CAPÍTULO 2


Parte segunda

PROBLEMAS DE DISCIPLINA ECLESIÁSTICA 2,1-3,16

En la segunda parte de su carta, Pablo da a su discípulo y representante Timoteo instrucciones importantes para la vida comunitaria cristiana, sobre todo en lo relativo al culto (2,1-15). El Apóstol exige que la oración de los cristianos incluya a todos los hombres, especialmente a las autoridades (2,1-7). Le preocupa especialmente el buen comportamiento de los hombres y de las mujeres en los actos de culto y en la oración (2,8-15). De gran importancia para la comunidad es además el nombramiento de ministros (3,1-13). Se ponen en conocimiento de Timoteo los requisitos necesarios para el cargo de «obispo» (3,1-7) y de diácono (3,8-13). En un himno cristológico se alude a la grandeza del misterio confiado a la Iglesia como fundamento de estos preceptos (3,14-16).

1. EL CULTO (2/01-15).

a) Oración por todos, especialmente por las autoridades 2, 1-7).

1 Lo primero que te recomiendo es que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres: 2 por los reyes y por todos los que están en la cumbre, para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica con toda piedad y dignidad.

La preocupación por los actos de culto que se celebran en la comunidad ocupa el primer lugar en las instrucciones que Pablo da a su representante. Sabemos que en los comienzos de las primeras comunidades cristianas el culto estaba en íntima relación con la tradición de la sinagoga judía y se servía de las formas, estrictamente reglamentadas, de ésta. Pero sabemos también que en los territorios misionados por san Pablo se concedía un amplio margen en los actos de culto a la actividad carismática de los cristianos dotados del Espíritu, manifestada en el hablar en lenguas y en la profecía (Cf. 1Cor 14,26-33). Por razón de algunos inconvenientes, que Pablo intentaba superar (Cf. 1Cor 11; 12; 14), y a causa de la disminución del número de cristianos dotados del Espíritu, surgió la necesidad de establecer un orden, «pues Dios no es un Dios de desorden, sino de paz» (lCor 14,33).

Pablo pide que en la asamblea de la comunidad, en la que los cristianos se reúnen en comunión fraterna para el culto de la palabra, se hagan oraciones públicas en común, que sean expresión de la vida cristiana palpitante de la comunidad. Probablemente esas oraciones seguían a la lectura de las Escrituras y a su interpretación. Las cuatro formas de designar la oración -peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias- no quieren ser una enumeración de diversos tipos de oración, sino describir la oración cristiana bajo todos sus aspectos. Significan que hay que hacer oraciones de todas clases. Esta oración comunitaria -y en esto es en lo que insiste- se extiende a todos los hombres sin excepción ni barreras. Igual que el amor del cristiano se extiende a todos los hombres, sin conocer fronteras ni límite, su oración debe abarcarlos también a todos. No puede prescindir de nadie, y mucho menos excluir a alguien de su oración. La bondad paterna de Dios abarca a todos los hombres, «hace salir su sol sobre malos y buenos, y deja llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Si quiere ser hijo de este Padre que está en el cielo, el cristiano debe orar por todos los hombres.

Se especifica un grupo de hombres por los que hay que orar públicamente: los reyes, los emperadores romanos, Nerón en aqueI entonces, y las autoridades, los altos funcionarios romanos, especialmente los gobernantes de las distintas provincias. Junto al deber de obedecer a la autoridad constituida por Dios (Cf. Rom 13,1-7; 1Pe 2,13-17) está el deber de orar por ella. Esta obligación es válida para todos los tiempos, sin tener en cuenta a qué religión pertenezca el gobernante.

En la indicación: para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica, deben encontrar los cristianos el fundamento y la razón de ser de estas oraciones. Saben que ]a comunidad cristiana está tan alta ante los ojos de Dios y es tan querida por él que Dios, al dirigir la historia universal, tiene en cuenta su prosperidad. Saben que la protección y la bendición de Dios son prenda de la prosperidad.

De esta instrucción se deduce claramente cuál es la posición de la comunidad cristiana frente al Estado y la autoridad. La oración cristiana por la obra de Dios substituye a la adoración y a la divinización paganas del emperador y a la oración judía por la prosperidad externa del emperador. Esta obligación de orar que tiene la comunidad es independiente de la situación momentánea del cristiano y de la autoridad estatal. Este precepto de orar por las autoridades sigue siendo válido aun cuando el que ejerce la autoridad es un impío, pues, como Pablo dirá en seguida, la voluntad salvadora de Dios se extiende también a los impíos.

3 Esta oración es buena y agradable a nuestro Salvador, 4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Pablo afirma insistentemente que esta oración, que abarca a todos los hombres, incluida la autoridad civil, es agradable a Dios. Dios es eI «Salvador, que quiere que todos los hombres se salven» antes de que caiga sobre ellos el castigo de Dios. Aquí está, según él Apóstol, el fundamento último de la obligación de orar por todos: la voluntad salvífica universal de Dios, que quiere conducir a todos los hombres desde el pecado, la muerte y el juicio al conocimiento de la verdad (*) de la revelación divina, a la conversión y, por ella, a la salvación. El amor divino y la voluntad salvadora divina no tienen fronteras ni límites, tampoco la oración de la comunidad cristiana debe tener fronteras ni límites.
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La misma expresión para designar la conversión al cristianismo se encuentra en 2Tim 2,25; 3,7; Tit 1,1; Heb 10,26.
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5 Porque hay un solo Dios, y uno solo es también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, 6 que se entregó él mismo como rescate para todos: tal es el testimonio dado a su debido tiempo.

Esta voluntad salvífica de Dios se expone, en forma de tríptico, con las palabras de una fórmula cristiana primitiva de profesión de fe. El Dios único es creador de todos los hombres, vela como Padre por todas sus criaturas y quiere la salvación de todos los hombres. Entre Dios y la humanidad sólo hay un mediador, que anuncia a los hombres la voluntad de Dios, los reconcilia con Dios y establece la paz entre Dios y los hombres: «el hombre Cristo Jesús». Puede ser mediador porque, como Hijo de Dios, tiene poder para desempeñar este papel de mediador y, como hombre, pertenece al género humano y puede, por tanto, mediar (Cf. Hb 8,6; 9,15; 12,24).

Y, ¿qué hizo este mediador? Entregó su vida, como representante, para expiar por todo el género humano, que había incurrido en la muerte. «El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). La muerte de Jesucristo en la cruz por todos los hombres es el testimonio que Dios da de que ha llegado el tiempo establecido -«cuando llegó la plenitud del tiempo» (Gál 4,4)- para el cumplimiento de sus promesas; es el mensaje que el mismo Dios manifestó a los hombres. En esta fe en el único Dios y en el único mediador Jesucristo radica el fundamento de la obligación que la comunidad cristiana tiene de hacer oración por todos los hombres, sin límites. Ahí está también el fundamento último de la esperanza y de la audaz confianza de los cristianos, que incluyen a todos los hombres en su oración para que «lleguen al conocimiento de la verdad».

7 De este testimonio he sido yo constituido heraldo y apóstol -digo la verdad, no miento-, maestro de gentiles en la fe y la verdad.

Pablo es el «heraldo» (*) de esta buena nueva de la voluntad salvífica universal de Dios y debe anunciarla por todas partes. Es el «apóstol», el enviado de Dios, encargado de manifestar a los gentiles la revelación de la voluntad de Dios y de la obra redentora del mediador Jesucristo, y de conducirlos a la fe en la verdad divina. Con una afirmación semejante a un juramento -«digo la verdad, no miento»- afirma su misión divina y da fuerza a sus palabras para rechazar todos los ataques de los falsos maestros, que ponían en duda su autoridad. Estas palabras del Apóstol, que muestran la grandeza del cargo que le ha sido confiado y la de toda predicación eclesiástica, denotan una mezcla de orgullo y alegría y, a la vez, echan sobre los cristianos una gran responsabilidad: la de escuchar con corazón bien dispuesto y abierto el mensaje que se les predica.
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Una designación semejante de Pablo en 2Tim 1,11.
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b) Comportamiento en los actos de culto (2,8-15).

8 Quiero, por tanto, que los hombres oren en todas partes, levantando unas manos puras, sin ira ni altercados.

El Apóstol está especialmente interesado por el modo auténtico de orar de los cristianos. Empieza dando instrucciones para la oración de los hombres. Los hombres deben orar con «unas manos puras». «Manos puras» es una metáfora para expresar el corazón sin pecado, moralmente limpio, puro, del que debe ascender la oración. Los hombres, en la oración, deben abstenerse de «ira y altercados»; deben vivir sin disputas, en paz con sus hermanos. Jesús dice en el sermón de la montaña: «Si al ir a presentar tu ofrenda ante el altar, recuerdas allí que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23s). ¿Cómo puede un hombre pedir a Dios que le perdone si él tiene odio en su corazón y no quiere perdonar? De ahí la exhortación de Jesús: «Cuando estéis en oración, si tenéis algo contra alguien, perdonadlo, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestros pecados» (Mc 11,25). Pablo conoce el corazón de los hombres. Sabe que la ira y las disputas son los pecados que más entorpecen a los hombres en la oración y en el culto divino. De ahí su exhortación a que oren con corazón puro, sin odio ni ira: «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores» (Mt 6,12).

9 Por su parte, las mujeres asistan a la asamblea con traje decoroso, arregladas modesta y sobriamente, sin peinados complicados, sin oro, sin joyas y sin vestidos suntuosos, 10 sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que hacen profesión de religiosidad.

También para las mujeres hay peligros específicos en las asambleas cultuales. Tal vez fueron inconvenientes que se produjeron en las comunidades cristianas los que motivaron estas instrucciones de Pablo. La mujer tiende fácilmente a turbar la dignidad de la celebración cultual adornándose excesivamente. Por eso señala el Apóstol que el adorno más precioso de una mujer temerosa de Dios no consiste en un atavío suntuoso, sino en una vida religiosa y moral y en obras que están de acuerdo con esa vida. El adorno de la mujer no ha de ser «el exterior, cabellos trenzados, anillos de oro, o los que os ponéis, sino el hombre oculto del corazón en la incorruptibilidad de su espíritu suave y tranquilo. Esto es lo precioso ante Dios» (1 Pe 3,3s).

11 La mujer debe aprender en silencio con toda sumisión. 12 No permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el hombre: debe mantenerse en silencio.

Pablo prohíbe además a la mujer que se levante, enseñe y hable en las funciones religiosas. En las comunidades paulinas, por ejemplo en Corinto, había surgido la costumbre de que las mujeres que tenían el don de profecía tomaran la palabra durante los actos de culto (Cf. 1Cor 11,5). Esta costumbre había tenido consecuencias peligrosas. Esas profetisas despreciaban fácilmente las faenas caseras, y probablemente surgieron tentativas de dejar de lado la sumisión al varón y colocarse por encima de él. Pablo exige que las mujeres se callen en la asamblea cultual, que no se levanten para enseñar públicamente, sino que aprendan en silencio. En las asambleas sólo el varón puede enseñar; la mujer debe dejarse enseñar. Tal vez también en este punto fueron algunos disturbios que se produjeron en la comunidad los que motivaron estas prescripciones.

13 Pues Adán fue el primero en ser creado; después Eva. 14 Y no fue Adán el seducido, sino la mujer, que, una vez seducida, incurrió en la transgresión.

Pablo ve en la tendencia de algunas mujeres a colocarse por encima del varón un atentado al orden de la creación, pues la mujer, para el Apóstol, tal como se encuentra expresado en las Escrituras del Antiguo Testamento, está subordinada al marido. Dos hechos, tal como los narra el Antiguo, Testamento (Cf. 1Cor 11,3-16), le dan pie para esta afirmación. Adán, según narra la Escritura, fue creado antes que la mujer (Gén 2,22). Por eso, según la mentalidad semítica, el hombre es el más viejo, la mujer, como más joven, debe estar sometida a él. Fue a Eva además a quien la serpiente sedujo directamente, y Adán siguió a su mujer, consintiendo (Gén 3,6.17). Estos dos hechos muestran al Apóstol que hay una jerarquía en la comunidad de marido y mujer. Ciertamente el hombre y la mujer tienen la misma dignidad ante Dios como seres humanos y participan por igual de la gracia de Cristo. En eso no hay ninguna diferencia. Tampoco se puede falsear esta jerarquía poniendo un dominio absoluto del hombre sobre la mujer, que se opondría a la voluntad de Dios; antes bien, los hombres deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo (E£ 5,28). La sentencia de Dios después de la caída muestra que, en diversos aspectos, se dio al hombre un señorío sobre la mujer, pero muestra también que ése no fue el orden primitivo querido por Dios (Gén 3,16).

15 Pero, por su tarea maternal, se salvará, si persevera con modestia en la fe, en la caridad y en la santidad.

El orden de la creación (Gén 4,16) muestra también la tarea que Dios impuso a la mujer casada: cumplir con sus deberes de madre. Pablo señala expresamente que la mujer alcanzará la salvación cumpliendo sus deberes de madre porque se adapta así al plan de Dios. Sin duda alguna es también necesario que posea las virtudes fundamentales de la vida cristiana: fe y caridad, y que, además se esfuerce por santificar su vida y se ejercite en la modestia cristiana. Probablemente, en este pasaje (2,11-15), Pablo se define contra los falsos maestros de la comunidad, que rechazaban el matrimonio (4,3) y concebían falsamente la posición de la mujer en la comunidad cristiana (Cf. 2Tim 3,6). Al Apóstol le interesa mantener el matrimonio cristiano, probar que las obligaciones, queridas por Dios, de la mujer cristiana están ante todo en su casa, en el círculo de la familia, no en tomar la palabra en las asambleas cultuales.