DE DIOS SE SUPO A RAÍZ DE UN CONFLICTO COLECTIVO
Todavía hoy, después de 32 siglos, los judíos conmemoran todos
los años el Éxodo celebrando la cena pascual. Sentada la familia
alrededor de la mesa, un niño hace las preguntas rituales: "¿Por qué
esta noche no es como las demás ? En las demás noches se come
indiferentemente pan con levadura o sin ella, pero hoy solo ázimo." Y
entonces el más anciano responde leyendo en el libro de Éxodo la
maravillosa gesta salvífica que celebran en esa noche pascual: Dios
liberó a sus antepasados de la humillante esclavitud egipcia. Primero
envió diez terribles plagas para minar la resistencia de los opresores;
después los judíos pudieron cruzar el mar Rojo, que se abrió
milagrosamente para dejarles paso, y, tras andar cuarenta años por el
desierto en medio de continuos portentos, llegaron por fin a Israel, la
tierra prometida. Y concluye: "De generación en generación todos han
de recordar la salida de Egipto."
Pero lo asombroso es que la historia universal no tiene la menor
noticia de esa grandiosa liberación que celebra el pueblo judío todos
los años desde hace tres mil doscientos. Sin duda, los hechos
tuvieron que ser mucho más humildes. Intentaremos reconstruirlos e
indagaremos después las razones de ese engrandecimiento posterior
para familiarizarnos con la concepción de la historia que aparece en la
Biblia.
Una epopeya que nunca existió
Era frecuente antiguamente que tribus procedentes de los países
asiáticos del desierto del Sinaí, empujados por el hambre que había
originado la sequía, solicitaran la entrada en las fértiles comarcas
regadas por el Nilo. Generalmente se les permitía entrar. Se conserva,
por ejemplo, una carta del escriba Inena, funcionario de la frontera
oriental de Egipto, fechada el año 1215 a. C., en la que informa a sus
superiores de que acaba "de dejar pasar a las tribus beduinas de
Edom por la fortaleza de Merneptah Hotep-hir-Maat (...) a los
estanques de PerAtum (...) para que vivan y para que vivan sus
rebaños, gracias al gran ka del Faraón" 1.
Una vez en Egipto, los israelitas fueron empleados en la
construcción de las ciudades de Pltom y de Ra'meses en el este del
delta del Nilo (cfr. Ex 1, 11). Esto nos hace pensar que estamos en el
reinado de Ramsés II (12901223 a. C.), dentro de la XIX Dinastía.
Ramsés II sería, por tanto, el "faraón de la explotación".
Sabemos que en ese tiempo los extranjeros, tratados como un
pueblo socialmente inferior, eran obligados a arrastrar las piedras que
se empleaban en construir las ciudades y templos, y trabajaban como
peones.
Es comprensible que los israelitas, olvidada ya el hambre que les
trajo a Egipto, quisieran recobrar su antigua libertad. También es
comprensible que los egipcios, en una época de intensa actividad
constructiva como fue la Ramsés II, se resistiesen a perder sin lucha
esta mano de obra y la persiguieran con sus carros de combate.
Al llegar a un brazo poco profundo del mar Rojo -que todavía hoy es
vadeable cuando un viento fuerte arrastra las aguas- los carros
egipcios se atascarían en el barro, con lo cual los fugitivos israelitas
se vieron repentinamente libres del peligro y quedaron convencidos
de que Dios había intervenido en su ayuda.
Lo mismo pensaron cuando encontraron el maná o las codornices
en el desierto, a pesar de que nosotros sabemos que esos
acontecimientos admiten una explicación perfectamente natural: existe
un tipo de tamarisco (el "tamarix mannifera") de cuyas ramas cae al
principio del verano una especie de goma perfectamente comestible
que responde a la descripción del maná; no es raro que en la
península del Sinaí caigan al suelo, extenuadas por el viento
huracanado, grandes bandadas de codornices, y se las pueda coger
con la mano...
Más tarde, los israelitas reelaboraron muy libremente la historia, a
partir de tales recuerdos, para dar expresión plástica a la convicción
intima de que fue el mismo Dios el que les ayudó día tras día hasta
llegar a la tierra prometida. (Recordemos que la suya es una cultura
narrativa y no tenía otra forma de expresarse.)
Es incluso posible seguir la pista a las reelaboraciones sucesivas
que hicieron de los acontecimientos, porque en el libro de Éxodo hay
todavía rastro de tres tradiciones primitivas, cada una de las cuales
supera a la anterior en su empeño po r "visibilizar" en cualquier hecho
la mano de Dios 2.
Elijamos, por ejemplo, la primera plaga, la de las aguas convertidas
en sangre (que, por cierto, no tiene ningún misterio: A causa de los
sedimentos procedentes del sur. durante la crecida anual se produce
en el Alto Egipcio el fenómeno conocido como "Nilo rojo"), y sigamos la
evolución del relato:
Para la tradición más antigua (J), únicamente el agua que Moisés
sacó del Nilo tomó color rojizo: "El agua que saques del río se
convertirá en sangre sobre el suelo" (4, 9).
En una evolución posterior (E) se trata ya de la misma corriente del
Nilo: "Voy a golpear con el cayado que tengo en la mano las aguas del
río, y se convertirán en sangre" (7, 17).
Por último, en la tercera tradición (P.), la más reciente, se trata de
toda el agua del país: de "sus canales, sus ríos, sus lagunas, y todos
sus depósitos de agua" (7,19).
El paso del mar Rojo ha padecido un proceso igual de llamativo:
Mientras el yavista se contenta con decir que "Yahveh hizo soplar
durante toda la noche un fuerte viento del Este que secó el mar y se
dividieron las aguas" (14, 21 b), el Escrito Sacerdotal nos lo
engrandece así: "Moisés extendió su mano sobre el mar (...) Los
israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientas que las
aguas formaban muralla a derecha e izquierda" (Ex 14, 21 a. 22).
Según el yavista, las ruedas de los carros de guerra egipcios
quedaron atrapadas por el barro y "no podían avanzar sino con gran
dificultad" (14, 25), pero el Sacerdotal dice que cuando Moisés volvió
a extender su mano, las aguas del mar volvieron a su lecho y
sepultaron a los egipcios (14, 27 a. 28-29).
Incluso después de la fijación por escrito del texto actual del libro del
Éxodo los rabinos continuaron agrandando las maravillas que allí
tuvieron lugar: el mar se convierte en rocas contra las que se estrellan
los egipcios, para los israelitas brotan chorros de agua deliciosa, la
superficie marina se hiela como si fuera un espejo de cristal, etc. 3.
Ocurre que toda la Biblia, y no sólo el libro del Éxodo, está recorrida
por lo que llamamos un talante midráshico, que no vacila en
reinterpretar los hechos dejando correr la fantasía para servir mejor a
la teología que a la historia. Se basa en la convicción de que Dios se
revela en los acontecimientos y, cuanto más claro se vea, mejor. Israel
tuvo el don de comprender cualquier suceso como lenguaje de Dios.
Veamos otro dato al que pondría reparos cualquier historiador:
Cuesta mucho creer que aquella famosa noche atravesaran el mar
Rojo 603.550 hombres de veinte años en adelante (cfr. Ex 38, 26;
Num 1, 46) porque, añadiendo las mujeres y los niños, tendríamos
que suponer un censo israelita en el país de los faraones próximo a
los dos o tres millones, es decir, tan numeroso como los propios
egipcios. ¿En qué cabeza cabe que ese número tan gigantesco
pudiera atravesar el mar Rojo en una noche llevando consigo sus
ovejas y bueyes? Además, sus problemas de abastecimiento durante
cuarenta años por el desierto habrían sido totalmente insolubles
¿Otra exageración? No, ahora se trata de una utilización simbólica
de los números que era muy frecuente en la mentalidad de la época.
Si se sustituyen las consonantes de los vocablos hebreos r's kl bny
ysr'l ("todos los hijos de Israel": Num 1, 46: NU/603550-hombres) por
sus correspondientes valores numéricos, sale precisamente 603.550.
Por tanto, cuando el autor dice que salieron 603.550 sólo quiere decir
que salieron "todos los hijos de Israel" (seguramente no más de seis u
ocho mil).
En definitiva, que los "libros históricos" de la Biblia están muy lejos
de nuestro concepto de historia. En ellos todo está al servicio de un
mensaJe teológico, y éste es el que vamos a intentar captar ahora.
"Libertad de" y "libertad para"
El pueblo israelita tuvo la seguridad de que fue el mismo Dios quien
les obligó a luchar por sus derechos. Precisamente por eso el Éxodo
es significativo para la teología. Luchas de liberación ha habido y
habrá muchas, pero no parecían tener nada que ver con Dios. En
cambio el pueblo del Antiguo Testamento vivió de la convicción de que
todo se realizó bajo la inspiración de la fe, a instancias de un Dios que
tomó partido por los oprimidos y los provoco (en su sentido
etimológico de "llamar hacia adelante", hacia el futuro): "Di a los
israelitas que se pongan en marcha" (Ex 14, 15).
Cuando Moisés, casado y feliz con sus dos hijos, olvidadas sus
juveniles inquietudes sociales, llevaba una vida auténticamente
religiosa, casi mística, al lado de su suegro, el sacerdote Jetró, ocurrió
lo sorprendente: Que aquel Dios en quien había buscado un remanso
de paz le obliga a volver a la lucha:
"Dijo Yahveh (a Moisés): El clamor de los israelitas ha llegado hasta
mí y he visto además la opresión con que los egipcios los oprimen.
Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón para que saques a mi pueblo,
los israelitas, de Egipto."' (Ex 3, 9-10.)
El hombre se contenta con facilidad; Dios no. Al hombre le basta ser
un esclavo feliz; Dios, con sus continuas pro-vocaciones, le obliga a ir
siempre más allá.
El Dios que se manifestó en el Éxodo es un Dios al que siempre se
le verá al lado de los pobres y pequeños, de los minoritarios y de los
menos fuertes. Por eso Gedeón, con sólo 300 hombres, pudo vencer
a los madianitas (Jue 7), y David, apenas un niño, únicamente con
una honda y cinco piedras, vencerá a Goliat, "hombre de guerra
desde su juventud" que va provisto de espada, lanza y venablo (1
Sam 17, 32-54).
Ni que decir tiene que la opción de Dios por los pobres no equivale
a odio a los poderosos. Para él la liberación de Egipto no fue una
victoria, sino un fracaso, porque no se puede hablar de victoria
cuando únicamente vencen unos. Según una tradición judía, cuando
los egipcios se ahogaron en el mar, querían los ángeles entonar un
canto de alabanza a Dios. Pero El exclamó: "Hombres creados por mí
se hunden en el mar, ¿y queréis vosotros lanzar gritos de júbilo?" '
"¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado -dirá Dios por
boca del profeta Ezequiel- y no más bien en que se convierta de su
conducta y viva?" (Ez 18, 23.)
Instalados por fin en la tierra prometida, comenzó la tarea de
edificar la convivencia sobre unas nuevas bases. De nada habría
servido la libertad de aquella apresión que sufrieron en Egipto si no
fuera una libertad para un nuevo proyecto de vida. Por eso el Éxodo
lleva a la Alianza.
Se trata primero de una alusión genérica: "No hagáis como se hace
en la tierra de Egipto, donde habéis habitado" (Lev 18, 2); y, en
seguida, lo concretará en los diez mandamientos del Decálogo que el
Evangelio dirá luego que se reducen a dos: Amar a Dios y al prójimo
(Mt 22, 36-40 y par.); es decir, a la convicción de que, si Dios es el
Padre común, hay que vivir como hermanos.
Por eso se distribuyó la tierra equitativamente (Num 34, 13-15) y se
arbitraron leyes que garantizaran esa igualdad inicial frente al
egoísmo que hace fácil presa en el corazón humano. Cada siete años
debía celebrarse un año-sabático en el que se liberaba a los
esclavos (Ex 21, 2) y se perdonaban las deudas (Dt 15, 1-4); y cada
cincuenta años un año-jubilar en el que se redistribuían las tierras
entre todos (Lev 25, 8-17), lo que se podría llamar en términos de hoy
"reforma agraria de Yahveh". Todo ello tenía un fin muy preciso: "Así
no habrá pobres junto a ti." (Dt 15, 4.)
Progresivamente se fueron olvidando las exigencias de la Alianza
(incluso algunos estudiosos piensan que la ley del jubileo no llegó a
cumplirse nunca). Entre los israelitas aparecieron los ricos y los
pobres, reproduciéndose las relaciones de dominación que hubo
anteriormente en Egipto. Durante la monarquía, la infidelidad a Dios y
al hermano alcanzará su culmen, y a partir del siglo Vlll, los profetas
denunciaron duramente las infracciones del Decálogo.
Siete siglos después de la liberación de Egipto, el pueblo israelita,
debilitado, fue deportado a Babilonia. El profeta Jeremías dirá con fina
ironía que se trata de un año jubilar forzoso, como castigo por no
haberlos respetado libremente: Ahora todos tienen lo mismo porque
nadie tiene nada (Jer 34, 8-22).
El segundo éxodo
Otra vez el pueblo estaba como en Egipto: oprimido en un país
extranjero; y Dios se puso a su lado para volver a empezar de nuevo.
El nunca abandona a quien le abandona:
"¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho,
sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque esas llegaran a olvidar,
yo no te olvido" (Is 49, 15).
Esta vez el instrumento elegido fue Ciro, cuyo corazón movió para
que dejara en libertad a su pueblo (Esd 1). La larga marcha que
devolverá a los israelitas desde Babilonia a Palestina será
interpretada por los profetas como una renovación del primer éxodo.
Isaías se complace en evocar las semejanzas con la primera epopeya:
El Eufrates, como en otro tiempo el mar Rojo, se abrirá para dejar
paso a la caravana del nuevo Éxodo (11, 15-16), brotará agua en el
desierto como en otro tiempo pasó en Meribá (48, 21), Dios mismo
guiará al pueblo (52, 12), etcétera. (Naturalmente, ninguno de esos
portentos acontecieron en la realidad: Es la forma que tienen los
hombres de aquella cultura narrativa de decir que Dios volvía a
empezar.)
Al llegar por segunda vez en su historia a la tierra prometida,
Esdras, el sacerdote, y Nehemías, el gobernador, comenzaron la
restauración. Leyeron la Ley y dijeron al pueblo: "Este día está
consagrado a Yahveh, vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis", pues
todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley (Neh 8, 9).
Pero pronto se vio que era todo inútil. El Decálogo era un ideal
demasiado hermoso para la debilidad humana. Los profetas
empezaron a ver los límites del Antiguo Testamento: El pecador
reconocía su pecado, sí, pero no tenía fuerzas para salir de él. Y
empezaron a anunciar una época futura en la que los hombres serían
capaces de corresponder sin reservas a la fidelidad de Dios: "Os daré
un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez
36, 26). Esas palabras nos resultan familiares: ¡Había descubierto el
pecado original!
Jeremías expresa con palabras diferentes la necesidad de una
nueva Alianza:
"He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que yo pactaré
con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no
como la alianza que pacté con sus padres cuando les tomé de la
mano para sacarles de Egipto (...), sino que pondré mi Ley en su
interior y sobre sus corazones la escribiré." (Jer 31, 31-33.) ,:
Quienes esperaban esa Nueva Alianza constituyeron el "resto" de
Israel, que no significa necesariamente un número reducido, sino que
alude al Israel cualitativo que comienza a formarse después del
destierro. Fue necesaria la terrible experiencia del exilio para que
apareciese ese Israel renovado. El resto era, a los ojos de Amós,
como "dos patas o la punta de una oreja" arrancados de la boca del
león (Am 3, 12).
El tercer éxodo
MOISES/J: J/MOISES: La interiorización de la Alianza soñada por el
"resto" de Israel llegará con Cristo. Lo que Moisés empezó fue
concluido por Jesús. Por eso el Nuevo Testamento dirá de Jesús que
es el nuevo Moisés, y lo dirá de la forma a que nos tiene
acostumbrados !a cultura narrativa:
Si Moisés fue el único niño judío que se salvó de las aguas del Nilo
(Ex 2, 1-10), Jesús será el único que se salve de la matanza de
Herodes (Mt 2, 13-18).
Si Moisés va a los suyos renunciando a los privilegios que tenía en
la corte egipcia, Jesús lo hace renunciando a los de su condición
divina (Fip 2, ó-11).
Si a Moisés no le aceptaron los suyos cuando vino a ellos (Ex 2,
14), tampoco a Cristo le aceptarán (Jn 1, 11), etcétera
Pues bien: A Jesús, el nuevo Moisés, dedicaremos los siguientes
capítulos.
LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL
ESTA ES NUESTRA FE
TEOLOGIA PARA
UNIVERSITARIOS
Sal Terrae, Santander-1985. Págs.
29-38
...................................................................
1 El texto de la carta esta´recogido en JAMES B. PRITCHARD, La sabiduría del
Antiguo Oriente, Garriga, Bar- celona, 1966, p 216.
2 Las tres tradiciones se representan por la inicial de sus nombres en
alemán, lengua en la que escribieron los primeros y más importantes trabajos
sobre el tema: J = Jahwist (yavista, siglo X a. C), E = Elohist (elolsta, siglo Vlll a.
C) y P. = Priesterschrift (escrito sacerdotal, siglo Vl a. C.).
3 MEKILTA. Sobre Éxodo 14, 16, pasará 4 (ed. HOROWITZRABIN, Jerusalén,
2ª ed., 1960, pp. 100-101).
4 MICHA JOSEF BIN GORION, Die Sagen der Juden, Francfort, 1962, p. 464.
Cit. en Concilium 95 (1974) 184