CAPÍTULO 2
2. NUEVA OJEADA RETROSPECTIVA (2/01-16).
La acción de gracias y la reflexión de Pablo avanza trazando círculos, sin perder de vista el fruto consolador que Dios ha hecho brotar en Tesalónica. Lo que ya se había esbozado en 1,4s se desarrolla ahora en 2,1-12, y lo que se había mencionado en 1,6-10 vuelve a considerarse en 2,13-16.
a) Energía y desinterés de los misioneros (2,1-12).
1 Bien sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue infructuosa. 2 Al contrario, después de haber sido maltratados e injuriados en Filipos, como sabéis, tuvimos la osadía -apoyados en nuestro Dios- de proclamar entre vosotros el Evangelio de Dios, en medio de una fuerte oposición.
Empezar a predicar de nuevo el Evangelio en Tesalónica después de las dolorosas experiencias de Filipos, no era cosa fácil. En Tesalónica, Pablo y Silvano habían sido azotados, encerrados en la cárcel y obligados después a abandonar la ciudad 12. Los tesalonicenses pudieron ver los cardenales y las cicatrices. Pero al espíritu sensible de Pablo le había dolido más el trato injurioso que los dolores corporales: «Nos metieron en la cárcel después de azotarnos públicamente, sin previo juicio, siendo como somos ciudadanos romanos» (Act 16,37). A pesar de todo, Pablo no llegó a Tesalónica descorazonado, sino al contrario, «con el Espíritu Santo y con convicción profunda» (1,5), de suerte que ya en las primeras semanas consiguió frutos maravillosos 13.
¿De dónde provino esta íntima convicción? De la unión personal con Dios. Pablo se puso a orar. En 2Cor 1,4 Pablo explica qué es lo que Dios puede hacernos experimentar cuando oramos ante él: «Él nos consuela en toda tribulación, a fin de que nosotros, que recibimos consuelo de Dios, podamos también consolar a los que se hallen en cualquier género de tribulación.» Cuando en medio del dolor uno está íntimamente unido a Dios, de esa unión brotan valor y confianza para hacer profesión de fe y predicar; brotan también generosidad y entrega. Ningún esfuerzo es excesivo (cf. 2,9-12).
3 Realmente, nuestra apremiante llamada no procede de un error o de un motivo inconfesable, ni se funda en la astucia.
No es fácil proclamar un mensaje por encargo de Dios. ¿Dónde está la prueba de que se proclama realmente por encargo de Dios, de que el mensaje procede de Dios? He ahí a Pablo, desamparado, sin más que su afirmación de que «Dios le ha confiado el Evangelio» (2,4). A menudo se le pidió una «prueba»: ¿por qué hemos de creer que hablas por encargo de Dios? Por eso a Pablo le preocupa mucho el problema siguiente: ¿qué ha de hacer para que se acepte su palabra como lo que es, como palabra de Dios (2,13)? ¿qué ha de hacer para que no se tome su predicación por una doctrina humana? No se pone a amontonar razones para demostrar el origen divino de su mensaje; como pastor de almas, sabe qué es lo que acontece prácticamente cuando un hombre pasa a creer: experimenta la palabra de Dios como tal.
La palabra de Dios se puede experimentar como tal por dos caminos: por el poder de Dios que habita en ella (como en 1,5) o por la sinceridad del que la predica (como aquí). La sinceridad de sus móviles y la sencillez de su método legitiman a Pablo. Sus móviles son desinteresados y puros, sin ninguna clase de mixtificación egoísta. Su forma de predicar es sencilla y franca, sin segundas intenciones ocultas. Cuanto más desinteresada y abnegada es una predicación, tanto más convence. ¿Por qué? Porque, en último término, esa sinceridad desinteresada no es obra de un hombre, sino de Dios. Donde hay esa sinceridad, es evidente que actúa Dios; Dios se hace visible; Dios da testimonio de sí mismo. El desinterés y la sinceridad de los misioneros itinerantes, de los pastores de almas agobiados por el trabajo, de los testigos amenazados y despreciados, son Ios milagros silenciosos mediante los cuales Dios confirma su mensaje.
PD/ESFUERZO:
También el oyente ha de ser sincero y voluntarioso, para poder percibir ese
lenguaje, tan quedo, de Dios. No todos lo oyen. Pero, ¿no sucede lo mismo con
todas las cosas grandes y profundas del mundo? ¿No son también ellas difíciles
de entender? ¿No es necesario acercarse también a ellas empeñando todo el
corazón? A ninguna verdad filosófica ni a ninguna obra humana de arte se aplica
esto con mayor propiedad que a la palabra revelada de Dios. No es algo que esté
en medio do la calle y que, por tanto, uno pueda encontrar por casualidad. Es
sólo para aquellos que buscan perlas y están dispuestos a darlo todo con tal de
conseguirlas (cf. Mt 13,45s). Sólo estos son capaces de percibir en toda su
claridad y fuerza los signos de credibilidad que Dios nos da. ¿No perdería Dios
en dignidad si fuera posible encontrarle de otra forma?
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12. Cf. Hch 16,16-40.
13. Cf. Hch 17,1-4.
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4 Es Dios quien nos aprueba y nos confía su Evangelio, y por eso hablamos, no para complacer a los hombres, sino a Dios, que escudriña nuestros corazones.
Aquel a quien Dios ha confiado la predicación del Evangelio tiene una alta dignidad, dignidad de sacerdote en cuyas manos Dios pone lo santo. Es Dios quien debe confiarla, nadie puede atribuirsela; la predicación presupone un encargo de Dios. Dios, con confianza realmente divina, confía lo santo a un hombre, con la firmo esperanza de que lo transmitirá a otros. Dios prueba y sopesa hasta que encuentra a alguien que sea apto para ese elevado cargo, que sea digno de que so le confíe. En esa confianza de Dios hay algo grande. Confunde y obliga...
Pablo predica con plena responsabilidad ante Dios, que juzgará los corazones. Acepta el encargo de predicar con plena conciencia de su responsabilidad ante Dios y está dispuesto a responder de ese encargo ante el juez eterno. Sabe quo «si estuviera yo todavía tratando de agradar a los hombres, no sería servidor de Cristo» (Gál 1,10). El hombre no puede vivir en autonomía, sino en relación con un tú. Si no quiere vivir dependiendo de Dios, si no quiere ser teónomo, se convertirá en heterónomo. Quien no quiere ser vasallo de Dios incurre en otras servidumbres. El enviado de Dios tiene necesidad especial de ser vasallo de Dios, si lo quo quiere es predicar el mensaje de Dios y no predicarse a sí mismo.
5a Nuestras palabras jamás fueron discursos de adulación, como sabéis...
Pablo echa una ojeada a los numerosos predicadores ambulantes de aquella época; no quiere que se le confunda con ellos. Quien predica la palabra de Dios no puede anunciar a los hombres lo que se le antoja; debe predicar la palabra de Dios «a tiempo y a destiempo» (2Tm 4,2). Por esa razón la palabra del apóstol es tan incorruptible como la palabra de Dios. El apóstol no puedo dejarse apartar un ápice de aquello que Dios le ha encargado predicar. Pablo no intenta conseguir el aplauso de los hombres: ni el de una mentalidad determinada ni el de una raza o pueblo concretos; no busca agradar a los ricos ni a los pobres, a los cultos ni a los incultos. Esa firmeza incorruptible es la que da valor a la palabra de la predicación.
5b ... ni fueron nunca pretexto de ambición, Dios es testigo de ello; 6 jamás buscamos de nadie el honor: ni de vosotros ni de los demás...
Tras los discursos de adulación se ocultan, de ordinario, intenciones poco limpias. Pablo desenmascara a los aduladores de su época; saca a la luz sus motivos ocultos: lo que se esconde tras todos sus discursos es ambición. ¡Son capaces de predicar cualquier cosa, con tal de ganar dinero y poder vivir bien! Más peligroso aún es su deseo de honores. ¡Qué no serán capaces de decir o escribir con tal de conseguir el aplauso de los hombres y conservar su posición! Los cristianos deben saber discernir los espíritus, escrutar las intenciones ocultas y reconocer las fuerzas que actúan en el fondo. Así estarán inmunes contra falsos maestros.
7 ...siendo así que en nuestra condición de apóstoles de Cristo, podríamos habernos impuesto; por el contrario, adoptamos entre vosotros una actitud suave; como de una madre que cría a sus hijos, 8 tal era nuestro cariño para con vosotros, que deseábamos poner a vuestra disposición no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. Tan grande era nuestro afecto hacia vosotros.
Como mensajero de Cristo, como enviado de un rey tan grande, Pablo podría haberse presentado con pompa, podría haber apelado a su dignidad y haber exigido respeto y honores. Pero prefiere adoptar una actitud suave, de servicio sacrificado y sin egoísmo. Como una madre; más aún: como una madre que amamanta a su hijo; y aún más: como una madre que no sólo da a su hijo la leche, sino que, olvidándose de sí misma, le da todo el afecto de su corazón. Pablo es capaz de sufrir «dolores de parto» por sus hijos espirituales, hasta que Cristo «sea formado en vosotros» (cf. Gál 4,19). Esa actitud benigna, afectuosa, ese sacrificarse por los demás, ese amor abnegado producen cosas grandes; deberían ser norma de todas nuestras palabras y acciones.
Los neófitos, como «niños recién nacidos», necesitan la «leche pura espiritual» (cf. IPe 2,2). Pablo no puede darles «alimentos sólidos», como tampoco, más tarde, a los corintios (cf. lCor 3,2; Heb 5,12). Si se quiere dar la palabra de Dios a los pequeños y a los débiles como leche nutritiva y no como pan duro, es necesaria una entrega de todo corazón y una actitud maternal. Sólo el amor hace esto posible. Por esa razón el magisterio eclesiástico se nos presenta bajo la figura de pastor. El maestro de la Iglesia se presenta como pastor de almas. Todo aquel que quiera transmitir la palabra de Dios debe hacerlo con gran amor. El amor le enseñará cómo ha de hablar.
9 Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas: día y noche trabajando para no ser una carga para nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. 10 Vosotros sois testigos -y el mismo Dios lo es- de lo religiosa, seria e irreprochable que fue nuestra conducta para con vosotros, los creyentes.
Arrastrado por la alegría del recuerdo, Pablo pasa casi sin darse cuenta de la fundación de la comunidad a las primeras semanas y meses de su vida. Era aquélla una época constructiva, de preocupación pastoral por cada uno en concreto. Pablo, el apóstol incansable, trabaja incesantemente fundando y edificando nuevas comunidades, pero lo hace mediante contacto de hombre a hombre. El amor pastoral busca siempre al individuo, en concreto.
Pablo no exagera cuando habla de su trabajo
nocturno, ya que, de ordinario, sólo podía iniciar su trabajo pastoral después
de la cena, porque durante el día debía ganarse el pan trabajando manualmente,
quizás, como en Corinto, en su profesión de fabricante de tiendas de campaña 14.
«Plata, ni oro, ni vestidos de nadie codicié», puede decir en Act 20,33s;
«vosotros mismos sabéis que a mis necesidades y a las de aquellos que estaban
conmigo, suministraron estas manos» 15. La necesidad de ganarse la vida
incrementaba notablemente la dureza de la misión. Pero la actividad misionera,
tal como él la entendía, se lo exigía; debía esforzarse por alejar de la
predicación toda impresión de utilidad personal (cf. 2,3.5), para que su mensaje
fuera digno de fe. Por esa misma razón no permite que los tesalonicenses le
mantengan. Es cierto que accediendo a ello hubiera ahorrado mucho tiempo y
muchas fuerzas para dedicarlas a la actividad pastoral, tan necesaria; pero
Pablo, hombre progresista, presta una atención sorprendente a este problema
temporal, se preocupa porque su predicación aparezca en toda su pureza. Poca
actividad pastoral, llevada a cabo con espíritu de desprendimiento apostólico,
consigue más fruto que una actividad pastoral ininterrumpida que no es capaz de
hacer aparecer la palabra de Dios en toda su pureza. La luz de la predicación
luce siempre con todo su esplendor cuando brilla sobre el candelero de la
pobreza apostólica. Quien vive desapegado de sí mismo deja transparentar la luz
de Dios.
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14. Cf. Hch 18,3.
15. Cf. también ICo 4,18; 9.6-18; 2Ts 3,8.
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11 Como bien sabéis, tratábamos con vosotros uno a uno, como un padre con sus hijos, 12 exhortándoos y animándoos insistentemente a llevar una conducta digna del Dios, que nos llama a su reino y a su gloria.
Pablo es consciente de que por ser pastor de almas ha de ser como una madre (2,7s), pero sabe también que en virtud de su magisterio ha de ser como un padre. A los tesalonicenses, igual que a los corintios (cf. lCor 4,15ss), los engendró en Cristo Jesús por la proclamación del Evangelio. Un padre tiene derecho a exhortar. Pablo no tiene miedo a pecar de importuno, porque es el amor paterno el que le impulsa. Al amor se le toleran muchas cosas. Sólo cuando uno ama y hace sentir su amor puede lanzarse a exhortar, animar e insistir.
Cuando el Apóstol los llamó por primera vez a la conversión los invitó a reflexionar cómo podrían comparecer ante el juicio de Dios y asir la mano salvadora de Cristo (cf. 1,9s). Después de la conversión y del bautismo lo que importa es que respondamos a Dios, que nos llama personalmente a cada uno, que nos ha llamado ya en Cristo, que nos llamará a su gloria esplendorosa y que ahora, en este momento decisivo, en los últimos tiempos, nos llama actual e insistentemente. Aunque nuestros pensamientos se remonten hacia el pasado o hacia el futuro, o aunque queramos centrarlos en el presente, siempre nos descubrimos como llamados, siempre encontramos a Dios, que nos llama. Es, pues, muy importante caer en la cuenta de que Dios me llama ahora, en este momento, insistentemente...
Mostraos dignos de Dios, que os llama; pensad en lo que le debéis. Estas son las exhortaciones de Pablo. La vocación de Dios es, sin duda, una gran gracia. A Pablo le parece más útil mostrarnos la gracia de Dios que recordarnos el juicio futuro, pues la gracia obliga. Corresponder, agradecidos, al amor de Dios: ésta ha de ser la música de fondo de nuestra vida. Dios quiere una respuesta agradecida y amorosa.
Dios nos llama a su reino, a su mundo propio, bienaventurado; un mundo que es síntesis de toda la felicidad. Lo que nos espera en el reino de Dios queda expresado en una sola palabra: la resplandeciente gloria de Dios nos rodeará, nos transformará y nos hará bienaventurados. Con ese objetivo ante los ojos, nuestra vida cambia de sentido: muchas cosas que antes nos parecían deseables e imprescindibles parecen ahora insignificantes... Con ese objetivo ante los ojos el hombre es capaz de soportar muchas penalidades y muchos males...
b) Acogida al mensaje (2,13-16).
De nuevo, como en 1,6-10, el pensamiento de Pablo pasa de su actividad misionera a un acontecimiento gozoso: los tesalonicenses se han convertido y han recibido la fe.
13 Por todo esto estamos continuamente dando gracias a Dios, porque habiendo recibido vosotros la palabra de Dios predicada por nosotros, la acogisteis, no como palabra de hombres, sino -como es en realidad- como palabra de Dios que ejerce su acción en vosotros los creyentes.
No sólo son los fieles, que han sido llamados, quienes deben dar gracias; también los misioneros deben darlas, por razón de su mismo cargo. Dios ha realizado grandes cosas por medio de ellos. Pablo está dando gracias continuamente. Al hombre, por sí solo, no le es posible estar dando gracias sin cesar. Es el Espíritu de Cristo el que da gracias continuamente en Pablo y el que hace de esta acción de gracias una actitud fundamental. Esta acción de gracias apostólica no ha cesado en la Iglesia desde los días del Apóstol: sigue resonando en la celebración de la eucaristía y en el breviario. La Iglesia da gracias continuamente por la gracia que Dios nos dio. Lo que Dios ha obrado en nosotros es tan grande que tiene que ser fuente de una alegría continua, que abarque todo el mundo. Los tesalonicenses han reconocido que la palabra de Pablo es palabra de Dios: «la palabra de Dios predicada por nosotros», «la palabra de Dios de nuestro mensaje», como Pablo dice desmañadamente. Pablo no se habría dado por contento sólo con que los tesalonicenses admitiesen su doctrina como razonable, juiciosa y aceptable; también la palabra de los hombres puede ser razonable y juiciosa. La palabra de Dios se distingue de todas las filosofías e ideologías y de toda la sabiduría de este mundo en que es un mensaje que procede de Dios. A eso se debe precisamente que el mensaje de la predicación se reciba como palabra que procede de Dios, como palabra revelada. Quien escucha la predicación debe partir de este presupuesto: es Dios mismo quien habla. Quien no ha entendido esto no ha entendido nada.
Pablo concibe la palabra de Dios como si se tratase de una persona autónoma: ejerce su acción independientemente del predicador, incluso cuando hace ya tiempo que éste ha partido. En eso se distingue la palabra de Dios de la palabra de los hombres: en que tiene actividad propia y es eficaz. «La palabra de Dios es viva, y eficaz, y más penetrante que una espada de dos filos» (Heb 4,12).
14 Realmente vosotros, hermanos, habéis seguido los pasos de las Iglesias de Dios, congregadas en el nombre de Cristo Jesús, que hay en Judea: también vosotros habéis recibido de vuestros compatriotas los mismos golpes que ellos recibieron de los judíos.
La eficacia de la palabra de Dios se muestra sobre todo en el hecho de que da fuerza para soportar el sufrimiento, capacita para hacer profesión de fe y para soportar el martirio. La palabra de los hombres no puede hacer nada semejante. La palabra de Dios está en relación estrecha con la cruz.
El destino de Cristo pasó a ser destino de la Iglesia. Los tesalonicenses han sido partícipes del destino común de toda la Iglesia. Las primeras fundaciones etnicocristianas experimentan ahora vivencialmente lo que las comunidades judeocristianas hubieron de experimentar desde el principio. En todas partes se evidencia que la Iglesia es Iglesia de mártires. Hay un signo que es característico, desde el principio, de las comunidades cristianas, y que garantiza que en Tesalónica la palabra de Dios ha sido eficaz y que allí existe realmente Iglesia; el signo es éste: padecer persecución. Desde sus comienzos la Iglesia es consciente de que está expuesta a sufrir persecuciones, y esta conciencia la prepara para resistirlas y le da firmeza.
Según una antigua profecía (Miq 7,6) una de las características del tiempo escatológico es que, por causa de Dios surgirán enemistades dentro del propio pueblo e incluso dentro de la propia familia 16. Por causa de Dios puede el cristiano llegar a sentirse muy solo, dolorosamente alejado incluso de aquellos a quienes ama.
15 Estos mataron al Señor Jesús y a los profetas, y nos persiguieron a nosotros, perdiendo con todo ello el favor de Dios y enfrentándose con todo el mundo, 16a llegando hasta impedirnos predicar a los gentiles para que se salven.
Tal vez esté pensando Pablo que fueron maquinaciones judías las que motivaron en Tesalónica las persecuciones por parte de los paganos 17 y las causantes de que a él le persiguieran incluso en Berea 18 y de que no le dejaran en paz en ninguna parte. Los judíos se volvían contra los cristianos creyendo de buena fe que así prestaban servicio a Dios (Jn 16,2). Las persecuciones por motivos religiosos son siempre especialmente peligrosas; se llega en ellas a extremismos que sólo son posibles cuando uno se apoya en una revelación mal interpretada.
La medida no estaba aún colmada con la crucifixión de Cristo, pues la voluntad salvadora de Dios -Pablo siente esto con mayor viveza que ninguno de los que le precedieron- es salvar también a los gentiles en la última hora, llevar el Evangelio a todos los pueblos paganos antes de que llegue el fin 19; sólo entonces llegará el fin (cf. Mc 13, 10). Al querer la salvación de los gentiles, Dios quiere la misión. A quien es consciente de cuál es la voluntad salvadora de Dios, el afán misionero ya no le deja descansar un solo instante.
Ya los antiguos paganos habían caído en la cuenta
de que los judíos, que creían en un solo Dios, eran distintos de ellos. Esto,
junto con otras causas, llevaba ya en la antigüedad a enemistad y antisemitismo.
Pablo parece hacerse eco de este reproche injusto al decir que los judíos se
enfrentan con todo el mundo, pero, en realidad, lo entiende en forma distinta,
totalmente nueva. Desearía ser anatema, ser separado de Cristo, en lugar de sus
«hermanos», de sus «parientes según Ia carne» (Rom 9,3): tanto es lo que les
ama. Pero, en el caso que nos ocupa, no hay duda de que hay cierta razón para
hacerles este duro reproche, ya que ponen obstáculos a la misión de Pablo entre
los gentiles. Ponen obstáculos a la misericordia de Dios, que quiere la
salvación de todos los hombres, incluso la de los gentiles.
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16. Cf. Mt 10,34ss; Mc 13,12.
17. Cf. Hch 17,5-9.
18. Cf. Hch 17,15.
19. Cf. Hch 26,17s (9,15; 22,15); Gál 1,16 y también Gál 2,7ss..
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16b Así mantienen siempre llena la medida de sus pecados, a lo que pondrá fin la ira que les ha sobrevenido.
Se podría pensar que los asesinos de los profetas
(Mt 23,32) habrían colmado ya la medida de sus pecados cuando, al final,
asesinaron también al «Hijo» 20. Esta fue la acusación de Esteban, el primer
mártir (Act 7,52): «¿A quién de entre los profetas no persiguieron vuestros
padres? Dieron muerte a los que preanunciaban la venida del Justo, que vosotros
ahora habéis entregado y os habéis hecho sus
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20. Cf. Mt 21,38s.
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II. PREOCUPACIÓN DEL APÓSTOL POR LA COMUNIDAD (2,17-3,11).
Después de muchas reflexiones y acciones de gracias, Pablo empieza a llegar ahora a un auténtico contacto personal. Se pone a hablar del tiempo transcurrido desde que se separó de ellos, de lo mucho que echa de menos a la comunidad y de su preocupación pastoral por ella, aun estando ausente. Pablo ha estado hondamente preocupado por saber si la comunidad recién fundada se ha mantenido firme en medio de las dificultades. Timoteo le ha traído buenas noticias y Pablo, como al principio, vuelve a dar gracias y a interceder por la comunidad (3,7-11.12s). Antes (1,2-2,16) Pablo daba gracias por la gracia que se había derramado sobre la comunidad en sus comienzos; ahora debe volver a darlas, porque Dios ha conservado a la comunidad (2,17-3,11). Cuando Pablo piensa en la comunidad, en las maravillas que Dios ha obrado en ella, no puede por menos de dar gracias continuamente. Sus palabras brotan de lo más íntimo de su ser. que está impregnado por la presencia de Dios y que es fuente incesante de oración.
1. PABLO SIENTE NOSTALGIA DE LA COMUNIDAD Y ENVÍA A TIMOTEO (2,17-3,5).
a) Nostalgia de Pablo (2/01-16).
17 En cuanto a nosotros, hermanos, separados de vosotros -material, no espiritualmente- por un poco de tiempo, redoblamos nuestros esfuerzos para realizar nuestro ardiente deseo de visitaros. 18a Ciertamente, estábamos empeñados en haceros esta visita, al menos yo, Pablo, una y otra vez.
Al ser expulsado, Pablo dejó tras sí una nueva comunidad, aún inestable y necesitada de ayuda No es sólo la conciencia de su deber de apóstol sino un amor auténtico, lo que le empuja a desear volver junto a ella. Como un padre (2,11), como una madre (2,7s), Pablo ha sido separado de sus hijos y ahora suspira por la comunidad con gran afecto y con tierno amor. El amor pastoral despierta en los corazones sentimientos paternos, maternos, fraternos; pone en movimiento todo el corazón humano. Es todo el hombre quien se convierte en pastor de almas.
18b Pero se ha interpuesto Satán.
Pablo no cree que valga la pena mencionar los obstáculos terrenos que le impidieron volver a Tesalónica; sabe quién es el que se lo impide propiamente. Esta escueta frase, en medio de sus palabras llenas de amor, nos muestra, como un relámpago, la dureza de la situación. Por un breve instante podemos lanzar una ojeada al campo de trabajo en que se mueven la misión y la cura de almas: es un campo de batalla, en el que luchan Dios y Satán. Si uno actúa como pastor de almas enviado por Dios, choca en seguida con el enemigo de Dios y cae en la cuenta de que éste es también su verdadero enemigo. Hay que ser realista: tras el telón de todo el acontecer terreno se desarrolla la batalla entre Dios y su enemigo.
19 Después de todo, ¿qué otra mejor esperanza, o alegría, o corona de gloria pudiéramos desear, sino vosotros mismos ante nuestro Señor Jesús en su advenimiento? Sí, vosotros sois nuestra gloria y nuestra alegría.
Pablo suspira con nostalgia por el advenimiento glorioso del Señor (cf. 1,10); será una gran fiesta (4,13-18). Pablo no llama «advenimiento» (parusía) al nacimiento de Jesús, ni llama «retorno» a su venida al final de los tiempos. La razón es que en el advenimiento o parusía ha de realizarse la salvación plena que los profetas han prometido y ha de derramarse la plenitud de la gracia. Quien suspira por la salvación plena mira adelante, hacia la parusía de Cristo, y no se limita a mirar hacia atrás, a su nacimiento. Es cierto que ya entonces se manifestó la gracia de Dios, que trae la salvación a todos los hombres (Tit 2,1 ls), pero también es cierto que la primera venida de Jesús sólo nos ha traído un anticipo de lo que se nos dará al final. Por eso nuestras ansias tienden hacia eI futuro.
A las puertas de Damasco Pablo recibió personalmente el encargo de predicar la buena noticia de Cristo entre los pueblos gentiles, de llamar los pueblos paganos a Cristo. Pablo se alegra porque, cuando venga el Señor en su gloria, podrá decir que ha cumplido con su encargo y podrá presentarle las comunidades que ha ganado para él, «para gloria en el día de Cristo» (Flp 2,16). Su esperanza de alcanzar la salvación depende de que haya cumplido con éxito el encargo que se le hizo. El gran día de la venida de Cristo le traerá alegría y gloRIa. Esa alegría y esa gloria esponjan ya ahora su alma y no cesa de dar graCIas «en retorno de toda esa alegría que experimentamos por vosotros ante nuestro Dios» (3,9). Esa esperanza puede tenerla quien sabe que «por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí» (ICor 15,10). De ahí proceden su contento y su orgullo. Quien sólo mira a los propios pecados y no a las maravillas que la gracia de Dios ha obrado en él y mediante él, incurre en falta de agradecimiento. Semejante miopía, que procede de una humildad triste, debilita la vida cristiana, pues una humildad que no cree poder ver y reconocer las maravillas que la gracia de Dios ha obrado en su vida, no procede en realidad de Dios, sino del diablo.