo, de noche y,siempre en noches de luna llena(que es la más clara para poderse mover en el campo).

Entre la fiesta de los panes sin levadura y la fiesta de corderos no existía, originalmente, ninguna relación. Pertenecían a mundos culturales distintos, la de los panes estaba ligada al calendario agrícola , y la de los corderos dependía, originalmente, de acontecimientos incontrolables. La de los panes insertaba al hombre en el ritmo cósmico y natural­; la de los corderos lo prevenía de acontecimientos inesperados y desgraciados. Los textos más antiguos de la Sagrada Escritura hablan ya de esas dos fiestas como de fiestas relacionadas entre sí. La fiesta de los corderos(la Pascua) se celebraba el 14 del mes de Nisán y la fiesta de los panes comenzaba al día siguiente de la fiesta de la Pascua.

La fiesta de la salida de Egipto. Según los relatos escriturísticos, los judíos habían salido de la esclavitud de Egipto hacia la libertad durante la fiesta de plenilunio(la luna llena) de la primavera y aprovechando una peste que había devastado a los egipcios. Así se juntaron las tres fiestas en una sola celebración. En Gosén, los pastores judíos estaban celebrando la fiesta de la prosperidad de sus rebaños, antes de salir de los pastos de invierno(del invierno mediterráneo) hacia los pastos de primavera, y se habían tenido que proteger, como todos los nómadas, contra todas las desgracias y espíritus malignos, con la sangre de los corderos. Al llegar a Palestina habían adoptado la costumbre de los panes sin levadura, conforme se habían ido convirtiendo en agricultores sedentarios, y querían recordar, cada año, la salida desde la esclavitud de Egipto hacia la libertad­; todas estas tres cosas se habían llevado a cabo bajo la luna de un plenilunio de primavera, ¿ cómo no celebrarlas juntas­? La conmemoración del paso de la esclavitud a la libertad fue absorbiendo a las otras dos fiestas  y terminará por ponerlas enteramente a su servicio. Eso es lo que encontramos en Exodo 12.

 

5.El paso a través del Mar Rojo.

Tenemos en la Sagrada escritura dos presentaciones muy distintas de ese paso “milagroso”. En una de ellas “se parte el mar”. Moisés debe levantar su bastón, extender la mano sobre el mar y partirlo en dos para que los israelitas pasen, a pie, a través de él(Ex.14,16). Los carros egipcios se lanzan en persecución de los judíos(Ex.14,23), Yavé ordena a Moisés que extienda su mano para que las aguas vuelvan a su lugar, ahogando a los egipcios(Ex.14,26). Los egipcios quedan sumergidos y los israelitas a salvo(Ex.14,27-29).

En una segunda presentación el punto culminante es “el ahogamiento de los egipcios”. En esta versión los egipcios persiguen a los israelitas­; éstos se creen perdidos y se rebelan contra Moisés. Moisés les ordena que permanezcan en donde están y que miren(Ex.14,10-14). La columna de nube que les protege se coloca entre ellos y los egipcios(Ex.14,19a-20). Durante la noche, Yavé hace soplar un viento fuerte del Este que seca el mar. Al día siguiente, Yavé, desde la columna de fuego y nube, siembra el pánico entre los egipcios y enreda las ruedas de sus carros de guerra(Ex.14,24-25). Al empezar el día las aguas vuelven a su lugar normal y Yavé ahoga en ellas a los egipcios(Ex.14,27). Para esta tradición, el milagro junto al Mar Rojo no es el paso a través de él de los israelitas, sino la destrucción total del ejército de los egipcios(ver Ex.15, 21), que era el imperio más poderoso en esa época.

¿Qué fue lo que, en realidad, sucedió­? Es una tontería el tratar de averiguarlo, porque contarnos lo que históricamente sucedió no era lo que le interesaba al redactor. Los fugitivos hebreos se encontraron en una situación desesperada, se salvaron en circunstancias que no podían interpretar sino como una intervención poderosa de su Dios a su favor. Este acto de salvación confirmó su fe en Yavé(Ex.14,31) y llegó a convertirse en un punto fundamental del credo para todos los que fueron uniéndose al yavismo(ver Dt.11,4­; 6,21-22­;26,7-8­;Jos.24,7).

El paso a través del Mar Rojo fue visto siempre, por la comunidad cristiana primitiva, como un excelente símbolo , como una magnífica figura o “tipo” del bautismo cristiano. Es el paso de la esclavitud a la libertad, es el paso de la vida individualista a la constitución de un pueblo de Dios. Según las catequesis de los Santos Padres de la Iglesia, Satanás, representado por el faraón egipcio, queda vencido(ahogado) en ese paso por el agua(pierde toda su fuerza­= su ejército). Veamos, por ejemplo, a San Ambrosio­: “¿Hay cosa que pueda compararse con el paso del pueblo judío por medio del mar­? Y con todo, todos cuantos lo atravesaron murieron en el desierto. Por el contrario, el que pasa por esta fuente, es decir de lo terreno a lo celestial (porque aquí es donde en verdad se realiza el transitus, o sea la Pascua, el paso del pecado a la vida), el que pasa, digo, por esta fuente no muere más, sino que resucita”. Otro ejemplo­:”Israel fue bautizado en medio del mar, la noche de Pascua, el día de la salvación­; también nuestro Señor, la noche de la Pascua lavó los pies de sus discípulos, lo que equivale al sacramento del bautismo”(Afraates el sabio-persa).Otros­: “Allí (en el Exodo), el tirano persigue al pueblo hasta el mar, aquí el demonio audaz y desvergonzado le sigue hasta las sagradas fuentes­; el uno, queda ahogado en el mar, el otro, deshecho en el agua saludable” (Cirilo de Jerusalén, en Catequesis Mistagógicas). “Faraón, es decir, el demonio, queda muerto cuando se ha bautizado el pueblo­; queda sumergido con todo su ejército”(San Hilario, en Sobre el salmo 134).

 

6.Significado del Exodo.

¿Cuántos judíos salieron de Egipto­? De las doce tribus posteriores probablemente sólo dos, las de Efraín y Manasés. El número de “doce” tribus es un número artificial procedente, en tiempos de Salomón, de la división geográfica de su reino en doce zonas administrativas que le abastecían a él y a su templo un mes cada una(ver 1 Re.4,7.19.27-28). Probablemente los que salieron de Egipto, en ese éxodo, fueron unas dos mil (a seis mil) personas como máximo­; la cantidad de gente que, en Egipto, podía ser atendida por dos comadronas. Cuando en la Biblia se dice que salieron unos 600.000 hombres(sin contar las mujeres y los niños), lo que se quiere decir es que todo Israel(el Israel que existía en el momento en que se hace la última revisión- redacción) estuvo presente en la experiencia religiosa del Exodo y que, por lo tanto, todo Israel está comprometido con ese Dios por esa alianza pactada entonces.

Israel, en el desierto de Sinaí, fue,  lo más probablemente, una reunión de grupos de origen diverso que fueron juntándose allí, grupos que, sin duda, procedían unos de Egipto, otros del mismo Sinaí, otros de lugares como el Yemen, por ejemplo. Lo que podemos decir es que, en Sinaí, todos ellos se hicieron un solo pueblo a través de una especie de conversión a una alianza con Yavé.

En el libro del Exodo aparecen, como ya dijimos antes, varias figuraciones de Moisés­; aparecen, también, varias entradas en Egipto(clanes de José, clanes de Jacob, clanes de Isaac, clanes de Abraham, etc)­; aparecen, además, varias salidas(o “éxodos”)­:una “expulsión” de un grupo y una “huida” de otros, clanes de “Lía”(criadores de vacas), clanes de “Raquel”(criadores de ovejas) . Aparecen varios caminos a través de Sinaí hacia Palestina(por el Norte, por el Sur).

Evidentemente, no es el detalle histórico el que preocupaba a los redactores finales, sino el sentido, para la fe, del éxodo como tal.

Para Isaías y para Jeremías, el Exodo es el esquema, la figura, de todos los éxodos, de todas las “pascuas”, de todos los procesos de liberación de la historia de la salvación( ver Is.11,15­; 10,26­;4,5­;43,16-20­;48,21-22­;49,10­;52,12­; Jer.23,7­;31,31-33). Los profetas anuncian un nuevo éxodo que será superior al antiguo y que será, además, un éxodo con carácter de interioridad(ver Ez.20,34-44­;Miq.6,4-5).Dios lleva a Israel al desierto para hablarle al corazón, como un novio a su novia para hablarle en la intimidad(Os.2,14.15­;7,13­;12,9­;13,4).

El éxodo primero, por ser, para el pueblo en su relación con Yavé, una etapa de “noviazgo juvenil”, por ser una etapa de pueblo-recién-constituido, y de pueblo recién llamado-por-Dios mismo a lograr su plenitud, por ser una etapa de alianza-recién-pactada, aparecerá, más tarde, como la etapa de comunidad ideal, hacia la cual hay que esforzarse continuamente por volver.

Otro de los sentidos más profundos que contiene el relato del Exodo es el de poner ante los ojos de todo el pueblo de Israel que Dios siempre cumple su palabra. El hará todo lo que haga falta para ello, pero su palabra no quedará sin cumplirse.

El pueblo de Israel aprendió a ver la intervención de Dios en todo proceso de liberación que afectara al pueblo entero. Dios, decía el pueblo después de su experiencia en el éxodo, se “arremangará” y hará todo lo que haga falta con todo su poder, para que su pueblo sea un pueblo que pueda servirlo en libertad. Por eso, el pacto de la Alianza empezará diciendo­: “Yo soy el Dios que te libero de la esclavitud, por eso no...” Desde el punto de vista de los egipcios, Moisés y los judíos no eran sino unos subversores, unos rebeldes contra “el orden establecido”. Desde el punto de vista de Dios, el éxodo es una ruptura con el “desorden” establecido y que siempre es visto como “orden” por los opresores. El éxodo viene, entonces, a significar que todo hombre debe salir de “Egipto” cada día.

Aclaremos, finalmente, que cuando el pueblo de Israel ve a Dios interviniendo en su historia de una forma tan palpable y concreta no es porque el pueblo de Israel no fuera realista(ver el realismo de Jueces 19, o los relatos acerca del rey David, Betsabé y Urias), sino porque, para el pueblo de Israel, Dios es tan real o más que cada suceso de la vida diaria y su historia no puede ser comprendida, asumida o explicada, sino a la luz de la fe. Esos relatos no intentan describir cómo era la vida o cada suceso hace tres mil años, sino cómo era para ellos.

 

Segunda parte

ISRAEL EN EL DESIERTO. MILAGROS. EL PUEBLO SE ORGANIZA.

 

1.Los milagros en la Biblia.

Para nosotros resulta muy fácil hablar de “milagro”. Conocemos las leyes (o por lo menos creemos conocerlas) que sigue la naturaleza y nuestro pueblo habla fácilmente de “milagro” en cuanto sospecha que alguna de estas leyes ha sido inexplicablemente violada. Pero recordemos que el pueblo judío, de los tiempos bíblicos, no conocía ninguna de las dos palabras­: ni “naturaleza”, ni “milagro”. Si no conocían las leyes de la naturaleza, menos, todavía, la excepción o violación de tales leyes.

Para un judío bíblico “milagro” era lo asombroso. Una cosa, lo que había sucedido, fuera lo que fuera, había sido percibido, experimentado en el momento mismo, como acción de Dios. Un suceso cualquiera había sido percibido por alguien como una manifestación de Dios. No hacía falta que ese suceso fuera extraordinario, simplemente había sido percibido por alguien como una manifestación de Dios­; lo que en Teología se conoce como una “teofanía”. Pero, para un judío bíblico, todos los sucesos de la vida diaria son una manifestación de la actividad de Dios. Si llueve es porque Dios hace llover­; si amanece es porque Dios hace salir al sol, para poner solamente dos ejemplos. Un judío bíblico era incapaz de concebir o entender su historia, por ejemplo, que a la luz de la fe­; todo lo que sucede, pensaba, sucede porque Dios dirige cada paso de la historia. Para un judío bíblico, Dios y la vida eran lo mismo, y toda manifestación de vida era una manifestación de Dios. Para él, Dios es el Señor de la naturaleza (lo visible y lo invisible, decían ellos) y se manifestaba en ella continuamente, cada día, a todas horas.

Hablar de “milagro”, para un judío bíblico, era una forma de expresar que él había sentido la intervención de Dios en algo. El prototipo de “milagro” bíblico era el éxodo­; eso quería decir que ellos habían sentido claramente la intervención de Dios en el proceso de liberación del pueblo, en el paso desde la esclavitud a la libertad, en su constitución como pueblo, en las leyes que les habían dado una columna vertebral como pueblo.

Sólo desde el siglo XII de nuestra era se habla de “milagro” como violación o superación inexplicable de las leyes de la naturaleza, y ello como efecto de la sistematización que acababa de llevar a cabo la filosofía escolástica. Desde el siglo XII se ha puesto el acento en lo que son las leyes de la naturaleza, leyes que creemos conocer, y se llama “milagro” a lo sobre-natural, a lo que supera todo lo que las leyes de la naturaleza, tal como nosotros las conocemos, pueden dar de sí. El “milagro” sería, así, en esta concepción filosófica, una violación o suspensión de lo que son las leyes de la naturaleza.

Ahora bien, Dios no edifica contra la naturaleza, sino sobre la naturaleza. Cuando Dios toma algo no lo anula, sino que lo plenifica. Dios no tiene que intervenir contraviniendo las leyes que El mismo hubiera puesto a la naturaleza, porque El no está fuera, sino en el fondo de la naturaleza, dando el ser a cuanto es. Dios se ha hecho carne, se ha encarnado, y lo que Dios ha unido para siempre, por la encarnación, no lo puede separar el hombre. Desde el punto de vista de la fe, desde la encarnación de Dios, o todo es “natural” o todo es “sobrenatural”, sobre todo teniendo en cuenta la forma de ver las cosas que tiene la Filosofía Escolástica (metida, en este caso, a hacer teología cristiana).

También en este siglo se han hecho reflexiones filosófico-teológicas al respecto. Se ha partido, esta vez, de las reflexiones previas, pero se les han agregado los descubrimientos de la física quántica, el indeterminismo de Heisenberg y la Relatividad de Einstein­; se ha sumado, también, todo lo que la filosofía existencial y la psicología moderna han pensado en los últimos cien años. La definición teológica de “milagro” más acertada, desde el punto de vista de la teología actual, parece haberla dado Karl Rahner­: el “milagro, dice él, no es una violación de las leyes de la naturaleza, sino una epifanía de la escatología.

El “milagro” sería, según esta definición, una señal, un signo, de lo que la naturaleza será al fin de los tiempos, de lo que la naturaleza será cuando el hombre haya llegado al extremo de la evolución humana posible. En este sentido, el “milagro” es ya, aquí, una epifanía de la escatología. En el “milagro” se hacen evidentes y presentes las potencialidades, las capacidades reales, de la naturaleza. Por el “milagro” podemos ver ya ahora, en un trozo de la naturaleza, lo que será al final de los tiempos toda la naturaleza “en Cristo”. En una zona de la naturaleza, en una zona del universo, podemos ver ya ahora lo que será el Reino de Dios, eso es el “milagro”.

Contrariamente a lo que se supone popularmente, el “milagro” no crea la Fe, sino que la presupone. Sólo si yo tengo fe veré “milagro”, o sea la presencia e intervención de Dios, en algo.

Que el “milagro” no crea la fe podemos verlo claramente en el Evangelio según San Juan, capítulo 11. Los que presenciaron, allí, la “resurrección” de Lázaro no sólo no llegaron a la fe en Jesús, sino que buscan desde entonces matarlo. A eso, precisamente, hace alusión Jesús en la parábola de Epulón y Lázaro cuando dice(ver Lc.16,27-31) que si no han creído a Moisés y a los profetas (frase judía para decir­:La Sagrada Escritura entera) aunque resucite un muerto no cambiarán de vida.

Aunque la fe del pueblo puede llevarlo, con todo derecho, a llamar “milagro” a cualquier suceso, sólo la Iglesia, como institución, es la llamada a proponer oficialmente a la consideración de la comunidad cristiana lo que para la comunidad cristiana será considerado teológicamente “milagro”.

Para la teología de la Iglesia es también el éxodo el prototipo de “milagro”. Observemos, fijándonos en el éxodo, cuáles son las condiciones que debe llenar un “milagro” para ser considerado como tal por la teología­:

a)El “milagro” es siempre para edificación de la comunidad (ver 1 Cor.12). Los dones de Dios no son nunca para satisfacción individual. Todo lo que nos es dado nos es dado como miembros de un cuerpo, miembros que sólo viven en el cuerpo y para el cuerpo.

b)El “milagro” es siempre “milagro” cristiano, o sea­: liberador, redentor. El “milagro” teológico nunca es alienante, creador de dependencia. Nunca nos amarra a un lugar, a una oración especial, a un individuo sanador, a una imagen “milagrosa”, a un tiempo especial.

c)El “milagro” es un don que es tarea. Dios no da la cosa hecha, sino que da la capacidad de hacerla por el propio esfuerzo y con las propias manos (ver Ex.14,15-16­; Jn.5,6-8, únicamente para poner dos ejemplos típicos). Dios no fomenta vagancias, ni está en competencia con sus criaturas, ni tampoco hará por nosotros lo que nosotros podemos y debemos hacer por nosotros mismos, porque Dios no es una madre sobreprotectora y absorbente. Dios “hace” al hombre rey de la creación, pero no lo sienta en un trono, ni le pone corona­; le da la capacidad de llegar a ser rey de la creación y le dice­: ¡crece­!, ¡domínala­!(ver Gén.1,26-28).

d)En el “milagro” teológico, el milagroso es, siempre, Dios, no una imagen, no un rito, no una oración especial, no un lugar fijo y escogido.

e)El “milagro” más asombroso, el más milagroso, es el amor. La señal más clara de la intervención de Dios en algo, es el amor. Nada es más teofánico ni más escatológico que el amor. Así lo canta San Pablo en el capítulo 13 de la Primera Carta a los Corintios. Todo pasará, aun la fe y la esperanza, pero el amor permanecerá para siempre porque, desde que Dios es amor, el amor es Dios( 1 Jn.4,8 y 16).

Observemos que Jesús, en los evangelios, protesta cuando le piden o se espera de El un milagro o señal­:

+Protesta­: Mt.16,4­; Mc.8,12­; Lc.11,29.

+Satanás es quien pide milagros­: Mt.4­;Lc.4.

+Cuando hace un “milagro” pide que no se lo digan a nadie­: Mt.8,4­;9,30­;Mc.1,44­;7,36­;8,26­; 9,9­;Lc.5,14­;8,56.

+El hacer milagros no significa que seamos santos­: Mt.7,21-23.

+Cuando lo esperan para que haga milagros más bien da un rodeo y no entra en la ciudad­: Mc.1,45.

+Declara que más bien son bienaventurados los que no esperan  a ver milagros (aunque ese milagro sea el ver a Cristo resucitado) para creer­:Jn.20,24-29.

Acerca de los milagros tenemos un genial comentario de San Agustín, en el sermón 90,5­: “No sólo hacen milagros los buenos, sino también los malos, y a veces los buenos no los hacen”.

Recordemos, también, que hasta el siglo XVI , por lo menos, todas las enfermedades, físicas o psicológicas, eran atribuidas a posesión de malos espíritus. Nadie sabía ni de la existencia de microbios,  ni de bacilos o virus, ni de la existencia de toda la vida inconsciente de cada persona.

 

2.Las plagas.

Según Ex.4,9 y 23 las plagas fueron solamente dos (el agua se convierte en sangre­; se muere el primogénito del faraón). Según el salmo 78,44-55, las plagas fueron siete. Según el salmo 105,28-36, fueron siete u ocho plagas. Según la tradición más transmitida, que aparece en Ex.7,14—13,16, fueron diez plagas. Pero, de verdad, ¿cuántas fueron­? Al autor de la última redacción-revisión no le interesa el número, sino el sentido que esas plagas tuvieron.

En primer lugar las plagas revelan que Dios interviene en la historia del hombre y de su pueblo. Y que interviene para liberar. Que Dios está dispuesto a hacer lo que sea con tal de que su pueblo no sea oprimido permanentemente. Pero, además, en el libro de la Sabiduría, capítulo 16, se hace otra interpretación teológica de los relatos, o sea, el autor de ese libro quiere revelarnos lo que, según él, la Sagrada escritura quiere que entendamos con la historia de esas plagas y sus detalles­: que Dios es el Señor de todos los dioses­; que Dios vence al enemigo por fuerte que éste sea (en estos relatos, a Egipto, que era el imperio más grande e importante que habían conocido los judíos­; a Egipto, que era el imperio más famoso y el más atractivo para Israel)­; que Dios es quien da la vida y quien da muerte, es decir, que Dios es el Señor absoluto y total del universo, y que no hay nadie como El.

Según el relato más transmitido, las plagas fueron éstas­:

1.Se corrompe el agua del Nilo (se mueren los peces o se vuelve sangre).

2.Se llena de ranas la tierra.

3.Se llena de mosquitos el aire.

4.Tábanos.

5.Peste.

6.Ulceras.

7.Granizo.

8.Grillos (langostas o saltamontes).

9.Tiniebas.

10.Se mueren los primogénitos de los egipcios.

Según Ex.7,19-20­;8,1ss.12ss., es Aarón quien provoca las plagas. Según Ex.9,8-12 es Moisés. Una vez más nos queda claro que no es a esos detalles, sino al sentido teológico o revelatorio, al que el redactor le da importancia. El redactor nos da a entender que él no escribe ni una sola palabra para revelarnos nada acerca de Moisés o de Aarón, sino para hablarnos de Dios y de su relación con el pueblo.

Según los escrituristas que han visitado Egipto, los fenómenos enumerados en las plagas son perfectamente naturales y se repiten casi cada año allí, pero el hombre de fe descubrió en ellos la intervención liberadora de Dios a favor de su pueblo y sacó, como conclusión, que el pueblo de Dios debía aprender a ver la intervención de Dios en todo proceso de liberación (ver el libro de los Jueces, todo él).

Los que han estado en Egipto dicen que cuando el Nilo alcanza su máximo nivel de crecimiento, en el mes de agosto, muy a menudo sus aguas se vuelven de color rojo, a causa de millones de pequeños microorganismos y por la tierra roja que viene disuelta en el río desde las montañas de Abisinia. A veces el agua se hace, así, imbebible. En setiembre, los ibis , que se alimentan de renacuajos, disminuyen en cantidad, y entonces Egipto se llena de ranas. La cantidad de ranas muertas y las innundaciones de otoño hacen que se multipliquen los tábanos y los mosquitos. Debido a los mosquitos y tábanos la gente y los ganados se enferman y se llenan de úlceras. En enero y febrero a veces caen unas granizadas extrañas. A principios de primavera las langostas o saltamontes causan destrozos catastróficos. Durante la primavera el khamsin, viento caliente del desierto, causa terribles tempestades de arena y polvo que, por cierto provocan oscuridad por tres o cuatro días.

Pero al redactor, hombre de fe, esos hechos le sirvieron para revelarnos que Dios, su Dios, el Dios del pueblo de Dios, vence toda resistencia, que Dios ha empeñado su palabra en el proceso de liberación de su pueblo, y que la Palabra de Dios se cumple cueste lo que cueste. Los detalles concretos del relato están todos en función de esta revelación esencial.

 

3.El maná.

En los valles del centro de la península del Sinaí se da un árbol llamado tamarisco. En junio un hombre puede recoger, de ese árbol, más de un kilogramo de una substancia, muy dulce, cuyos granos pueden llegar a tener hasta el tamaño de un garbanzo. La substancia es producida por dos especies de insectos (cochinillas) que chupan todo lo que pueden de la savia de los tamariscos, para proveerse del nitrógeno que necesitan, y luego expulsan el sobrante en forma de miel. Esos granos dulces son elaborados en forma de tortas por los habitantes del Sinaí, todavía en nuestros tiempos. Esas tortas no son la base alimenticia suficiente como para sobrevivir, pero sí la necesaria proporción de azúcar en un lugar como el desierto. Descubrir ese azúcar debió ser una maravilla para un pueblo que huía de un país como Egipto. De modo que el maná se sigue presentando todavía hoy a quien atraviesa el desierto egipcio del Sinaí.

¿Cuál es el sentido teológico del relato acerca del maná­?­:

*El pueblo quería crearse seguridades, pero Dios no quería que el pueblo pusiera su seguridad en ninguna otra cosa que en El. A eso, probablemente, se debe el que el relato subraye que el maná no podía guardarse más que para cada día (ver Ex.16,20). Entre las dos tendencias absolutamente clásicas del espíritu humano, la tendencia a la seguridad y la tendencia a la perfección, el pueblo se ve obligado por Dios a optar por la tendencia a la perfección. En el fondo se trata, fundamentalmente, de optar entre la religiosidad (los ritos que dan seguridad) y la fe (actitud que obliga a correr riesgos, saliendo de lo seguro hacia lo desconocido) que lleva a la perfección.

*Dios es quien da lo necesario a cada uno, y lo da a todos por igual porque no ama más a un hijo que a otro (ver 2 Cró.19,7­; Ro.2,11­; Ef.6,9­; Col.3,25­; Sant.2,1). Las desigualdades, la injusticia en la distribución de la riqueza, no han sido puestas por Dios, son obra del hombre, efecto de su egoísmo.

*Esta manutención diaria por parte de Dios, exige una entrega sin reservas­: con Dios sólo se puede vivir al día (ver Mt.6,34). No otra cosa quiere decir, también, la traducción que nos pone a pedir en el Padrenuestro­:el pan nuestro, de cada día, dánoslo hoy.

*Es la Palabra de Dios la que da vida a Israel. El pueblo tiene que aprender que el hombre no vive solamente del alimento terreno, sino de “cuanto sale de la boca de Yavé” (ver Dt.8,4­; Mt.4,4­; Lc.4,4). El Evangelio según san Juan hará toda una magnífica elaboración teológica acerca del maná y el pan verdadero que da la verdadera vida (ver Jn.6). El pueblo de Dios tendrá vida sólo mientras permanezca fiel a la Palabra de Dios que, según Juan, es Jesucristo mismo (ver Jn.1,1-14).

*Tomás de Aquino, cuando fue encargado de crear una liturgia especial para la fiesta del Corpus Christi, elaborará la relación entre el maná y el cuerpo de Cristo. En resumen viene a decir que si en el Antiguo Testamento sólo los que pertenecieron al pueblo de Dios comieron del maná, en el Nuevo Testamento Jesucristo nos revela que sólo los que coman de su cuerpo y beban su sangre, que es el verdadero maná, forman parte del Pueblo de Dios. Pablo añade, dice Santo Tomás, que (ver 1 Cor.10,16-17) no podemos ser un solo cuerpo con Cristo, comiendo de su pan, sin hacernos un solo cuerpo con nuestros prójimos.

 

4.Las codornices.

En dos ocasiones (ver Ex.16,13­; Núm.11,31), o en dos versiones del mismo suceso, se dice que los israelitas hambrientos se alimentaron con las codornices que, por bandadas, llegaban desde el mar y cubrían el suelo del campamento. Todos los años, en los meses de setiembre y octubre, grandes grupos de codornices cruzan el mar Mediterráneo, procedentes de Europa, para invernar en Arabia y Africa. Después de cruzar el mar, caen, absolutamente agotadas, en las playas del Sinaí y resulta facilísimo atraparlas con la mano. El sentido teológico de este “milagro” es, lógicamente, el mismo que el del maná y, de hecho, el mismo que el de todos los “milagros” del libro del Exodo.

 

5. Salieron 600.000 hombres.

¡Y eso sin contar a las mujeres ni a los niños­! La península del Sinaí jamás hubiera podido ofrecer medios de vida a un número así de personas. A unas  seis mil, como máximo, sí, pero no más. En la batalla más importante de toda la historia del Egipto antiguo, que era el imperio más fuerte y potente de esa época, el más importante de los faraones, Ramsés II, dirigía un ejército de veinte mil hombres. Si los israelitas hubieran podido poner en armas un ejército de seiscientos mil hombres, hubieran sido capaces de vencer a cualquier faraón y no hubieran tenido que huir de Egipto para ser libres. Aparte de que esa enumeración nos hace patente el que las mujeres no contaban en la patriarcal y machista cultura judía, se trata de una exageración del redactor cuya intención es teológica, no histórica. Y eso porque la Sagrada Escritura no es, fundamentalmente,  la historia de Israel, sino la “historia de la salvación”.  

Es intención del redactor del relato bíblico hacer ver claramente la intervención de Dios en el proceso de liberación de su pueblo. Dios es el único que es capaz  de mantener con vida a seiscientas mil personas, durante cuarenta años, en pleno desierto.

Es intención del redactor del relato comprometer a todo el pueblo de Israel que vivía cuando él puso por escrito su versión, en el pacto comprometido con Dios en la alianza en Sinaí. El redactor le dice a su pueblo­: todo Israel, nuestro Israel, estaba representado allí y, por lo tanto,  comprometido. Israel llegó a tener seiscientos mil hombres sólo con la época del censo de David (ver 2 Sam.24,9­; 1 Cró.21,5). Este dato numérico es, también, una forma de decirle al pueblo de Israel que, siendo ahora (cuando se redacta el relato) un pueblo potente, no debe olvidarse de que tiene un compromiso con Yavé, compromiso adquirido en el desierto del Sinaí. Si Dios ha estado con nosotros “en las duras”, dice el redactor, hay que estar con El “en las maduras”.

 

6.El agua de la roca (Ex.17,1-7­; Núm.20,1-11).

El mayor C.S.Jarvis, gobernador inglés del Sinaí, cuenta que él pudo presenciar, con sus propios ojos, lo mismo que se dice haber sido hecho por Moisés para la gente que lo acompañaba. Un cuerpo del ejército de camelleros se detuvo en busca de agua y se encontraba haciendo pozos en las laderas rocosas. Alguien golpeó la roca misma , ésta se quebró y dejó salir, de la masa porosa de su interior, con enorme admiración de los sedientos camelleros, un gran chorro de agua perfectamente potable. Si Moisés había vivido durante años, cuidando ovejas y nomadeando, en la península del Sinaí, antes de ir a Egipto a sacar al pueblo, sabía muy bien que estas cosas podían ocurrir y hasta qué rocas golpear en caso de necesidad.

 

7.En general.

A juzgar por los prodigios que Dios era capaz de hacer para conseguir que su pueblo pudiera salir de Egipto, Israel podía haber esperado que o Dios lo trasladara de golpe, milagrosamente, al otro lado del Mar Rojo, o que lo pusiera de golpe al otro lado del desierto, en la tierra prometida, o que convirtiera, para ellos, el desierto en un paraíso, o que vaciara de un plumazo Palestina y les diera la posesión de esa tierra sin ningún esfuerzo. Dios no hizo ninguna de esas cosas. El pueblo tuvo que poner su pie sobre el mar y caminar, el desierto siguió allí, durante cuarenta años el pueblo tuvo que atravesarlo, tuvo que hacer la guerra continuamente para ir poseyendo la tierra de Palestina y mantener su dominio sobre ella. Y eso no porque Dios sea duro o malo, sino porque en Dios todo don es tarea. Aunque parezca contradictorio, tenemos que poner toda nuestra confianza en Dios, pero trabajar de nuestra parte como si Dios no fuera a intervenir.

 

8.El pueblo se organiza.

De Egipto habían salido unas seis mil personas de muy diversos orígenes, clanes y familias. En el desierto del Sinaí se les juntan otros grupos diversos y se organizan como una sola nación o pueblo. Para poder unificarse les hizo falta un elemento esencial común­: un pacto hecho con un mismo Dios y entre ellos, es decir, la fe en Yavé. Yavé se vuelve, para todas esas personas, tan distintas, el líder indiscutible, el más fuerte en las batallas, el legislador común, el Dios nacional de Israel, el corazón de su cultura, el dueño de toda la Tierra, quien conquistará para y con su pueblo una tierra que le dará en herencia perpetua. En el plano no de la fe, sino histórico, ese papel lo jugará la figura de Moisés.

Al comienzo de la historia de Israel como pueblo, Moisés jugará todos los papeles fundamentales. Fue líder, legislador, juez, un rey sin corona, intermediario entre Dios y el pueblo, general del pueblo en armas, profeta, siervo santo de Dios.

Por exceso de funciones y trabajo, Moisés se vio obligado a ir repartiendo oficios entre varias personas. El primer acto de descentralización de poderes lo constituyó la institución de los setenta ancianos-jueces, encargados de ayudarle en la administración de la justicia (ver Ex.18, 13-27) y, de hecho, en la del poder, ya que esos setenta “ancianos” vinieron a ser como jefes de grupos de hombres.

Ya antes de entrar en la tierra prometida Moisés puso el mando militar en manos de otros israelitas. Josué se convirtió, así, en el jefe militar del pueblo de Dios. En los combates, Josué peleaba mientras Moisés rezaba por el pueblo (ver Ex.17,8-10­;24,13­; 33,11­; Núm.11,28­; 13,8. 16­; 14,5-6.30.38­;27,15-23­; Dt.3,21.28­; 31,7-8.14.23­; 34,9). También Caleb jugó un buen papel como jefe militar (ver Núm.14,6­; 14,30.38).

 

9.El sacerdocio.

Hubo, como en todas las instituciones, una evolución en las funciones del sacerdote en Israel. Para explicar en qué consistía el oficio  vamos a empezar por exponer lo que aparecía en la bendición de Leví, en la serie de bendiciones de Moisés antes de morir (ver Dt.33,8-11)­: “Acerca de Leví dijo­: Tuyos son, Señor, el Tummin y el Urim­; tuyos y del hombre que te es fiel, el que tú probaste en Masá y con quien reñiste en las aguas de Meribá, el que dijo a sus padres­: jamás los he visto, y a sus hijos y hermanos­: los desconozco. Ellos cumplen tus palabras, se han entregado a tu alianza por completo. Instruyen a Jacob, a Israel en tus leyes y decretos­; colocan en tu altar, en tu presencia, incienso y ofrendas de animales. Bendice, Señor, sus esfuerzos, y recibe con agrado su trabajo. Rómpeles la espalda a sus enemigos, y que no vuelvan a levantarse los que lo odian.”

Según esa bendición de Moisés, la primera función del sacerdote en Israel es la de consultar a Dios en nombre del pueblo y dar respuestas a éste en nombre de Dios. Es decir­: pronunciar oráculos en nombre de Dios. En el desierto, los israelitas se dirigían a Moisés para consultar a Dios (Ex.18,15) y Moisés, según el relato, se entrevistaba personalmente con El (Ex.33,7-11). Pero esto era un privilegio personal de Moisés (Núm.12,6-8). Los sacerdotes israelitas no podían consultar a Dios en otra forma que a través de los Urim y Tummin (una especie de dados cuya interpretación se hacía por exclusión), que, parece, tenían forma de varillas. Sabemos que el sacerdote los guardaba en una vestidura especial que se llamaba “efod” y que era como un delantal muy ornamentado que, a veces, se ponía a la imagen de la divinidad (en otros pueblos) y que, a veces, la representaba. En 1 Sam.14,41-42 tenemos descrita la forma en que se funcionaba con esa consulta. La función de echar las suertes para proferir oráculos en nombre de Dios fue, poco a poco, desapareciendo de Israel. Según esdras 2,63 y Nehemías 7,65, ya no había en Israel sacerdotes que consultaran la voluntad de Dios con el Urim y el Tummin.

El pasaje bíblico de las bendiciones de Moisés a Leví asigna a los sacerdotes la función de enseñar. En la Biblia, por eso, la Torah acompaña al sacerdote igual que la justicia al rey, o el consejo al sabio, o la visión y la palabra al profeta. El sacerdote debía poder determinar lo que era legalmente sagrado (santo) o profano, lo que era legalmente puro o impuro. A él tocaba, igualmente, comunicar esas determinaciones al pueblo (ver Lev.10,10-11­; Ez.22,26­;44,23). Pero su papel en la enseñanza no se limitaba a este tipo de casuística. Los sacerdotes fueron, después, considerados los intérpretes del conjunto de prescripciones que regulaban las relaciones entre Dios y los seres humanos. Los sacerdotes se hicieron maestros en moral y religión en el tiempo en que el acento se puso en la disposición interior necesaria para que un acto de culto agradara a Dios (ver Os.4,6­; Jer.2,8).

Originalmente los sacrificios no eran exclusividad de los sacerdotes. Los patriarcas presentaban sacrificios a Dios justamente porque en su tiempo Israel no tenía sacerdotes. Y así continuó durante el tiempo de los Jueces (ver Jue.6,25-26, caso de Gedeón) y durante la época de Saúl, David y Salomón. El sacerdote del Antiguo Testamento no era considerado “sacrificador” porque no era él quien mataba al animal ofrecido­; jamás fue oficio del sacerdote de Israel matar la víctima. Es el laico que ofrece el sacrificio el que mata al animal (ver Lev.1,5­; 3,2.8.13­; 4,24.29.33). El sacerdote comenzaba su oficio con la manipulación de la sangre, que era la parte que sólo Dios podía tocar o tomar porque pertenecía a El (lo que la convertía en sagrada). Lo propio del sacerdote era poner encima del altar las ofrendas (ver 1 sam.2,28­; 2 re.23,9). El sacerdote era considerado, en sentido estricto, un servidor del altar.

Como la función de pronunciar oráculos por medio de las suertes sagradas fue desapareciendo, y la función de enseñar al pueblo la fueron asumiendo los escribas y doctores, el sacerdote se irá convirtiendo casi exclusivamente en manipulador de la sangre de los sacrificios y servidor del altar. Con la destrucción del templo y de Jerusalén (años 70 y 135 de la era cristiana) los sacerdotes se quedaron sin funciones y perdieron toda su importancia. Los rabinos, que son laicos y no sacerdotes, han reemplazado, en la mentalidad del pueblo judío, a los sacerdotes, ellos (los rabinos) ejercen sus funciones en la sinagoga, que no es templo, sino casa laica de oración y reunión del pueblo de Dios.

Todas las funciones sacerdotales que hemos explicado más arriba las ejerce el sacerdote como mediador entre Dios y el pueblo, como hombre al servicio de Dios y del pueblo, como representante de Dios ante el pueblo y como representante del pueblo ante Dios. El sacerdote, en la mentalidad véterotestamentaria es, esencialmente, un mediador. Los reyes y los profetas eran mediadores en virtud de un carisma personal como elegidos personalmente por Dios mismo­; los sacerdotes lo eran por su oficio y estado. Este rasgo de la mediación, según la Carta a los Hebreos, lo tiene ahora en exclusividad, y perpetuamente, solamente Jesucristo y la comunidad cristiana, como cuerpo del que Cristo es la cabeza. No sólo sucede que Cristo es el único mediador y sacerdote, sino que es, además, el único sacrificio y, como tales, permanece perpetuamente en esos oficios ante Dios y con valor infinito y eterno. El Nuevo Testamento no llama con el título de “sacerdote” (hiereus) a nadie en particular e individualmente dentro de la comunidad cristiana.

La institución de los servicios o ministerios dentro del pueblo de Dios es, simplemente, una descentralización de todos los oficios que desempeñó Moisés. Por eso, según el relato de Números11,16-29, o Exodo 18, es el espíritu de Moisés el que es comunicado a los setenta ancianos-jueces. Lo mismo se dice de Josué en Dt.34,9. El sacerdocio de Israel, por ser una institución tribal exclusiva y heredable, y no una vocación personal, no necesitaba de una participación del espíritu del gran líder del pueblo, Moisés.