CAPÍTULO 3

V

REFRENAR LA LENGUA 3,1-12

Santiago pasa ahora a tratar de otro vicio que brota en la vida cristiana y del que hasta ahora sólo había hablado incidentalmente (1,19.26), es decir, de los excesos que se cometen con la lengua. Santiago alude a la gran tentación que experimentan todos los judeocristianos de darse tono en las asambleas religiosas como intérpretes de la Escritura y maestros de la fe (3,1), y con esta ocasión expone el poder diabólico de la lengua no dominada (3,3-12). Se sirve de ideas familiares a los judíos y judeocristianos, con las cuales pone ante los ojos, en forma gráfica, los efectos destructores de la lengua desenfrenada. Su exhortación a dominar la lengua y a subordinarla al espíritu de la fe y del amor es válida para todos los cristianos.

1. NO PRETENDÁIS SER MAESTROS (3,1-2a).

1 No os constituyáis muchos en maestros, hermanos míos, sabiendo que tendremos un juicio más severo. 2a Pues todos nosotros fallamos con frecuencia.

Todo varón israelita mayor de edad podía pedir la palabra en la sinagoga durante el acto cultual y explicar la Escritura, fortalecer la fe, instruir, edificar, exhortar o consolar. También Jesús lo hizo 36. Pero los doctores de la ley, que habían estudiado la Escritura y gozaban de gran reputación, constituían un grupo aparte. El cristianismo primitivo conservó esta institución; también en él los maestros constituían un grupo aparte, que gozaba de gran consideración 37. Es más, se admitía en principio que había que acoger a tales maestros como al mismo Señor, pues hablaban en su nombre 38. No debe maravillarnos, pues, que muchos aspirasen a aparecer como maestros sin que los motivos que les impulsaban fueran siempre totalmente desinteresados, libres del afán de prestigio y de la codicia de honores. Santiago pertenece al grupo de los maestros y puede juzgar por propia experiencia. Sabe decir la palabra oportuna, que manifiesta además sus propios sentimientos. Recuerda la gran responsabilidad que tiene quien habla en nombre de Dios. Cuando se trata de la fe y de la salvación de las comunidades, las reflexiones y exhortaciones puramente humanas pueden provocar no sólo creencias erróneas, sino incluso la condenación. En este punto no es posible rehuir la propia responsabilidad 39. Si a todo cristiano se le pedirá cuenta de sus palabras (Mt 12,34-37), con razón, ¡cuánto mayor se le pedirá a quien, en nombre de Dios, predica la palabra revelada y la interpreta autorizadamente! El destino de los maestros y dirigentes del pueblo judío es un ejemplo estremecedor para los encargados de divulgar la palabra de Dios...

¡Cuán pesada se hace esta responsabilidad, si se contempla la miseria del creyente que ocupa un cargo de gobierno y que falla sin cesar! Lleva la palabra de Dios en manos débiles y torpes e incluso, a veces, no totalmente puras. La advertencia de Santiago no va dirigida sólo a aquellos a quienes está confiado en la Iglesia el oficio de enseñar, sino a todos los que tienen algo que decir en la Iglesia, a todos nosotros, que nos erigimos constantemente en censores y jueces de nuestros hermanos en Cristo, a los que nos gusta tener bajo nuestra tutela y tratar como a niños, mientras nosotros, en cambio, difícilmente prestamos oídos a los sabios consejos de otra persona. ¡Cuántas veces se abre paso un celo que no estaba iluminado por la luz divina y que es interesado, que no se preocupa tanto por el honor de Dios cuanto por el propio! El poder religioso es el más peligroso, porque penetra hasta lo más profundo de la persona, le concede la autoridad máxima y no es difícil que tras la causa buena y honesta que se persigue se escuden la hipocresía y la ilusión. ¡Qué enorme daño han causado a la Iglesia los predicadores de la palabra divina (damos a la expresión un sentido amplio) que no estaban iluminados por Dios y eran ineptos, indignos e impuros! La seria advertencia de Santiago es muy oportuna.
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36. Cf. Lc 4,16-30; Act 13,14-52; 15,1-7; 16,13-15; 19,8-10.
37. Act 13,1; ICo 12,28s; Ef 4,11; Hb 13,7.
38. La doctrina de los doce apóstoles es un antiguo escrito que tuvo su origen a fines del siglo I o a principios del II d.C., en Palestina o en Siria. Esta obrita recopila las reglas y preceptos «apostólicos», que debían guardar los cristianos. El capitulo once da reglas sobre la conducta que hay que observar con respecto a los maestros y profetas cristianos itinerantes.
39. Así lo demuestra claramente la lucha que pronto resultó necesaria contra los falsos maestros y profetas de la antigua Iglesia: cf. Act 15,1.24; Ga 1,7; 2Co 10,12-18; 11,12ss; ITm 6,3ss; 2Tm 2,14ss; Tt 2,10; 2P 2,3; IJn 1,18-28; 4,1-6; 2Jn 7ss; Ap 2,2.14.20s.24.

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2. ES PERFECTO QUIEN NO FALLA EN EL HABLAR (3,2b-4).

2b Si alguno no falla en el hablar, ése es varón perfecto, que puede refrenar también el cuerpo entero. 3 Si a los caballos les ponemos frenos en la boca para que nos obedezcan, gobernamos también todo su cuerpo. 4 Mirad también las naves. Con ser tan grandes y estar impulsadas por fuertes vientos, son gobernadas por un pequeño timón, a voluntad del piloto.

A primera vista esta argumentación no parece del todo evidente. Hay muchos que saben dominar bien su lengua y distan mucho de ser perfectos. Y sin embargo Santiago ha tocado aquí un punto esencial, no sólo para los orientales, de expresión viva y espontánea, sino para todos nosotros. En efecto, la palabra es el medio adecuado para los actos y relaciones humanas. Por medio de la palabra el hombre sale de sí para comunicarse con su prójimo; mediante la palabra interviene en el acaecer común a todos los hombres. La palabra tiene un poder inmenso, tanto para el bien como para el mal. Las palabras no son sólo un sonido, no son como el humo; mediante la palabra el hombre actúa y se manifiesta; sus palabras pueden ser de amor, de unión, de entrega o de dureza, de traición, de burla, de odio y de destrucción. La palabra de Dios nos da a conocer el ser y la voluntad de Dios y obra lo que dice; la palabra del hombre nos da a conocer los sentimientos y la voluntad del que habla, actúa en nosotros y nos pide una respuesta. Por eso la lengua es el miembro humano con mayor campo de acción. Quien es capaz de dominar la propia lengua y de ponerla al servicio de Dios, ha subordinado a Dios toda su naturaleza. En la palabra se manifiesta el interior del hombre...

Santiago muestra esto con las comparaciones del caballo y de la nave, que expone en forma popular y llamativa. El hombre puede dirigir el cuerpo grande y brioso del caballo porque aplica su voluntad dominadora en el sitio oportuno y la hace prevalecer. Quien, pues, quiera ser perfecto debe meterse un freno en la boca, tiene que emplear el don divino de la palabra con sentido de la responsabilidad, tiene que dominar los impulsos y las tendencias impetuosas de su corazón, que se adueñan con demasiada facilidad de su lengua.

Con la comparación de las grandes naves de vela expuestas a merced de los vientos se pone de relieve en forma aún más impresionante esta misma verdad. También en la nave es preciso acudir al puesto debido, al timón, y entonces basta un movimiento del piloto para que la enorme nave se someta a su voluntad. Quien domina sus palabras puede conformar todas las potencias y miembros de su ser a la voluntad de Dios y ser perfecto. La perfección de los que procuran cumplir la voluntad de Dios hay que medirla, pues, por sus palabras, por el dominio que tienen de su lengua. Quien, no domina su lengua, no sólo deja de cumplir la voluntad de Dios sino que produce grandes daños entre sus semejantes, en el mundo y en la Iglesia.

3. EL PODER DE LA LENGUA ES PERNICIOSO (3,5-8).

a) Es fuente de mal (3,5-6).

5 Así también la lengua es un miembro pequeño y se gloría de grandes cosas. Mirad cómo un fuego tan pequeño incendia bosque tan grande. 6 También la lengua es fuego; como un mundo de iniquidad, la lengua está colocada entre nuestros miembros, contamina todo el cuerpo, inflama el engranaje de la existencia y, a su vez, es inflamada por la gehenna.

No debe sorprendernos que la palabra del hombre, y por tanto su lengua, tenga una fuerza tan terrible; es la misma fuerza que está tras las palabras del hombre: Puede ser el espíritu y la voluntad de Dios o bien el espíritu demoníaco de Satán y su fuerza destructora. Dado que Santiago quiere exhortar al recto uso de la palabra, pondera las perniciosas consecuencias de las palabras que brotan de un corazón irresponsable, maligno. Igual que el fuego, destruyen todo lo que se pone a su alcance. Una vez que el mal se ha apoderado de la palabra y ha penetrado en el mundo, lo consume todo, hasta que no queda más que destrucción y cenizas. No es sólo la palabra de Dios la que actúa eficazmente en el mundo; también es eficiente la palabra de Satán, que resuena en el mundo por medio de la palabra humana. La guarida y el refugio de la maldad es el corazón del hombre. Del eje de la rueda, del centro alrededor del cual la rueda gira, del corazón del hombre proviene el mal que, por la palabra, puede llegar a enseñorearse de la sociedad humana y de su destino.

El cuadro que Santiago traza del hombre es muy sombrío. La naturaleza caída del hombre es un campo abierto a la acción del mal y del infierno, de forma que el hombre se convierte en cómplice, mensajero y heraldo del padre de la mentira y del que es homicida desde el principio (cf. Jn 8,42-47). Esta acción del diablo sobre el hombre es origen de desgracias tanto en los vaivenes de la propia vida como en la sucesión de generaciones. Este es el significado de la imagen del engranaje de la existencia, desde cuyo eje el fuego destructor se va extendiendo hasta abarcar toda la vida.

Santiago habla iluminado por la revelación de Jesús. En efecto, la imagen del engranaje de la existencia tiene el mismo significado que la suciedad que brota del corazón maligno del hombre y que la lengua arroja al exterior. «El mundo de la iniquidad» 40 tiene sus raíces en el corazón del hombre, dominado por el espíritu de este mundo, porque todo lo malo tiene su origen en el corazón malo: homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, blasfemias, todos los malos pensamientos, deseos e intenciones malas (/Mt/15/19; cf. /Mc/07/15/21ss). Todo el hombre se contamina con el lenguaje desenfrenado que mana de los malos sentimientos del corazón. Ha incurrido en el castigo de Dios. ¿Es posible observar sin horrorizarse el poder diabólico de este lenguaje en las relaciones humanas y en la propia vida? ¿Es posible no darse cuenta de la obra destructora que se lleva a cabo y de la deuda que se contrae? ¿No estaría más seguro nuestro destino y el del mundo si fuéramos conscientes de la responsabilidad que tenemos por nuestras palabras, purificásemos el corazón, fuente de todos los males, y apagáramos esa hoguera calamitosa?
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40. En el texto original, la expresión «mundo de iniquidad» tomada de Eclo 17,6a, no acaba de encajar. Además no se ve bien claro si esta expresión se refiere al fuego o a la lengua. Muchos intérpretes creen que era una nota marginal, que se intercaló en eI texto. Sin embargo, no se puede llegar a una conclusión clara y definitiva. La traducción que ofrecemos es la que parece reproducir mejor el sentido del contexto.
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b) Es un poder indómito (3,7-8).

7 Todo genero de fieras, de aves, de reptiles, de animales marinos son domados y domesticados por el hombre. 8 Pero ningún hombre puede domar la lengua, mal incansable, lleno de veneno mortal.

No es empresa fácil domar la lengua, porque el mal está enraizado en lo más íntimo del corazón. Y. sin embargo, ¡qué paradoja!: el hombre puede someterlo todo a su voluntad, todo tiene que servirle como él quiere; lo único que no puede dominar es su propia persona, su palabra, su lengua, su corazón. ¡Qué dominador tan pobre que no puede dominarse a sí mismo a pesar de que Dios le hizo soberano de este mundo! Santiago indica con mucha delicadeza esta soberanía del hombre al recordar, aludiendo a las cuatro categorías de animales, el encargo que Dios dio al hombre de someter la tierra a su dominio (Gén 1,26; 9,2).

El hombre debe mostrarse también señor y dueño de su lengua, de esa serpiente inquieta, venenosa, mortífera, cuyos movimientos van dirigidos por las malas tendencias del corazón (cf. Sal 139,4). Obrando así, cumplirá el encargo de someter el mundo que Dios le ha confiado, llevará a término su vocación de vivir según la voluntad del Creador. La lengua es un mundo de iniquidad, que es imposible dominar; esta sentencia, aparentemente pesimista, no lo es en realidad. Dirigida a cristianos, redimidos por la sangre de Jesús, tras la afirmación late una pregunta: ¿Vais a permitir que se pueda decir esto de vosotros? ¿O vais a tomar en serio la libertad que se os acaba de dar sobre el mal y el maligno?

4. SÓLO BENDICIONES DEBE PRONUNCIAR EL CRISTIANO (3,9-12).

a) La triste realidad (3,9-10a).

9 Con ella bendecimos al que es Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos «a imagen de Dios» (Gén 1,26s). 10a De la misma boca salen bendición y maldición.

Con el uso de la primera persona del plural, Santiago da una gravedad conmovedora a su confrontación inexorable con la triste realidad. Cuando habla de maldecir a los hombres no se refiere tan sólo a la costumbre judía de maldecir a los impíos, a los malhechores y a los adversarios 41 -conducta que Cristo superó con el mandamiento del amor al enemigo-, sino a la actitud demasiado humana de hablar mal del prójimo y alegrarse de su desgracia. El contraste que Santiago presenta es aún más triste cuando quienes tratan sin amor y con odio a sus hermanos o prójimos, criaturas e hijos del mismo Padre, son cristianos que llenan su boca de oraciones y frecuentan los actos del culto.

Si queremos ser imagen de Dios, que se preocupa también por los malos, y seguir el mandamiento y el ejemplo de Cristo, hemos de amar a todos los hombres, incluso a nuestros enemigos, honrarlos, orar por ellos y devolverles bien por mal 42. Santiago recuerda indirectamente la «ley regia» (cf. 2,8.13). ¿Cómo puede alabar realmente a Dios quien insulta y maldice la imagen viva de Dios? ¿Cómo puede honrar sinceramente a Dios quien no honra a su criatura? ¿Cómo puede amar de veras a Dios quien aborrece y odia a su prójimo, hijo del mismo Padre?
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41. Cf. Sal 109,17s; Rm 3,14.
42. Cf. Lc 6, 28; 23,34; Rm 12,14.
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b) La verdadera realidad (3,10b-12).

10b Esto, hermanos míos, no debe ser así. 11 ¿Acaso la fuente echa por el mismo caño lo dulce y lo amargo? 12 ¿Puede, hermanos míos, la higuera dar aceitunas, o la vid higos? Tampoco el manantial salado puede dar agua dulce.

Tal proceder es antinatural 43. En ninguna otra criatura se da semejante paradoja. Por ser criatura de Dios, el hombre tiene que respetar a su prójimo; por ser cristiano, debe amar con amor fraterno a los demás cristianos. Sólo así se ajustará al orden divino de la creación redimida. Quien produce frutos distintos de los que corresponden a su naturaleza no procede de Dios; sus palabras descubren un corazón maligno, dominado por el infierno; evidencian su hipocresía y atraen sobre él el castigo de Dios. Quien está llamado a alabar a Dios como hijo tiene que respetar, bendecir y amar a su hermano. No hay otra solución para un cristiano.

Las preguntas inexorables de Santiago no admiten otra respuesta. El autor interrumpe su razonamiento, porque es evidente.

Ser cristiano significa proclamar la palabra que nos ha sido confiada y ponerla en práctica, movidos por el Espíritu y por la voluntad de Dios y por un corazón que se ha convertido al bien.

Referido a Dios, proclamar y poner en práctica la palabra equivale a alabarle; referida a los hombres, la palabra ha de ser palabra de amor y de bendición.

Cuando un cristiano hace esto, queda liberado del espíritu diabólico de la mala palabra y prepara el camino al poder salvÍfico de la palabra de Dios.

¿Al servicio de quién está nuestra lengua?
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43. En estos versículos no se trata de la manera de ser y de la trascendencia de la lengua, sino de la incompatibilidad entre la maldición y la bendición. Las comparaciones que presenta Santiago no se hermanan muy bien, pero coinciden en una idea central, es decir, que tal modo de proceder es antinatural.
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VI

CONTRA EL ESPÍRITU MUNDANO, LA ENVIDIA Y EL EGOÍSMO 3,13-4,12

Pasa ahora Santiago a atacar las causas de las discordias, faltas de caridad y tensiones existentes en las comunidades, y lo hace formando una especie de línea discursiva con una serie de proverbios que en realidad tienen poca vinculación unos con otros. El mal ha de ser descubierto desde diferentes lados para poderlo vencer más fácilmente. Comienza exponiendo la norma fundamental de buena conducta: el amor manso, que fomenta la paz. Esta es la verdadera sabiduría venida de arriba (3,13-18). Luego descubre las causas de las relaciones hostiles: los deseos y las acciones egoístas, que proceden del espíritu mundano, que porque no han conseguido superarlo, todavía domina en tantos cristianos (4,1-6). Finalmente exhorta a la conversión, a conformarse humildemente a la voluntad de Dios (4,7-10), a deponer todo juicio anticaritativo fundado en la propia justicia (4,11-12). Santiago condensa en casos típicos ciertas faltas predominantes, y exhorta a todos los cristianos a desligarse del espíritu del mundo y a tomar en serio, en su ambiente y en su comunidad, el mandamiento del amor desinteresado y constructivo.

1. LA VERDADERA SABIDURÍA Y LA FALSA (3,13-18). SB/VERA-FALSA

a) La verdadera sabiduría se demuestra en el buen comportamiento (3,13).

13 ¿Quién es sabio y experimentado entre vosotros? Que muestre con su buen comportamiento sus obras hechas con sabia mansedumbre.

¿Hay alguien que no desee ser sabio y penetrar, con su inteligencia los problemas de la vida, para deducir cuál es la forma objetiva, sensata y sabia, de comportarse en la vida práctica? Para el que cree, lo importante es entender el camino de la salvación y la voluntad salvífica de Dios. Es sabio quien entiende bien la voluntad de Dios y vive según ella. Por lo visto el afán de comprender la revelación divina había provocado en algunos rivalidades, pendencias y tensiones, como sabernos que sucedía en las comunidades de aquellos tiempos 44. Quizá para explicar estas desavenencias haya que tener en cuenta el problema de las relaciones entre la fe y las obras (2,14-26). Santiago recalca que la verdadera sabiduría se demuestra en la vida: es sabio quien vive dejando que el amor de Dios determine su obrar. Santiago insiste una vez más en la voluntad de Cristo y en el modelo de mansedumbre que en él tenemos (cf. Mt 5,4; 11,29), como ya había hecho antes (1,21). Es sabio quien vive con bondad, mansedumbre y humildad, tomando a Cristo por modelo. Sólo a quien vive así, se promete que un día poseerá la herencia de Dios (Mt 5,5).
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44. Cf. 1Co 1,10; y especialmente 3,3; 14,33; 2Co 12,20; Flp 1,17; Ef 1,17ss; Col 1,9ss; 2,1-10; 1Tm 6,20 y passim.
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b) Raíces y frutos de la falsa sabiduría (3,14-16).

14 Si tenéis amarga envidia y rivalidad en vuestro corazón, no os gloriéis ni mintáis contra la verdad. 15 No es ésa la sabiduría bajada de arriba, sino terrena, animal, demoníaca. 16 Pues donde hay envidia y rivalidad, allí hay agitación y toda obra mía.

La regla de discreción de espíritus que aquí se da muestra que los frutos corrompidos de la sabiduría orgullosa de algunos cristianos provienen de una raíz podrida, del espíritu de Satán. La envidia, el orgullo, la vanagloria, el egoísmo y el partidismo contradicen al espíritu de Dios. Este antagonismo es el que quiere poner de relieve la palabra «animal». Aquellos frutos corrompidos son la causa de las malas obras y del mal comportamiento de la comunidad y de los individuos. Lo que se opone al amor, se opone a la verdad; lo que procede del espíritu del mundo caído, tiene potencia destructora. Quien, pues, se gloría de su sabiduría y critica, y juzga y condena a los demás, induciendo así a confusión y divisiones en la Iglesia, miente contra la verdad. A los ojos de Dios, aparece como servidor de Satán. Es terrible que sean tantos los redimidos, los que siguen cayendo en esta trampa y acaban por hacer las obras de Satán...

c) Raíces y frutos de la verdadera sabiduría (3,17-18).

17 Mas la sabiduría de arriba es, ante todo, pura; luego, pacífica, moderada, indulgente, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial, sincera. 18 En fin, la justicia es un fruto que se siembra en paz por los que obran la paz.

En cambio, la sabiduría de arriba, que es un don de Dios, puede cumplir el precepto de amor establecido por Dios. Desciende de Dios y por eso puede estar al servicio de la obra de Dios en el mundo, del crecimiento interno y externo de su Iglesia. Su objetivo no es el propio ensalzamiento ni la autojustificación, sino que la voluntad de Dios se cumpla en la comunidad de los creyentes. Es precisamente en el servicio a la comunidad donde la verdadera sabiduría debe producir sus frutos. El hombre no puede vivir sabiamente por sí mismo ni para sí mismo; la capacidad de vivir sabiamente proviene de Dios y se concede para el servicio de Dios. Por eso, la sabiduría que se pretende conseguir con las propias fuerzas y en provecho propio tiene que ser imperfecta e infructuosa ante Dios: carece de la fuerza necesaria, de buena orientación y de objetivo acertado. «Si alguno entre vosotros se tiene por sabio según este mundo, que se haga necio para hacerse sabio; pues la sabiduría de este mundo es una necedad para Dios» (/1Co/03/18s).

Santiago enumera siete características de la verdadera sabiduría, para mostrar su perfección. En primer lugar es desinteresada, sin hipocresía, es decir, no procede de ambición de mando ni de afán de prestigio en la comunidad. Sólo quiere agradar a Dios, y excluye segundas intenciones egoístas. Por eso puede hacer desbordar el espíritu de Dios en sí mismo y en la comunidad de los fieles, como se desbordó en la vida de Jesucristo. El verdadero sabio, bondadoso para todos, incluso para los necios, se adapta a todo, es misericordioso, sabe perdonar y demuestra con obras su amor a todos los que necesitan su ayuda (d. 2,14-26). Siempre que es necesario, sacrifica sus propios derechos y su posición en aras del bien común. Se pone en guardia contra todo tipo de discordia, de formación de grupos rivales y de partidismo, y se esfuerza por fomentar conscientemente la unión y la paz en la comunidad y en la Iglesia.

Quien así procede, sigue el ejemplo y mandato de Cristo, que se puso al servicio de todos para salvar a todos e, igual que su Maestro, sólo puede producir buenos frutos, y como es bueno cuanto contribuye a la paz y a la edificación de la Iglesia, los verdaderos sabios son los que trabajan activamente por la paz de la comunidad con palabras fraternas, que brotan de un amor responsable y sobre todo con trabajo desinteresado y servicial.

Esta semilla produce fruto duradero 45. «Bienaventurados los que practican la paz, porque ellos serán hijos de Dios» (Mt 5,9). Dios Padre reconocerá a estos sabios como sus verdaderos hijos, cuando juzgue las obras de todos los hombres. ¿Quién de nosotros no ha experimentado todavía que sólo el amor desinteresado puede producir frutos duraderos? ¿Quién de nosotros no ha comprobado que la discordia es destructora? ¿Por qué nuestra actividad en las comunidades se ajusta tan poco a la sabiduría que desciende de Dios, al amor de Cristo?
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45. El versículo 18 contiene una frase que en sus orígenes era independiente, y que fue añadida aquí por razón de las palabras «fruto» y «paz». Al lado de la traducción que hemos dado hay otra traducción posible: «La justicia es un fruto que se siembra en paz para los que obran la paz», es decir, Dios justifica a los que obran la paz y sólo a ellos, para premiar su conducta. Parece mejor la traducción que hemos dado, porque en ella aparece mejor el nexo que tiene la justicia con la eficiente actividad del que es «sabio» (cf . v. 13 ) .