5/03-25

Las exhortaciones y la legislación de Pablo a propósito de la «orden» de las viudas ocupan la mayor parte de la perícopa de este domingo. Es todo un tratado de prudencia legislativa. Pero, además, es rico en teología. Parece que se trataba de una verdadera orden, la de las viudas-profetisas, con funciones propias (difíciles de definir) dentro de la comunidad. Es, pues, un dato para tener en cuenta a la hora de redescubrir la función ministerial del sexo femenino. Por lo menos las «viudas que lo son de verdad» de la carta nos hacen pensar necesariamente en aquella institución judía (más o menos reconocida oficialmente) que encontramos tan dignamente representada por Ana, la profetisa (Lc 2,36-38). Era viuda, de edad avanzada, profetizaba y hablaba a todos del Niño. Otra nota que la une a las viudas de nuestra carta es la oración insistente que se expresa en los dos lugares por la misma fórmula literaria estereotipada: «noche y día» (Lc 2,37; 1 Tim 5,5). En todo caso, la entrega total que Pablo exige a las viudas revela su estado de religiosa consagración a la esperanza de la parusía o del reino definitivo: «A las viudas jóvenes no las apuntes, pues cuando su sensualidad las aparta de Cristo, quieren casarse otra vez y se ven condenadas por haber roto su compromiso anterior» (w 11-12). Es fácil despreciar este "estado de vida religiosa"... de ancianas. Pero, a pesar de la edad, tanto las cualidades de servicio de su vida pasada como su vida actual nos recuerdan rasgos esenciales de nuestra vida religiosa: son viudas, palabra que en griego significa también desnudo, vacío..., son los antiguos pobres de Yahvé -como Ana-, que todo lo esperan de la plenitud de Dios. Algunas de ellas eran ciertamente vírgenes. Tenemos un testimonio de eso en los escritos de Ignacio de Antioquía. Pero todas han hecho al menos un voto o una promesa de consagración total. Romperlo merece una condena a los ojos de Pablo. Condena que no debemos absolutizar, toda vez que Pablo ordena esto como cabeza de las Iglesias por él fundadas, no como eco de lo que Cristo ha mandado..., pero ¿haremos bien en minimizar esta condena en la vida religiosa actual, tal vez demasiado llena de deserciones?

(Pág. 343 s.)



5/17-22  6/10-14

Sería un error de perspectiva considerar este fragmento de la primera carta de Timoteo pensando exclusivamente en los pastores de la Iglesia, como si la liturgia, dándonos este texto, quisiera únicamente describir a sus pastores, amonestarlos y, ocasionalmente, glorificar sus virtudes. Tampoco es ésta la intención del autor de la carta a Timoteo, responsable de la comunidad de Efeso. De hecho, estas palabras aparecen en una parte del escrito que trata de los laicos en general, de las viudas, de los presbíteros y de los esclavos. Por tanto, las frases de los cc. 5 y 6 tienen un amplio contexto de comunidad eclesial; van dirigidas a toda la comunidad creyente. Es ella la que, por ejemplo, ha de tener en cuenta que los responsables «bien merecen doble honorario» (v 17). Pero el autor no ve la razón en la dignidad de la presidencia que corresponde a los presbíteros o ancianos, sino que añade en el mismo versículo: «sobre todo a los que se afanan predicando y enseñando». Y el verbo «afanarse» solamente traduce una parte del sentido de la palabra griega "kopiáo", que implica sudor y cansancio.

Por un lado, tenemos claramente enunciado en este texto el derecho del responsable, que trabaja como tal, al propio salario: "Dice la Escritura: No pondrás bozal al buey que trilla. Y también dice: Digno es el obrero de su salario" (18).

Por otro lado, no es menos manifiesto el ejemplo del propio Pablo, que a veces trabaja con sus propias manos con tal de no ser una carga para la comunidad. La comunidad ideal es, pues la que se hace consciente en la práctica de los derechos de los que en bien de ella trabajan... y la que tiene unos responsables que, si hace falta, saben renunciar a sus derechos. Cuando la una o los otros no llegan al ideal, una ley civil -ni aun siendo perfecta- no podrá nunca colocarlos donde la palabra revelada quiere que estén. Y es que la presión que una ley exterior hace sobre el cristiano no tiene nada que ver con aquella fuerza o violencia que nos hemos de hacer para entrar en el reino de Dios (Mt 11,12). El segundo fragmento de la lectura exhorta a las virtudes cristianas fundamentales y, sobre todo, a imitar el testimonio que Cristo dio ante Poncio Pilato: un testimonio sobre la verdad, sobre el mismo Cristo-Revelador que allí se autodefine «rey». "Rey de reyes, Señor de señores", recordará el texto de la carta a Timoteo (6,15). Cristo hizo su confesión ante el representante de la máxima autoridad de entonces, confesión que ha de animar la de los cristianos. La de Cristo es una confesión hecha con sudor y esfuerzo de toda una vida dedicada a la implantación del reino de Dios, «predicando y enseñando». Pero, sobre todo, es una confesión sellada con la propia sangre.

(Pág. 863 s.)